OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (829)

La presentación del Señor
Hacia 975-1000
Gradual
Prüm, Alemania
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía I sobre el Salmo 80 (81)
Introducción
Al salir de Egipto, es decir, del pecado, de la esclavitud del pecado, el pueblo aprende una nueva lengua: el hebreo. Así comienza a comprender las realidades que están más allá del mundo transitorio, las verdades de la fe (§ 7.1).
El conocimiento de las realidades espirituales exige necesariamente salir de Egipto. Solo al abandonar este lugar se puede aprender el lenguaje que se desconocía (§ 7.2).
Los cristianos cuando salen de Egipto, abandonan las solicitaciones corpóreas y entran en la contemplación de las cosas celestiales. Para ello necesitan también la ayuda de los ángeles. Ellos nos enseñan a cargar solo el yugo de Cristo (§ 8.1).
Cuando abandona la tierra de Egipto, Israel ya no está obligado a la servidumbre. Por tanto, deja el trabajo con el canasto y toma, en cambio, el cesto de los panes que sobran luego de la multiplicación que Cristo realizó (§ 8.2).
La multiplicación de los peces nos permite comprender, desde la óptica del Nuevo Testamento, el sentido espiritual que debemos asignar a los canastos; es decir, hacernos dignos se sentarnos a comer los panes que no sobran, para luego ascender hacia aquellos que sobraron y llenaron los canastos (§ 8.3).
El Señor siempre está atento a escuchar nuestras súplicas, si con serena confianza recurrimos a Él por medio de la oración, especialmente en las diversas tribulaciones que nos suceden en la vida presente (§ 8.4).
En el momento de la prueba, cuando nos sobreviene una violenta tentación, el Señor nos sostiene. Él está presente, aunque oculto a nuestra vista, y nos da los medios para soportar la prueba (§ 8.5).
Cristo es la roca espiritual y es Él quien da de beber a quienes le siguen. Pero si no creemos en Él, en su salvación, su presencia en medio nuestro se convierte en “agua de contradicción” (§ 8.6).
En la conclusión de su homilía, Orígenes señala que es Cristo el signo de contradicción. Y esto se pone de relieve especialmente en nuestra vivencia de la fe en la Iglesia (§ 8.7).
Texto
“Una lengua que no conocía”
7.1. A continuación, después de esto, se expresa un misterio que atañe a todo el pueblo, que no está escrito en el Éxodo, sino que se atreve a decirlo el Espíritu que [está] en el profeta. Porque se dice: “En la salida de la tierra de Egipto él oyó una lengua que no conocía” (Sal 80 [81],6). Mientras Israel se encontraba en Egipto, dice, todavía no oía hablar en hebreo; pero cuando salió de Egipto, “oyó una lengua que no conocía”, pues no sabía hablar en hebreo. Éste es un misterio inefable. Comprende, en efecto, que hablar en hebreo es [hablar] la lengua que anuncia las realidades que van más allá[1], las realidades que están por encima de este mundo, si es verdad que hebreo se traduce como “aquel que va más allá”, y “en hebreo” como “en una forma que va más allá”.
Es necesario salir de Egipto
7.2. Por tanto, cuando aprendemos las realidades que están por encima de los cuerpos, más allá del mundo, cuando dialogamos sobre ellas de forma espiritual, nosotros dialogamos en hebreo. ¿Cuándo dialogamos espiritualmente en hebreo sino cuando salimos de la tierra de Egipto? Mientras permanecemos en las realidades corporales y no salimos de Egipto, sino que trabajamos con el barro y la paja, no podemos escuchar “la lengua que no conocía” (Sal 80 [81],6). Y si alguno de los presentes está todavía en Egipto con su mente y si escucha palabras que van más allá, si escucha palabras más elevadas, no las escucha, no las comprende; en cambio, [las comprende] solo aquel que sale de Egipto. Aquel que ha aprendido a abandonar las realidades corporales y estar por completo en las realidades celestiales, aquel que posee su tesoro en los cielos (cf. Mt 19,21), éste ha salido de la tierra de Egipto y “oye una lengua que no conocía” cuando estaba en Egipto. Pues “el hombre psíquico no recibe las realidades del Espíritu de Dios; para él, en efecto, son necedad y no puede conocerlas, porque se disciernen espiritualmente” (1 Co 2,14).
Los ángeles nos ayudan a descargar nuestro yugo
8.1. “Retiró las cargas de su espalda” (Sal 80 [81],7): cuando abandonas las cosas de Egipto y las acciones del cuerpo, entonces los ángeles se preocupan por retirar las cargas de tu espalda. Cargas pesadas están sobre ti a causa del pecado, y mientras sigues en Egipto las cargas sobre tu espalda son muy pesadas. Pero cuando sales de tierra de Egipto y abandonas las cosas corpóreas, y entonces piensas en las realidades sobrenaturales y contemplas las realidades celestiales, entonces los ángeles, ministros del Verbo de Dios, se ocuparán de retirar las cargas de tu espalda, para que aligeres tu espalda y puedas, una vez que has dejado el pesado yugo de Nabucodonosor, llevar el yugo de Cristo (cf. Mt 11,30).
El canasto
8.2. “Retiró las cargas de su espalda, sus manos con el canasto habían servido” (Sal 80 [81],7). Israel, cuando se encuentra en Egipto, “sirve con el canasto”, llevando el barro y recogiendo la paja. Pero si sale de la tierra de Egipto, sus manos ya no sirven con el canasto, sino que éste puede llegar a ser tal que recoja los panes de Jesús, aquellos que sobran a quienes han comido, y ponerlos junto con los apóstoles en el canasto (cf. Jn 6,13); para que las manos que, en un tiempo, en Egipto, servían con el canasto, tomen finalmente los panes que sobran, que son abundantes y se encuentran en el canasto.
La multiplicación de los panes y los peces
8.3. Al mismo tiempo, ¿quién leyendo esto no se preguntaría también, según el Evangelio, por qué una multitud numerosa [estaba] en el desierto para escuchar al maestro y no se encontró pan, sino solo cinco panes [que tenía] un joven (cf. Jn 6,9) y unos pocos pececillos (cf. Mt 15,34)? ¿Y cómo es posible que donde no se había encontrado pan, se llenaran doce canastos (cf. Jn 6,13)? Pero quien tenga oídos [para oír] (cf. Mt 11,15), escuche estas cosas de una manera digna del Verbo y busque llegar a ser digno, en primer término, de sentarse (cf. Mt 14,19) y comer los panes que todavía no alcanzaban, para que cuando haya algunos panes que sobran, aquellos dados a los apóstoles, después de haberse esforzado para recibir los primeros panes, progrese[2] hasta los panes que sobran y que se hallan en los canastos.
Dios nos escucha y nos libera de nuestras tribulaciones
8.4. “En la tribulación me has invocado” (Sal 80 [81],8). Dios le responde y dice: “En la tribulación me has invocado y te he liberado” (Sal 80 [81],8). Cuando estamos en medio de la prueba, es entonces que debemos orar, pues la oración es escuchada. Por ejemplo, cuando tienes delante el cuerpo de alguien que ha muerto -un hijo, un marido, una esposa, un padre, una madre o un amigo- no te abstengas de la oración entonces, cuando estás atribulado. Levántate y reza. Muéstrale a Dios que valoras la oración más que el luto, que la tristeza, que el lamento, para que Dios te diga: “En la tribulación me has invocado y te he liberado” (Sal 80 [81],8). Pero si también te ha sucedido alguna otra cosa por la que estás atribulado -enfermedades, robos, falsos testimonios sin motivo y cualquier otra situación que pueda acaecerle al ser humano-, entonces sobre todo reza, para que escuches: “En la tribulación me has invocado y te he liberado”.
Dios no nos abandona en las pruebas
8.5. “Te he escuchado en lo oculto de la tempestad” (Sal 80 [81],8). ¿Qué relación hay entre las palabras: “En la tribulación me has invocado” (Sal 80 [81],8), y: “Te he escuchado en lo oculto de la tempestad”? Escucha de qué forma las palabras están conectadas. Nosotros sabemos que la tempestad en el sentido físico es un viento violento y tormentoso, que a menudo destruye las casas y arranca los árboles. Porque una tempestad es una realidad que atemoriza. Por tanto, si nos sobreviene una tentación violenta, se abate sobre nosotros como una tempestad y el espíritu al que se le confió tentarnos es una tempestad. Pero donde hay tempestad, allí se oculta Aquel que auxilia y Él se oculta en la tempestad. Y entonces, cuando sobreviene la tempestad de una gran tentación, tú invoca al Señor y Él te dirá: «“Te he escuchado en lo oculto de la tempestad (Sal 80 [81],8). Pues yo estaba en lo oculto en lo oculto de la tempestad y estaba presente en la tentación, para impedirle que te pusiera a prueba; “yo te he escuchado”». “Dios, en efecto, es fiel, y no permitirá que sean tentados más allá de lo que pueden, sino que con la tentación les dará la salida para que puedan soportar” (1 Co 10,13).
Agua de contradicción
8.6. Mientras se realizan estas cosas, se agregan todavía las palabras: “Te he probado junto al agua de contradicción” (Sal 80 [81],8). Entonces dio al pueblo el agua de contradicción desde la piedra sobre la que Moisés dijo: “Escúchenme, rebeldes[3], ¿acaso no haremos salir agua de la piedra?” (Nm 20,10). También ahora “el agua de contradicción” se encuentra en medio de los hombres. No soy yo quien interpreto así, sino aquel que excede mucho sobre mí: “La piedra, en efecto, era Cristo, y bebían de la piedra espiritual que los seguía” (1 Co 10,4). Como era aquella agua de contradicción según la historia, así es asimismo aquí el agua de contradicción.
Cristo es signo de contradicción
8.7. Escucha de qué forma Cristo es “el agua de la contradicción” (Sal 80 [81],8). Si consideras las herejías sobre Él; si consideras las discordias, cuando uno dice una cosa sobre Él, y otro piensa de manera diferente y a cada uno piensa algo diverso, verás que ésta es “el agua de la contradicción”, ésta es el agua “de caída y elevación” (Lc 2,34), ésta es el agua “para que los que no ven, vean, y los que ven, devengan ciegos” (Jn 9,39). Es ésta, para quienes creen, “la piedra angular, la piedra elegida y preciosa” (1 P 2,6; Is 28,16); pero para los que no creen es “la piedra de tropiezo, la piedra de escándalo” (1 P 2,8; Is 8,14; Rm 9,33). Por tanto, nosotros somos probados con “el agua de la contradicción”[4]. ¿De qué manera somos probados con el agua de la contradicción? “Es necesario que entre ustedes haya herejías, para que los aprobados se hagan manifiestos entre ustedes” (1 Co 11,19). Pues si no hubiera muchos de opiniones [diversas], nosotros, los eclesiásticos[5], no nos manifestaríamos como aprobados, evitando ser engañados con discursos sofísticos, por argumentos en apariencia persuasivos, por el uso impropio que ellos hacen de textos de las Escrituras, que interpretan mal. Y nosotros somos probados por las herejías mediante esto. Puesto que hemos llegado a ser eclesiásticos, oremos para heredar las realidades santas de Dios en Cristo Jesús, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
[1] Lit.: que vienen de otro lado.
[2] Lit.: suba o ascienda.
[3] O: desobedientes.
[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, VI,3.5: «Moisés escribe sobre sí y da testimonio de que él mismo pecó, al decir: “Escúchenme, incrédulos: ¿acaso de esta piedra produciremos agua para ustedes?” (Nm 20,10). Porque con estas palabras no santificó al Señor en el agua de la contradicción (cf. Nm 20,12), esto es, no confió en la fuerza de Dios, y dijo que “Dios es poderoso para sacarles agua de esa piedra” (Nm 20,10), pero como por fragilidad de cierta desconfianza, respondió diciendo: ¿Acaso podremos sacar agua para ustedes de esta piedra? Puesto que en estas palabras el Señor le computa pecado, es cierto que, al decirlas, no las profirió (movido) por el Espíritu Santo, sino (movido) por el espíritu del pecado. Y si, por el testimonio de la Escritura, se muestra que un profeta tan grande como Moisés ha tenido alguna vez en sí el Espíritu de Dios y alguna vez no lo ha tenido, o sea, en tiempo de pecado, es cierto que también debemos mantener respecto de los otros profetas una forma semejante». Y también en sus Homilías sobre el Levítico, XII,3, dice Orígenes: «“Quien tiene, dice (la Escritura), las manos perfectas” (cf. Lv 21,10). ¿A cuál de los hombres, pregunto, conviene esto que afirma? ¿En qué mortal podemos encontrar manos perfectas? Incluso si Aarón sea de quien parece que se hace mención, ¿cómo se pensará que tiene manos perfectas, con las cuales fabricó un ternero (cf. Ex 32,4), con las que esculpió un ídolo? También si mencionas a Moisés mismo, ¿cómo aparecerá que tiene manos perfectas quien no glorificó a Dios en las aguas de la contradicción (cf. Ex 17,1-7)? Por el cual delito se le ordenó dejar la vida (cf. Nm 20,24; 27,13 ss.). Si quisieras asimismo recordar a algún otro de los santos, se te opone la palabra de la Escritura que dice: “No hay hombre sobre la tierra que haga el bien y no peque” (Qo 7,20 LXX). Por consiguiente, con justicia solo Jesús tiene las manos perfectas, Él solo no cometió pecado (cf. 1 P 2,22), es decir, que tiene las obras de las manos perfectas e íntegras».
[5] Es decir: mujeres y hombres de Iglesia.