OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (786)

La incredulidad del apóstol Tomás

Hacia 1185

Salterio

Corbie (?), Francia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilías improvisadas sobre el Salmo 76 (77). Homilía III 

Introducción 

Propiamente hablando solo Cristo es “la flecha de Dios”. Pero algunos seres humanos, elegidos por el Señor, los profetas y los justos, los santos, hieren a los oyentes cuando les transmiten el mensaje que han recibido de parte de Dios (§ 5.1). 

Las flechas de Dios alcanzan también a quienes no han sido todavía bautizados para que, “pasando a través”, lleguen a ser miembros de la Iglesia (§ 5.2). 

Las flechas de las correcciones que el Señor nos lanza son para nuestra conversión, para que abandonemos todo aquello que nos conduce a la vivencia de las bienaventuranzas (§ 5.3).

Debemos desear las heridas de las flechas del Señor Jesús, gracias a ellas podemos comprender vivencialmente el amor de Dios por cada uno de nosotros (§ 5.4). 

Texto 

Flechas de Dios 

5.1. “Las nubes emitieron una voz, porque también tus flechas vuelan a través” (Sal 76 [77],18). Que Cristo sea una flecha de Dios nos lo enseña Él mismo, cuando dice en el profeta: «Me has puesto como una flecha elegida, me has escondido en tu aljaba y me has dicho: … “Si para ti es una gran cosa ser llamado mi hijo”» (Is 49,2. 6 LXX), y lo que sigue. Evidentemente, por analogía con el hecho de que Cristo es una flecha de Dios, pero una flecha elegida, es factible que haya otras flechas. Porque no se puede comprender la flecha elegida como si fuera únicamente aquella flecha. Pero si Cristo es una flecha elegida por Dios por hecho de que haya otras flechas, esta flecha es elegida en relación con otras. ¿Cuáles, entonces, podrían ser estas otras flechas? Tal vez, también las potestades santas que Dios envía, por así decir, sobre la tierra desde su arco. Tal vez, son asimismo flechas algunos hombres santos: por ejemplo, los profetas y las palabras de los justos que golpean y, por decirlo de alguna manera, hieren a los oyentes pues están dotados también estos con la potencia de las flechas.

Flechas que pasan a través

5.2. Ahora bien, las flechas de Dios pasan a través, aquellas que son homogéneas con Cristo. ¿Quieres ver como en ocasiones, sin intermediación humana, alguno es herido por una flecha espiritual, una flecha elegida, una flecha que viene de Dios? Observa a los catecúmenos que, en cierto modo, se han aproximado a la doctrina [cristiana], sin que nadie les haya enseñado a profesar el cristianismo. Como si hubieran sido aguijoneados en el alma y alcanzados por una flecha en su mente, ellos manifiestan su adhesión al cristianismo, la oración y la voluntad de aprender los contenidos de la doctrina[1]. Estas flechas de Dios pasan a través. Oremos para que tales flechas pasen a través, para que ganemos muchos hermanos y se acreciente la Iglesia de Dios.

Las flechas que nos corrigen 

5.3. Pienso que incluso existen otras flechas y al igual que se habla de una mano: “Manda tu mano y toma todo lo que posee, [para ver] si acaso bendecirá tu rostro” (Jb 1,11 LXX); y de parte de Job: “Es la mano del Señor la que me tocado” (Jb 19,21), como dijo una vez, y puede ser que algunas de sus flechas [caigan] sobre quienes no son dignos de las bienaventuranzas. Ellas procuran el castigo y lo imponen en proporción a los pecados cometidos. Pienso que esto es manifiesto en las palabras: “Las flechas del poderoso aguzadas con brasas del desierto” (Sal 119 [120],4 LXX). En este caso las fechas no hacen sino castigar a quienes merecen la punición. Cuando tales flechas penetran en el alma, ocurre que, a veces, pasan a través del cuerpo (cf. Hb 4,12); pero otras veces sacuden el alma misma y la hacen salir fuera de sí. Pues dice la Escritura: “Te golpearé con una parálisis, con la pérdida de la vista, con el delirio, y al mediodía caminarás a tientas como alguien que va a chocar contra un muro” (Dt 28,28-29 LXX)[2].

Heridas que sanan 

5.4. Por tanto, muchas son las flechas del Señor que “pasan a través” (Sal 76 [77],18): unas nos hieren[3] para nuestro bien -oh, que sea yo herido para poder decir: “Estoy herida por el amor” (Ct 2,5)-, otras nos atraviesan para castigo. Por esto invocamos al Dios del universo para que nos haga dignos de ser heridos por sus admirables y elegidas flechas, y sobre todo por nuestro Señor y Salvador Cristo Jesús, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. 

Discurso improvisado sobre el salmo 76, homilía tercera



[1] Cf. Orígenes, Contra Celso, I,43: “La gran hazaña de Jesús no se limitó al tiempo en que vivió sobre la tierra. No, el poder de Jesús sigue obrando hasta ahora la conversión y progreso de los que por Él creen en Dios. Y la prueba evidente de que esto se hace por poder suyo es que, a pesar de no haber, como Él mismo dice (Mt 9,37), obreros que cultiven el campo de las almas, es tanta la cosecha de las que se recogen y congregan en las eras de Dios, por doquiera esparcidas, que son las Iglesias”.

[2] La frase final del texto de la LXX, que Orígenes modifica, dice: “como un ciego que camina a tientas en las tinieblas (o: en la oscuridad)”.

[3] O: atraviesan.