OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (773)

La adoración de los Magos; el cambio del agua en vino; el bautismo de Jesucristo

Siglo X

Sacramental

Fulda, Alemania

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía sobre el Salmo 75 (76) 

Introducción

Orígenes explica de forma tropológica que el cuerpo en la Sagrada Escritura es llamado, en ocasiones, “caballo”. Y, en consecuencia, “caballo” es todo ser humano que pone su fe y su vida toda solo en función de las realidades corporales (§ 6.1). 

Ser un buen jinete no es lo mismo que subir a un caballo para cabalgar. Es buen jinete quien conduce un caballo con habilidad, con conocimiento. Y para montar como es debido sobre el caballo de nuestro cuerpo debemos mantener sus riendas ajustadas, con firmeza y sabiduría (§ 6.2).

La así llamada “ira de Dios” es la consecuencia de la acumulación de faltas por parte de los seres humanos. Y la única forma de eliminar esa acumulación es la conversión, que debe ir acompañada de obras penitenciales (§ 7).

La “ira de Dios” es salvífica, pues “salva a los mansos de la tierra”; es decir, nos ayuda a practicar la mansedumbre en la vida presente (§ 8.1).

La terrible pasión de la ira humana es muy difícil que no se encuentre en casi todos los seres humanos, y solo por medio de la mansedumbre puede ser desterrada (§ 8.2). 

El versículo once del salmo es difícil tanto en el aspecto literal como en su interpretación. Ya sea que se traduzca “conciencia” o “lo íntimo del ser humano”, se puede comprender que Orígenes se refiere a ese eco de la voz de Dios que habla en nuestro interior (§ 8.3).

La invitación del salmista es a permanecer en torno o junto al Señor. Solo así podremos llevarle y presentarle nuestros dones, nuestras oraciones, nuestros votos (§ 8.4). 

Al llevar nuestros dones al Señor de la gloria, ingresamos en el ámbito de la sabiduría de los perfectos, de los que hemos recibido, por pura gracia, el regalo de la sabiduría de Dios escondida en el misterio (§ 8.5).

En la conclusión de su homilía, el. Alejandrino ruega a Dios que nos quite el espíritu de los príncipes de este mundo, para que habite en nosotros el Espíritu Santo y el espíritu de Cristo (§ 8.6).

Texto

“Caballo” es el cuerpo

6.1. “Por tu reproche, Dios de Jacob, se adormecieron los que cabalgan los caballos” (Sal 75 [76],7). Muchas veces en la Escritura el caballo significa, en sentido alegórico, el cuerpo; por ejemplo: “Es engañoso[1] el caballo para la salvación” (Sal 32 [33],17). Porque la carne no ayuda en modo alguno: “La carne desea contra el espíritu” (Ga 5,17); y: “Estos en sus carros, aquellos en sus caballos, pero nosotros seremos exaltados en el nombre del Señor Dios nuestro” (Sal 19 [20],8 LXX). Los paganos, en efecto, y aquellos que son ajenos al culto de Dios han colocado su fe en las cosas del cuerpo; en cambio, el justo no acumula para sí un caballo, es decir, las cosas del cuerpo. Por tanto, el cuerpo es llamado “caballo”[2].

Montar un caballo con conocimiento

6.2. “Por tu reproche, Dios de Jacob, se adormecieron los que cabalgan los caballos” (Sal 75 [76],7). Otro, antes que yo, ha observado, y ha observado bien, que no es lo mismo montar un caballo que ser un jinete[3], ser uno que monta un caballo, y ser un jinete[4]. Pues el egipcio no es un jinete, sino uno que monta un caballo, y “caballo y jinete fueron arrojados al mar” (Ex 15,1. 21 LXX). Quien no monta un caballo con conocimiento, por esta causa acabará por caer. En cambio, quien monta el caballo de su propio cuerpo con conocimiento, domina sus pasiones, conduciendo el cuerpo adonde él quiere, mantiene con firmeza las riendas de sus deseos para no ser arrastrado hacia los deseos que muerden la carne, éste no es uno que monta a caballo como el egipcio, sino un jinete como Elías. Y sobre Elías se dice: “Como un carro de Israel y como su auriga[5]” (2 R 2,12). Pues no era uno que monta un caballo, sino un jinete que monta un caballo con conocimiento. 

La ira de Dios 

7. “Desde entonces”, desde la montaña, “tu ira” (Sal 75 [76],8; cf. Ez 28,16 LXX): la ira comienza desde entonces, no desde hoy; pero la ira permanece desde el momento en que pecamos y la, así llamada, “ira de Dios” es una cólera que dura por un tiempo. Dice la Escritura: “No estará enojado eternamente, no estará encolerizado para siempre” (Sal 102 [103],9). Pues si no hubiera cólera, ¿de qué forma las faltas que ahora cometemos las descontamos después de años, sean doscientos o trescientos, cuando acontezca el juicio? ¿Y de qué modo las faltas que han cometido aquellos que han pecado hace muchas generaciones, las descuentan después de mil años? Por tanto, hay algo análogo a la, así llamada, “ira de Dios” y semejante al, así denominado, “furor de Dios”, es decir, también su “cólera”[6]. Y está bien apagar esta cólera, en cuanto es posible, con buenas obras y hacerla cesar con las acciones que son fruto de la penitencia. Escucha a Pablo, de qué modo el pecado acumula la ira y la hace subsistir: “¿O desprecias la riqueza de su benignidad, de su paciencia y de su longanimidad, ignorando que la benignidad de Dios te guía a la conversión? Pero conforme a tu dureza y a tu no arrepentido corazón acumulas para ti mismo ira en el día de la ira” (Rm 2,4-5). Por consiguiente, mi pecado acumula ira para mí, pero la penitencia elimina la acumulación de ira.

La mansedumbre refrena la ira

8.1. “Desde el cielo ha hecho oír un juicio” (Sal 75 [76],9): lo que se refiere al juicio no es terreno sino celestial. Desde del cielo se ha hecho oír para nosotros la enseñanza sobre el juicio, y en el Deuteronomio está escrito: “Desde el cielo ha hecho oír su voz” (Dt 4,36). “La tierra tuvo miedo y enmudeció, cuando Dios se puso en pie para el juicio” (Sal 75 [76],9-10). La tierra entonces también teme, cuando llega el juicio; y “la tierra tuvo miedo y enmudeció, cuando Dios se levantó para el juicio, para salvar a todos los mansos de la tierra” (Sal 75 [76],9-10). Y esto es lo más paradójico: que practicamos la mansedumbre cuando todavía estamos sobre la tierra, cuando aún estamos en el cuerpo, y refrenamos la cólera, refrenamos la ira.

A casi todos los seres humanos les afecta la ira 

8.2. “Refrena la ira, y abandona la cólera” (Sal 36 [37],8). Por tanto, debemos hacer toda clase de esfuerzos para no ser vencidos por esta pasión repugnante y para resistir, en cambio, la cólera con la mansedumbre, que es llamada bienaventurada (cf. Mt 5,5), sin permitir que esto nos trastorne y nos agite, para que no suceda cuanto está escrito en los Proverbios: “La ira destruye incluso a los prudentes” (Pr 15,1 LXX). Esta pasión es tan dañina que incluso los prudentes se pierden por causa de la ira. La Escritura no ha dicho: “La fornicación destruye también a los prudentes”, ni tampoco ha dicho: “La avaricia destruye incluso a los prudentes”, sino la ira. Porque esta pasión alcanza a casi todos los hombres y me arriesgo a decir: es raro que haya alguien que no se vea afectado por la ira[7].

La conciencia

8.3. “Porque la conciencia[8] del hombre te confesará, y el recuerdo de la conciencia te festejará” (Sal 75 [76],11 LXX). Hay en nosotros pensamientos íntimos: algunos son pensamientos de pecado, otros pensamientos de justicia. Por consiguiente, “la conciencia del hombre confesará” a Dios; es decir, dará gracias; o bien, si ha pecado, confesará el pensamiento íntimo: “El recuerdo, dice, de la conciencia te festejará” (Sal 75 [76],11 LXX).

En torno al Señor 

8.4. “Hagan votos y den al Señor Dios nuestro” (Sal 75 [76],12). Hagan votos a Dios y preséntenlos cuando sean hechos dignos de Dios. “Todos los que están en torno a Él traerán dones al Terrible” (Sal 75 [76],12-13). Dice que los justos están en torno a Dios, no en un sentido local, sino permaneciendo siempre en relación con Dios. Estando en torno a Él como un coro, todos aquellos que están a su alrededor, le llevarán dones al Terrible. Los que están lejos del Señor y Dios, éstos, no pueden llevarle” dones.

“La sabiduría de Dios”

8.5. Al llevarle dones al Terrible, los llevamos también a “Aquel que arrebata el espíritu a los príncipes” (Sal 75 [76],12-13). ¿Qué príncipes sino aquellos sobre los que se dice: “Se presentaron los reyes de la tierra, y los príncipes se reunieron de común acuerdo contra el Señor y su Cristo” (Sal 2,2)? Sobre los príncipes está escrito: “Hablamos de la sabiduría entre los perfectos, pero no de la sabiduría de este eón, ni de los príncipes de este eón, destinados a la destrucción, sino que hablamos de la sabiduría de Dios escondida en el misterio, que ninguno de los príncipes de este eón ha conocido; pues si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria” (1 Co 2,6-8). ¿Cómo Dios arrebata el espíritu a estos príncipes? ¿No sea que acaso estos príncipes hieran nuestras almas y las llenen con el espíritu de esos mismos príncipes?

Conclusión

8.6. Por tanto, “Hagan votos y den al Señor Dios”; y “aquellos que están en torno a Él le llevarán dones al Terrible, a Aquel que arrebata el espíritu a los príncipes” (Sal 75 [76],12-13). Quiera el cielo que Él quite de nosotros el espíritu de los príncipes de este mundo (cf. 1 Co 2,6), para que hagamos espacio para el Espíritu Santo de Dios y al espíritu de Cristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. 



[1] Lit.: falso, mentiroso (pseudes).

[2] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, XV,3.1-3: «Examinemos la santa Escritura por sí misma, indaguemos las realidades espirituales con las realidades espirituales (cf. 1 Co 2,13). Ya que sobre los asnos no está escrito que deban ser mutilados ni se dice que los despojos de los animales de los madianitas fueran destruidos, sino que los israelitas se sirvieron de ellos para su uso. Pero sobre los que no tenían asnos sino caballos, el mismo Señor ordena y dice: “Mutilen sus caballos”, y Jesús hizo como el Señor le había mandado (cf. Jos 11,9). ¿Pensamos que esto acaeció de manera fortuita, de modo que son matados los caballos y conservados los asnos, y consideramos que los preceptos de Dios son dados al acaso, fortuitamente? ¿No se considera como más digno que, más bien, pensemos que se indica algún misterio en esta Escritura? Además, respecto de los hijos de Israel, nunca se refiere que utilizaran caballos; y la Ley nada dice sobre los caballos, pero sí legisla sobre los asnos (cf. EX 23,4 ss.: 22,8 ss.; Dt 22,10), como que estos animales, que ayudan en las labores humanas, parecieran existir para llevar sus fardos. En cambio, los caballos parecen estar hechos para la perdición de los hombres, pues esto es lo que sucede en las guerras. (Además, el caballo) se considera un animal de movimiento lascivo y de cerviz soberbia.

Pero también ahora si, tal vez a partir de esto que decimos, estimulado y aguijoneado por la palabra de Dios, éste que el día de ayer, como un equino ligero y fogoso se dejaba arrastrar hacia el placer, hoy, al oír esto se arrepiente y se convierte; y como (dice) el profeta es traspasado por el temor de Dios (cf. Sal 118 [119],120), refrenándose y apartándose del pecado, y en adelante ama una vida púdica y casta; nos parece, también a nosotros, que la espada de la palabra de Dios (cf. Ef 6,17) corta los nervios de los caballos. Y, sobre todo, por esta acción dignamente se cumple el precepto de Dios: si se capturaban, entre los despojos de los enemigos, animales equinos, se les cortarán los nervios.

¿De quiénes son los caballos que deben ser mutilados? Esto también vale la pena investigarlo. Los caballos, dice (la Escritura) de Jabín deben ser mutilados. Jabín se traduce prudencia o pensamientos. ¿Cuál es esta prudencia, o cuáles pensamientos son estos a los que se les debe mutilar (el caballo) del carro? A saber, aquellos sobre los que dice el Apóstol: “La prudencia de la carne es enemiga de Dios” (Rm 8,7); y los pensamientos sobre los que dice: “Inflado por los pensamientos de la carne” (Col 2,18). Jabín es el rey de Asor. Y Asor se traduce: palacio; es esta Asor de la cual se dice que tiene el dominio de todos los reinos de estas regiones. Jabín, por tanto, se entiende que es el príncipe de este mundo (cf. Jn 14,30), reinando en el palacio, esto es, sobre la tierra o más bien en los vicios de la carne. Pero asimismo la fuerza de aquellos reyes sobre los que ya antes expusimos la interpretación de sus nombres, se dice que sus caballos fueron exterminados por Jesús. Nosotros, entonces, si combatimos rectamente bajo Jesús, debemos cortar de nosotros mismos los vicios y, recibiendo la espada espiritual (cf. Ef 6,17), cortar los nervios a todos esos caballos, es decir, los pésimos vicios. Pero también debemos incendiar los carros, esto es, cortar de nosotros todo espíritu de arrogancia y orgullo, de modo que no invoquemos ni a los caballos ni a las armas, sino el nombre del Señor Dios nuestro (cf. Sal 19 [20],8)».

[3] O: caballero (ippeys).

[4] Cf. Filón de Alejandría Alegorías de las Leyes II,103-104: “Moisés canta que el caballo y quien lo monta fueron arrojados al mar. Egipcio es el carácter que, cuando huye, huye bajo el agua, es decir, bajo el torrente de las pasiones. En cambio, el jinete que cae hacia atrás no es el amante de las pasiones. La prueba es que éste es jinete y aquél es el que monta. La acción de un jinete es domar el caballo y ponerle el bocado cuando se desboca, la del que monta es dejarse llevar por donde el animal lo conduzca. Es tarea propia del piloto guiar la nave, mantener y rectificar el rumbo, y es propio del pasajero sufrir cuanto le suceda a la nave. Por eso el jinete que doma las pasiones no es arrojado al mar, sino que una vez que se apea, espera la salvación del Señor” (trad. en: Filón de Alejandría. Obras completas. Volumen I, Madrid, Ed. Trotta, 2009, p. 228).

[5] Lit.: jinete.

[6] La cólera que dura por un tiempo: menis (resentimiento, enojo).

[7] Lit.: es raro [quien] esté seguro de la ausencia de ira.

[8] Adopto la versión del término conforme a: La Biblia griega Septuaginta, p. 113.