OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (771)

La Natividad del Señor

1425-1450

París

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía sobre el Salmo 75 (76)[1]

Introducción

Sin prolegómenos, Orígenes comienza su homilía afirmando que Jesucristo se ha manifestado en Judea. Y Él es el Hijo de Dios que se revela en su divinidad a los judíos de su tiempo, en su propia tierra (§ 1.1).

El verdadero Israel y el auténtico israelita no son los que cumplen meramente la Ley, sino que quienes creen en la venida del Mesías presente en Jesucristo. Es Él a quien esperaban Israel y todos los verdaderos israelitas (§ 1.2).

En la primera parte del párrafo segundo, Orígenes vuelve a presentar un tema muy querido para él: la morada de Dios en los seres humanos. Y de nuevo recurre a una serie de textos bíblicos que constituyen la base de su argumentación (§ 2.1)[2].

Cuando el Señor realmente habita en nuestro corazón, entonces las pasiones que nos combaten y nos separan de Él pueden ser refrenadas, y podemos vivir en paz y con tranquilidad como “hijos de la paz” (§ 2.2).

Para el cristiano, Sión ya no es un lugar geográfico, sino la propia alma, en la que se reciben las profecías del Verbo y se las contempla. Nuestra alma es un observatorio de Dios (§ 2.3).

Texto 

Jesucristo se manifestó en Judea

1.1. Es notorio que está escrito: “Dios es conocido en Judea” (Sal 75 [76],2), y es evidente que los judíos explican el pasaje por medio del hecho que a ellos les ha sido concedida en heredad esta región y creen que el culto de Dios existe solo entre ellos. Pero a quienes escuchan las palabras: “Dios es conocido en Judea” de una forma muy simple, deseamos preguntarles: ¿acaso Dios no era conocido en Egipto, donde tuvieron lugar tantos signos y prodigios (cf. Sal 77 [78],43)? ¿Y Dios no era conocido en el desierto, cuando hizo llover el maná sobre el pueblo y el agua brotó de una roca abrupta (cf. Dt 8,15; Sal 113 [114],8; Sb 11,4)? Y cuando salieron de la tierra santa y cuando estuvieron en la cautividad, y volvieron a Dios, ¿acaso Dios no era conocido por ellos? Por ejemplo, para Daniel, que no estaba en Judea sino en Babilonia, ¿Dios no era conocido? Ahora bien, ¿por qué motivo, siendo Dios conocido en tantos lugares, está escrito: “Dios es conocido en Judea”? Aunque los judíos no lo quieran, ¿no están obligados a admitir que esto haya sido profetizado para el tiempo del Salvador, para la venida en Judea de Cristo Jesús, que es Dios e Hijo de Dios, de modo que “Dios es conocido en Judea”?

Es grande su nombre

1.2. El nombre de este Dios, es decir, de nuestro Señor Jesucristo, “es grande en Israel” (Sal 75 [76],2). Pero Israel se debe entender según lo afirma la Escritura: “No todos los [descendientes] de Israel son Israel” (Rm 9,6), no todos aquellos que son llamados “Israel” son Israel. Por tanto, como no todos aquellos [descendientes] de Israel son Israel, así también no todos los que [proceden] de los gentiles son gentiles, sino que incluso hay gentiles de Israel, a causa de su incredulidad, y gentiles que se convierten en Israel por su propia fe. Y como la incircuncisión es considerada en relación con la circuncisión para quien cumple la Ley (cf. Rm 2,26), del mismo modo será considerado también el gentil que ha creído en lo que ha sido dado a Israel. Y del mismo modo Israel será considerado como seguidor de los gentiles por no haber creído en la venida del Señor Jesucristo. Por consiguiente, si se comprende lo que hemos dicho, el significado de Israel puede resultar claro en qué forma debe entenderse: “En Israel es grande su nombre” (Sal 75 [76],2). Porque es grande el nombre de Jesucristo, siendo Él Dios entre los cristianos de cualquier parte del mundo, es grande su nombre por medio de la vida. En efecto, magnificamos al Señor con nuestra vida, con un hablar santo, con una disposición vigorosa[3].

Somos morada de Cristo 

2.1. “Y está en paz su lugar y su morada en Sión” (Sal 75 [76],3)[4]. Que busquen entonces los judíos el lugar de Dios, la Jerusalén de aquí abajo que ha sido destruida, aquella de la que se dice: “Miren que es abandonada la casa de ustedes” (Mt 23,38). En cambio, nosotros buscamos un lugar para el Señor, un lugar digno del Señor, un lugar sobre el cual está escrito: “Y está en paz su lugar y su morada en Sión” (Sal 75 [76],3). Ahora bien, leyendo los Salmos encuentro que David hace un voto con juramento. “No concederé sueño a mis ojos ni adormecimiento a mis párpados hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Dios de Jacob” (Sal 131 [132],4-5). Y yo afirmo que el santo no se adormece ni concede el sueño a sus propios ojos hasta no hallar en él un lugar para el Señor. Pues como el pecador le hace sitio al diablo, así aquel que es recto y bueno le hace lugar a Dios, que busca habitar en él, y le hace lugar a Cristo. Dios, en efecto, promete esto diciendo: “Yo habitaré en ellos y caminaré en medio de ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Lv 26,12). Y verdaderamente, según la promesa que fue formulada, Él ha habitado y caminado en Isaías, que dice: “Yo he engendrado y he criado hijos, pero ellos me han rechazado” (Is 1,2). Si Dios no hubiera habitado en él, ¿cómo Dios podría haber hablado por medio de Isaías? Y dirás lo mismo también de los otros profetas. Ahora bien, nuestro Señor Jesucristo habita asimismo en las almas de los justos. ¿O, tal vez, no saben que “quien no posee el espíritu de Cristo, éste no es de Cristo” (Rm 8,9)? El Señor lo ha enseñado con claridad diciendo: “Si alguno escucha mis palabras y las cumple, yo y el Padre vendremos a él y habitaremos en él” (cf.  Jn 14,23).

“Su morada está en Sión” 

2.2. Por tanto, nosotros buscamos un lugar para el Señor en el centro de nuestro corazón[5]. Porque sobre este lugar se dice: “En la paz santa está su lugar” (cf. Sal 75 [76],3). Y cuando esto sucede, se ha hecho un lugar de Dios en la paz. ¿Qué paz? Aquella sobre la que está escrito: “Y la paz de Dios que sobrepasa a todo entendimiento custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Flp 4,7). El corazón que posee la paz de Dios no es combatido por las pasiones, no está agitado por la ira, no es turbado por la tristeza, no padece nada de lo que es contrario a la paz, sino que se le concede ver la paz y la tranquilidad en el alma del justo en la medida en que se convierte en un hijo de la paz (cf. Lc 10,6), por el hecho de que la paz está en él. De modo que como “en la paz está” el lugar de Dios, así también su morada está en Sión (Sal 75 [76],3).

La verdadera Sión 

2.3. Sobre Sión hemos hablado a menudo. Porque no es esta Sión la habitación de Dios, sino el alma, que se ha convertido en un observatorio y un lugar de oráculos de la Palabra divina, y es la morada de Dios.



[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume I. Omelie sui Salmi 15, 36, 67, 73, 74, 75. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2020, pp. 550-569 (Opere di Origene, IX/3a), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 280-292 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19).

[2] Cf. Origene, pp. 554-555, nota 4.

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, XIII,2: «Antes de la venida de mi Señor Jesucristo el sol no salía sobre el pueblo de Israel, sino que este utilizaba la luz de una lámpara. Porque una lámpara era entre ellos la palabra de la Ley y la palabra profética, encerradas dentro de angostas paredes no podían derramar la luz sobre el orbe de la tierra. Dentro de Judea, en efecto, estaba encerrado el conocimiento de Dios, como también lo dice el profeta: “Dios es conocido en Judea” (Sal 75 [76],1). Pero cuando salió el “Sol de justicia” (cf. Ml 4,2 [3,20 LXX]), apareció nuestro Señor y Salvador, y nació el hombre sobre quien está escrito: “He aquí el hombre, Oriente es su nombre” (cf. Za 6,12), por todo el mundo se difundió la luz del conocimiento de Dios. Por consiguiente, la palabra de la Ley y la palabra profética eran lámpara ardiente, pero que ardía dentro del templo, no podía difundir su esplendor fuera de él».

[4] Sigo la versión de La Biblia griega Septuaginta. Natalio Fernández Marcos - María Victoria Spottorno Díaz-Caro [Coordinadores], Salamanca, Eds. Sígueme, 2013, p. 111 [Biblioteca de Estudios Bíblicos, 127]). “Está en paz”, podría traducirse asimismo por: “en la paz fue hecho”.

[5] Lit.: egemonikos (o hegemonikos), principale cordis (diretor del corazón); cf. Origene, pp. 555-557, nota 5.