OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (780)

La Transfiguración de Jesucristo

Siglo X

Evangeliario

Reichenau, Alemania

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilías improvisadas sobre el Salmo 76 (77). Homilía II

Introducción

El misterio de Cristo es la clave fundamental de lectura para una correcta comprensión del Antiguo Testamento. Así, en este salmo, la encarnación del Hijo de Dios nos permite entender el sentido salvífico de todas las acciones que el Señor obró en su pueblo (§ 3.1).

Orígenes nos recuerda, dentro de un marco bíblico, la importancia de una lectura cristológica de los salmos, e incluso de todo el Antiguo Testamento (§ 3.2).

En un contexto paulino, sobre la base de textos del Apóstol, Orígenes aclara y define qué son las obras de Dios (§ 4.1).

La meditación que Orígenes recomienda a sus oyentes “es la rumia constante y que se traduce en obras de la Palabra de Dios. No es un mero ejercicio mnemónico de naturaleza intelectual, porque esta meditación llega a regular toda la vida del creyente, conforme al dictamen de Dt 6,6-7…”[1] (§ 4.2). El texto que se cita a continuación nos confirma esta aseveración:

«(Jesucristo) intercede solo por quienes son “la parte del Señor”, que lo esperan afuera, que no dejan el templo, dedicados al ayuno y la oración (cf. Lc 2,37). ¿O piensas, tú que apenas vienes a la iglesia en los días de fiesta, que no te esfuerzas por escuchar las palabras divinas, ni te entregas a la tarea de cumplir los mandamientos, que puede venir sobre ti “la suerte del Señor”? Sin embargo, deseamos que, oído esto, no solo se apliquen a escuchar las palabras de Dios en la iglesia, sino que también las practiquen en sus casas y “mediten en la Ley del Señor día y noche” (cf. Sal 1,2). Porque incluso allí está Cristo, y está en todas partes presente para quienes lo buscan. Por eso también se manda en la Ley que se la medite cuando vamos de camino y cuando nos sentamos en casa, cuando yacemos en el lecho y cuando nos levantamos (cf. Dt 6,7)»[2]. 

Texto

“La piedra era Cristo”

3.1. ¿Pero cuándo ha empezado? Cuando se ha cambiado la diestra del Altísimo (cf. Sal 76 [77],11). ¿Mas en qué momento? “Cuando me acordé de las obras de Señor” (Sal 76 [77],12). Pues si también precedentemente, antes que se cambiara la diestra del Altísimo, pensaba vivir en las obras del Señor, pero dado que no comprendía Israel, no recordaba las obras del Señor, pero al final recordé las obras del Señor. Para poner un ejemplo: leía que la mano de Moisés se extendía y cuando estaba extendida Israel vencía, pero cuando la mano de Moisés se bajaba, vencía Amalek (cf. Ex 17,11)[3]. Sin embargo, mientras leía de esta obra, no comprendía, pero al final he reconocido que las palabras: “Me acordé de las obras del Señor” se refieren al misterio de Cristo. Y veo que todas “estas cosas sucedieron en figura para aquellos; pero fueron escritas para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los tiempos” (1 Co 10,11). Y veo que “todos los padres estaban bajo la nube y todos fueron bautizados con Moisés en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual; bebían, en efecto, de la piedra espiritual que los seguía, la piedra empero era Cristo” (1 Co 10,1-4).

Lectura cristológica del Primer Testamento

3.2. Y considerando por qué motivo sucedieron entonces estas cosas y de qué eran símbolo, “me acordé de las obras del Señor” (Sal 76 [77],28). Y busco de qué forma sucedió cada una de ellas y digo: “Recordaré desde el principio tus maravillas” (Sal 76 [77],12). Pues desenrollo y busco en todas las Escrituras desde el principio de la creación y observo todos los misterios de Cristo: “Por esta razón el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne” (Gn 2,24). Estas palabras no se referían a Adán y Eva, sino a este gran misterio, afirma aquel que es más sabio que yo, “y yo lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5,32). Leo sobre Abraham y sus dos mujeres, la estéril Sara y Agar la esclava, del niño que nació primero de la esclava (cf. Gn 16,15), y después le nació un niño a la mujer libre en virtud de la promesa de Dios (cf. Gn 21,2). Mientras leyendo la Palabra nada conozco a excepción de la historia, todavía no “me he acordado de las obras del Señor” Dios. Pero cuando comprendo que “estas cosas son dichas en alegoría, porque éstas son las dos alianzas; una por cierto del monte Sinaí, para esclavitud, esto es Agar” (Ga 5,24), y lo que sigue, entonces afirmo: “Recordaré desde el principio tus maravillas y meditaré en todas las obras” de Dios (Sal 76 [77],12-13).

Obras de Dios 

4.1. Toda [obra] bien hecha, esta es [una obra] de Dios; por ejemplo, los bellos discursos son obra de Dios, dado que alguien no habla bien de las propias cosas, sino que habla de las cosas de Dios. Como las palabras, aunque salgan de mi boca siendo irreprensibles y divinas, no son palabras mías, sino palabras de Dios en cuanto puedo decirlas con fe: “¿O buscan una prueba de que Cristo habla en mí?” (2 Co 13,3). De la misma manera cuando obro bien para elegir todas las obras del Verbo de Dios y que ellas se realicen siempre según el mandamiento divino, estas obras son de Dios. Pero también la castidad es obra de Dios: en efecto, es un carisma, por lo que no es obra mía practicar la castidad. Presta atención a las palabras: “Quisiera que todos los hombres fuesen como yo, pero cada uno tiene el propio carisma de Dios, el uno así, el otro asá” (1 Co 7,7). Por tanto, si la santidad es un carisma de Dios, no es obra mía. Y estas palabras son obra de Dios; pues si alguien habla las palabras de Dios, no es obra de él, sobre todo si es alguien que obra bien, “el que comparte con sencillez, el que preside con diligencia, el que hace misericordia con alegría” (Rm 12,8). Estas realidades el Apóstol las describe como carismas; pero si son carismas, son todas obras de Dios.

Meditar en la Ley del Señor día y noche

4.2. ¿Qué significan, entonces, las palabras: “Meditaré en todas las obras” (Sal 76 [77],13), si no evidentemente que meditaré cumpliendo sus obras? Es bienaventurada esta meditación, cuando alguien medita no solo en dichos, ni tampoco en palabritas, sino que “medita en todas las obras de Dios y en sus acciones” (Sal 76 [77],13). De forma que, alguien leyendo la divina Escritura encuentra: “Esto dice el Señor omnipotente” (cf. 2 S 7,8), o que Dios ha hecho tales cosas o que Dios ha hecho morir a tales, o incluso que Dios ha desencadenado una granizada de piedras (Jos 10,11), como Dios lo hizo sobre algunos en el libro de Jesús (= Josué), medita al examinar sus acciones. Por consiguiente, si quieres meditar, medita; incluso busca en Dios las acciones de Dios y medita sobre ellas, observando también aquella ley que dice: “Hablarás de ellas sentado en la casa, cuando te acuestes y cuando te levantes” (Dt 6,7). Que tu conversación no sea mundana: ¿qué han hecho los caballos? ¿Qué ha hecho el auriga y cuál fue el resultado? ¿Qué han presentado en el teatro? ¿Qué sentencia ha pronunciado el prefecto del pueblo? Todas estas cosas son extrañas al precepto que dice: “Abre tu boca a la palabra de Dios” (Pr 31,8 LXX). Y cuando abras tu boca a la palabra de Dios, ten confianza y di: “Meditaré en todas tus acciones, oh Dios, en lo santo está tu camino” (Sal 76 [77],13-14).



[1] Origene, p. 98, nota 9.

[2] Orígenes, Homilías sobre el Levítico, IX,5.

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, III,3: «Verdaderamente se cumple en nosotros aquello de lo cual Moisés fue figura: cuando él alzaba las manos, Amalec era vencido; pero si las dejaba caer cansadas y bajaba sus débiles brazos, Amalec prevalecía (cf. Ex 17,11). Por tanto, así también nosotros alcemos los brazos en el poder de la Cruz y elevemos en la oración “unas manos santas en todo lugar sin ira ni discusiones” (cf. 1 Tm 2,8), para que merezcamos el auxilio del Señor».