OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (860)

La construcción de la torre (torre de Babel)
Hacia 1212-1220
Salterio
Oxford, Inglaterra
Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel
Homilía VI
En el siguiente pasaje de la homilía se nos ofrece una notable descripción de las consecuencias del pecado en nuestra vida de fe: nos separamos de Dios, del Espíritu Santo, perdemos nuestra condición de pueblo elegido (§ 3.1).
El pecado nos priva de nuestra relación filial con Dios
3.1. Por eso testificó Ezequiel y dio a conocer las iniquidades de Jerusalén, y dijo: “Así dice el Señor: Tu origen y tu nacimiento son de la tierra de Canaán, tu padre fue amorreo, y tu madre hitita” (Ez 16,3). ¿Qué ciudad en el mundo fue así elevada y se enorgulleció, como la ciudad de Dios (cf. Sal 45 [46],5)? Y, sin embargo, ella misma, prometiéndose grandeza, como si fuera cercana a Dios y su ciudad, por haber pecado, es reprendida por el Espíritu Santo como degenerada y extranjera; porque su padre, un amorreo, ya no es Dios. Mientras no pecó, su padre era Dios; cuando pecó, un amorreo devino[1] en su padre. Mientras no pecó, su padre fue el Espíritu Santo; cuando pecó, una hitita devino su madre. Mientras no pecó, tuvo su origen en Abraham, Isaac y Jacob; cuando pecó, su origen pasó a ser cananeo. Con frecuencia me he asombrado de lo que dijo Daniel al anciano pecador, al que, por su pecado, lo llamó “raza[2]”, diciendo: “Raza de Canaán, y no de Judá” (Dn 13,56). En verdad, grande es Daniel al llamar con mucha firmeza “raza de Canaán, y no de Judá” al anciano pecador; pero mayor que él en comparación es Ezequiel que no le echa en cara a un solo anciano ni a dos personas su nacimiento ultrajante, sino que dice: “Tu origen y tu nacimiento son de la tierra de Canaán, tu padre fue amorreo y tu madre hitita” (Ez 16,3). Como Jerusalén cometió muchos pecados, por eso el profeta, reprendiendo, la honró con tres nombres en lugar de uno o dos. Siete pueblos son enumerados en el Génesis por Dios en la única tierra que entregó a los hijos de Israel. Estos son los siete pueblos: “En la tierra de los cananeos, de los hititas, de los amorreos, de los ferezeos, de los heveos[3], de los gergeseos, de los jebuseos” (cf. Gn 15,19-21; Dt 7,1). Hubiera sido imposible reunir a esos siete pueblos, para echar en cara a Jerusalén pecadora su bajeza, de lo contrario sin duda el profeta lo habría hecho. En cambio, ¿ahora qué hace? Eligió a un amorreo de entre los siete y a un cananeo[4], y dijo que la Jerusalén pecadora tenía una relación con ellos, con el cananeo en cuanto al origen y nacimiento, y con el amorreo según la figura del padre, y con el hitita por parte de la madre.
Una vida sin pecado se traduce en una ancianidad feliz; en cambio, si nos dejamos combatir malamente por nuestros pecados, el nuestro será un envejecimiento infeliz (§ 3.2).
Una buena ancianidad
3.2. Si para Jerusalén se dicen cosas tan graves, acerca de la cual están escritas promesas tan grandiosas y admirables, ¿qué será de mí miserable si peco? ¿Quién será mi padre y quién será mi madre? El origen y el nacimiento de Jerusalén, tan grande e importante, son de la tierra de Canáan, su padre se llama Amorreo y su madre Hitita. Yo, que creo en Cristo Jesús y me he confiado a un maestro tan grande, si peco, ¿quién será mi padre? No, ciertamente, el Amorreo, sino un padre muy malo. ¿Quién es este padre? “Todo aquel que comete pecado, nace del diablo” (1 Jn 3,8); y de nuevo: “Ustedes tienen por padre al diablo” (Jn 8,44). Si, por lo tanto, sobre Jerusalén se dice que tiene un origen y un nacimiento de la tierra de Canáan, ¿qué se dirá de nosotros? Se encontrarán asimismo padres que nos engendran en los pecados. Pues, si fuera bueno y estuviera en una excelente conducta, Jesús me dice: “Hijo, se te perdonan tus pecados” (Mt 9,2); y Pablo, el discípulo de Jesús, me dice: “En Cristo Jesús los he engendrado mediante el Evangelio” (1 Co 4,15). Así que, si yo mismo fuera pecador, el diablo, engendrándome en los pecados y usurpando aquella voz con la que Dios Padre habló al Salvador, me dice: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2,7). Y otros semejantes serán más numerosos serán mis padres, hacia quienes iré. Cada uno se dirige a sus propios padres. Si hay alguien que proviene de Abraham, se le dice: “Tú, ve a tus padres en paz, después de haber vivido una ancianidad feliz (Gn 15,15). Pero si alguien sale de este mundo no con paz, sino en la guerra de los pecados, y con un envejecimiento no bueno, sino envejeciendo en días malos (cf. Dn 13,52), entonces se le dice: “Tú, en cambio, vas a tus padres en guerra, después de haber vivido un mal envejecimiento. Dios nos enseña qué debemos hacer valiéndose de otros nombres.
Para Orígenes lo que dice “sobre Jerusalén se refiere en paralelo también al alma del ser humano. Por tanto, en adelante, será persistente la trasposición del texto profético al plano sicológico individual... Orígenes distingue tres momentos en la historia de Jerusalén, que también se pueden aplicar a la historia del alma. Los dos primeros son el nacimiento en pecado, y la perseverancia, durante la juventud, en el pecado. El tercer momento no se menciona, pero probablemente es aquel del tiempo de la reconstrucción del pecado, en el que Dios concede la salvación a Jerusalén; sin embargo, ella comprendiendo sus faltas estará eternamente atormentada de vergüenza y confusión”[5] (§ 4.1-2).
Tres momentos
4.1. “En el día en que naciste, no vendaron tus pechos” (Ez 16,4 LXX), o bien: “No fue cortado tu cordón umbilical[6]” (Ez 16,4); en hebreo, en efecto, así dice: “No te fue cortado el ombligo”. De manera alegórica, Jerusalén se presenta como una doncella apenas salida de la infancia. En cambio, lo que se dice acerca de Jerusalén, sepamos que corresponde a todos los hombres que están en la Iglesia. El primer momento de su vida es tal cual se lo describe; pero lejos de nosotros que tengamos un tercer momento como se describe en referencia a Jerusalén. Todos nosotros que antes fuimos pecadores, somos llamados por Dios, Jerusalén, y tenemos aquello que se dice en primer lugar; en cambio, el segundo momento nos atañe, si perseveramos en el pecado después de la visita y el conocimiento de Dios; y sobre el tercer momento, que abominamos profundamente, lo expondremos conforme al orden.
Orígenes presenta una lectura espiritual para los dos textos bíblicos: el hebreo y la versión de los LXX. Para ambos ofrece una interpretación simbólica en la que resalta dos opciones de vida: según Dios o en la bajeza de los pecados (§ 4.2-3).
El cordón umbilical
4.2. Ahora, para volver a lo primero, está escrito sobre Jerusalén: “El día en que naciste, no te fue cortado tu cordón umbilical” (Ez 16,4). Necesitamos la ayuda de Dios para poder encontrar el cordón umbilical no cortado de Jerusalén pecadora, o al menos para poder explicar sobre el cordón umbilical de aquella que no pecó. Así yo ahora busco el cordón umbilical sea de Jerusalén, sea de cualquier otro en algún pasaje de la Escritura, para que, comparando entre sí las diversas realidades espirituales (cf. 1 Co 2,13), encuentre el motivo por el que “no fue cortado el cordón umbilical de Jerusalén”. Está escrito en Job acerca del dragón: “Su fuerza está en el ombligo, y su fortaleza en el ombligo de su vientre” (Jb 40,16 [Vulg. 11]). Sé, porque la gracia divina me lo ha concedido, al exponer este pasaje[7], que el dragón representa la fuerza contraria. Porque este es “el dragón, la serpiente antigua, llamada diablo y Satanás, que engaña al mundo entero” (cf. Ap 12,9). Su fortaleza está en el ombligo; no hay duda, pues el principio de todos los males gira en los riñones. Y por eso se hace referencia a aquel que debía nacer estaba aún en los riñones del padre, porque en los riñones se congregan las semillas humanas. La potestad contraria, intenta mostrar que dondequiera estén las semillas, está la fuerza de sus insidias. Contra los hombres, su poder está en el vientre, contra las mujeres, en el ombligo del vientre. Y observa cómo la Escritura nombró decorosamente con términos velados los órganos genitales del hombre y de la mujer, para que no significar la inmoralidad mediante esas palabras de uso vulgar. Si se ha entendido el ejemplo que presentamos de Job, comprende que, como en el varón se circuncida el prepucio, así en la mujer se amputará el cordón umbilical. Porque cuando la mujer es pudorosa y utiliza paños limpios en las menstruaciones, es decir, no cae en cosas viles ni en las impurezas de los pecadores, entonces su cordón umbilical ha sido cortado; en cambio, si peca, su cordón umbilical no ha sido cortado. Por eso reprende a Jerusalén como a una mujer a la que no le ha sido cortado el cordón umbilical.
Los pechos vendados
4.3. Los Setenta interpretaron aquí: “No vendaron tus pechos” (Ez 16,4)[8], explicando más el sentido de la expresión en vez de una traducción literal. Pero los pechos en Cantar de los Cantares se entienden como utilizados para indicar tus pensamientos y tu mente: “Porque tus pechos son mejores que el vino” (Ct 1,2). Y se recostó sobre el pecho de Jesús (cf. Jn 13,25), donde están tus pechos[9], aquel que iba a tener con él la comunión de sus pensamientos. Por tanto, cuando el pensamiento es riguroso y el discurso no se desvía, es evidente que tus pechos están vendados. Pero cuando se dicen cosas contradictorias y desviadas, los pechos no han sido vendados.
[1] Lit.: factus est, que también podría traducirse por: pasó a ser
[2] Lit.: semen, semilla, o: raza, estirpe, descendencia.
[3] O heueos.
[4] Jerónimo debe haber omitido algo en este pasaje; en efecto, para que se mantenga la coherencia con lo que sigue en el texto original se debía citar al hitita (OO 8, p. 235, nota 10).
[5] OO 8, p. 237, notas 15 y 16.
[6] El vocablo umbilicus literalmente significa ombligo, pero sin duda la traducción exige comprender, al menos en este pasaje, “cordón umbilical”.
[7] Referencia a las homilías sobre el libro de Job, de las que solo se conservan fragmentos.
[8] Sigo la versión de la Biblia griega, vol. IV, p. 411.
[9] Ubi ubera tua sunt: el pecho o los senos representan la facultad principal del corazón, de la mente y de los conceptos en ella recluidos. “Los senos son comprendidos en el Cantar de los Cantares como el lugar de la razón” (Fragmentos sobre Ezequiel, 120; PG 13, 713; OO 8, p. 521). Ver OO 8, p. 320, nota 22.