OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (762)

El impuesto al César

Hacia 1635

Países Bajos

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 73 (74)

Introducción

La lucha contra el dragón invisible es muy exigente. La victoria solo es posible orando y haciéndonos dignos de la Palabra de Dios. Nuestra victoria reside en permitir que el Señor aplaste en nosotros la cabeza del Maligno (§ 6.1).

Necesitamos invocar a Cristo para que, cuando llegue a nuestras vidas, Él mismo quebrante en nosotros la cabeza del dragón. Así celebraremos, pues nuestra alma estará llena de dragones muertos, aquellos que el Señor Jesús ha exterminado en nuestros corazones (§ 6.2).

El Maligno es comparado a un dragón de muchas cabezas, como se dice en el Apocalipsis, y él se presenta de diversas formas en los pecados que cometemos los seres humanos, y también en los errores doctrinales que distorsionan la confesión de nuestra fe (§ 6.3).

“Orígenes piensa que la ayuda divina es indispensable para que el ser humano ‘que se sirve de un cuerpo como de una nave’, pueda vencer por completo al diablo, conforme al modelo de Job y la bendición de Rm 16,20”[1] (§ 6.4).

Los cristianos se alimentan con el cuerpo y la sangre de Cristo, verdadera comida y verdadera bebida. Pero los pecadores y los herejes no tienen acceso a este alimento y a esta bebida. Los herejes, en especial, porque blasfeman contra el Verbo y lo desconocen (§ 7).

Para que nuestra vida espiritual florezca necesitamos recibir el agua de la gracia celestial. Para ello debemos permitir que Dios excave una fuente en nosotros y así brote el agua que nunca se acabará (§ 8).

Texto

Aplastar la cabeza del dragón

6.1. Que el mar se adapte mejor al significado espiritual que al corpóreo es manifiesto por lo que sigue: “Tú has destrozado las cabezas de los dragones en el agua” (Sal 73 [74],13). ¿Acaso en esta agua del mar y de los ríos hay muchos dragones y Dios destroza las cabezas de los dragones en forma perceptible para los sentidos? ¿O la vida de los hombres está llena de dragones? Y ella es “el mar grande y espacioso” (Sal 103 [104],25), donde viajan las naves, donde se encuentran animales grandes y pequeños, donde está “este dragón, que tú formaste para jugar con él” (Sal 103 [104],26). Porque este mar tiene una gran cantidad de dragones y es obra de Dios destrozar “las cabezas de los dragones en el agua”. Cada vez que eres insidiado por una potestad adversa, comprende que eres acechado por un dragón y una serpiente invisibles (cf. Ap 12,9), sobre la cual dice el Salvador: “Les di la autoridad de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo” (Lc 10,19). Por consiguiente, cada vez que eres acechado por una potencia adversa, ora y, después de haber rezado, serás auxiliado, llegando a ser digno de la palabra de Dios que aplasta en ti la cabeza del dragón, así otras tantas veces triunfas y es destrozada la cabeza del dragón.

El Verbo aplasta la cabeza del dragón

6.2. De modo que, si se introduce en ti alguna concupiscencia y la idea de consentir a una acción impura, si esta concupiscencia es castigada, si es sofrenada, el Verbo ha quebrantado la cabeza de un dragón. Pero cuando se levanta el mal en la mente -porque del interior “del corazón proceden los pensamientos malvados” (Mt 15,19)-, invoca de nuevo a Dios para que te envíe al Verbo. Y cuando llegue el Verbo, aplastará la cabeza del dragón. Y es una bendición que tu alma esté llena de dragones muertos, que en algún tiempo vivían en ti. “Porque tú has destrozado las cabezas de los dragones sobre[2] el agua” (Sal 73 [74],13), sobre las aguas de las cosas inestables de la vida, sobre las aguas de las cosas que no son sólidas ni firmes, has destrozado la cabeza del dragón.

Las cabezas del dragón

6.3. Hay muchos dragones y para cada uno hay una cabeza, y hay un dragón policéfalo. Pero si quieres escuchar de una manera más sencilla y alegórica, la maldad es un dragón policéfalo. Cada especie, en efecto, de pecado cada especie de maldad es una cabeza de este único dragón: como la necedad es una cabeza del dragón de la maldad, también la injusticia, la intemperancia, la cobardía, la piedad, la avaricia y el restante catálogo de las cabezas del dragón. Pero si también quieres aprender de otro modo, conoce que el adversario, el antiguo dragón, el diablo, está escrito en el Apocalipsis de Juan que tiene muchas cabezas, pues no tiene una sola cabeza. Según una explicación diré que sus cabezas son todos sus príncipes; según otra, diré que son los jefes de los herejes, como Basílides es una cabeza del diablo, Valentín es otra cabeza del diablo, otra cabeza es Apeles[3], en una palabra, todos los jefes de las herejías son las cabezas del único dragón.

“Tengan ánimo”

6.4. Por consiguiente, “tú has quebrantado las cabezas de los dragones sobre el agua” (Sal 73 [74],14. 13), y si elevas por medio de la reflexión verás qué explicaciones hay que asignarles a las potencias adversas, las más elevadas y las más bajas: unas son las cabezas del dragón, las otras el resto de su cuerpo. Porque la Escritura conoce también un cuerpo del dragón que tiene las partes inferiores y las superiores; por ejemplo: “Toda una flota junta no podría soportar la piel de su cola” (Jb 40,31), porque una flota entera, que se encuentra en nuestro cuerpo, no puede soportar las partes finales y extremas del mal, si Dios no va en su auxilio. Por lo tanto, están las muchas cabezas del dragón, que Dios aplastará en nosotros, según la bendición del Apóstol que dice: “El Dios de la paz, que me ha conducido, aplastará en breve a Satanás bajo sus pies” (Rm 16,20). Sé, yo que digo estas cosas, que el dragón busca morderlos de nuevo sobre todo a quienes dicen contra él: “El señor es mi ayuda y mi protector” (Sal 27 [28],7), “y mi salvador, ¿a quién temeré?” (Sal 26 [27],1)[4]. Oremos, y todas sus amenazas serán removidas. Pues Dios dice: “Tengan ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

La carne de Cristo es verdadera comida

7. A continuación de nuevo tenemos una alegoría, ¿pero quién no podría dar una explicación alegórica? Que diga el que está descontento y no comprende que decimos esto forzadamente: “Tú has aplastado las cabezas del dragón, y las has dado como alimento a los pueblos etíopes” (Sal 73 [74],14). ¿Acaso los etíopes, que están habitando en los confines del mundo, reciben de Dios el cuerpo del dragón y lo cortan en pedazos para comer la carne del dragón? ¿Acaso es esta una expresión digna del Espíritu Santo? ¿Acaso es esto digno de la gracia profética? ¿Por qué se escandalizan por las palabras que elevan nuestras almas? Pero es posible demostrar que, como los santos comen el cuerpo de Cristo y el Señor dice: “Mi carne verdadera comida en mi sangre verdadera mi vida” (Jn 6,55), así también los pecadores comen el cuerpo de dragón. Por ejemplo, los valentinianos, los basilidianos y los otros herejes, si celebran una eucaristía, ¿acaso comen el cuerpo de Cristo, que ellos blasfeman, que desconocen. ¡Qué jamás suceda esto! En cambio, nosotros oramos para comer el cuerpo de Cristo, mientras ellos comen el cuerpo del dragón, sobre lo que está escrito: “Lo has dado en alimento a los pueblos etíopes” (Sal 73 [74],14), a quienes están en la ignorancia, en las tinieblas, a quienes están esclavizados por la ignorancia y los pecados[5].

El agua espiritual

8.1. “Tú has hecho brotar una fuente y un torrente” (Sal 73 [74],15), según he sentido literal, el más simple dirá que Dios hizo surgir una fuente de la roca, cuando el pueblo salió de la tierra de Egipto (cf. Sal 77 [78],15); e hizo brotar una fuente para Sansón (cf. Jc 15,19), cuando de la quijada del asno brotó el agua y él la bebió; y todos los demás relatos análogos que pueden encontrarse en las divinas Escrituras. Pero puesto que yo descubro que cada uno tiene una promesa de parte de mi señor Jesús, diré: “Una fuente de agua que brota hasta la vida eterna” (Jn 4,14), brotará de su vientre[6]. Y diré que las palabras: “Tú has hecho brotar fuentes y un torrente” (Sal 73 [74],15), se adaptan todavía mejor a esto en un sentido espiritual. De modo que cuando oran por nosotros, Dios excava una fuente en nosotros y hace brotar un torrente, y esta fuente nunca se secará. Se secan las fuentes físicas si no son alimentadas por el agua del cielo. Oren, entonces, por nosotros, para que una lluvia espiritual llene una fuente y un torrente, y puedan ustedes refrescarse bebiendo el agua espiritual. “Tú, por tanto, has hecho brotar fuentes y un torrente en nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.



[1] Origene, pp. 487-488, nota 14.

[2] El cambio de preposición (“sobre” en vez de “en”) se lee así en el texto griego.

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, II,2: «Apeles, que fue discípulo de Marción, pero inventor a su vez de una herejía mayor que la que había recibido de su maestro. Porque él, en su deseo de hacer ver que los escritos de Moisés no contienen en sí ninguna sabiduría divina y ninguna operación del Espíritu Santo, exagera este tipo de discurso y dice que en manera alguna tan poco espacio habría podido contener a tantas especies de animales con alimentos suficientes para un año entero. Se dice que en el arca se introducen “de dos en dos” (cf. Gn 6,19) los animales impuros, esto es, dos machos y dos hembras -tal es lo indicado por la repetición de la palabra-, y “de siete en siete” (cf. Gn 7,2), es decir, siete parejas, los animales puros; ¿cómo pudo suceder, dice (él), esto en un espacio del que se ha escrito que apenas podían caber solamente cuatro elefantes? Y, después de haber hecho la misma objeción para cada una de las especies, agrega a todo eso estas palabras: “Es, por tanto, seguro que se trata de una fábula inventada; y, si es así, resulta evidente que esta Escritura no es de Dios”».

[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Jueces, IX,1.3: «Todos ustedes que quieren seguir al ejército de Cristo, que quieren estar en su campamento, expulsen lejos de ustedes el temor del espíritu, lejos el terror del corazón, para que el soldado de Cristo diga con confianza: “Si levantan su campamento contra mí, mi corazón no temerá; si se entabla un combate contra mí, yo tendré esperanza” (Sal 26 [27],3). Que diga audazmente: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el protector de mi vida, ¿ante quién temblaré?” (Sal 26 [27],1)». Y leemos en las Homilías sobre el Levítico, XVI,6: «Si he llegado a ser justo, nadie puede aterrorizarme; ninguna otra cosa temo, si temo a Dios. Porque dice (la Escritura): “El justo confía como el león” (Pr 28,1), y por eso no teme al león, (que es) el diablo, ni al dragón, (que es) Satanás, ni a sus ángeles (cf. Ap 12,7), sino que según David dice: “No temeré al terror nocturno, (ni) a la fecha que vuela de día, ni al castigo que deambula en las tinieblas, ni a la ruina, (ni) al demonio meridiano” (Sal 90 [91],5-6). También agrega esto: “El Señor es mi luz, mi Salvador, ¿a quién temeré? El Señor es el defensor de mi vida, ¿ante quién temblaré?” (Sal 26 [27],1). Y de nuevo: “Si acampa contra mí un ejército, mi corazón no temerá” (Sal 26 [27],3). Ves la constancia y la fuerza del alma que observa los mandamientos de Dios, y tiene confianza en la libertad ingénita».

[5] Cf. Orígenes, Tratado sobre la oración, XXVII,12: Quien participa del pan sustancial de cada día, se fortalece en su corazón y viene a ser hijo de Dios (cf. 1 Ts 3,13). Pero el que come con “el dragón” no es más que un “etíope” espiritual transformado en serpiente por “los lazos del dragón” (Sal 73 [74],13-14; Ap 12,3-17; 13,2. 4. 1; 16,13; 20,2). De modo que aun cuando diga que quiere bautizarse oirá al Verbo que le reprocha: “¡Serpientes, raza de víboras! ¿Quién les ha enseñado a huir de la ira inminente?” (Mt 3,7; Lc 3,7). Con respecto al cuerpo del dragón que comieron los etíopes, dice David: “Tú hendiste el mar con tu poder, quebraste las cabezas de los monstruos en las aguas; tú machacaste las cabezas del Leviatán y las hiciste pasto de las fieras” (Sal 73 [74],13-14)».

[6] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, I,2: «Que cada uno de ustedes se esfuerce en ser el que separa el agua que está encima de la que está debajo, a fin de que, consiguiendo la inteligencia y la participación del agua espiritual que está por encima del firmamento, haga salir de su vientre ríos de agua viva que salen hasta la vida eterna (cf. Jn 7,38 y 4,14), netamente segregado y separado del agua de abajo, es decir, del agua del abismo, en el cual se dice que están las tinieblas y habitan el príncipe de este mundo (cf. Jn 12,31) y “el dragón” enemigo “y sus ángeles” (Ap 12,7; 20,3)».