OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (843)

Jesucristo crucificado, buen Pastor
Hacia 1550-1565
Alemania
El Hijo de Dios asumen la humana naturaleza para asociarla a su divinidad (§ 10.1).
La Encarnación del Hijo de Dios
10.1. “Y llegó la palabra del Señor a Ezequiel, hijo de Buzi” (Ez 1,3). En el caso que quieras entender estas palabras sobre el Salvador, no temas; también tienen su propia interpretación alegórica: Vino[1] la palabra de Dios a aquel que iba a nacer de una Virgen, es decir el hombre. El Verbo (la Palabra) permanece siempre en el Padre (cf. Jn 1,1), para que ambas [naturalezas] se hicieran una, y el hombre, que Él había asumido por el misterio (sacramentum) y la salvación de toda la humanidad, fuera asociado a su divinidad y a la naturaleza de Hijo unigénito de Dios.
Las diversas hipótesis astrológicas que manejaban los caldeos son peligrosas perversiones de la mente humana (§ 10.2).
“La tierra de los caldeos”
10.2. “Vino la palabra del Señor a Ezequiel, hijo de Buzi, sacerdote, en la tierra de los caldeos” (Ez 1,3). Los caldeos discuten sobre las cosas de los cielos, los caldeos razonan sobre los nacimientos humanos. “En la tierra de los caldeos”, como si dijera: aquellos que afirman el destino, aquellos que reclaman razones universales para el curso de los astros. Por lo tanto, este error y esta perversidad de la mente se significan figurativamente en “la tierra de los caldeos”.
El predicador hace un paréntesis para señalar que tratará sobre las principales visiones que tuvo el profeta (§ 10.3).
Las visiones
10.3. “En la tierra de los caldeos, junto al río Quebar. Y allí vino sobre mí la mano del Señor” (Ez 1,2. 3). Y la palabra del Señor fue dirigida al profeta, para que estuviera bien dispuesto tanto en hechos como en palabras. “Y tuve visiones” (Ez 1,1). Algunas las resumiré y, aunque por la brevedad del tiempo lo que dije puede ser suficiente, con todo, abordaré los más importantes aspectos de la totalidad de las visiones.
Fragmento griego: “Palabra y mano llegan al profeta, es decir, acción y contemplación, para que la profecía, adornada con la palabra y la acción, esté bien fundamentada”.
Al comenzar el tratamiento de las visiones del profeta, Orígenes presenta ocho temas o cuestiones que ellas nos ofrecen para ser considerados. Y nos ofrecerá, a continuación, “una exposición detallada de algunos elementos particulares de las visiones del profeta. La interpretación es completamente alegórica, con la presencia constante de la trasposición al plano individual y psicológico”[2] (§ 11.1).
Ocho temas
11.1. “Y he aquí que vi un espíritu que venía del Aquilón” (Ez 1,4). Considera cuidadosamente el número de temas que se dicen: “Un espíritu que venía -o que se eleva- del Aquilón”, este es un tema. “Y había una gran nube lo envolvía” (Ez 1,4), segundo tema. “Y un resplandor alrededor de él” (Ez 1,4), he aquí, el tercer tema. “Y un fuego resplandeciente” (Ez 1,4), cuarto tema. “Y en medio de él como una claridad de electro en medio del fuego” (Ez 1,4), quinto tema. “Y una luz en él” (Ez 1,5), sexto tema. Después de esto, “una semejanza de cuatro seres vivientes” y “la visión de ellos” y la narración de “la visión” (Ez 1,5), séptimo tema. “Y en medio de los vivientes como “carbones de fuego” (Ez 1,13), octavo tema.
Quienes profesan doctrinas heréticas no están en condiciones de profundizar en la comprensión de los misterios divinos (§ 11.2).
Primeras seis visiones
11.2. ¿Quién puede exponer esto detalladamente? ¿Quién tiene tal capacidad de recibir el Espíritu de Dios, que pueda clarificar estos sacramentos? Los acusadores del Creador y de Dios debieron primero entender lo que se dice por medio de los profetas, y después acusar. Porque quien realmente acusa, debe acusar lo que conoce. En cambio, si en verdad los herejes ni siquiera se acercan a la comprensión divina, ¿cómo pueden acusar razonablemente aquello que sabemos que no conocen? Que aprendan cuál es el sentido de esta visión. Primero aparece un viento que se eleva, luego una nube grande que rodea el espíritu que se eleva. Después, una claridad en torno al espíritu que se eleva; en cuarto lugar, un fuego resplandeciente; en quinto lugar, en torno del [espíritu], una visión como de electro, sin duda en medio del fuego; en sexto lugar, un resplandor en el mismo electro.
En la Iglesia hay personas buenas y hay también algunas que no están todavía purificadas de sus faltas. Pero el juicio debe dejarse solo a Dios (§ 11.3).
La dificultad de hablar sobre Dios
11.3. Confirmo con gusto la a dictada por un sabio y fiel hombre, que frecuentemente adopto: “Decir la verdad sobre Dios es un riesgo no pequeño”[3]. No solo son peligrosas aquellas cosas que se dicen falsamente sobre Él, sino también las que son verdaderas y no se exponen oportunamente generan peligro para quien habla. La perla es verdadera, pero si se lanza a los cerdos, es un peligro para quien la pone bajo sus pies (cf. Mt 7,6). Pero pongamos por nuestra parte un ejemplo: reuniones como estas no solo se encuentran en Aelia[4], no solo en Roma, o en Alejandría, sino en todo el mundo, se asemejan a una red que captura toda clase de peces. No pueden ser todos buenos los que caen en ella; pues el Salvador dice: “Cuando la hayan sacado y estén sentados junto a la orilla, elegirán los buenos [y los pondrán] en los cestos, y los malos los arrojarán afuera” (cf. Mt 13,48). Por tanto, en la red de toda la Iglesia debe haber tanto buenos como malos. Si ya todos están limpios, ¿qué dejaremos al juicio de Dios?
Mediante el recurso a una parábola evangélica se nos invita a aprovechar el tiempo presente, el tiempo de y en la Iglesia para convertirnos de nuestra conducta errada (§ 11.4).
La parábola del trigo y la paja
11.4. Asimismo, según otra parábola, el trigo y la paja se encuentran en la era, ya que solo el trigo debe ser recogido en los graneros de Cristo, y la paja separada del trigo: “Aquel que tiene el aventador en su mano, limpiará su era y reunirá el trigo en el granero, pero la paja la consumirá con fuego inextinguible” (cf. Lc 3,17). Sin embargo, no afirmo ahora que la era sea todo el mundo, sino que entiendo la era como asamblea del pueblo cristiano. Así como cada era está delimitada y está llena de trigo o de paja, no todo es trigo ni todo es paja, así en las Iglesias terrenales algunos son trigo y paja otros. Con todo, en la parábola no es por su propia voluntad o por su culpa que la paja es paja, ni es por propio arbitrio que el trigo es trigo; en la Iglesia, en cambio, está en tu poder, ser paja o grano.
En la situación actual de la Iglesia conviven pecadores y justos, pero llegará el tiempo en que deberemos presentarnos ante el Señor (§ 11.5)
Llegará el tiempo de comparecer ante Cristo
11.5. Esto debe enseñarnos que, si alguna vez, alguien ve a un pecador en nuestras asambleas, no se escandalice ni diga: “He aquí un pecador en la asamblea de los santos; si esto está permitido, si se concede, ¿por qué yo no voy a pecar?”. Mientras estamos en este mundo, es decir, en la era y en la red, hay tanto bienes como males contenidos en ellas. Pero cuando venga Cristo, habrá un discernimiento y se cumplirá aquello que dice el Apóstol: “Todos deberemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que hizo en su propio cuerpo, sea bueno o malo” (2 Co 5,10).
Introduce aquí Orígenes una nota aclaratoria, con mucha sinceridad, sobre lo que ha estado desarrollando hasta este momento (§ 11.6).
Una aclaración
11.6. En esta introducción, decimos estas cosas sobre las interpretaciones de las visiones, vacilando entre lo que se debe callar y lo que se debe exponer, lo que se debe dejar a un lado después de haberlo tratado levemente; qué temas de estos, debe ser expuesto de manera más clara o más obscura, si es que, sin embargo, hemos podido cumplir con lo que deseamos.
[1] Venit en lugar de factus est, que es la forma usual (ATT 2, p. 45, nota 147).
[2] OO 8, p. 121, nota 79.
[3] Seudo Sexto, Sentencias, 352; ed. Richard A. Edwards y Robert A. Wild, The Sentences of Sextus. Edited and Translated, Chico (California), Scholar Press, 1981 (Texts and Translations. Early Christian Literature Series, 5).
[4] Jerusalén, renombrada Aelia Capitolina después de la destrucción de aquella por los romanos en el año 135.