OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (866)

El fariseo y el publicano

Hacia 1190-1200

Biblia

Saint-Omer, Francia

Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel 

Homilía VII 

Muchas, variadas y maravillosas son las virtudes o facultades que Dios ha infundido en nuestra alma. Ellas la embellecen y la hacen capaz de alabar al Creador por tan grandes dones. Pero cuando el alma se deja seducir por teorías o enseñanzas falsas, su belleza se corrompe (§ 7.1).

Las facultades del alma 

7.1. “Y manchaste tu apariencia[1]” (Ez 16,25). Aunque no seas una persona de grandes pecados, sin embargo, debido a que la belleza del alma es inmensa, también se mancha por asociación con los pecados menores. Considera las facultades del alma, que han sido implantadas por Dios, contempla su belleza, su invención, su disposición, su capacidad de expresión, su memoria, su facultad de discernir, la naturaleza de su ingenio, cómo primero comprende y luego juzga lo entendido, para ser incitada a pensar, con el fin de hacer que sus pensamientos sean útiles para la mente, considera qué impulsos intensos tiene, los pensamientos sobre Dios. Así dotada, posee una gran belleza; pero se corrompe por las doctrinas heréticas y por la enseñanza de un sistema religioso fuera de orden[2].

Subraya Orígenes que la fornicación, aunque detestable en todas sus formas, puede manifestarse de diversas formas en cada ser humano, ya que siempre nos aparta de Dios y nos hace postrarnos ante los ídolos que nosotros nos fabricamos (§ 7.2).

La fornicación

7.2. “Y pasaron tus piernas por todos los lugares de paso, y multiplicabas tus fornicaciones” (Ez 16,25). Una clase de fornicación es diferente de otra fornicación; y como en la fornicación de la carne hay alguien que no comete excesiva fornicación e incluso así está contaminado por la fornicación, hay otro que multiplica sus fornicaciones; así también en aquella fornicación que ensucia el alma y los pensamientos, uno se abruma por la multitud de fornicaciones, mientras que otro ya es inseparable de la fornicación. Por eso, “con la medida con que midan, se los medirá a ustedes” (Mt 7,2).

Caer en manos de los pensamientos carnales nos hace indignos de “las palabras de Dios”, perdemos el don de la cercanía con nuestro Señor (§ 8.1).

Los pensamientos carnales 

8.1. “Y fornicaste con los hijos de Egipto, vecinos tuyos” (Ez 16,26). Los hijos de Egipto son las potestades adversas. Y no es de extrañar que se diga que nuestros vecinos sean egipcios, ya que los territorios de Egipto y Jerusalén están en contacto. Y aquellos son de grandes carnes, no porque estos egipcios tengan grandes miembros carnales -y de hecho parece conveniente que se hayan indicado con un vocabulario púdico sus partes íntimas, es decir, grandes carnes-, sino porque los pensamientos carnales nos hacen ser de grandes carnes; así como hay cierta carne, la faz de Dios, sobre la cual se dice: “Como mi carne en tierra desierta, sin caminos y sin agua, así me he mostrado en el lugar santo” (Sal 62 [63],1-2). Por tanto, Jerusalén fornicó con los hijos de Egipto, sus vecinos de grandes carnes. “Cometiste, dice [la Escritura], muchas clases de fornicación para provocarme” (Ez 16,26). “Pero si extiendo mi mano contra ti, te quito tus bienes y te entrego a las almas de quienes te odian, a los hijos de los extranjeros” (Ez 16,27). Ves que es entregada a las almas de los extranjeros aquella que es indigna de practicar la Ley y de las palabras de Dios.

Nuestro combate es contra las potestades adversas, contra el espíritu del mal, que siempre busca sumergirnos en una cautividad permanente, sin posibilidad de escapatoria. Debemos, por tanto, estar preparados para este combate tan arduo (§ 8.2).

Una lucha contra el Maligno 

8.2. “Aquellas [almas] te desviaron del camino. Has actuado impíamente y has fornicado con los hijos de Asur” (Ez 16,27-28). Primero con los hijos de Egipto, luego con los hijos de Asur. Estas son las especies de pecados. Porque también, cuando los asirios tomaron prisioneros a los hijos de Israel, sucedió realmente lo que la historia relata, pero está escrito que, por la frecuencia de nuestra cautividad, perpetrada por asirios espirituales, sobre los cuales el Apóstol dice: “No luchamos contra la carne ni la sangre, sino contra los espíritus del mal” (Ef 6,12).

Debemos arrepentirnos sinceramente de nuestras faltas, evitando encadenar pecado tras pecado. Dios nos quiere regalar la vida bienaventurada y por ello ha establecido una alianza con nosotros. Si somos fieles a ella podremos experimentar la verdadera felicidad (§ 9). 

Alianzas indebidas 

9. “Y ni así te saciaste; y fornicaste y no quedabas satisfecha” (Ez 16,28). Cuando alguien que peca no se sacia, sino que siempre a los pecados anteriores une nuevos pecados, “atando sus iniquidades con una soga larga, como si fuera la correa del yugo de una vaca joven” (cf. Is 5,18 LXX), y nunca se vuelve a cosas mejores ni hace penitencia por sus malas [acciones], se le dice: “Y no te saciaste. Y multiplicaste mis alianzas con la tierra de Canaán” (Ez 16,29). Cuando Dios hace alianzas con nosotros y estamos de acuerdo con Él, somos felices. Pero cuando fornicamos con los espíritus de impiedad, entonces desviamos los testamentos de Dios hacia la tierra de Canaán, y establecemos un pacto con ella. Sin embargo, esto compréndelo tanto para los caldeos como para las demás naciones, cuando se nos reprende por cualquier otro pecado. “E [hiciste] alianzas con los caldeos, y ni así quedabas satisfecha” (Ez 16,29).

El Alejandrino propone no centrar la atención solo en el tema de la fornicación. Él desea abrir su reflexión a todos los que quieren vivir en plenitud el seguimiento de Cristo y cumplir cabalmente la Ley del Señor (§ 10.1).

Cumplir con sincero corazón los mandatos del Señor

10.1. Después del catálogo de pecados, se le habla a la Jerusalén pecadora: “¿Qué debo hacer contigo, dice el Señor Adonai, cuando tú haces todas estas obras de una mujer pecadora descarada?” (Ez 16,30). Vamos a elevar nuestro discurso, porque no siempre es útil hablar de fornicaciones, y está lejos de nosotros el pensamiento de que haya alguien en la Iglesia que necesite exhortaciones que lo disuadan de la fornicación. Porque si alguien necesita oír: “No fornicarás” (Ex 20,13 LXX)[3], y también aquello: “Si alguien viola el templo de Dios, Dios lo destruirá” (cf. 1 Co 3,17), este es semejante a quienes les dice el Apóstol: “La ley no está puesta para el justo, sino para los inicuos y rebeldes, para los impíos y pecadores” (1 Tm 1,9). Por consiguiente, como la ley no está puesta para el justo, sino para los inicuos y rebeldes, del mismo modo, la doctrina que advierte contra la fornicación, no está puesta para los castos, sino para los injustos, los fornicarios y los desobedientes.

La enseñanza cristiana debe impartirse según las posibilidades de los oyentes. Esta importante recomendación paulina nos recuerda que no todas las personas pueden recibir alimento sólido, sino que se debe considerar su madurez espiritual y adaptar los contenidos de la doctrina que se les imparte conforme a sus posibilidades (§ 10.2).

Las diversas clases de alimentos espirituales

10.2. Por tanto, no tenemos necesidad de aprender a apartarnos de la fornicación, sino de tender hacia una mayor perfección a partir de los rudimentos iniciales de Cristo. “En efecto, dice [el Apóstol], cuando después de tanto tiempo deberían ser maestros, aún necesitan que se les enseñe cuáles son los elementos iniciales de las palabras de Dios, y han llegado a ser como niños a quienes hay que dar leche, no alimento sólido” (Hb 5,12). Todo discurso que ordena: “No fornicarás, no cometerás adulterio, no robarás” (cf. Rm 13,9; Ex 20,13-17; Dt 5,17-21)), no es alimento sólido, sino que se presenta como leche para los infantes. La comida de los atletas está constituida de Dios omnipotente, de sus misterios que están escondidos y se expresan de manera velada en las Escrituras. Mira cómo habla Pablo a los corintios: “Les di de beber leche, no alimento sólido, porque todavía no podían soportarlo; y ni siquiera ahora pueden” (1 Co 3,2). Y como aún necesitaban leche, aprenden lo que suelen aprender los pequeños: “Bueno es que el hombre no toque mujer; por causa de la fornicación” (cf. 1 Co 7,1-2), y lo restante. Y además se les enseña a no comer de los sacrificios a los ídolos (cf. 1 Co 8,1 ss.; 10,18). 

A fin de evitar el tratamiento excesivo del tema de la fornicación, Orígenes hace un breve paréntesis y aborda la diferencia que existe entre un alimento sólido y otro que carece de esta condición, como es el caso de la leche. Así nos invita a buscar continuamente el sentido más profundo de los textos bíblicos, a permanecer en una constante actitud de ascenso (§ 10.3).

Anhelemos el alimento sólido

10.3. Toda esta enseñanza es la leche de los niños pequeños y de los que todavía son infantes en Cristo. Pero cuando escribe a los efesios, les ofrece alimento sólido. En efecto, no se oye hablar en Éfeso de fornicación, ni de idolatría, ni de comer carne inmolada a los ídolos[4]. De estos ejemplos aprendemos qué es el alimento sólido, y que la leche espiritual y sin engaño (cf. 1 P 2,2) es el significado moral, y el alimento sólido es el entendimiento místico. Por lo tanto, bienaventurados somos si nos apresuramos hacia aquello que es más perfecto, dejando los primeros rudimentos. Y dado que la leche es el significado moral, después de haber dicho ya algo sobre la leche, el Apóstol añade: “No vuelvan a poner el fundamento de la penitencia de las obras muertas” (Hb 6,1). Tales son todos aquellos que aún se alimentan de leche; pero el perfecto necesita otras enseñanzas. Que estas cosas sean dichas de paso, porque me había alejado del discurso, para no pasar inmediatamente de la explicación de una fornicación a otra fornicación, que ahora expondré.

“Orígenes interpreta Ez 16,30 con la ayuda de 1 Ts 5,23, en donde el Apóstol presenta la visión tripartita del ser humano, formado de espíritu, alma y cuerpo. Por consiguiente, la triple fornicación es aquella que compromete por completo a los tres componentes de la persona”[5] (§ 10.4).

Espíritu, alma y cuerpo

10.4. Se dice ciertamente acerca de Jerusalén: “Y has fornicado tres veces en tus hijas[6]” (Ez 16,30). ¿Qué significa lo que dice, que Jerusalén ha sido fornicada triplemente en sus hijas? Necesitamos la ayuda de Dios para que Él mismo nos explique la oscuridad de este pasaje. Y así como Moisés escuchaba a Dios y luego comunicaba lo que había oído de Dios al pueblo (cf. Ex 25,1 ss.; 35,1 ss.), así nosotros también necesitamos que el Espíritu Santo hable en nosotros sobre los misterios, para que, gracias a sus oraciones, podamos comprender[7] la Escritura, y a su vez anunciar a los pueblos lo que hemos oído. Entonces, ¿qué significa esto: “Has fornicado tres veces en tus hijas”? Si entiendes la fornicación de la carne, del alma y del espíritu, y ves a alguien fornicando en uno de estos aspectos, verás a Jerusalén fornicando triplemente. Pero aquel que es purísimo en estos tres aspectos, merece escuchar del Apóstol: “El Dios de la paz los santifique plenamente, y todo aquello que es de ustedes, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (1 Ts 5,23; cf. 1 P 4,11).


[1] Otra traducción, conforme al texto griego de la LXX: “Mancillaste tu belleza”.

[2] Lit.: extraneus: extraño, extranjero.

[3] Lit.: no cometerás adulterio.

[4] Esus idolothytorum.

[5] OO 8, p. 278, nota 32.

[6] Otra traducción: “Fornicaste tres veces con tus hijas” (así La Biblia griega, vol. IV, p. 413).

[7] Lit.: Escuchar (audire).