OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (849)

Cristo presenta la Eucaristía para su adoración

Hacia 870

Sacramental

Francia

Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel

Homilía III 

El fragmento griego que se ha conservado nos ayuda a comprender este primer párrafo: “Hay dos rostros, aquel que cubre y aquel es cubierto, el exterior y el interior. Y llamamos al rostro, vista; y a la vista, visión. Por ende, tenemos nuestra vista exterior y aquella interior. La visión interior es el intelecto (noys). El rosto inteligible es el intelecto, que es necesario tener fijo a fin de que tenga fuerza para servir al Verbo”[1] (§ 1.1). 

A rostro descubierto

1.1. Ante todo, respecto a lo que se dice: “Fija tu rostro” (Ez 13,17 LXX), es necesario indagar; luego, si el Señor lo permite, debemos considerar: “Las hijas del pueblo que profetizan desde su corazón” (Ez 13,17), y que hacen aquellas cosas por las cuales la palabra de Dios las corrige (cf. Ez 13,1-3). Y porque hay otro rostro aparte de este, el de nuestro propio cuerpo, aunque es evidente por muchos textos, sin embargo, también se indica con lo que el Apóstol menciona: “Todos nosotros, en cambio, contemplando con el rostro descubierto la gloria del Señor, vamos siendo transformados en la misma imagen, de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor” (2 Co 3,18)[2]. Este rostro corporal todos los hombres lo llevamos descubierto, a menos que, quizás, por calamidades y estrecheces seamos oprimidos. Pero esa faz sobre la que habla el discurso del Apóstol, en muchos está encubierta y en pocos ha sido revelada. Porque quien tiene confianza en una vida pura, en un pensamiento sano, en una fe verdadera, este no tiene solamente el velo de la confusión y del pecado, sino que, por su conciencia pura, contempla la gloria del Señor con su rostro descubierto. Y lejos de nosotros tener el rostro cubierto (cf. 1 Co 11,4).

Solo poniendo nuestra atención en la recta comprensión de las Escrituras divinas podremos devenir “capaces de Dios”. En cambio, si estanos distraídos, preocupados por las atracciones del siglo, nos apartamos de “los preceptos de Dios” (§1.2).

“Fijar el rostro”

1.2. Estas pocas observaciones sobre el rostro, para que podamos entender lo que sigue: “Fija tu rostro sobre las hijas de tu pueblo[3]” (Ez 13,17). Si este rostro, esto es, el corazón principal[4], no está fijo sobre lo que se ha de entender, de modo que, como lo ve, así lo anuncie a los oyentes: aquello que se mira no es visto. En verdad es imposible que alguien vea lo que debe sin fijar el rostro, distraído y fluctuante, “llevado por cualquier[5] viento de doctrina” (Ef 4,14). Por tanto, es preciso que quien desea comprender tenga el rostro fijo en aquello que intenta entender, y por esta razón, se ordena primero a los que van a profetizar fijar su rostro. Ahora bien, para que podamos nosotros también fijar el rostro sobre el Evangelio, sobre la Ley, los profetas, los apóstoles, fijándolo sobre Cristo y no sobre los negocios del mundo[6]. Pero cuando nuestra alma se ocupa de los asuntos mundanos, cuando siempre arde con la pasión por tener, no fijamos nuestra faz sobre aquello que Dios ha ordenado, sino sobre aquello que es contrario a los preceptos de Dios. ¿Quién, entre nosotros, piensas que está libre de tal fijación del rostro hacia lo que está prohibido? ¿Quién tiene tanto cuidado y cautela, que día y noche fija la faz de su corazón sobre aquello que se manda?

El pasaje de Ez 13,17 ss., según Orígenes, solo puede ser interpretado de forma alegórica. “En esta homilía nos encontramos ante un claro ejemplo del defectus litterae, en el cual la letra del texto, considerada en sí misma insuficiente, es dejada a un lado para pasar en seguida a la exégesis de tipo espiritual. En diversas ocasiones Orígenes insiste que en tanto la Escritura en su totalidad tiene un significado espiritual, no toda ella tiene un significado literal, pues en muchos pasajes se comprueba que el sentido literal es imposible”[7] (§ 2).

Las hijas del pueblo de Israel

2. Ahora también, si queremos comprender la Escritura presente, acerca de en qué sentido se le dice al profeta: “Fija tu rostro sobre las hijas de tu pueblo” (Ez 13,17), para que vea aquello que va a decir, debemos fijar la inteligencia y tener en la atención del corazón un discurrir sobre la cuestión del sentido, de modo que finalmente, elevados por la razón, nos apartemos de la letra. Y, según la comprensión común, algunas hijas del pueblo profetizando lo que sigue, parece que cometieron un pecado: “Tomando los almohadones, los cosían”, y, en lugar de colocarlos debajo de la cabeza, los ponían debajo del codo de los oyentes, “y con velos cubrían la cabeza de cualquier edad” (Ez 13,18 LXX). Estas son las cosas que se consideran, en las hijas del pueblo que profetizan, como grandes pecados. Pero, ¿quién puede decir, ateniéndose a la letra, que, si alguien cose almohadones y los pone debajo del codo de otro, delinque y es reprendido por Dios? ¿Quién puede afirmar que, si alguien hace velos para cubrir la cabeza de cualquier edad, actúa impíamente? Contra nuestra voluntad la misma Escritura nos obliga a buscar, alejándonos de los trazos[8] de la letra, y [buscar] la palabra, la sabiduría y su intención para abrir lo que está cerrado, iluminar lo que está oscuro, para que podamos alejarnos de hablar mal, reconociendo qué es aquello que se maldice.


[1] OO 8, p. 500.

[2] El texto griego del pasaje dice: “Pero nosotros todos con el rostro descubierto, mirando como en un espejo la gloria del Señor, vamos siendo transformados en la misma imagen, de gloria en gloria, como [por la acción] del Señor, del Espíritu”.

[3] O: contra las hijas de tu pueblo.

[4] Principale cordis, cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, IX,4; GCS 29, p. 242: “Por encima de toda gloria, esté el ornamento pontifical. Porque dentro de sí puede ejercer el pontificado aquella parte que está en él, la más preciosa de todas; que algunos llaman la parte principal del corazón, otros el sentido espiritual, o la sustancia intelectual, o de cualquier otro modo que se pueda nombrar en nosotros esta parte nuestra por la cual podemos ser capaces de Dios”.

[5] Lit.: todo.

[6] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, XVI,5; SCh 287, pp. 284-287: «El inicuo nunca está seguro, sino que siempre se mueve, “fluctúa y es llevado de una parte a otra por todo viento de doctrina, por la falacia de los hombres, hacia la decepción del error” (cf. Ef 4,14). En cambio, el justo, que observa la Ley de Dios, “habita seguro sobre su tierra” (cf. Lv 26,5). Porque tiene un pensamiento firme el que dice a Dios: “Confírmame, Señor, en tus palabras” (Sal 118 [119],28). Por tanto, “confirmado, seguro y enraizado habita sobre la tierra, fundado en la fe” (cf. Ef 3,17; Col 1,23), porque “su casa no está puesta sobre arena” (cf. Mt 7,26. 24 ss.), ni su raíz está sobre la piedra, sino que ciertamente su casa está fundada sobre piedra, pero su planta está enraizada en lo profundo de la tierra, esto es en lo íntimo de su alma (cf. Mt 13,5. 21). Por tanto, rectamente se dice a un alma así en las bendiciones: “Y habitarán seguros sobre su tierra; y les daré paz sobre su tierra” (Lv 25.5. 6)».

[7] OO 8, pp. 162-163, nota 5. Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, II,6; GCS 29, pp. 36-37: «Puesto que en las Escrituras divinas no siempre puede sostenerse la continuidad [lógica] del [sentido] literal, sino que a veces falla, como, por ejemplo, cuando se dice: “En la mano del ebrio nacen espinas” (Pr 26,9), o cuando, a propósito del templo construido por Salomón, se dice: “En la casa de Dios no se oyó la voz del martillo y del hacha” (1 R 6,7), y todavía en el Levítico, cuando “se manda que los sacerdotes examinen la lepra de las paredes, de las pieles y de los tejidos para purificarlos” (cf. Lv 14,34; 13,48). A causa de estos y de otros [pasajes] semejantes, el arca está compuesta no sólo “de tres compartimentos”, sino también “de dos compartimentos”, para que sepamos que en las Escrituras no siempre se encierra un triple sentido para la exposición, porque no siempre [podemos] seguir [en ellas] la historia, sino, en ocasiones, solo un doble sentido».

[8] Lit.: acentos.