OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (861)

Cristo crucificado
Hacia 1070
Salterio
Winchester, Inglaterra
Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel
Homilía VI
Estupenda catequesis bautismal que se ofrece a los catecúmenos, en la que se enseña que en el bautismo recibimos el agua, que nos purifica, y el Espíritu Santo, que hace de nosotros nuevas criaturas, conscientes de su pequeñez (§ 5).
El baño del bautismo con agua y en el Espíritu Santo
5. “No fuiste lavada con agua para la salvación” (Ez 16,4). Veamos qué hay en Jerusalén, para evitar que quizás también en nosotros se encuentren las mismas cosas. Por ejemplo, se dice: hay una mujer que ahora ha sido lavada, pero se pregunta si también lo ha sido para la salvación, para que nosotros asimismo temamos por estas palabras que se han agregado: “Para la salvación”. No todos son lavados para la salvación. Nosotros, que hemos recibido la gracia del bautismo en el nombre de Cristo, hemos sido lavados, pero no sé quién fue lavado para la salvación. Simón fue lavado, y “recibido el bautismo, perseveraba en compañía de Felipe” (Hch 8,13); pero como no fue purificado para la salvación, fue condenado por aquel que, en Espíritu Santo, le dijo: “Vaya tu dinero a la perdición junto contigo” (Hch 8,17-20). Es muy difícil aquel que es lavado sea lavado para la salvación. Miren, catecúmenos, escuchen, y conforme a lo que se dice, prepárense ustedes mismos, mientras son catecúmenos, mientras todavía no han sido bautizados, y vengan al lavacro y sean lavados para la salvación, y no como algunos que han sido lavados, pero no para la salvación; recibe el agua, pero no recibe el Espíritu Santo. Quien es lavado para la salvación, recibe tanto el agua como el Espíritu Santo. Porque Simón no fue lavado para la salvación, recibió el agua, pero no recibió el Espíritu Santo, pensando que el don del Espíritu podía comprarse con dinero (cf. Hch 8,20). En el agua no fue lavado para la salvación (cf. Ez 16,4). A toda alma pecadora que parece creyente, se dicen estas cosas que ahora leemos para Jerusalén, para que no me eleve demasiado a lo alto, y busque lo que está más allá de mis fuerzas y mi inteligencia.
Quien recibe la gracia de Dios, creyendo en Jesucristo y en el Espíritu Santo, está condimentado con la sal evangélica (§ 6.1).
La sal de la gracia de Dios
6.1. “Ni con sal fuiste salada” (Ez 16,4)[1]. Y este es el crimen de Jerusalén, porque no fue digna de la sal de Dios. Yo, si creyere en mi Señor Jesucristo, Él me hará sal, y me dirá: “Ustedes son la sal de la tierra” (Mt 5,13). Si creyere en el Espíritu que habló en el Apóstol (cf. Hch 13,9), soy condimentado con sal, y puedo observar el mandato que dice: “Que la palabra de ustedes sea siempre en gracia, condimentada con sal” (Col 4,6). Es una gran obra el estar salados. Quien está condimentado con sal, está lleno de gracia. Porque también en un proverbio común se le dice salado a quien está lleno de gracia y, al contrario, del insípido se dice que no posee gracia. Por tanto, si la gracia nos viene de Dios y estamos llenos de su don (cf. Hch 8,20), estamos salados con sal.
Comienza en el párrafo siguiente un desarrollo cristológico mediante el cual el predicador mostrará el amor compasivo de Dios Padre y de su Hijo, nuestro Salvador Jesucristo (§ 6.2-3).
Los crímenes de Jerusalén
6.2. Y también: “No fue envuelta en pañales la Jerusalén pecadora” (Ez 16,4). Observa lo que decimos. El alma que renace apenas sale del baño bautismal es envuelta en pañales. Nuestro Señor Jesús mismo fue envuelto en pañales, como se relata en el Evangelio según Lucas (cf. Lc 2,7. 12). Por tanto, quien nace de nuevo, en cuanto renace en Cristo, debe desear la pura leche espiritual (cf. 1 P 2,2); y antes de que desee la leche razonable y sin engaño, debe ser salado con sal y ser envuelto con pañales, para que no se diga de él: “No fuiste salado con sal, ni fuiste envuelto en pañales” (Ez 16,4). Pero que estos sean los crímenes de Jerusalén: no cortar su cordón umbilical, ni ser salada con sal, ni envuelta en pañales, y no ser lavada con agua para la salvación, lo indica el resto de la Palabra, que así dice: “Ni tuvo miramiento mi ojo sobre ti para hacerte una sola de todas estas cosas, dice el Señor, para sentir alguna compasión por ti” (Ez 16,5).
Orígenes presenta “la humanidad de Dios”, entendida como voluntad de participación en las realidades humanas. Pero, al mismo tiempo, tiene claro que Dios no es como un ser humano (cf. Nm 23,19), aunque cuando la divina economía se entrelaza con las cosas humanas asume la mente, las costumbres y el lenguaje de los seres humanos. Nuestro Dios nos ama entrañablemente y nos ayuda con un comportamiento y unas formas humanas[2] (§ 6.3).
La gran misericordia de nuestro Dios y Señor
6.3. Tomaré un ejemplo sacado de la vida de los hombres, luego, si el Espíritu Santo me lo permite, pasaré a Jesucristo y a Dios Padre. Cuando hablo con un hombre y le suplico por alguna cosa que tenga compasión de mí, si está privado de misericordia, no experimenta [compasión por] nada de lo que le digo; pero si tiene un ánimo sensible y en modo alguno ha endurecido su corazón, me escucha y tiene compasión de mí, y sus entrañas se enternecen ante mis súplicas. Comprende algo semejante respecto al Salvador. Descendió a la tierra, compadeciéndose del género humano, soportando nuestros sufrimientos, antes de sufrir la cruz y dignarse asumir nuestra carne; porque si no hubiese padecido, no habría venido a participar en la vida humana. Primero padeció, después descendió y se mostró visible. ¿Cuál es esa pasión que padeció por nosotros? Es la pasión de la caridad. El mismo Padre, y Dios del universo, paciente y muy misericordioso (cf. Sal 102 [103],8), ¿no sufre en cierto modo? ¿Acaso no sabes que, cuando Dios se ocupa de las realidades humanas, sufre una pasión humana? “Por tanto, “el Señor tu Dios ha tomado sobre sí tus costumbres, como un hombre toma sobre sí a sus hijos” (Dt 1,31). Dios carga sobre sí nuestras costumbres, como el Hijo de Dios soporta nuestras pasiones. El Padre mismo no es impasible. Si se le pide, tiene misericordia y compasión, un sentimiento de amor, y se pone en una condición incomparable con la grandeza de su naturaleza, y por nosotros soporta las pasiones humanas.