OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (830)

Jesucristo y la pesca milagrosa

Siglo XII

Salzburgo, Austria

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 80 (81)[1] 

Introducción

Comienza esta segunda homilía sobre el salmo ochenta con el recurso a una comparación: todo artista que aprecia y valora su arte debe elegir instrumentos aptos para la disciplina que practica (§ 1.1). 

Cuando Dios encuentra entre los seres humanos instrumentos musicales aptos y bien afinados, entonces “manifiesta su música celestial” (§ 1.2).

Los profetas que se ponen a disposición del Señor para proclamar sus palabras deben ser considerados bienaventurados. En efecto, ellos permiten que Dios, por su intermedio, amoneste al pueblo (§ 1.3).

Dios es quien realiza en nosotros, con nuestra colaboración, todas las buenas obras que nuestras facultades humanas nos permiten llevar a la práctica. Pues somos “instrumentos de Cristo” (§ 1.4).

El Señor convoca a todos los pueblos, no solamente a Israel, a devenir su pueblo. Par esto es necesario que se abra el oído de cada ser humano para escuchar la voz de Dios, sin dar lugar a la intervención de otros dioses “recientes” (§ 2.1).

Por medio de sus testigos el Señor nos amonesta. Estos testigos nos recuerdan que no debemos adorar dioses extraños, y darán testimonio sobre nuestra conducta en el día del juicio (§ 2.2). 

El Señor está presente en medio nuestro, y sus ángeles nos ven día y noche. Por lo tanto, ninguna de nuestras acciones se le oculta, todas nuestras obras están patentes ante Él (§ 2.3).

Son innumerables los testigos de nuestras acciones: todos los seres divinos y celestiales. Por consiguiente, debemos reconocer nuestras faltas antes que ellos nos reprochen haber pecado en su presencia (§ 2.4). 

Texto

Instrumentos bien afinados

1.1. Entre los instrumentos hay algunos que están bien afinados, en tanto que otros están desafinados. Ahora bien, quien se ejercita en la práctica de la música y ha adquirido aquel arte, elige la lira, la cítara o el arpa bien afinados y, una vez que los ha elegido, muestra su propia habilidad y arte musical; pero huye precipitadamente, sobre todo si [son] una cítara, una lira o un arpa desafinados, para no faltar a la conveniencia por culpa del instrumento, como que el artista no sirve para el arte[2].

Música celestial

1.2. ¿Para qué fin he dicho estas cosas, sino porque todos los hombres son, por así decir, cítaras, arpas y liras? Y Dios artista busca una lira musicalmente armoniosa, una cítara hermosamente armónica, un arpa de cuerdas muy bien afinadas. Y comparando dónde hallar tales instrumentos, Dios manifiesta la música celestial. Sin embargo, si Dios está privado de sus instrumentos, no ciertamente por su causa, sino la falta de instrumentos, entonces Él calla. 

Instrumentos de Dios 

1.3. Ahora bien, los bienaventurados profetas han sido instrumentos de Dios, y como aquel que escucha una cuerda y el sonido de la lira no escucha esta, sino al músico que pulsa musicalmente el instrumento apto, del mismo modo aquel que escucha a un profeta no piense que escucha a un hombre, sino a Dios que ha encontrado un instrumento apto y se sirve de él como corresponde. También Asaf, es decir el verdadero, era un instrumento de Dios. Y yo, escuchando a Dios, el músico, que con las cuerdas de Asaf dice: “Escucha, pueblo mío, te amonesto, Israel” (Sal 80 [81],9), no relaciono la expresión de las palabras al instrumento sino más bien a Dios, que se sirve del instrumento. Sin embargo, declaro bienaventurado también al instrumento pues se ha puesto en orden a sí mismo y se ha hecho apto para recibir a Dios que pulsa sus propios instrumentos.

“Instrumento de Cristo” 

1.4. Es Dios quien se sirve de la lengua del justo como de la propia lengua, y es Dios quien se sirve de la boca del santo para así poder decir: “La boca del Señor ha dicho estas cosas”. Pero yo digo que Dios también se sirve de los ojos del justo, que se cierran para no ver la injusticia, en tanto que se abren para ver el cielo y el mundo y, por medio de Dios, se sirve de órganos espirituales para ver como todo lo que Dios ha hecho es muy hermoso (cf. Gn 1,31). Del mismo modo Dios se sirve de los oídos y de las manos del justo, para que, por medio de los oídos del justo sea escuchada la palabra santa y rechazada en cambio una palabra privada de valor. Y si ves la mano de un fiel extenderse para realizar una buena acción, no pienses que esta buena acción se cumple por obra del hombre cuánto por obra de Dios, que por medio de la mano del justo da alivio a aquel que tiene necesidad del alivio de Dios. Así también, es por obra de Dios, que se sirve de los hermosos pies del mensajero de buenas noticias (cf. Is 52,7; Na 2,1; Rm 10,15), que se hacen hermosos los pies de quienes anuncian las cosas buenas. Y bienaventurado aquel que en todos los miembros del cuerpo y en todos sus sentidos se convierte totalmente en instrumento de Cristo, instrumento del Verbo de Dios, de manera que diga: “No vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2,20).

Pueblo de Dios

2.1. Escuchemos, por consiguiente, qué dice Dios con el instrumento propio que es Asaf -suyo es, efecto, el salmo-: “Escucha, pueblo mío; te amonesto Israel: si me escuchases, no habrá[3] en ti un dios reciente[4]” (Sal 80 [81],9-10). [Dios] no les habla solo a aquellos, sino que te habla también a ti que escuchas. Porque [desde] allí donde eras llamado “no pueblo”, te has convertido en pueblo del Dios viviente (cf. Os 2,1; Rm 9,25-26); y, tal vez, Dios te privilegia respecto a aquel Israel. Es por este motivo que, cuando habla, no habla comenzando por Israel, sino por el pueblo: “Escucha, pueblo mío; te amonesto Israel” (Sal 80 [81],9). Mira cómo Israel es introducido en un segundo momento; en el primero, aquel no es designado como Israel, sino que es llamado “pueblo” de Dios en vez de Israel.

Testigos que testimonian 

2.2. ¿Qué te dice entonces el Dios que “te amonesta”? Dice: “Si me escuchases, no habrá en ti un dios reciente” (Sal 80 [81],9-10). Veamos, en primer lugar, de qué forma Dios “amonesta”. Lo que Él dice lo proclama con testigos. Y lleva con Él como testigos, a veces, al cielo y a la tierra (cf. Dt 4,26; 30,19; 32,1); a veces, también a un cántico (cf. Dt 31,19. 21); a veces, toma una piedra que escucha: “Esta piedra, dice, escuchará lo que se dirá” (cf. Jos 24,27). Así también podrás hallar otras innumerables realidades que son tomadas para testimonio de Dios. Por ejemplo, el Cristo que habla en Pablo (cf. 2 Co 13,3) afirma: “Testifico solemnemente delante de Dios, de Jesucristo y de los ángeles elegidos para que estas cosas observes libre de prejuicios” (1 Tm 5,21). ¿Lo ves? También Cristo en Pablo, “atestiguaba delante de los ángeles elegidos, delante de Dios”, y Pablo atestiguaba ante Cristo Jesús. Por tanto, estos testigos permanecen hasta el día del juicio -sobre la boca de dos o tres testigos (cf. Dt 19,15)-, para que los pecadores sean juzgados. Dice, en efecto, la Escritura que nadie debe ser sentenciado a muerte sin testigos (cf. Dt 17,6). Si no están estos testigos, para ser juzgado en presencia de los testigos de acusación -para esto están los testigos en el día del juicio-, cuando el pecador sea exterminado, el testimonio será suministrado por las criaturas: el cielo atestigua contra aquel que se pierde, la tierra y los ángeles testimonian contra quien ha obrado mal.

Cristo está en medio de nosotros

2.3. Sin embargo, yo temo que también Cristo Jesús atestigüé contra alguien, pues dice: “La palabra que hablé, los juzgará” (Jn 12,48), incluso cuando tememos pecar por causa de los testigos. Porque en un tiempo los pecados del pueblo, los que eran objeto de condena y lo eran en presencia de testigos, entonces se escuchaba a aquellos que daban testimonio y ellos habían sido vistos por testigos. Para poner un ejemplo, se presentaban testigos que declaraban: “Hemos visto a este comportarse de forma indecente con una mujer y encerrarse [con ella]”. La visión de los testigos condenaba a aquel que era culpable. Pero en cuanto a nuestras culpas, aunque estén ocultas a los hombres, no serán los hombres quienes vendrán a dar testimonio contra nosotros. Todo está lleno de ángeles, toda casa está llena, todo sobre la tierra está lleno de las potestades de Dios. ¿Dónde no está Cristo? “En medio de ustedes está” (Jn 1,26). Y si algunos pecan, díganles: “El Dios que ustedes no conocen está en todas partes”[5].

Confesar nuestras faltas

2.4. “¿Dónde iré lejos de tu espíritu y dónde escaparé lejos de tu rostro?” (Sal 138 [139],7). Si se observa un hombre por quien tenemos respeto, no osaremos decir una palabra por la que seríamos juzgados mal por él, ni hacer algo reprobable. En cambio, despreciamos la mirada de Dios, despreciamos la presencia de Cristo que está siempre presente en el mundo, despreciamos el Espíritu Santo, los ángeles elegidos, sin darnos cuenta que todos estos nos condenarán, en cuanto que han sido ofendidos por todos aquellos que no han tenido respeto por sus ojos, y dirán: “Éste ha pecado ante mis ojos”. Porque el pecado del fiel es lo mismo que pecar ante los ojos. Dice, en efecto, la Escritura: “Contra si solo he pecado y he hecho lo malo ante ti” (Sal 50 [51],6). Sea esto dicho sobre el hecho de pecar teniendo a Dios como testigo. Pero quien confiesa el propio pecado, dará testimonio diciendo: “He hecho lo malo ante ti” (Sal 50 [51],6).


[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 500-525 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 496-508 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.

[2] O: no está a la altura de su arte.

[3] O: estará.

[4] O: nuevo.

[5] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, IX,8: «También ahora está de pie nuestro verdadero Pontífice, Cristo, y quiere llenar “sus manos con una mezcla de incienso fino” (cf. Lv 16,12). Y considera lo que ofrece cada una de las Iglesias que están bajo el cielo, con cuánta integridad y diligencia componen su incienso, cómo lo hacen fino; es decir, de qué modo cada uno de nosotros ordena sus obras y de qué forma explica el sentido y las palabras de la Escritura por medio de una interpretación espiritual. Y no falta el ministerio de los ángeles para estos oficios: “Porque los ángeles de Dios ascienden y descienden sobre el Hijo del hombre” (Jn 1,51), buscan y proceden diligentemente para encontrar en cada uno de nosotros qué pueden ofrecer a Dios (cf. Mt 13,41). Miran y escrutan el alma de cada uno de nosotros, si tiene una determinada disposición, si piensa algo tan santo que merezca ser ofrecido a Dios. Examinan y consideran si alguno de nosotros, por las palabras que se leen en la Iglesia, tiene el corazón compungido y convierte su espíritu hacia la penitencia, si oyéndolas piensa corregir sus caminos (cf. Sal 118 [119],9; Pr 21,29), y “olvidando el pasado se prepara para lo porvenir” (Flp 3,13)…».