OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (864)

La parábola del grano de mostaza

1791-1795

Biblia

Bolton, Inglaterra

Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel

Homilía VII

Es importante estar atentos a lo que la Escritura santa nos enseña sobre la vida del pueblo de Israel, a fin de evitar las faltas que los israelitas cometieron en su devenir histórico (§ 1.1).

Aprender de la experiencia

1.1. El catálogo de los pecados de Jerusalén, cualquiera sea su interpretación, edifica al oyente. Porque, como si en su propia casa el señor corrige a alguien de su servidumbre y expone sus pecados, otro que fue comprado recientemente como siervo, al ver la severidad del padre de familia, lo que reprueba y lo que aprueba, se instruye para no hacer lo que hicieron los esclavos anteriores, y en esto se apresura con todo su esfuerzo para realizar aquellas acciones por las cuales otros ganaron el honor y la libertad del señor. Así también, nosotros, al escuchar aquello por lo que Dios culpa a Jerusalén, o a toda Judea, o a una u otra de las tribus que ha faltado de una manera particular, recibimos una ventaja nada desdeñable, que nos impide caer en aquellas cosas en las que cayeron los demás.

Nuestras faltas nos privan del acceso a la morada de Dios, y nos impiden, en consecuencia, recibir los bienes prometidos, quedamos con las manos vacías a causa de nuestros pecados (§ 1.2). 

“No sucederá”

1.2. El principio de la lectura de hoy dice que Jerusalén ha recibido las vestiduras de Dios, y las convirtió en ídolos cosidos sobre los que se prostituyó (cf. Ez 16,16-17). De esto he hablado en la homilía anterior[1], según mis capacidades, mostrando cómo aquellos que desgarran las Escrituras y separan una palabra de otra, reuniéndolas y luego forjando doctrinas mentirosas, son esclavos de los ídolos y se han revestido con las vestiduras de las Escrituras. “No entrarás en mi tienda, estás fuera y fuera te quedarás” (cf. Lc 16,16 LXX; Sal 14 [15],1). La Escritura sabe que los santos están dentro. Los pecadores fuera. Por lo tanto, dado que Jerusalén ha cometido pecados tan graves que no merece entrar en las promesas de Dios y que se le diga: “No entrarás”, estemos en guardia, para que tampoco a nosotros se nos diga un día: “Y no entrarás y no sucederá”[2] (Ez 16,16 LXX). No está completo esto que se dice: “No sucederá”, por lo que hay que entender algo fuera del texto para poder completar el sentido. Es decir, no se realizarán aquellos bienes que te habían sido prometidos y que estabas a punto de recibir.

Dios nos ha regalado las Sagradas Escrituras para que escuchemos y nos instruyamos con su Palabra. No debemos interpretar a nuestro antojo el mensaje que ellas nos transmiten, desviándonos de su recta comprensión (§ 2).

No distorsionar el mensaje que nos transmiten las Escrituras santas

2. Otra culpa sigue: “Y has tomado los objetos que hacían tu gloria, de tu plata y de tu oro, que yo te di, y te has hecho imágenes de hombres” (Ez 16,17). Según el sentido común, se puede entender así: “Los que hacían tu gloria” -sobre los cuales Moisés escribió en [el libro de] los Números: “Los incensarios, las copas, el candelabro de oro, el arca dorada por dentro y por fuera” (cf. Nm 4,7; 7,13 ss.; 8,2 ss.; 3,31), etc.-, los tomaste y los fundiste, e “hiciste imágenes de hombres, y fornicaste con ellas” (Ez 16,17). Pero en sentido alegórico, se explicará así: los objetos de oro y plata, es decir, los incensarios, las copas y otros similares, los tenemos en las Sagradas Escrituras; por lo tanto, cuando torcemos el sentido de la Escritura hacia otro sentido que es contrario a la verdad, distorsionamos las palabras divinas y convertimos las cosas de Dios en otras imágenes. Al hacer esto, incurrimos en el pecado que aquí [se dice que] ha cometido Jerusalén. Nuestros vasos de gloria son la ley y los profetas; en ellos nos alegramos, gracias a ellos nos elevamos. Cuando interpretamos a estos de manera distinta a como la verdad los presenta, transformamos los vasos de nuestra gloria de plata razonable y de oro sensible, que Dios nos dio, y hacemos imágenes de hombres y fornicamos con ellas.


[1] Hom. VI,11.

[2] Lit.: tú no entres, ni esto suceda.