OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (767)

Cristo en majestad

Siglo XII

Aberdeen, Inglaterra

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía III sobre el Salmo 73 (74)

Introducción

En una apretada síntesis, Orígenes señala que son dignos del Reino de los cielos aquellos pobres que verdaderamente son pobres de Dios (§ 9.1).

Una vez confesados los propios pecados, debe seguirse una sincera conversión; es decir, la no permanencia en las faltas que se han reconocido como contrarias a los mandatos del Señor (§ 9.2).

Hay “oscurecidos de la tierra” y “oscurecidos de los abismos”. Estos últimos son las potestades infernales que buscan nuestra perdición. En cambio, nosotros nos volvemos oscurecidos o entenebrecidos cuando permitimos que los vicios imperen en nuestras vidas. Y somos verdaderos seres humanos, iluminados, cuando, con la ayuda del Verbo de Dios, hacemos obras de justicia (§ 9.3-4).

Orígenes comenta los últimos versículos del salmo de forma sintética. Primero subraya la necesidad de practicar la humildad que Cristo nos enseñó (§ 10.1).

Luego, respecto de los pobres y necesitados afirma que se es posible hablar de dos formas, ya que se haga referencia al sentido espiritual o material (§ 10.2).

La muerte y resurrección del Salvador nos procura una clave de lectura cristológica de esta parte final del salmo (§ 10.3).

Los oprobios se refieren a las injurias que padeció Señor, y, en consecuencia, cuando nosotros somos injuriados, es al Señor a quien se insulta (§ 10.4).

La soberbia de quienes a sí mismos se elevan y se oponen a Dios, es eliminada por nuestro Señor Jesucristo (§ 10.5-6).

Texto

Los pobres

9.1. “De las almas de tus pobres no te olvides nunca” (Sal 73 [74],19). No todos los pobres son de Dios, pero hay algunos que son pobres de Dios. Éstos, estando cercanos a Dios, se hacen dignos también de las bienaventuranzas del Señor que dice: “Bienaventurados los pobres, porque el reino de Dios es de ustedes” (Lc 6,20). No ha dicho, en efecto, “de ellos”, sino “de ustedes”, señalando a los pobres presentes.

“Oscurecidos de la tierra”

9.2. “Presta atención a tu alianza” (Sal 73 [74],20). Porque en la alianza ha establecido también esto: que habrá clemencia para los pecados de los que confiesan; por tanto, presta atención a estos. Pues entre las palabras de amenaza encontramos: “Si se los castiga y permanecen en sus pecados, es claro que añadiré siete plagas” (cf. Lv 26,21 LXX), pero si no permanecen en sus pecados, es manifiesto que sus heridas están curadas. El leproso que es purificado [debe permanecer] durante siete días fuera de su carpa, y en el tiempo establecido es reconducido a su propia carpa (cf. Lv 14,8-9), porque “los oscurecidos de la tierra se han llenado de moradas de impiedad” (Sal 73 [74],20)[1]. Sobre las primeras (palabras) tiene algo poco claro el pasaje. Por tanto, es necesario ver qué son “los oscurecidos de la tierra”, y cuáles “las moradas de impiedad”.

Los oscurecidos del aire 

9.3. Los oscurecidos son todos los que están privados de Aquel que ha dicho: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Pero entre los oscurecidos, los que todavía son hombres y están sobre la tierra, son “los oscurecidos de la tierra”; en cambio, los pecadores que están fuera del cuerpo, digo: los demonios, los espíritus malvados[2], las almas de los injustos y las criaturas infernales, son ciertamente “los oscurecidos”, pero no de la tierra, sino, es preciso decirlo con audacia, “los oscurecidos” de los seres infernales. Tal vez, estén también los oscurecidos del aire, sobre los que el Apóstol dice: “Entre los que en otro tiempo anduvieron según el curso de este mundo, conforme al gobernante de la autoridad del aire, del espíritu que ahora actúa en los hijos de la desobediencia” (Ef 2,2). Pero sea, que los oscurecidos de las criaturas infernales o los oscurecidos del aire o también los oscurecidos espíritus malvados estén llenos de lo que están llenos. Lo que ahora debemos procurar, puesto que la Escritura se dirige a los hombres, es hablar sobre los oscurecidos de la tierra.

“Casas de justicia”

9.4. Si alguien no tiene a Cristo, éste es un oscurecido de la tierra. Y estos oscurecidos de la tierra se construyen para sí mismos casas de impiedad y habitan en sus casas. Porque “los oscurecidos de la tierra se han llenado de moradas de impiedad” (Sal 73 [74],20). Así, cada uno de nosotros, por medio del pecado, construye para sí una casa de impiedades, bien sea una casa de fornicación, bien una casa de avaricia, bien una casa de vanagloria, y cada uno de los pecados y de las iniquidades sería una casa en nosotros, edificada por nuestras impiedades. Por consiguiente, los oscurecidos de la tierra no tienen una casa, sino muchas. Pues la profecía dice: “Se ha llenado los oscurecidos de la tierra, se han llenado de moradas de impiedad” (Sal 73 [74],20). Así, por el contrario, los iluminados de la tierra se han llenado, todos juntos, de casas de preceptos, de mandamientos, de obras de justicia. Y es bienaventurado construir en nosotros casas de justicia, convirtiéndonos en los iluminados de la tierra, derribando las casas de impiedad por obra del Verbo. Él tira abajo, destruye y elimina para edificar y plantar (cf. Jr 1,10) casas de la Ley y de la justicia en vez de las casas de impiedad que han sido derribadas.

Humildad

10.1. “No sea rechazado, humillado y confundido” (Sal 73 [74],21): ¿hacia quién volveré mi mirada, dice el Señor, sino sobre el manso, el pacífico y el que practica mis palabras? Pero entiendo esto en relación con el humilde leyendo también: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Por tanto, este humilde, que se ha humillado según la enseñanza de Cristo, “no sea rechazado y confundido”, sino conducido hacia la gloria, pues “todo el que se humilla a sí mismo será ensalzado” (Lc 14,11; 18,14).

Pobres y necesitados

10.2. “El pobre y el necesitado alabarán tu nombre” (Sal 73 [74],21). Estas palabras se pueden tomar en sentido material, estos pobres que en la vida son menospreciados y los necesitados que siendo justos son despreciados, los que [deviniendo] santos alabarán el nombre del Señor; o también, si se quiere, pueden ser comprendidas sobre los pobres espirituales: muchos pobres y necesitados que se enriquecieron, y los que eran necesitados y pobres alabaron el nombre del Señor.

Cristo murió y resucitó por nosotros

10.3. “Levántate, Dios, juzga tu juicio” (Sal 73 [74],22). ¿A quién se dirige el salmista con esto? ¿Al Dios del universo? De ninguna manera. Pero puesto que el Salvador asumió la muerte por mí, por eso la profecía le dice: “Levántate, oh Dios, juzga tu juicio” (Sal 73 [74],22). Pues si no hubiera muerto y resucitado, no habría juzgado el juicio de los hombres, como lo manifiesta el Apóstol diciendo: “Para esto Cristo murió y resucitó, para ser Señor tanto de muertos como de vivos” (Rm 14,9).

Las injurias

10.4. “Recuerda tus oprobios, los hechos por los necios el día entero” (Sal 73 [74],22). No ha dicho: los oprobios con que nos injurian, sino “tus oprobios”. En efecto, aquellos que nos injurian, a ti te injurian.

El Señor humilla a los soberbios

10.5. “No olvides las voces de tus enemigos” (Sal 73 [74],23)[3]. Lo que dicen los enemigos con soberbia, que se haga en tu memoria, para que su maldad sea eliminada.

10.6. “La soberbia de los que te odian ha subido continuamente a ti” (Sal 73 [74],23). Los soberbios se exaltan, la soberbia nunca se humilla, sino que asciende y se eleva siempre. Por tanto, puesto que la soberbia se eleva y siempre asciende, Tú, oh Dios, destruye para siempre la soberbia de ellos, en Cristo Jesús, a quien sea la gloria y el poder por siempre. Amén.



[1] El texto de la LXX lee: “Porque se han llenado las oscuridades de la tierra” (trad. en: La Biblia griega Septuaginta. Natalio Fernández Marcos - María Victoria Spottorno Díaz-Caro [Coordinadores], Salamanca, Eds. Sígueme, 2013, p. 110 [Biblioteca de Estudios Bíblicos, 127]).

[2] Cf. Ef 6,12: “las (huestes) espirituales de la maldad”.

[3] La LXX dice: “No te olvides de la voz de los que te suplican” (La Biblia griega Septuaginta, p. 110).