OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (838)

Jesucristo y la mujer adúltera

1684

Evangeliario

Egipto

Orígenes: Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel

Homilía I[1]

Los dos primeros párrafos de esta homilía están dedicados a dilucidar el difícil tema de la ira de Dios y del castigo que inflige para curar nuestras faltas. Se puede decir que Orígenes nos pone así en “el contexto” del libro del profeta Ezequiel. Es decir, por nuestros pecados hemos sido deportados a Babilonia (cf. Ez 1,1). Y es este lugar que el profeta tendrá la visión de la gloria del Señor (Ez 1,4 ss.), que el predicador comentará ampliamente. 

En los párrafos uno y dos, sobresale asimismo con vigor eximio el tema de la misericordia de Dios: Él no es duro o agrio, sino que nos corrige para nuestra curación, como un buen médico; para que nos enmendemos, como Padre, como Señor suave y amable. “Su bondad se hace presente incluso en aquello que juzgamos como amargo” (§ 2.4).

Dios es un Padre compasivo

1.1. No todos los que están cautivos soportan la cautividad por sus pecados. Porque cuando la multitud, abandonada por Dios a causa del pecado y soportando en cautividad, fue capturada por Nabucodonosor y llevada desde la tierra santa a Babilonia (cf. Jr 24,1), pocos justos, que estaban entre el pueblo, no soportaron la cautividad por su propia culpa, sino para que los pecadores, que habían sido oprimidos bajo el yugo de la cautividad, no quedaran completamente desamparados. Supongamos que los justos, al ser llevados a Babilonia, se quedaran en las antiguas fronteras: esto hacía que los pecadores nunca alcanzaran remedio. Por lo tanto, Dios, clemente y benigno, amante de los hombres, dispuso entre los castigos con los que castiga a los pecadores, mezclar también la compasión de su visita y no oprimir a los miserables con un castigo desmedido. Siempre es así Dios, hace sufrir a los culpables, pero como un padre piadoso, asocia la clemencia a los tormentos.

Fragmento griego[2]: No todos los que fueron llevados cautivos a Babilonia por Nabucodonosor fueron a Babilonia a causa de sus pecados. La mayoría de la gente [fue a Babilonia] a causa de sus pecados, pero los justos entre ellos no lo hicieron, como Daniel, Ananías, Azarías, Misael, este Ezequiel [de quien estoy hablando], Zacarías, Ageo, y otros como ellos.

Dios, que es bueno, y castiga a los pecadores, y entrega en cautividad a los que no pueden estar en tierra santa a causa de sus pecados -pues los opuestos no pueden coexistir-, pero envía profetas junto con ellos, para que los pecadores no se queden completamente sin ayuda, cuando se hayan convertido en cautivos. En efecto, los pecadores habían sido llevados a Babilonia a causa de su pecado, y puesto que no había justos entre ellos, no había ninguna [posibilidad de] curación para los pecadores. Por lo tanto, ésta fue proporcionada por la inefable bondad [de Dios]. Porque Él no abandona a los pecadores por completo, sino que vela por ellos a través de sus santos, sobre los que dijo: “Ustedes son la luz de este mundo y la sal de la tierra” (Mt 14,13), esto lo dijo no solo de los apóstoles, sino también de los que son como ellos.

Fue por sus pecados que el pueblo fue llevado a la cautividad

1.2. Sin embargo, si quieres reconocer que lo que decimos es verdadero, observa lo que ha ocurrido en Egipto por causa del hambre. Si hubiera querido matar solo a los egipcios y castigar a los crucificados por la hambruna de siete años, ciertamente habría hecho lo que quería y ni José habría descendido a Egipto ni el faraón habría tenido el sueño sobre lo que iba a suceder en Egipto, ni al rey le habría sido mostrado por el copero real[3], que había alguien encerrado en la prisión que pudiera interpretar el sueño del rey (cf. Gn 39,1 ss.; 41,1 ss.). Ahora bien, como ves, Dios flagela como un padre, en razón de su propia mansedumbre, pero no solo tiene compasión de Israel, sino también de los egipcios, aunque estén alejados de Él. Y es manifiesto que la obra de un buen Dios se ejerce sobre ellos, mientras José desciende a Egipto, mientras Faraón es advertido en sueños, mientras el copero real señala al intérprete, mientras el intérprete explica lo visto (cf. Gn 41,25 ss.), y así recogidas las cosechas en el tiempo de abundancia, es vencida la penuria del hambre posterior. De todo esto es evidente que no hay una ira desmedida, que es reprochada por los herejes al Creador. Podríamos, en efecto, relatar muchas historias para probar lo que he dicho, pero para no parecer que me aparto del propósito, haré un resumen del discurso. Pues mi intención es explicar que, a causa de sus pecados, el pueblo de Israel fue llevado cautivo.

Dios siempre ofrece su misericordia a quienes han pecado

2.1. Y no sea que alguien piense que los pecadores han sido entregados por Dios y, tras haber sido llevados cautivos, dejan de ser gobernados por Él y no merecen su dispensación y misericordia, consideremos más diligentemente la presente cuestión. Daniel no pecó, Ananías, Azarías y Misael estuvieron exentos de pecado y, sin embargo, fueron hechos cautivos (cf. Dn 1,6. 19), para que allí consolaran al pueblo cautivo y, mediante la exhortación de su voz, devolvieron a los penitentes, castigados por un tiempo, a Jerusalén. Durante setenta años (cf. Dn 9,2), en efecto, padecieron las penas de la servidumbre, y así finalmente regresaron a sus propias moradas, porque la santa palabra de los profetas había levantado los ánimos abatidos. Pero no solo estos cuatro fueron profetas en la cautividad; Ezequiel fue uno de ellos y Zacarías, hijo de Barakhías, cantó durante el tiempo de la cautividad bajo el rey Darío (cf. Za 1,1). También encontramos al profeta Ageo y muchos otros profetas que profetizaron en esos mismos tiempos; por medio de los cuales se indica que Dios no solo castiga a los pecadores, sino que mezcla la misericordia con los sufrimientos.

Necesitamos que el Señor nos corrija 

2.2. Pero si dudas, escucha las voces de aquellos que sufren los tormentos, misteriosamente ellas expresan en medio de sus sufrimientos la clemencia de Dios: “Nos darás a comer pan de lágrimas, y nos darás a beber con lágrimas en cantidad[4]” (Sal 79 [80],6); no dice indiferentemente: “con lágrimas”, sino con lágrimas en cantidad”. Con certeza, la misericordia de Dios es ponderada. Si no fuera útil aplicar tormentos a los pecadores para su conversión, Dios nunca castigaría las malas acciones con penas; pero, así como un padre indulgente corrige a su hijo para educarlo, así también un maestro muy prudente castiga severamente al discípulo travieso[5], para que, sintiéndose amado, no perezca. Observa a Salomón, el más sabio de todos, qué opina sobre las correcciones de Dios: “Hijo, no desdeñes las instrucciones del Señor, ni te desanimes cuando seas corregido por Él; porque a quien ama el Señor, corrige; pero azota a todo hijo que recibe” (Pr 3.11-12). Porque, dice el Apóstol: “No hay hijo que, al pecar, no sea azotado por su padre” (Hb 12,7). Y a esto añadió maravillosamente diciendo: “Perseveren en la disciplina; Dios se ofrece a ustedes como a hijos, pues, ¿a qué hijo no corrige su padre? Pero si están sin disciplina, de la cual todos han sido hechos partícipes, entonces son bastardos y no hijos” (Hb 12,8).

Dios es un amable médico 

2.3. Pero quizás haya alguien que, ofendido por el nombre mismo de “ira”, por considerar que es un crimen contra Dios. A lo que responderemos que no es tanto la ira, sino una necesaria dispensación[6]. Escucha cuál es la obra de la ira de Dios: “Para acusar, para corregir, para enmendar: Señor, no me acuses en tu ira, ni me reprendas en tu furor” (Sal 6,2). Quien dice esto sabe que la ira de Dios no es inútil para la salud, sino que se utiliza para sanar a los enfermos, para corregir a aquellos que han despreciado su palabra. Y por eso, ahora ruega para que no sean enmendados por tales remedios, ni que, con una cura punitiva, reciba la salud primitiva. Como si un esclavo, ya expuesto a los azotes, suplicara a su señor, prometiendo que cumplirá sus órdenes y dice: “Señor, no me reprendas en tu ira ni me corrijas en tu furor” (Sal 6,2). Todas las cosas que son de Dios son buenas, y nosotros merecemos ser reprendidos. Escucha lo que dice: “Los reprenderé, mientras escucho sus angustias[7]” (Os 7,12 LXX). Por eso escuchamos las cosas que son de tribulación, para que nos enmendemos. También se escribe en las maldiciones del Levítico: “Si después de esto no obedecen, ni se convierten a mí, les traeré siete plagas sobre sus pecados. Si, con todo, después de esto no se han convertido, los castigaré” (Lv 26,27-28)[8]. Todas las cosas de Dios que parecen amargas son para la edificación y para remedios. Dios es médico, Dios es padre, es Señor, y no es duro, sino amable es el Señor.

La manifestación de la bondad de Dios 

2.4. Si consideras a aquellos que han sido castigados según las palabras de las Escrituras, compara las Escrituras con las Escrituras, como te enseña el Apóstol, y verás allí que son muy dulces, donde son consideradas muy amargas. Está escrito en el profeta: “No castigará dos veces por la misma falta en su juicio” (Na 1,9)[9]. Castigó una vez en el juicio a través del diluvio (cf. Gn 7,10 ss.), castigó una vez en el juicio sobre Sodoma y Gomorra (cf. 19,24 ss.), castigó una vez en el juicio contra Egipto y seiscientos mil israelitas (cf. Ex 12,37). No pienses que este castigo fuera solo una punición para los pecadores, como si después de la muerte y los suplicios pudieran ser nuevamente entregados a ellos; fueron castigados en el presente, para que no fueran castigados eternamente en el futuro. Observa al pobre en el evangelio: es aplastado por la pobreza y la miseria y después descansa en el seno de Abraham. Recibió sus males en su vida (cf. Lc 16,25). ¿Cómo sabes si los que murieron en el diluvio recibieron males en su vida? ¿Cómo sabes si para Sodoma y Gomorra los males les fueron dados para reparación en esta vida? Escucha el testimonio de las Escrituras; ¿quieres aprender el testimonio del Antiguo Testamento, o prefieres que te enseñe el del Nuevo? Sodoma será restaurada a su antiguo estado (cf. Ez 16,55), y ¿aún dudas de que el Señor sea bueno al castigar a los sodomitas? “Será más tolerable para la tierra de Sodoma y Gomorra en el día del juicio” (Mt 10,15), dice el Señor, mostrando compasión hacia Sodoma. Por lo tanto, Dios es benigno, Dios es clemente; hace que su sol brille verdaderamente sobre buenos y malos, y hace llover verdaderamente sobre justos e injustos (cf. Mt 5,45), no solo sobre aquel sol que vemos con nuestros ojos, sino también sobre aquel sol que se contempla con el ojo de la mente. Yo era malo, y el Sol de justicia salió sobre mí (cf. Ml 4,2 [3,20]); yo era malo, y la lluvia de la justicia vino sobre mí. La bondad de Dios se manifiesta incluso en aquellas cosas que se consideran amargas.


[1] Seguimos la división y subdivisión de los párrafos propuesta por la edición publicada en la colección Ancient texts in translation [=ATT] 2, pero optando por una numeración continua para cada párrafo.

[2] En su edición la ATT 2, lo califica de “probable fragmento de la Homilía I,1.1” (p. 415, nota 1).

[3] Lit.: principe vinariorum.

[4] Trad. según: Natalio Fernández Marcos - María Victoria Spottorno Díaz-Caro [Coordinadores], La Biblia griega Septuaginta. III. Libros poéticos y sapienciales, Salamanca, Eds. Sígueme, 2013, p. 119 [Biblioteca de Estudios Bíblicos, 127]), en adelante abreviamos: La Biblia griega.

[5] O también: altanero, petulante, atrevido (lascivus).

[6] Necessaria dispensatio. Cf. Orígenes, Contra Celso, IV,72; trad. BAC 271, pp. 305-306: “Nosotros hablamos realmente de la ira de Dios, pero no entendemos sea una pasión suya, sino algo de que se vale para castigar con manera dura a los que han cometido pecados particularmente graves. Ahora, que la llamada ira de Dios y el que se dice furor suyo se ordenen a nuestra corrección, y que ésta sea la doctrina de la misma palabra de Dios, se ve por lo que se dice en el salmo 6: Señor, no me arguyas en tu furor ni me corrijas en tu ira (Sal 6,2); y en Jeremías: Corrígenos, Señor, pero con juicio y no con furor, no sea que nos reduzcas a pocos (Jr 10,24). En el libro Segundo de los Reyes (2 S 24,1) puede leerse que la ira de Dios persuadió a David a hacer el censo del pueblo, y en el primero de los Paralipómenos (1 Cro 21,1) se dice haber sido el diablo; el que compare entre sí ambos pasajes, comprenderá a qué fin se ordena la ira; una ira sobre la que Pablo afirma que somos todos hijos cuando dice: Éramos por naturaleza hijos de ira como los demás (Ef 2,3).

Que la ira no es una pasión en Dios, sino que cada uno se la atrae por sus pecados, nos lo pondrá Pablo de manifiesto en este texto: ¿Es que desprecias la riqueza de su bondad, de su paciencia y longanimidad, por no caer en la cuenta de que la bondad de Dios te está llamando a penitencia? Mas por tu obstinación y por la impenitencia de tu corazón, acumulas para ti mismo ira en el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios (Rm 2,4-5). ¿Cómo puede, pues, acumular cada uno para sí mismo ira en el día de la ira, si por ira se entiende una pasión? Además, la palabra divina nos enseña que no nos airemos en absoluto, y así se dice en e1 salmo 36: Cesa en tu ira y abandona el furor (Sal 36 [37],8); y en Pablo: Depongan también ustedes todo esto: la ira, el furor, la maldad, la blasfemia y las palabras torpes (Col 3,8), y no iba a atribuir a Dios una pasión de la que quiere nos apartemos nosotros enteramente.

Otro punto por donde es evidente que ha de entenderse figuradamente lo que se dice sobre la ira de Dios es que también se le atribuye el sueño, del que parece quererlo despertar el profeta cuando dice : Levántate. ¿Por qué duermes, Señor? (Sal 43 [44],24); y otra vez: Se levantó el Señor como de un sueño, como un guerrero embriagado de vino (Sal 77 [78],65). Si, por tanto, el sueño significa cosa distinta de lo que pudiera entender una interpretación superficial de la palabra, ¿por qué no habrá de entenderse de modo parecido lo que se diga de la ira?

En cuanto a las amenazas, son anuncios de lo que les vendrá a los malos. En este sentido se podrían también llamar amenazas lo que dice un médico al paciente: ‘Te tendré que cortar y aplicarte el cauterio si no obedeces a mis prescripciones y no sigues este o el otro régimen de comidas y no te conduces así o asá’. No atribuimos, pues, a Dios pasiones humanas, ni sostenemos sobre Él ideas impías, ni erramos al exponer, comparándolas entre sí, las explicaciones que tomamos de las mismas Escrituras. Ni los que entre nosotros predican inteligentemente la palabra de Dios se proponen otra cosa que librar en lo posible de su simpleza a los oyentes y hacerlos inteligentes”.

[7] Lit.: “Los reprenderé en el oído de sus angustias” (Arguam eos in auditu angustiae eorum). La traducción castellana que presenta La Biblia griega lee: “Los castigaré mientras escuchó sus tribulaciones” (Natalio Fernández Marcos - María Victoria Spottorno Díaz-Caro [Coordinadores], La Biblia griega Septuaginta. IV. Libros proféticos, Salamanca, Eds. Sígueme, 2015, p. 34 [Biblioteca de Estudios Bíblicos, 128]). La expresión “los castigaré” podría también significar: “los educaré”, o “voy a educarlos”; en tanto que “sus tribulaciones” es posible que sea una versión errada del hebreo: “en sus asambleas” (La Biblia griega IV, p. 34, notas b y c).

[8] Cita significativamente diferente respecto del texto hebreo, de la LXX y de la Vulgata (cf. ATT 2, p. 15, nota 15).

[9] Non vindicat in id ipsum in iudicio. La LXX dice: “No se vengará dos veces sobre lo mismo en aflicción” (trad. La Biblia griega IV, p. 78). La traducción que ofrece ATT 2 (p. 15): “No se venga dos veces en el mismo asunto”.