OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (781)

Jesús expulsa a los mercaderes del templo

Hacia 1200-1210

Salterio

Oxford, Inglaterra

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilías improvisadas sobre el Salmo 76 (77). Homilía II

Introducción

La lectura cristológica del salmo le permite a Orígenes poner de relieve que Jesucristo es para el creyente Camino, Verdad y Vida. Además, el Señor Jesús no está fuera de nosotros, sino en nuestro interior. Por esta razón debemos ser santos como Él es santo, a fin de poder recibirlo dentro nuestro y prepararle una digna morada (§ 5.1).

Es necesario detenerse con especial atención y discernimiento en la frase que dice: “¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?”. Es modo alguno es posible comparar a nuestro Dios con los ídolos (§ 5.2)[1].

El Señor es generoso con sus dones. Y el regalo más grande que nos entrega, si acogemos realmente en nuestro interior la Palabra de Dios, es llegar a ser en plenitud hijas e hijos de Dios, y tener parte en su Asamblea santa (§ 5.3). 

La fe de los cristianos afirma que nuestro Dios es el único Dios verdadero. Por tanto, Él preside y gobierna la entera creación, con sus astros, y nos concede la alegría de la resurrección (§ 5.4).

La participación de los seres humanos en la naturaleza divina, “la deificación”, un tópico particularmente importante en la reflexión teológica de Orígenes. Con todo, en su reflexión deja siempre muy en claro la soberana eminencia de Cristo y el lugar especial que corresponde a los ángeles (§ 5.5)[2].

Texto

Jesucristo, Camino, Verdad y Vida

5.1. ¿Cuál es el camino que conduce a Dios sino aquel que ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6)? ¿Dónde está el camino de Dios? En el santo, siempre que seas un santo que observa el precepto que dice: “Sean santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo” (Lv 11,45; 1 P 1,16). Es algo sorprendente: su Camino dentro de ti y cómo el reino de Dios no está afuera de nosotros -pues estoy convencido de lo que dice mi Salvador: “El reino de Dios está dentro de ustedes” (Lc 17,21)-, y del mismo modo lo está el Camino. Si nosotros lo recorremos, está dentro de nosotros. ¡Esté [este Camino] alrededor del alma! No suceda nunca que el Camino se encuentre fuera de nosotros, que esté fuera de nosotros la Vida (cf. Jn 11,25), la Resurrección (cf. Jn 11,25), la Luz verdadera (cf. Jn 1,9), antes bien, que todo esto que Cristo es se encuentre en nosotros, para que también sean verdaderas las palabras: “Oh Dios, tu camino está en el santo. ¿Qué Dios es grande como nuestro Dios? Tú eres nuestro Dios, el que hace maravillas” (Sal 76 [77],14-15).

“¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?”

5.2. ¿Con quién lo compara y lo equipara diciendo: “Qué Dios es grande como nuestro Dios” (Sal 76,14)? Si se refiere a los ídolos, entonces los ídolos son beatos con los cuales, aunque son vencidos por Él, es comparado. Lejos de nosotros afirmar que se dice: “¿Qué Dios es como nuestro Dios?” comparando a los ídolos con Dios. Alguien, antes que nosotros, ha criticado a Jetró, y lo ha censurado convenientemente por haber dicho: “Ahora sé que el Señor es grande entre todos los dioses” (Ex 18,11)[3], puesto que le pareció decir algo sobre Dios comparándolo con los ídolos, sin conocer a otros dioses fuera de éstos. Por consiguiente, si la Escritura dice: “¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?” (Sal 76 [77],14), es necesario examinar sobre quién y sobre quiénes se refiere el texto en comparación con Dios: “¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?” (Sal 76 [77],14).

“Hijos del Altísimo” 

5.3. En primer término, es necesario considerar las afirmaciones del Apóstol, esto es, de qué forma él afirma en un pasaje: “Aun cuando existen los llamados dioses, ya en el cielo, ya sobre la tierra, de la misma manera hay muchos dioses” (1 Co 8,5). Pero mira, oh catecúmeno, no dejarte engañar [pensando] que también los cristianos afirman que hay muchos dioses, y no corras tras los ídolos. Escucha, en efecto, la Escritura de Dios que dice: “Todos los dioses de los gentiles son demonios” (Sal 95 [96],5)[4]. Pero puesto que Dios es generoso con sus beneficios, dice: «Pues yo he dicho: “Ustedes son dioses e hijos del Altísimo todos”» (Sal 81 [82],6). Porque la Escritura afirma que si alguien acoge la Palabra de Dios llega a ser dios (cf. Jn 10,35); pero ella también dice: “Dios está en la asamblea de los dioses, y en medio de los dioses juzga” (Sal 81 [82],1). Y si se reúnen como los hombres (cf. Sal 81 [82],7), Dios no está en la asamblea. Pero si esta asamblea es una asamblea de dioses, siendo llamados “dioses” pues la Palabra de Dios se encuentra en ellos (cf. Jn 10,35) y no caminan como los hombres (cf. 1 Co 3,3), en esta asamblea Dios está en medio y aquí sucede que “Dios está en la asamblea de los dioses, y en medio de los dioses juzga” (Sal 81 [82],1)[5].

“Dios está en la asamblea de los dioses” 

5.4. En cierto modo uno de estos dioses posee una gloria semejante a la gloria del sol, otro posee una gloria semejante a la gloria de la luna, otro posee una gloria semejante a la gloria de las estrellas. “Porque una es la gloria del sol, y otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas; pues una estrella se diferencia de otra en gloria. Así también la resurrección de los muertos” (1 Co 15,41-42). Esto para demostrar que “Dios está en la asamblea de los dioses” (Sal 81 [82],1), y: «Yo he dicho: “Ustedes son dioses”» (Sal 81 [82],6), para que desde aquí pase hacia: “¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?” (Sal 76 [77],14).

Como dioses 

5.5. Pues, si es necesario hablar con intrepidez, Abraham es un gran dios, Isaac es un gran dios, Jacob es un gran dios, y por esto han sido deificados: porque Dios unió su propio nombre, el nombre de Dios, al nombre de ellos diciendo: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob” (Ex 3,6). Diciendo una vez: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”, Él también le ha regalado a Abraham ser dios, desde el momento en que se le da una participación en la divinidad de Dios. Y si llegas hasta el Salvador y lo confiesas como Dios, puesto que es Dios, “porque en el principio era el Verbo y Dios [= el Verbo] estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1,1), no dudes en decir que muchos justos son dioses. Pero si esto vale para los justos, que serán semejantes a los ángeles, lo vale mucho más para los ángeles, no digo los demonios, no digo los ídolos. Y tengo la certeza de esto por la belleza de la Palabra de Dios. Sin embargo, el Salvador y Señor supera sin comparación a todos los seres.



[1] Cf. Origene, p. 100, nota 11.

[2] Cf. Ibid., pp. 104-105, nota 15

[3] Cf. Filón de Alejandría, Sobre la ebriedad, 41-45: «Cuando queriendo hacer ostentación de piedad, <Jetró> dijo: “Ahora sé que el Señor es grande entre todos los dioses” (Ex 18,11), levantó contra sí mismo una acusación de impiedad ante los hombres poseedores de conocimiento. Pues ellos le dirán: ¿Ahora lo sabes, impío? ¿Antes no conocías la grandeza del conductor universal? ¿Acaso habías encontrado algo más antiguo que Dios? ¿Acaso en las virtudes de los padres no son conocidas por los hijos de una vez y antes que las de todos los demás? ¿El creador y el padre del universo no es acaso el que preside desde el comienzo? De modo que si tú dices conocerlo desde ahora, tampoco lo conoces ahora porque no lo conociste desde el comienzo de tu vida. Pero no es menor la acusación que se te hace de adulteración de la verdad, desde el momento en que comparas lo incomparable y dices reconocer que la grandeza del Existente sobrepasa la de todos los dioses. Pues si conocieras verdaderamente al Existente, habrías entendido que ninguno de los otros es dios por potencia propia. Así como el sol de oriente oculta los astros a nuestra vista al expandir en torrente su propio resplandor, del mismo modo, cuando los rayos inteligibles de Dios portador de luz brillan límpidos, puros y resplandecientes a los ojos del alma, es imposible tener a la vista otra cosa. Pues la ciencia del Existente, al brillar, ilumina todo a su alrededor a tal punto que ensombrece lo que parece ser por sí mismo brillante. Nadie soportaría, pues, comparar al verdadero Dios con los falsamente llamados dioses si lo conociera sin engaño. Pero la ignorancia del Uno fabricó la opinión de qué existen muchos dioses, que en verdad no son» (trad. en: Filón de Alejandría. Obras completas. Vol. II, Madrid, Ed. Trotta, 2010, pp. 429-430).

[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XXVII,8.3: «Hay algunos que se dicen dioses, en el cielo o en la tierra (cf. 1 Co 8,5), como indica el Apóstol. Pero también se dice en los Salmos: “Todos los dioses de las naciones (son) demonios” (Sal 95 [96],5 LXX). No llama dioses, por tanto, a los ídolos, sino a los demonios que se asientan en los ídolos. Contra éstos tomó el Señor venganza…».

[5] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Jueces, VI,4: «“Mi corazón va hacia las cosas que han sido dispuestas para este Israel” (Jc 5,9 LXX). Esto es lo que me parece que quiere decir: mi corazón, mi alma, mi pensamiento y toda mi inteligencia se dirigen y miran hacia aquello que ha sido dispuesto y preparado para Israel. Con toda mi inteligencia miro en anticipo lo que es futuro. Pues si hacia ello tiendo mi alma, todo lo que está en este mundo, lo miraré como estiércol para ganar a Cristo (cf. Flp 3,8), que ha preparado para quienes le aman todo lo que el ojo no ha visto, ni el oído ha escuchado y lo que no ha subido al corazón del hombre (cf. 1 Co 2,9; Is 64,3). Por consiguiente, dice él, mi corazón está tendido hacia eso. En efecto, ya no tengo en mí un corazón de hombre, y lo que pienso, no lo pienso según el hombre. Porque según la Escritura, “aquellos a quienes se dirige la palabra de Dios son dioses” (cf. Jn 10,35), y yo ya no miro más eso con humana inteligencia, sino divina».