OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (772)

La Virgen María con el Niño Jesús

1007

Evangeliario

Adrianópolis (Edirne, actual Turquía)

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía sobre el Salmo 75 (76)

Introducción

La paz verdadera, la de nuestros corazones, nos hace falta alcanzarla para poder librar el largo y arduo combate contra las artimañas del Maligno. Pero la victoria será posible solo si nos revestimos con “la armadura de Dios” (§ 3). 

La turbación, que suele embargar la vida de los seres humanos, procede de una grave necedad: impedirle a Dios que entre en nuestros corazones (§ 4.1).

Debemos evitar la transgresión del mandato del Señor que nos enseña a dejar de lado la turbación del corazón. La vida del fiel seguidor de Cristo no puede cimentarse en el temor, sino en la confianza (§ 4.2).

La somnolencia de los ojos del alma es un grave daño. Pues nos deja inermes y prontos a caer en las redes del Maligno. Por eso nos amonestar el Señor a permanecer en vela, dedicados a la oración (§ 5.1).

Las riquezas materiales son un obstáculo grande para el seguimiento de Cristo. La expresión bíblica “hombres de riqueza”, nos pone en estado de alerta: que toda nuestra confianza no se deposite en la posesión de muchos bienes (§ 5.2).

Cuando todo el esfuerzo está colocado en la consecución de los bienes materiales, es casi inevitable caer en las varias trampas que semejante búsqueda nos proporciona; en las redes que nos preparan los enemigos de la fe para hundirnos en el abismo (§ 5.3).

Texto

En paz 

3. “Allí quebró los poderes de los arcos” (Sal 75 [76],4): donde ha venido la paz, allí han sido quebrados “los poderes de los arcos, del escudo, de la espada y la guerra” (Sal 75 [76]). ¿De qué modo fueron quebrados los poderes de los arcos? “Nuestra lucha es contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores del mundo de estas tinieblas, contra los espíritus malvados [que están] en las regiones celestiales” (Ef 6,12). Y es necesario que nos vistamos con “la armadura de Dios, para estar firmes frente a las artimañas del diablo” (Ef 6,11). En la armadura de Dios está también “el escudo de la fe, con el que podemos apagar todos los dardos encendidos del Maligno” (Ef 6,16). Los poderes de los arcos son enviados sobre las almas de los hombres, pero los poderes de los arcos se romperán sobre las almas de los hombres; los poderes de los arcos se quebrarán en la casa de Dios, donde se ha establecido la paz. Por eso está escrito: “Allí quebró los poderes de los arcos” (Sal 75 [76],4). ¿Pero quién es capaz de sentir que todos los poderes de los arcos se rompen en él, que no queda ni siquiera una parte, que no ha quedado nada íntegro, sino que todo ha sido aniquilado: escudo, espada y guerra, todas las armas de enemigo, el escudo del enemigo, su espada, toda su guerra? Porque “está en paz su lugar y su morada en Sión” (Sal 75 [76],3)

La turbación 

4.1. Por tanto, demos gracias a Dios por esto y digamos: “Tú eres terrible. ¿Quién puede resistir frente a ti?[1]” (Sal 75 [76],8). En efecto, si has manifestado a tal extremo tu poder en nosotros, que han sido aniquilados el escudo, la espada y la guerra: “Tú has quebrado los poderes de los arcos, Tú eres terrible, ¿quién podrá resistir frente a ti?”. No pensar, entonces, que Dios no pueda aniquilar toda guerra en Sión: “Se turbaron todos los insensatos de corazón” (Sal 75 [76],6). “El lugar de Dios ha sido hecho en la paz” (Sal 75 [76],3), y aquellos que han dado espacio a Dios en sí mismos están sin turbación. Pero si alguien no le da lugar a Dios en la propia alma, esta se llena de turbación por su necedad. Por eso está. Escrito: “Se turbaron todos los insensatos de corazón” (Sal 75 [76],6).

No temamos

4.2. Por eso nuestro Salvador y Señor manda a los discípulos diciendo: “No se turbe su corazón, ni tenga miedo” (Jn 14,27). Por tanto, puesto que Él ordena diciendo: “No se turbe”, si nosotros nos turbamos, transgredimos su mandato, tanto más necesario desde el momento que dice: “No se turbe su corazón”. Por nuestra parte, si tememos la muerte, si tememos a los enemigos, transgredimos su mandato. Por eso caeremos bajo el castigo, como está escrito en el Apocalipsis de Juan: “Pero para los cobardes, incrédulos, abominables, fornicarios y hechiceros, la parte de ellos está en el lago de fuego” (Ap 21,8)[2].

Permanecer despiertos 

5.1. “Durmieron su sueño y no encontraron nada los insensatos de corazón. Y todos los hombres ricos no hallaron nada con sus manos” (Sal 75 [76],6). Si eres capaz de comprender el sueño del alma y la vigilia del alma -que es algo diferente del sueño físico del cuerpo-, verás que la mayor parte de los hombres tienen almas que duermen, y que son muy pocos aquellos que están en vela. En efecto, el Espíritu ha dado la orden: “No concedas sueño a tus ojos ni somnolencia a tus párpados” (Pr 6,4). Las palabras: “No concedas sueño a tus ojos” se dicen del alma, “ni somnolencia a tus párpados, para que se salve como la gacela de los lazos y como el pájaro de la trampa” (Pr 6,4-5). Y el Apóstol te dice: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos” (Ef 5,14)[3]. Por tanto, es bueno estar despiertos en todo tiempo, “para que puedan huir, dice él, de los escándalos que están por suceder” (cf. Lc 21,36). Pero no son así “los de corazón insensato”, pues “durmieron su sueño y no encontraron nada” (Sal 75 [76],6). Nadie que duerma encuentra algo. Si quieres encontrar, permanece despierto, para que Jesús no te diga estas palabras: “¿No tuvieron fuerza para velar una hora conmigo? Velen y oren para no caer en tentación” (Mt 26,40-41).

Abandonar las riquezas materiales 

5.2. Por consiguiente, los pecadores “durmieron su sueño y todos los hombres ricos no hallaron nada en sus manos” (Sal 75 [76],6). La Escritura, así como llama a algunos “hombres de sangre” (cf. Sal 5,7; 54 [55],24; 138 [139],19; Pr 29,10), designa a otros: “hombres de iniquidad” (cf. 2 Ts 2,3), y así también conoce a algunos como “hombres de riqueza”. ¿Cuáles son los hombres de riqueza sino aquellos que están recostados sobre estas riquezas de la tierra, dedicados a lo que es verdaderamente ciego, deseando acumularlo, aunque no lo posean? Por tanto, los que son hombres de riqueza, dormirán su sueño y todos los hombres ricos no encontrarán nada (cf. Sal 75 [76],6). Si queremos encontrar algo y no ser contados entre los hombres de riqueza que nada encuentran, no acumulemos riquezas, no nos preocupemos por las riquezas corpóreas. Quiera el cielo que cumplamos lo que se dice al perfecto: “Ve, vende todos tus bienes, dalos en limosna a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Y ven y sígueme” (Mt 19,21). 

El gran daño de la avaricia

5.3. Pero si no eres capaz de hacer esto, no quieras nada. Porque aquellos que quieren enriquecerse caen en tentaciones y en muchas trampas dañinas para los ignorantes. Son trampas que sumergen a los hombres en el abismo de la ruina y de la perdición. “Pues la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual, algunos, deseándolo, han naufragado en la fe. Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre (1 Tm 6,10; 1,19; 6,11). No busques la riqueza, para que no te suceda que, “durmieron en la riqueza, y en su sueño todos los hombres ricos no hallaron nada en sus manos” (Sal 75 [76],6).



[1] Otra traducción: “¿Quién se opondrá a ti?” (así La Biblia griega Septuaginta, p. 112).

[2] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Jueces, IX,1.6: «Lo esencial es no renegar de Jesús cuando ya lo has confesado. Pues es cierto que es confesar a Cristo huir para no negarlo. Por tanto, si alguien tiene temor y tiembla en su corazón, que se aparte del campamento, que regrese a su casa (cf. Jc 7,3), a fin de no dar a los demás el ejemplo de su temor y temblor. ¿Y quieres saber qué gran falta es tener temor y temblor? En el Apocalipsis, allí donde son enumerados aquellos que deben ser enviados al estanque de fuego, en primer término, coloca a los que tuvieron temor y temblaron, con los cuales enumera también a los infieles, a los fornicarios y a los hechiceros (cf. Ap 21,8). De modo que, entre los crímenes enormes y abominables, se pone la acusación de temor y temblor».

[3] Lit.: “Levantá(te), el que duerme, y ponte de pie entre los muertos”.