OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (869)

Jesucristo llora por Jerusalén
Siglo XI
Evangeliario
Reichenau, Alemania
Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel
Homilía IX
La homilía se inicia llamando la atención de los oyentes a considerar la particularidad que ofrece el texto bíblico. Es necesario percibir las diferencias que presenta la letra de la Sagrada Escritura, para así poder profundizar en su enseñanza (§ 1.1).
Atención a la letra del texto sagrado
1.1. Quien lee en el principio de la profecía sobre Jerusalén cómo fue reprendida, por tener “su origen y nacimiento en la tierra de Canaán, tener un padre amorreo y una madre hitita” (Ez 16,3), y si también lee estas cosas que ahora intentamos interpretar, pensará que se están repitiendo los mismos temas, que se proclama por dos veces el mismo discurso. Pero aquel que es un lector diligente y se preocupa por los significados de la Escritura divina y compara el pasaje anterior con el presente, colocando las palabras de uno junto a las palabras del otro, verá una diferencia que no es fortuita. Porque en el pasaje anterior, se dice: “Tu origen y tu nacimiento están en la tierra de Canaán”, lo cual no se dice en el pasaje que nos ocupa, que afirma: “Tu padre era amorreo y tu madre era hitita” (Ez 16,45), lo cual no se indica en el pasaje actual, sino que se dice otra cosa. Y de nuevo, en el pasaje anterior, se dice primero: “Tu padre era amorreo” y, en segundo lugar, “tu madre era hitita”; pero aquí: “La madre de ustedes era hitita y el padre de ustedes era amorreo”. Allí, el discurso se dirige como si fuera a un solo destinatario; aquí, como si fuera a muchos. Porque no dice “tu madre”, como había dicho antes, sino “la madre de ustedes”. Así, en el momento en que el pecado se extiende y la maldad avanza aún más y los pecadores dividen sus pecados entre ellos, no hay un solo pecador; por el contrario, hay muchos en uno, al igual que al principio, cuando solo había un comienzo de transgresión, todavía no había tantas multitudes como las hay ahora. Por lo tanto, me parece conveniente alejarme un poco del pasaje que nos ocupa y considerar la naturaleza del pecado y de la virtud.
Es un anhelo de todo ser humano es la unificación. Pero el único camino seguro para llegar a ella es vivir en Cristo, quien nos enseña que es en Él que recuperaremos nuestra unidad creacional, viviendo unidos, por Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo (§ 1.2).
De la multiplicidad a la unidad
1.2. Donde hay pecados, allí hay multitudes, allí hay cismas, allí hay herejías, allí hay disensiones; en cambio, donde hay virtud, allí hay unidad, allí hay concordia, gracias a la cual todos los creyentes “tenían un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Y para ser más claro, el principio de todos los males es la multiplicidad; en cambio, el principio de los bienes es apartarse de la multitud, y volver a la unidad. Pero si todos nosotros queremos ser salvados, debemos estar unidos, “para que seamos perfectos en un mismo pensar y en un mismo sentir (cf. 1 Co 1,10), para que seamos un solo cuerpo y un solo espíritu (cf. Ef 4,4). Pero si en realidad somos tales que no sea posible la unidad, y en cambio también se puede decir de nosotros: “Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas” (1 Co 1,12), y seguimos divididos y separados por la maldad, entonces no estaremos donde están aquellos que se han reunido en la unidad. Porque, así como el Padre y el Hijo son uno, también aquellos que tienen un solo Espíritu están congregados juntos en unidad; de hecho, el Salvador dice: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30); y: “Padre santo, así como tú y yo somos uno, te ruego que estos sean uno en nosotros” (cf. Jn 17,11. 21); y en el Apóstol leemos: “Hasta que todos lleguemos al hombre perfecto y a la medida de la plena madurez en la unidad de Cristo” (Ef 4,13); y de nuevo: “Hasta que todos lleguemos a la unidad del cuerpo y del espíritu de Cristo” (cf. Ef 4,3-4. 12-16). El significado de esto es que la virtud produce unidad a partir de la pluralidad, y que es necesario que nos convirtamos en uno por medio de ella, y que huyamos de la multitud. Y decimos esto porque en la lectura anterior se escribió “tu padre” y “tu madre”, y “el origen de tu nacimiento”, pero en la lectura que tenemos ante nosotros, “la madre de ustedes” y “el padre de ustedes” (cf. Ez 16,45).
El buen obrar nos hace hermanos de Cristo, nos une a su Padre. En cambio, el pecado nos convierte en hijos del Maligno y nos asocia a quienes obran de idéntica forma (§ 1.3).
La práctica de la virtud nos convierte en hermanas y hermanos del Señor Jesús
1.3. En el pasaje anterior, no se mencionaba que Jerusalén tuviera hermanas, aunque se hablaba de su padre amorreo y su madre hitita; en este pasaje, sin embargo, se dice: “La madre de ustedes era hitita y el padre de ustedes amorreo” (Ez 16,45), pero añade: “Tu hermana mayor es Samaria, ella y sus hijas, que habitan a tu izquierda, y tu hermana menor, que habita a tu derecha, es Sodoma” (Ez 16,46). Así como la virtud me convierte en hijo de Abraham, si vivo de acuerdo con ella, pues “el que hace las obras de Abraham es hijo de Abraham” (Jn 8,39); del mismo modo, los vicios me convierten en hijo del diablo, pues “todo aquel que comete pecado ha nacido del diablo” (1 Jn 3,8). La virtud hace que tenga a Cristo como hermano, de modo que, una vez que persevere en una buena y honesta conducta, pueda decir a su Padre: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te alabaré” (Sal 21 [22],23). Y Él le dice a aquella que fue capaz de anunciar sus palabras: “Ve y dile a mis hermanos…” (Jn 20,17). Además, así como la virtud hace al Señor Jesús hermano mío, también la maldad me adquiere muchos hermanos, que son pecadores, y esta [misma maldad] cuando crece engendra hermanos para mí.
Las hermanas representan las consecuencias de nuestros pecados. Samaria es, en efecto, el símbolo de la división y el cisma del pueblo, que terminarán en el abandono del culto al Dios único (§ 1.4).
Las dos hermanas
1.4. Cuando Jerusalén apenas comenzaba a pecar, aún no tenía a Samaria como hermana, ni tampoco a Sodoma; pero cuando progresó en la maldad, como la homilía precedente lo ha mostrado[1], se quedó en medio de las dos hermanas, la mayor es Samaria y la menor Sodoma. ¿Quiénes son estas dos hermanas de la pecadora Jerusalén? El cisma y la división del pueblo crearon a Samaria, porque en aquel tiempo, cuando las diez tribus se retiraron [del reino], diciendo: “No tenemos parte con David, ni porción con el hijo de Jesé” (1 R 12,16), en ese momento Jeroboam erigió los dos becerros de oro (cf. 1 R 12,28), y Samaria devino un cisma, que creció aún más después del exilio de las diez tribus, cuando los asirios enviaron a la tierra de Israel a los “guardias” llamados “samaritanos”, pues en lengua hebrea somer significa “guardia (cf. Jr 4,16-17). Por tanto, como había comenzado a decir, Samaria todavía no es mi hermana mientras yo esté lejos de los pecados; en cambio, cuando peco, me crecen dos hermanas, Samaria la mayor y Sodoma la menor. Consideremos qué significa esto.
Sodoma simboliza el paganismo, en tanto que Samaria es tipo de los cismas y herejías que lesionan gravemente la unidad de la Iglesia. Debemos, en consecuencia, fortalecer nuestra fe para que no se deje conducir hacia esos extremos (§ 1.5).
El significado de Samaria y Sodoma
1.5. Quienes prometen la palabra divina y no tienen en sí mismos la verdad de la predicación, como lo prometen, son llamados en las Escrituras figuradamente samaritanos. “¡Ay de aquel que desprecia a Sión, se dice, y confía en el monte de Samaria! Has vendimiado a los jefes de las naciones” (Am 6,1 LXX). Como si dijera: ¡ay de quienes menosprecian a la Iglesia y confían en la arrogancia y en las palabras ampulosas de los herejes! Porque esto es despreciar a Sión y confiar en el monte de Samaria. Por lo tanto, si nosotros también pecamos, los que pertenecemos a la Iglesia[2], no estamos separados de los herejes en la falsedad de sus doctrinas. Pues quien peca tiene una fe defectuosa. Si tenemos una conducta mala, Sodoma es nuestra hermana; en efecto, los gentiles son Sodoma. Y así, cuando pecamos, somos hermanos de los herejes y de los gentiles, porque Samaria corresponde a la herejía y Sodoma a la gentilidad.
La más grave culpa le corresponde a Jerusalén, pues habiendo sido instruida por Dios, ella hizo parecer justas sus graves faltas e iniquidades. Y nosotros debemos, una vez que hemos sido “educados”, estar alertas y saber defendernos de las obras inicuas (§ 1.6).
Las iniquidades de Samaria y de Sodoma
1.6. Además, Samaria “habita a la izquierda” de la pecadora Jerusalén, y Sodoma “a la derecha” (cf. Ez 16,46). Porque para ella el pecado que se comete con las acciones es menos deshonroso y, por lo tanto, Sodoma está a su derecha. Y, por otra parte, Samaria no está lejos, ya que permanece a la izquierda [de Jerusalén]; y [Jerusalén] es reprendida porque “caminó con sus hijas y hermanas en todas sus iniquidades”, y lo hizo hasta tal punto que en comparación con sus transgresiones “hizo que sus iniquidades [parecieran] justas” (cf. Ez 16,51). Por lo tanto, es necesario llegar a conocer las iniquidades de Sodoma, para que, una vez que haya sido instruido, pueda protegerme de ellas y no sea sorprendido por la ignorancia de aquellas que son las iniquidades de Sodoma.
