OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (846)

Ascensión de nuestro Señor Jesucristo
Hacia 986-1001
Gradual
Prüm, Alemania
Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel
Homilía II
Orígenes inicia su predicación señalando la necesidad de que el Verbo de Dios, por medio de su palabra, nos conceda la conversión y sanación de nuestros extravíos (§ 1).
Buenos servidores de la Palabra de Dios
1. No hay ninguna especie de pecadores que sea callada por la Escritura, ni sobre la que no enseñe a los lectores acerca de ella. En efecto, era necesario que el Verbo de Dios fuera enviado para sanar a quienes lo escuchaban, debía alcanzar a toda clase de pecadores y hablar a todos los hombres, de modo que ningún remedio salutífero ni esas medicinas que puedan beneficiar en la sanación de las heridas fuera negado a nadie. ¿Cómo entonces algunas palabras se dicen al pueblo, otras a los sumos sacerdotes y algunas a los presbíteros, y algunas a los administradores -y a los buenos dispensadores se les dirige una alabanza, y a los malos se les atribuye la culpa-, para que algunos reciban una exhortación hacia cosas mejores, y otros, en cambio, no caigan en cosas peores? Así, debe hacerse clara la enseñanza divina respecto a los falsos y a los verdaderos profetas, de manera que los profetas mismos sean recibidos en la medida en que sirven las palabras de Dios, y sean declarados seudo profetas ciertos maestros de las Iglesias que no concuerdan rectamente ni en su predicación ni en su vida con la doctrina que predican. Por tanto, estamos contentos si la Escritura nos advierte diciendo que nos apartemos de los vicios, y aún más si la misma palabra de Dios toca a algunos de nuestro orden, pues queremos ser sanados y convertirnos de nuestros pecados.
A quien se encarga la dispensación de la palabra divina se le exige coherencia de vida, abandonar los vicios (§ 2.1).
La predicación de la palabra de Dios exige convertirse de los vicios propios
2.1. «Llegó la palabra del Señor al profeta Ezequiel, diciéndole: “Hijo de hombre, profetiza contra los profetas de Israel”» (cf. Ez 31,1-2). En efecto, hubo también algunos profetas de Israel más por nombre que por verdad; pero también hoy en día en el verdadero Israel, es decir, en la Iglesia, hay algunos seudo profetas y falsos maestros a quienes esta profecía denuncia. Si la palabra de Dios me acusa, buscaré convertirme, y ya que murmuran algunas cosas contra mí, que parece que soy un doctor de la Iglesia, no debo callar, sino que revelaré todo lo que ha sido dicho para que me convierta de los vicios, de modo que no provenga de aquellos a quienes la Escritura hoy reprende, sino de aquellos que, predicando fielmente la Palabra de Dios, fueron maestros en la Iglesia.
Fragmento griego: “Hijo del hombre, ponte de pie”. En cuanto recordamos, constantemente y en toda la profecía la expresión “hijo del hombre” se refiere a Ezequiel, más raramente a Daniel, siendo cada uno de ellos en la prisión imagen de Jesús, el Dios Salvador que ha venido cerca nuestro, prisioneros.
Son profetas verdaderos quienes hablan según les inspira el Espíritu Santo lo que deben decir; por el contrario, los falsos profetas hablan de lo que les brota de su propio corazón (§ 2.2).
Falsos y verdaderos profetas
2.2. “Profetiza contra los profetas de Israel, que profetizan según su propio corazón, y dirás a los profetas” (cf. Ez 13,2). Así como quien recibió la orden de decir estas cosas tuvo necesidad del Espíritu Santo, así también tiene necesidad del mismo Espíritu quien desea explicar su significado oculto, a fin de mostrar que la profecía que tenemos ante nosotros se dirige contra quien enseña lo que es contrario a la voluntad de Dios, contra aquellos “profetizan según su propio corazón”. En efecto, según el sentido simple, algunos de los profetas, puesto que hablaban según el Espíritu divino, no hablaban “desde su propio corazón”, sino desde la mente de Dios; mientras que otros, en la medida en que pretendían ser profetas, y decían: “Así dice el Señor” (cf. Ez 13,6), cuando el Señor no estaba hablando en ellos, eran falsos profetas.
No se le pueden imponer las propias opiniones o “fábulas” a las enseñanzas de Jesús consignadas en el Evangelio (§ 2.3).
La enseñanza del Evangelio desde “el corazón del Espíritu Santo”
2.3. El pasaje [que está] ante nosotros, sin embargo, también puede ser aplicado a los que enseñan en las Iglesias, si enseñan de manera diferente a lo que la verdad exige. Porque si alguien habla sobre lo que el Señor Jesucristo dijo y enseñó, entonces habla las palabras de Jesús, el Hijo de Dios, no de su propio corazón, sino del Espíritu Santo. Si está de acuerdo con los deseos de ese Espíritu Santo que habló en los apóstoles, no habla desde su propio corazón, sino desde el corazón del Espíritu Santo, que habló en Pablo, que habló en Pedro, que también habló en los demás apóstoles. Pero si alguien, leyendo el Evangelio, impone su propia opinión sobre el Evangelio, no entendiéndolo en la forma en que el Señor habló, ese es un falso profeta, hablando desde su propio corazón sobre el Evangelio[1]. Y no es en absoluto absurdo interpretar lo que se ha dicho en referencia a los herejes: porque dan discursos sobre las fábulas de sus eones, como si procedieran de los Evangelios y de los apóstoles, exponiendo su propio corazón, no el corazón del Espíritu Santo. Porque, en efecto, no son capaces de decir: “Nosotros tenemos el pensamiento de Cristo, de tal manera que sabemos los dones que nos han sido concedidos por Dios” (1 Co 2,16. 12).
“La invención, en la interpretación de las Sagradas Escrituras, es una de las acusaciones que frecuentemente Orígenes dirige a los herejes que se acercaban a los textos sagrados sobre la base de toda una serie de preconceptos que no encontraban en los textos mismos ningún soporte… Con frecuencia, entonces, la herejía es comprendida como una doctrina nueva e inventada a partir de la Ley y los Profetas”[2] (§ 2.4).
Hablar según el Espíritu Santo
2.4. Pero cuando a mí, que soy llamado hombre de Iglesia, y recibo el Libro sagrado y me esfuerzo por interpretarlo, me llega una idea que procede de los herejes, entonces pido a mis oyentes que presten mucha atención y reciban la gracia del Espíritu, sobre el que está escrito: “Discernimiento de espíritus” (cf. 1 Co 12,10)[3], para que, convirtiéndose en cambistas aprobados, observen cuándo soy un falso maestro, y cuándo estoy verdaderamente proclamando lo que pertenece a la piedad y a la verdad (cf. 1 Ts 5,19-22; 1 Co 11,19). Así pues, si encuentro la mente de Cristo en Moisés y los profetas, entonces no hablo “según mi propio corazón”, sino según el Espíritu Santo; si, por el contrario, no encuentro nada que concuerde [con Cristo] y simplemente fabricó por mi cuenta cosas para decir, moviéndome de aquí para allá en medio de discursos ajenos a Dios, entonces hablo más desde mi propio corazón que desde los pensamientos de Dios.
[1] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, IX,8.4-5: «Nosotros, que somos de la Iglesia católica, no despreciamos la Ley de Moisés, sino que la recibimos, pero si nos la lee Jesús. Puesto que así podemos comprenderla rectamente, si nos la lee Jesús; de modo que leyendo Él mismo recibamos su pensamiento y su entendimiento. ¿O no se cree que había concebido su pensamiento aquel que decía: “Pero nosotros tenemos el pensamiento de Cristo, para que reconozcamos los dones que Dios nos ha hecho, y los cuales anunciamos” (cf. 1 Co 2,12-13)? Y aquellos que decían: “¿No ardía nuestro corazón, cuando nos abría las Escrituras en el camino?” (Lc 24,32), cuando “comenzando por la Ley de Moisés hasta los profetas les interpretó todos los textos, y les reveló lo que estaba escrito sobre Él en las Escrituras” (cf. Lc 24,27).
Sin embargo, se muestra una admirable figura de la predicación (de Cristo) en estas palabras que están escritas, cuando dice: “No hubo una palabra, de todas las que prescribió Moisés, que no leyera Jesús a los oídos de la entera asamblea de Israel” (Jos 8,35 = 9,2 [6] LXX)».
[2] OO 8, p. 145, nota 13.
[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XXVII,11.2: “El alma que progresa, cuando llega a un estado en que ya empieza a tener discernimiento de visiones, se comprobará que es espiritual, si sabe discernirlo todo (cf. 1 Co 2,15). Por eso, finalmente, entre los dones espirituales se menciona como uno de los dones del Espíritu Santo el discernimiento de los espíritus (cf. 1 Co 12,10)”.