OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (785)

La Resurrección de Jesucristo

1610

Isfahán, Irán

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilías improvisadas sobre el Salmo 76 (77). Homilía III

Introducción

Tanto más avanza el ser humano en el camino de la perfección evangélica, tanto más necesita la ayuda del Señor para no caer. Porque en la medida que se adelanta en la perfección, en la misma medida somos rodeados por un número mayor de potestades adversas (§ 3.1).

El recurso a la Primera Carta de san Juan le permite a Orígenes desarrollar un sucinto aporte sobre el significado del temor en la vida del cristiano (§ 3.2).

La cercanía de Dios exige de nuestra parte calma y sosiego, ella no es propia de multitudes rumorosas, sino de quienes poseen “una voz clara y bien articulada” (§ 3.3).

Orígenes sostiene que hay nubes que no son de carácter físico, sino espiritual. Se trata de los justos, cuyos cuerpos han sido elevados sobre la tierra y se han convertido en nubes espirituales (§ 3.4).

Los santos profetas y apóstoles se pueden comparar a ríos impetuosos, que hablan y alegran a quienes moran en la ciudad de Dios (§ 4.1).

Las potestades, las dominaciones angélicas, administran con discernimiento el movimiento de todas las realidades creadas por Dios (§ 4.2). 

Los truenos, que son la voz de las nubes, no siempre son causa de desgracias y desastres. Por el contrario, anuncian la llegada de la lluvia que da fertilidad al suelo y detienen la acción de los enviados del Maligno (§ 4.3).

Los designios de Dios son siempre insondables, es decir, escapan a la sola comprensión de nuestra inteligencia humana. Y por esto no podemos ver por qué razón los juicios de Dios no siempre nos parecen justos (§ 4.4).

Texto

Necesitamos en todo momento el auxilio del Señor 

3.1. Hemos examinado, por tanto, de diversas maneras las palabras: “Te vieron las aguas, oh Dios, te vieron y temieron” (Sal 76 [77],17). Todos los seres temen a Dios: si Dios no nos sostiene, aunque tuviéramos fuerza, estamos perdidos. Pues dice la Escritura: “Si diriges tu rostro hacia otro lado, se turbarán” (Sal 103 [104],29 LXX). Por consiguiente, tenemos necesidad de la ayuda de Dios no solo cuando pecamos, sino que me atreveré a decir que devenimos perfectos, todavía necesitamos más ayuda. ¿Por qué motivo? Porque cuando llegamos a ser perfectos somos insidiados por un número mayor de fuerzas enemigas. En consecuencia, dado que las potestades son numerosas, tenemos necesidad de un apoyo más grande para nuestra batalla, para no caer a causa de la perfección y se cumplan para nosotros las palabras: “¿Cómo ha caído desde el cielo la estrella de la mañana, que se alza al amanecer?” (Is 14,12). Muchos santos han caído. En efecto, los misterios de las Escrituras muestras tales caídas, por ejemplo: “Caminabas irreprensible en todos tus caminos, hasta que se encontró la injusticia en ti” (Ez 28,15). Por tanto, temamos todos a Dios, tanto aquellos que son imperfectos, cuanto aquellos que han alcanzado la perfección.

“El amor expulsa el temor” 

3.2. Pero alguno de los oyentes objetará: “El amor perfecto expulsa el temor” (1 Jn 4,18). No es fácil ofrecer una explicación sobre el temor y, sobre todo, con la venida del Verbo, mostrar cómo es necesario tener a Dios. Porque si el amor expulsa el temor, no lo expulsa por completo, sino a una clase de este. También sé, en efecto, que el temor es llamado con nombres diversos en la Escritura; [ahora bien], “el que teme no ha alcanzado la perfección[1]” (1 Jn 4,18); pero una vez que se ha comprendido la homonimia, ella nos ayudará a ver cómo también el temor es designado con términos homónimos. Por tanto, hay un temor por el que es necesario temer siempre, y hay un temor sobre el cual Juan afirma: “El que tiene miedo todavía no es perfecto” (1 Jn 4,18). Este temor tiene que ver con el castigo[2] (1 Jn 4,18), en tanto quien ha sido hecho perfecto por el amor no debe experimentar más este temor.

El fragor de las aguas

3.3. “Te vieron las aguas, oh Dios, te vieron las aguas y temieron; se turbaron los abismos, gran fragor de las aguas” (Sal 76 [77],17). Porque “el camino que conduce a la vida es estrecho y angosto, y son pocos los que lo encuentran[3]” (Mt 7,14). Y el pueblo de Dios es muy pequeño respecto de todos los pueblos que están sobre la tierra (cf. Dt 7,7). En el arca de Noé, cuanto más arriba se está tanto más ofrece espacio para pocos y de pequeñas dimensiones (cf. Gn 6,14-16)[4]. En cambio, donde se encuentran las cosas del abismo expuestas a la turbación, allí se habla de una masa: “Se turbaron los abismos, gran fragor de las aguas”. Para las aguas que ven a Dios no ha fragor ni siquiera una voz articulada, sino una condición de calma y tranquilidad, pues solo las aguas que ven a Dios son presa del temor. Pero en cuanto al abismo, “se turbaron los abismos, gran fragor de las aguas”. Observa que en los seres que son presa de la turbación hay fragor y no una voz límpida, clara y bien articulada.

Nubes espirituales 

3.4. “Las nubes emitieron[5] una voz, porque también tus flechas vuelan[6]” (Sal 76 [77],18). Si de nuevo queremos una explicación tropológica, la hemos expuesto varias veces, especialmente con motivo de las palabras: “Daré orden a las nubes de que no derramen lluvia sobre él, -¿quién sino la viña, la casa de Israel?-” (cf. Is 5,6-7), y: “La verdad de Dios llega hasta las nubes” (cf. Sal 56 [57],11; 107 [108],5), mas no las nubes en sentido físico. En cambio, hay justos que sus cuerpos se han elevado sobre la tierra y se convirtieron en nubes. Uno de estos era Moisés que dice: “Presta atención, oh cielo. Hablaré, y que la tierra escuche las palabras de mi boca, que espere como lluvia mi sentencia” (Dt 32,1-2). Por consiguiente, si la nube hubiera sido una nube de lluvia, física e inanimada, ¿habría dicho: “Aguarde como lluvia también mi palabra…”? Así, puesto que Moisés era una nube ha dicho: “Espere como lluvia mi sentencia y mis palabras desciendan como el rocío” (Dt 32,2). Y porque era una nube decía: “Como el aguacero sobre la hierba y como nevada sobre el césped, porque he invocado el nombre del Señor” (Dt 32,2-3).

Ríos que hablan y alegran

4.1. Así eran todos los profetas elegidos y los admirables apóstoles. Y puesto que de su seno brotaban ríos de agua que corren para la vida eterna (cf. Jn. 4,14), teniendo [en sí mismos] los ríos hablaban y alegraban la ciudad de Dios: pues, “los ímpetus de los ríos alegran la ciudad de Dios” (Sal 45 [46],5). Por tanto, dado que la Palabra dice aquí: “Las nubes emitieron una voz” (Sal 76 [77],18), no es difícil ofrecer una explicación tropológica. Pero conforme con las explicaciones ofrecidas sobre las palabras: “Te vieron las aguas, oh Dios, y temieron” (Sal 76 [77],17), y lo que sigue, se buscará ver si no se nos escapa alguna cosa respecto de las nubes.

Los ángeles administran las nubes 

4.2. Tal vez, en efecto, como hay potestades que gobiernan los mares, los ríos, la tierra, las plantas, el nacimiento de los animales, análogamente hay también potestades que presiden las nubes, de modo que algunas están sobre los truenos, los relámpagos, las lluvias, y cuando Dios lo ordena y manda hay lluvias sobre tal ciudad y no las hay sobre otra, conforme a las palabras del profeta o asimismo según el dicho: “Haré llover sobre una ciudad, pero sobre otra no haré llover” (Am 4,7). Por tanto, “las nubes han emitido una voz”: los truenos no son otra cosa que las voces de las nubes, como se puede observar en las tempestades; nunca sucede que se oiga un trueno o se vea un relámpago si el cielo está sereno. “Las nubes han emitido una voz” (Sal 76 [77],18), cuando los ángeles a quienes se les han confiado las administran con discernimiento.

Los truenos 

4.3. Pero, tal vez, si a causa de la voz del trueno en las nubes se produce un beneficio inexpresable, es un dato perceptible por los sentidos que los truenos generan algunos alimentos para los hombres; puesto que, cada vez que se producen truenos, nacen y se encuentran ciertas plantas sobre la tierra. Mas es asimismo un dato de la experiencia el hecho de que la mayor parte de los hombres cuando oye los truenos, experimenta un temor reverencial hacia la divinidad. ¿Acaso los demonios no cesan en su actividad malvada o son impedidos por los truenos que se suceden unos tras otros? ¿Tal vez, alguna vez los ángeles del diablo son impedidos por truenos, desde el momento que el fragor mismo del trueno obstaculiza sus operaciones malvadas? 

“La sabiduría de Dios es insondable”

4.4. Los seres humanos no todos comprendemos los acontecimientos ni [sabemos] cuál sea el motivo de cada cosa que sucede; en cambio, la sabiduría ce Dios es insondable e inescrutable. ¿Pues quién escrutará el abismo y la sabiduría (cf. Sb 9,16)? Por esta razón me exhorto a mí mismo y a ustedes que me escuchan a no apresurarse a escandalizarse porque no comprenden, cuando no ven la causa de por qué hay pestes, carestía, guerra, por qué sucede algo, por qué motivo hay infinitas muertes y desgracias funestas desde el inicio de la vida hasta su término. Los santos afirman que todas estas realidades son juicios de Dios, si bien no conocen la razón por la que los juicios de Dios no aparecen como justos (cf. Sal 17 [18],23; 35 [36],7).


[1] Lit.: “no ha sido perfeccionado en el amor”.

[2] Lit.: “el miedo castigo tiene”.

[3] Lit.: “y pocos son los que están encontrándolo”.

[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, II,1.6: “Se refiere que las partes superiores del arca se habían destinado para habitáculo de las bestias y los animales; la parte más baja servía de habitáculo para las bestias feroces y salvajes y las serpientes, mientras que los lugares superiores contiguos eran los establos de los animales más mansos; y por encima de todos, en lo más alto, estaba colocada la habitación para los hombres, puesto que ellos, por el honor y la razón, sobrepasan todas las cosas, de modo que, como se dice que el hombre, por su razón y sabiduría, tiene el dominio de todos los seres que están en la tierra, así también fuese colocado en el lugar más elevado y por encima de todos los seres animados que estaban en el arca”.

[5] O: dieron (edokan).

[6] Lit.: pasan.