OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (759)

La parábola de los dos hijos

1534-1535

Nüremberg, Alemania

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 73 (74)

Introducción

Orígenes sostiene que los cristianos celebran la Pascua verdadera y definitiva. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado y nos ha salvado (§ 8.1).

Se aplican a las fiestas de Pentecostés y de las Chozas afirmaciones semejantes las que se sostenían para la Pascua. En consecuencia, los cristianos son quienes ahora celebran las verdaderas fiestas judías, y las festejamos no “en figura”, sino en espíritu y verdad (§ 8.2).

Cristo se acerca a quienes los reciben, y se aleja de lo que hablan con falsedad, y prometen un ingreso a la verdad, pero obran contra ella (§ 9.1).

El diablo es capaz de destruir nuestras defensas en su contra, quitarnos nuestras armaduras y dispersar nuestras pertenencias. Puede, por tanto, derribar toda nuestra fortaleza espiritual (§ 9.2).

Cuando cometemos faltas que nos alejan del Señor, penetran los dardos encendidos del Maligno en nuestro interior, en nuestra alma. Y este santuario ya no es apto para orar, para que Cristo habite en él, para que Dios se pasee en su interior (§ 10.1).

Por el pecado le permitimos al Maligno profanar nuestro santuario; más aún, le dejamos mancillar la morada de Dios (§ 10.2).

En una lucha cotidiana, y sin duda siempre más ardua, contra el diablo, se cimenta nuestra perseverancia en la confesión y en la vivencia de nuestra fe (§ 10.3).

Texto

El Cordero inmolado

8.1. “Y se han jactado los que te odian en medio de tu fiesta” (Sal 73 [74],4). Según la letra, ven conmigo al tiempo de aquella fiesta, cuando mi Jesús, en la Pascua, fue entregado para ser crucificado. Entonces, se ensoberbecieron los judíos, [se ensoberbecieron] los enemigos de Cristo y maniobraron los judíos en medio de la fiesta. Era, en efecto, una fiesta cuando Él fue entregado y en vez del cordero mataron al Salvador, “fue conducido como un cordero para ser inmolado[1], como un cordero mudo delante del que lo esquila” (Is 53,7). Por tanto, ya no escucho con simplicidad al profeta que dice: “Fue conducido como un cordero para ser inmolado” (Is 53,7). Porque el profeta habla en un sentido místico, sabiendo que, por nosotros, “Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado” (1 Co 5,7), que Él fue conducido como un cordero para ser inmolado (cf. Is 53,7). Como en la Pascua son conducidos los corderos, así también en la verdadera Pascua es conducido Cristo. “Y se han jactado los que te odian en medio de tu fiesta” (Sal 73 [74],4). Por eso, después de esa fiesta no festejaron más: han manchado la fiesta, han manchado las cosas santas. Y también ahora, si los judíos quisieran festejar, tampoco podrían hacerlo.

La verdadera Pascua

8.2. Si nos atenemos a las Escrituras, no está permitido festejar la Pascua si no es en este lugar que los judíos consideran santo y del que han sido expulsados. Por consiguiente, ya no celebran dicha fiesta; es más, ni siquiera festejan la fiesta de Pentecostés ni la de las Chozas. En cambio, sus fiestas, que les han sido quitadas, nos han sido dadas a nosotros, y sobre ellos se cumplen las palabras dichas por el profeta Amós: “Que sus fiestas se conviertan en luto y sus cantos en lamentos” (Am 8,10)[2]. Por tanto, nosotros recibimos las fiestas, pero una forma diferente a como ellos las habían recibido. Pues ellos las recibieron en figura, hasta que llegase la verdad; pero después que llegó la verdad, nosotros decimos que hemos recibido la verdadera Pascua. “Porque Cristo, nuestra Pascua verdadera, ha sido inmolado”, y no celebramos la fiesta “con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y maldad, sino con los ázimos de sinceridad y verdad” (1 Co 5,7-8). Del mismo modo celebramos también Pentecostés y como gozamos incluso de los frutos espirituales, construimos chozas, no habitamos en casas, siendo en la tierra extranjeros y peregrinos (cf. 1 P 2,11), privados de casas[3].

Los discursos falsos

9.1. “Y se han jactado los que te odian en medio de tu fiesta, han puesto como enseñas sus enseñas, y no las han reconocido, como a la entrada, muy arriba” (Sal 73 [74],4-5). También las potestades enemigas y quienes han hecho el mal contra el Salvador han puesto enseñas; las han puesto y hasta hoy yacen las enseñas de su pecado, la destrucción de Israel. ¿Cuáles son las enseñas del pecado? El pasar de Cristo se ha alejado de ellos y ha venido hacia nosotros. Ellos expulsaron a Cristo. Él vino junto a quienes no lo expulsan, sino que lo reciben: “Y ellos no las han reconocido, como a la entrada, muy arriba” (Sal 73 [74],4-5). Veamos asimismo otra explicación en el texto. Con frecuencia quienes obran con maldad contra la verdad ponen señales y signos como a la entrada. Por ejemplo, cada vez que observes entre los heterodoxos una promesa de ingreso, pero que en realidad se trata de discursos mentirosos y contrarios a la verdad, que no introduce, según su promesa, a un ingreso; cada vez que veas que prometen cosas elevadas y una explicación de las realidades celestiales, di: “Han puesto como enseñas sus enseñas, y no las han reconocido, como a la entrada, muy arriba” (Sal 73 [74],4-5).

La acción destructora del Maligno

9.2. Observa también las obras de los enemigos, que hacen lo siguiente: “Como en un bosque de árboles, con hachas han cortado sus raíces, a su vez con hacha de leñador y martillo las han abatido” (Sal 73 [74],6). Si alguna vez te atacan los enemigos, obsérvalos fuera de tus puertas con hachas racionales que abaten las puertas para entrar dentro de ti, y una vez que han ingresado, “se apoderan de los bienes del fuerte” (cf. Mc 3,27; Mt 12,29)[4]. Como está escrito en una parábola del Evangelio: “Cuando el hombre fuerte bien armado defiende su palacio, están seguros sus bienes; pero si llega uno más fuerte que él, le quita la armadura en la cual había confiado y reparte su botín” (Lc 11,21-22). E igual que en una guerra los enemigos que vencen y toman la armadura de los derrotados, así también si las potestades adversas penetran, después de haber destrozado tus puertas principales[5], te arrebatan la armadura para que ya no poseas “una coraza de justicia” (Ef 6,14), no estés ceñido con la verdad, no tengas más “el yelmo de la salvación” (Ef 6,17), ya no poseas el calzado del celo por el Evangelio, ni la espada del Espíritu, ni “el escudo de la fe” (Ef 6,15. 17. 16). Pero si no quieres aceptar que esto sea así, ¿quién es más fuerte, sino el que arrebata la armadura de aquel que confiaba en ella y reparte su botín (cf. Lc 11,22)? ¿Y qué armadura, por tanto, nos quita el enemigo, si penetra con hachas destructoras derribando las puertas de nuestra alma, a no ser, como se ha dicho precedentemente, “que con hacha de leñador y martillo la hayan abatido” (Sal 73 [74],6)? Tienen las hachas, tienen los martillos, para destruir todos los edificios que habíamos construido.

Quemaron tu santuario

10.1. “Prendieron con fuego tu santuario” (Sal 73 [74],7). Cada uno de nosotros, según nuestras posibilidades, construye un santuario para Dios y le edifica un altar en el interior. Después llegan las potestades, los adversarios, y le prenden fuego, como quemaron con fuego el santuario de Dios. Comprende, entonces, lo que dice el Apóstol, para poder “apagar todos los dardos encendidos del maligno” (Ef 6,16). Porque si llega un dardo encendido, ¿qué hace? Prende fuego al santuario, y si peco, un dardo encendido penetra en este santuario- en el que en un tiempo oraba, en un tiempo tenía dentro de mí a Cristo, en un tiempo Dios se paseaba-, y sucede que “prendieron con fuego tu santuario” (Sal 73 [74],7).

“Han profanado la morada de su santo nombre”

10.2. Invoquemos, entonces, todos juntos a Dios, para que ningún incendio queme este santuario por medio de los dardos encendidos del Maligno, por un deseo impuro, por un deseo de dinero, por un deseo de gloria de poca monta o de alguna otra cosa, para que nunca ocurra que “han prendido con fuego tu santuario, con fuego han profanado la morada de su santo nombre” (Sal 73 [74],7). Si vieras un alma que ya vuela en lo alto, que ya imagina realidades celestiales, deviene cautiva y yace postrada por causa del pecado, no dudes en decir que en ella las potestades adversas “han profanado la morada del nombre de Dios” (Sal 73 [74],7).

Conclusión

10.3. Y sobre este se produce: “¿Cómo es qué ha caído desde el cielo la estrella de la mañana, que surgía a la aurora? Ha sido abatida por tierra” (Is 14,12), ha sido arrojada desde el cielo a la tierra, mandato de Israel (cf. Sal 80 [81],5). Nunca suceda que suframos estas cosas, sino que, venciendo cada día más a nuestros enemigos, con la ayuda de Dios, seamos inexpugnables, teniendo en nuestro interior el santuario, el templo no profanado por Nabucodonosor (cf. 2 R 25,8 ss.), no abatido por el espíritu del Maligno; al contrario, siempre edificado y santificado con espíritu de fortaleza, de santidad y templanza (cf. 2 Tm 1,7), en Cristo Jesús, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. 


[1] Lit.: al degüello.

[2] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, XXVI,3.4-5: «Estos son la parte muerta de este pueblo, porque no celebran, como se debe, ni los ázimos ni los días de fiesta. “Sus días de fiesta se han cambiado en luto, y sus cánticos en lamentaciones” (Tb 2,6; Am 8,10). Y aunque lo quieran, no podrán celebrar el día de fiesta en el lugar que eligió el Señor Dios. Sin embargo, nosotros no les hemos dicho: “Ustedes no tendrán parte en este altar ni en la heredad del Señor”. Son ellos quienes, espontáneamente, han rechazado el verdadero altar y el pontífice celestial, y han llegado a un grado tal de infelicidad, que han perdido la imagen y no han acogido la verdad. Por eso se les dice: “He aquí que la casa de ustedes quedará desierta” (Lc 13,35). Ha sido transferida a las naciones la gracia del Espíritu Santo; (los judíos) nos han transferido sus solemnidades, porque el pontífice también se ha pasado a nuestro lado, no el pontífice en imagen, sino el verdadero, elegido según el orden de Melquisedec (cf. Hb 5,6)». Y con un sentido personal, Homilías sobre el libro de los Números, XXIII,3.2: “La palabra profética enseña bien que los días de fiesta de los pecadores se convierten en luto, y sus cantos en llanto (cf. Am 8,10), es cierto que quien peca y celebra días de pecado no puede celebrar un día de fiesta; y por eso en los días que peca no puede ofrecer el sacrificio perpetuo a Dios. Pero puede ofrecerlo el que perpetuamente custodia la justicia y se guarda a sí mismo de pecado. Pero, en el día en que lo interrumpa y peque, está claro que en ese día no ofrece el sacrificio perpetuo a Dios”.

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, IX,5: «Se manda en la Ley que en el día de la propiciación todo el pueblo humille su alma (cf. Lv 16,29 LXX). De qué modo el pueblo humilla su alma, Cristo lo dice: “Vienen días, afirma, en que les será quitado el esposo, y entonces en esos días ayunarán” (Mt 9,15). Por consiguiente, se celebran muchos días de fiesta según la Ley. Hay sin duda una solemnidad en el primer día del mes (cf. Ex 12,3. 15. 18), y otra en el segundo (cf. Nm 9,11). Pero también en el primer mes, otra solemnidad (es) la de la Pascua, otra la de los Ázimos, aunque parece que la solemnidad de Pascua está unida a la de los Ázimos; porque el principio de los Ázimos se une al final de la Pascua (cf. Ex 12,15. 18). Pero Pascua designa solo el día en que se mata al cordero (cf. Ex 12,6), en cambio los demás son llamados días de los Ázimos; puesto que así lo dice: “Harás la solemnidad de los Ázimos durante siete días” (cf. Ex 23,15). Por tanto, esta es la primera solemnidad».

[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, VII,3.2: «“Lo que nos era contrario, eso lo quitó de en medio clavándolo en su cruz; y despojó a los principados y potestades convirtiéndolos en espectáculo abiertamente, triunfando sobre ellos en el madero de la cruz” (Col 2,14-15). Comprendo por estas palabras que, viendo la lucha de Jesús, las virtudes celestiales hicieron resonar sus trompetas celestiales, una vez despojados de sus poderes los principados y potestades enemigos, “atado el fuerte y robadas sus pertenencias” (Mt 12,29); porque el príncipe de este mundo estaba vencido. Y el ejército celestial dio gritos júbilo por el triunfo de Cristo. Por tanto, verdaderamente bienaventurado es el pueblo de los gentiles, que conoció esta gran aclamación de alegría de los ejércitos celestiales, que aceptó y creyó en los misterios». Y también en la Homilía XIV,2.3, se dice: “En los evangelios está escrito que el fuerte duerme seguro en su palacio, hasta que llega uno que es más fuerte, lo ata y se lleva lo que posee (cf. Mt 12,29). Por ende, el rey del palacio es el príncipe de este mundo (cf. Jn 16,11)”. En tanto que, en sus Homilías sobre el libro de los Números, XIII,1.3, leemos: «Cada uno de nosotros fue anteriormente ciudad del rey Sijón, del rey orgulloso, porque reinaba en nosotros la necedad, la soberbia, la impiedad y todo lo que viene de la parte del diablo. Pero, cuando fue atacado y vencido el fuerte y fueron saqueadas sus pertenencias (cf. Mt 12,29), nos convertimos en ciudades de Israel y heredad de los santos, con tal que haya cortado de raíz en nosotros aquel poder que antes nos dominaba, y haya sido cortado el árbol estéril, haya sido derrotado el rey orgulloso y vivamos bajo el rey que dice: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29)». Asimismo en las Homilías sobre el Éxodo, IV,9, afirma: «Dice el Señor: “Si antes no se le ha atado bien, no se puede entrar en su casa y robarle sus bienes” (Mt 12,29). Por tanto, primero debemos atar al fuerte y atarlo con los lazos de las cuestiones, y así introducirnos para robarle sus bienes y liberar las almas de las que se había apoderado con engaño fraudulento. Si hacemos esto a menudo y perseveramos contra él -resistiremos, como dice el Apóstol: “Estén en pie, ceñidas sus cinturas en la verdad” (Ef 6,14) y de nuevo: “Estén firmes en el Señor, y compórtense virilmente” (Flp 4,1; 1 Co 16,13)-, cuando, por tanto, nos mantengamos en pie de modo contra él, aquel artista antiguo y astuto también se fingirá vencido y cederá, a ver si por casualidad, de este modo nos encuentra más negligentes en el combate. Fingirá incluso la penitencia y nos rogará que nos apartemos de él, aunque no lejos (cf. Ex 8,28 [24]). Quiere que seamos vecinos, al menos en parte, quiere que nos marchemos no lejos de sus fronteras».

[5] Lit.: tus puertas sobre el hegemonikon (que dirigen, o que están arriba).