OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (774)

La adoración del Cordero de Dios

Siglo IX

Evangeliario

Saint-Médard de Soissons, Francia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilías improvisadas sobre el Salmo 76 (77). Homilía I[1] 

Introducción

La diversidad de servicios que podemos prestar en la Iglesia tiene ya sus antecedentes en el Primer Testamento (§ 1.1).

Tanto el que compone un salmo, inspirado por el Espíritu Santo, como el que lo canta, ejercen ambos un ministerio en beneficio de la entera asamblea. Y, en cierto modo, los dos se convierten en una sola persona (§ 1.2). 

Los cristianos necesitamos aprender a consagrarnos a Dios, con ofrendas votivas que sean dignas de Él (§ 2.1). Y una ofrenda digna del Señor es el sincero el ofrecimiento de nuestra razón, de nuestro espíritu, de nuestros ojos, de nuestra voz. Por el contrario, nada impuro debemos ofrecerle. «El ejemplo de la consagración de Samuel a Dios por parte de la madre, Ana, sostiene la exhortación de Orígenes sobre “la ofrenda votiva” (anathema) a Dios que el creyente está llamado a hacer de la propia vida, comenzando por lo que es más precioso en el ser humano: su razón. Pero una tal consagración incluye también los diversos aspectos de la vida humana…[2]» (§ 2.2).

Junto con la ofrenda a Dios de nuestra razón, de nuestra inteligencia, es necesario consagrarle nuestros ojos. De modo que miremos continuamente las maravillas de la creación y estemos especialmente atentos a las necesidades de nuestras hermanas y de nuestros hermanos, visualizando siempre a los más pobres y necesitados (§ 2.3).

La consagración de la voz, de la palabra, al Señor, tiene su espacio privilegiado en la oración. Pero Orígenes pone de relieve que es necesario rezar con “un alma totalmente consagrada a Dios” (§ 2.4). 

Texto

Los diversos servicios litúrgicos en el Antiguo Testamento

1.1. Entre los servicios sacerdotales también existía una disposición detallada, libre de imposiciones, sobre el orden de los cantos. Quien quiera conocerlos, que los observe atentamente mientras lee el primer libro de los Paralipómenos (cf. 1 Cro 15,16-24), sin dejarse aburrir por el elenco de los nombres[3], sino considerando que el Espíritu Santo ha escrito todo esto para la edificación de quienes están atentos. Por consiguiente, uno de los servicios sacerdotales, junto a la apertura del templo, consistía en confiar a alguien el orden de los cantos. Y puesto que eran varios los encargados, porque unos eran impulsados por la fuerza del Espíritu Santo a componer salmos, mientras los otros, privados de tal gracia, se dedicaban a cantar himnos a Dios, a recitar los salmos, a alabar, en ocasiones sucedía que aquellos capaces de componer salmos se los ofrecían a quienes estaban establecidos para el servicio de los himnos a Dios, para la recitación de los salmos y la alabanza.

El título del salmo

1.2. Creo que esto está indicado en el epígrafe que tiene el salmo: “Para el cumplimiento. Sobre Idithoún; un salmo de Asaf” (Sal 76 [77],1). Quien escribió el salmo fue Asaf, que era uno de los profetas; a quien se lo dio, luego de haberlo escrito, era Idithoúm, que tenía el encargo de cantar himnos a Dios, para que, recibiendo el salmo de Asaf cantara himnos a Dios[4]. Probablemente Asaf escribió el salmo para Idithoún en relación a algo que le había sucedido, pero al dárselo lo hace sujeto del salmo[5]. Pues “el hermano ayudado por el hermano es como una ciudad fuerte y elevada” (Pr 18,19). Tomemos el ejemplo de alguien que promovido recientemente al episcopado por un obispo que ha pasado ya mucho tiempo en el ministerio: no estando ejercitado en la celebración de la eucaristía, toma el modelo [escrito] de la eucaristía, puesto que todavía no tiene la preparación para celebrar la eucaristía[6]. Lo mismo compréndelo a propósito de Asaf e Idithoún. Porque Asaf ciertamente escribió, e Idithoún tomó el salmo y lo recitó. También Idithoún es un justo y lo conocemos no solo por este libro, sino asimismo por el primer libro de los Paralipómenos; y aquel que hace suya la persona, siendo justo, es la persona de un justo.

Una voz consagrada al Señor

2.1. Veamos, entonces, qué cosas dice el justo y tengámoslas presentes a través de todo el salmo, para que nos hagamos tales que podamos decir: “Con mi voz grité al Señor, con mi voz a Dios y Él me escuchó” (Sal 76 [77],2). Ahora bien, la voz de la mayoría de los hombres no se dirige al Señor, ni tampoco se emite según el Señor; en cambio, la voz del justo, y no solamente aquella en relación a la oración, está totalmente consagrada al Señor. Esto que digo sobre el hecho que toda palabra del justo está consagrada a Dios lo comprenderás por la historia de Ana y Samuel. Pues Ana, antes de dar a luz, hizo un voto: consagrar al Señor a aquel que debía nacer (cf. 1 S 1,11). Y como entre los paganos se consagran a los ídolos a animales privados de razón o estatuas inanimadas, imágenes o tejidos; así, entre los santos, quien consagra algo a Dios le consagra un hijo, le consagra un animal racional. Por tanto, nosotros, los cristianos, aprendamos, también nosotros, a consagrar a Dios ofrendas votivas dignas de Él.

La consagración de todo nuestro ser a Dios 

2.2. ¿Qué debemos consagrarle? Él nos ha creado racionales[7], pero la mayor parte de los hombres no se sirve de la razón con rectitud. Por consiguiente, consagremos a Dios la inteligencia que nos ha dado, para que siempre pensemos sobre Dios y sobre las realidades de Dios, para que siempre digamos algo para edificación y utilidad del alma. Consagremos nuestra voz a Dios, para que toda palabra sea según Dios; y, si así puedo expresarme, consagremos a Dios nuestros ojos, para que miremos todas las cosas según Dios, y los cerremos cuando no sea conveniente mirar. Porque no conviene mirar la impureza, ni el derramamiento de sangre, ni tampoco aquellas cosas terrenas que se llevan a cabo en las ciudades en perjuicio de muchos[8].

Cómo debemos usar nuestro cuerpo y nuestros bienes

2.3. Por tanto, quien consagra los ojos a Dios no irá a los hipódromos, no verá las exhibiciones teatrales, ni marchará a ver aquellos espectáculos inhumanos de las cacerías[9], sino que habiendo consagrado la vista a Dios mirará siempre al cielo y al mismo tiempo reflexionará sobre el Creador; mirará siempre a la tierra y también admirará todo lo que en ella hay; mirará siempre a los seres humanos y contemporáneamente buscará a quién hacerle el bien; mirará siempre al dinero y al mismo tiempo buscará donar lo que posee; y buscará vestimentas, no tanto para poseerlas, sino para tener qué distribuir a quienes no las poseen, de modo que escuche las palabras: “Esta desnudo y me vistieron” (Mt 25,36).

La oración “en espíritu y en verdad”

2.4. Por consiguiente, esforcémonos también nosotros en consagrar a Dios todas las hermosas ofrendas votivas y por eso consagrémosle a Él toda palabra nuestra, para que, orando y clamando a Dios podamos decir: “Con mi voz grité al Señor, con mi voz a Dios y Él me escuchó” (Sal 76 [77],2). Pues si no oramos con un alma totalmente consagrada a Él, sino que rezamos solo en el momento de la oración, gritaremos a Dios con nuestra voz, pero puesto que no oramos con una voz pura, no seremos escuchados. En cambio, si elevamos la oración a Dios, después de haberla primero santificado y purificado con el decir siempre lo que conviene, diremos: “Con mi voz grité al Señor, con mi voz a Dios y Él me escuchó” (Sal 76 [77],2).

 


[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 52-83 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 293-312 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). “Las homilías sobre el Sal 76 son introducidas en el manuscrito como “improvisadas” (eschediasmenai)… La indicación resulta enigmática dado que el perfil literario no es muy diferente al resto de las homilías… Se debe suponer, por tanto, que la indicación refleja simplemente una tradición distinta de esta parte de la colección de Múnich, en la que, quien ha transcrito las homilías, tal vez, se atribuía revisar el texto “improvisado”, o bien ha retenido señalarlo como tal…” (Origene, p. 52, nota 1). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.

[2] Origene, p. 56, nota 5.

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, XIX,4.1: “… Consideremos las imágenes de los misterios que son significados por esos nombres…”.

[4] Cf. 1 Cro 16,41-42; 25,1; 2 Cro 5,12; Sal 38 (39),1; 61 (62),1.

[5] Lit.: como su personificación.

[6] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, IV,1.4: “Hay algunas cosas en las observancias eclesiásticas, que ciertamente todos deben hacer, sin que la razón de ellas sea patente a todos. Puesto que, por ejemplo, el que doblemos las rodillas al rezar y que, de todas las regiones del cielo, sólo pronunciemos nuestra oración vueltos hacia la parte del Oriente, pienso que no será fácil a cualquiera averiguar la razón. Otro tanto respecto de la Eucaristía, ya sea para comprenderla o para explicar el rito por el que se realiza; o de las cosas que se realizan en el bautismo: palabras, gestos y el ordenamiento, preguntas y respuestas, ¿quién podría explicar fácilmente su razón? Y sin embargo todas estas cosas, aunque las llevamos cubiertas y veladas sobre nuestros hombros, cuando las cumplimos y realizamos así, las recibimos como entregadas y encomendadas por el gran pontífice y sus hijos. Por tanto, cuando ponemos en práctica todas estas cosas y otras semejantes sin conocer su sentido, cargamos sobre nuestros hombros y llevamos cubiertos y velados los divinos misterios, a no ser que haya entre nosotros un Aarón o unos hijos de Aarón, a los que se les concede contemplar estas realidades abierta y desveladamente. Sin embargo, se les concede así, a condición de que sepan velarlas y cubrirlas, cuando haya que darlas a otros y proponerlas (como) una obra a realizar”.

[7] El término griego logikos, también podría traducirse por espirituales; cf. Rm 12,1: “ofrezcan sus cuerpos como un sacrificio vivo, santa, agradable a Dios, (tal será) el culto espiritual de ustedes”.

[8] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, XI,1: «Si nosotros mismos nos consagramos y nos ofrecemos a Dios, o incluso si le consagramos a otros, cuidémonos de esta trampa: no suceda que después de consagrarnos a Dios, de nuevo seamos subyugados por usos y acciones humanas. Que cada uno se consagre como lo hacían, por ejemplo, los nazarenos, que se consagraban al templo de Dios por tres, o cuatro años, o por (el tiempo) que quisieran, para allí dedicarse a aquellas observancias que sobre los nazarenos están escritas: dejarse crecer el cabello, de modo que “no pase la navaja sobre sus cabezas” por todo el tiempo de sus votos, no tocar el vino ni ninguna otra cosa procedente de la vid y lo demás que comprendía la profesión del voto (cf. Nm 6,5. 4). Pero también se puede ofrecer a Dios a otra persona, como Ana lo hizo con Samuel; porque antes de su nacimiento lo entregó a Dios diciendo: “Y lo daré al Señor por todos los días de su vida” (1 S 1,11). Por todos estos ejemplos es claro de qué modo cada uno de nosotros, que quiera ser santo, debe consagrarse a Dios y evitar por completo ocuparse en los negocios y las acciones que nada tengan que ver con Dios».

[9] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, XI,1: «Consagrarse a sí mismo a Dios, no implicarse en ningún negocio secular, para agradar a aquel a quien se consagró (cf. 2 Tm 2,4), separarse y apartarse del resto de los hombres que viven carnalmente y están comprometidos con los negocios mundanos, “no buscando las cosas que están sobre la tierra, sino las realidades que están en el cielo” (cf. Col 3,1. 2), una persona así con razón será llamada santo. Puesto que mientras se está mezclado con las multitudes (cf. Mt 13,34), arrastrado por la fluctuación de las turbas, no vacando en solo Dios separado del vulgo, no se puede ser santo. ¿Pero qué decir de esos que corren a los espectáculos con las turbas de los paganos, y manchan sus miradas y sus oídos con palabras y acciones impuras? No nos corresponde pronunciarnos sobre tales personas. Porque ellos mismos pueden ver y sentir la parte que se han elegido». Ver Origene, p. 57, nota 6.