OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (753)

Jesucristo y la mujer cananea

Hacia 980-993

Reichenau, Alemania

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 67 (68)

Introducción

Al iniciar, en el párrafo tercero, la exposición de la interpretación espiritual del versículo cinco del salmo, Orígenes nos ofrece una distinción entre hablar y cantar; para ello se apoya en dos textos paulinos (§ 3.1).

«Orígenes reflexiona sobre “la voz inteligible”, que es la del intelecto (noys) -y equivale para él al término bíblico “corazón”- con la condición de que sea “puro” (Mt 5,8), con la ayuda de Rm 8,15 y Ga 4,6. Se trata de dos testimonia que concurren especialmente a desarrollar su reflexión sobre la oración interior, o silenciosa, de los santos, y sobre “la voz” o “gemido” del Espíritu que la anima íntimamente según Rm 8,26-27[1]» (§ 3.2).

La tercera parte del párrafo tres, recibe una buena ayuda para su comprensión del siguiente texto:

«El Verbo de Dios, que procede de David y existía antes que él, despreciando la lira y la cítara, instrumentos sin alma, armonizó por medio del Espíritu Santo este mundo y el pequeño universo que es el hombre, su alma y su cuerpo; mediante el instrumento polífono [el Verbo] canta para Dios y acompaña con el instrumento que es el hombre. “Porque tú eres para mí cítara, flauta y templo”. Cítara por la armonía, flauta por el espíritu, templo por la razón, para que aquella [cítara] vibre, la otra [flauta] sople y el otro [templo] haga un sitio al Señor. 

Ciertamente, el rey David, el citarista…, nos ha exhortado a la verdad y a retornar de los ídolos; sobre todo impedía cantar himnos a los demonios, ahuyentándolos con su música de verdad, con la cual, cantando él solo, curó a Saúl cuando estuvo poseído por aquel [espíritu] (cf. 1 S 16,23). El Señor, enviando su soplo sobre ese hermoso instrumento que es el hombre, lo hizo según su propia imagen (cf. Gn 1,27)...[2]» (§ 3.3).

La fe recta en Cristo y en Dios Padre nos permite comprender el amor de nuestro Creador, y también su severidad respecto de nuestro alejamiento de Él y de su Hijo. Sin embargo, sostenidos por una fe que se expresa convenientemente, podemos cantar como los cielos la gloria de Dios (§ 3.4).

Así como es imperfecto nuestro conocimiento en la vida presente, también lo es nuestra alabanza al Señor. Pero cuando llegue lo perfecto también podremos realizar todo de una manera digna de Dios. Y esta será nuestra condición en el mundo venidero: veremos a Dios con un corazón puro (§ 3.5).

Cantar al Señor, en espíritu y verdad, es todo un desafío, si es que queremos hacerlo para que Él se alegre con nuestro canto. Deberemos, por tanto, conocer cuáles son las melodías que regocijan a nuestro Dios, y aprenderlas (§ 3.6).

Texto

Hablar y cantar

3.1. Puesto que el admirable Apóstol, escribiendo de modo particular algunas palabras en una carta, me sugiere proponerlas, entonces, partiendo de ellas, en cuanto me es posible, trataré de explicarles cómo se pueden comprender en un sentido más profundo las palabras: “Canten al Señor, canten salmos a su nombre” (Sal 67 [68],5). Dice Pablo: “Hablando entre ustedes con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando a Dios en sus corazones” (Ef 5,19). En esta epístola dijo: “Salmos, himnos y cánticos espirituales”, pero en otra dice: “Cantando con gratitud en sus corazones” (Col 3,16). Si alguien quisiera apoyarse literalmente sobre estas palabras, no sé si podría demostrar cómo el corazón canta, haciendo algo diferente al no cantar, es decir, hablar. E incluso respecto de la voz articulada, observo una diferencia entre hablar en vez de cantar y cantar en vez de hablar sin acompañamiento musical. Me parece que si hablo, necesito una cualidad diversa para hablar. Pero si canto, para cantar bien necesito la música, y el conocimiento del ritmo y de los sonidos. Y necesitaré saber los nombres de las melodías y de los sonidos, sobre lo cual los músicos sabrán hablar mucho mejor que yo.

Voz sensible y voz inteligible

3.2. Por consiguiente, si una cosa es cantar con el corazón y otra solo hablar con él, y diferente es cantar con el corazón respecto de hablar simplemente con el corazón, pues «el Espíritu clama en nuestros corazones y canta: “Abba, Padre”» (cf. Rm 8,15; Ga 4,6), se debe examinar qué es cantar con el corazón. Hay en nosotros una voz inteligible, distinta de la voz sensible, y la Palabra, teniendo presente que ella es escuchada solo por Dios dijo: “El Espíritu que clama en nuestros corazones” (Ga 4,6). Tal vez, también cuando se dice: “Con mi voz he clamado al Señor” (Sal 3,5), la Palabra no lo dice sobre la voz sensible. Porque Dios no tiene necesidad de ésta cuando digo “Clamar hacia Él”, ya que esta voz llega hasta lo que [se manifiesta] por medio de la carne, el espíritu y la sangre, esta voz es un golpe en el aire. Pero tenemos otra voz y, para expresarme escuetamente y persuadir a quien me escucha, diré que esta es la voz de un intelecto[3] puro.

El Verbo le pone ritmo a nuestro entendimiento

3.3. En consecuencia, necesito una música inteligible, que le dé un ritmo a la voz del entendimiento, necesito un adiestramiento espiritual de la voz, no uno sensible. ¿Y dónde podré aprenderlo? ¿Quiénes son los maestros de esta música? David salmodiaba, utilizaba instrumentos, la historia dice que él era un músico (cf. 1 S 16,16-23). Pero, ¿por qué este apelativo no se le da a David[4]? Tal vez, los traductores han querido evitar la paronimia con Musas, pero el hecho evidente es que David se apropió de este arte y de su poder. Hablaré sin cautela y en términos generales, para que comprendamos la música. En muchos pasajes David es figura de nuestro Salvador. Y David se fabricó un instrumento de diez cuerdas (cf. Sal 32 [33],2), o de cuantas cuerdas estuviera compuesto; pero el gran músico David, el de hábil mano -pues se dice que así se traduce este nombre, interpretando David como el de mano hábil-, sobre él los profetas profetizaron que regiría al pueblo (cf. 1 S 9,17; 16,12), vino a esta vida y se fabricó un gran instrumento de muchas cuerdas: la Iglesia. Y en cada uno de nosotros cuando este Verbo le pone ritmo al entendimiento e impone orden a los movimientos del intelecto y a las voces [del entendimiento] al modo de la música, podemos ver el mandamiento que dice; “Canten al Señor” (Sal 67 [68],5). Habiéndolo comprendido así el Apóstol puede decir: “Cantando y salmodiando en sus corazones” (Col 3,16).

“Canta como los cielos”

3.4. En efecto, cuanto el entendimiento no piensa de modo discordante sobre Cristo ni discurre de un modo desprovisto de ritmo sobre el Dios del universo, sino que considera lo que es correcto sobre Él y, teniéndolo presente, habla convenientemente sobre la divinidad, expresa también, por decirlo así, el esfuerzo de la voz respecto de Dios en su severidad y el sosiego que produce su bondad (cf. Rm 11,22). Y cuando pueda producir, hablando sobre Dios, a partir de la intensificación [de la voz], ritmos espirituales mesurados y melodías celestiales, entonces canta como los cielos, canta con el corazón y salmodia para Dios. ¿De qué manera como los cielos? Según lo que está escrito: “Los cielos narran la gloria de Dios” (Sal 18 [19],2)[5].

Cantar a Dios con un corazón puro

3.5. Pero también en el Apocalipsis de Juan hemos leído como Juan, el profeta y apóstol, pues escribió el Apocalipsis como profeta, vio fiestas santas y ángeles que tenían cítaras y salmodiaban; y vio algunos “cantar el cántico de Moisés, siervo de Dios” (Ap 15,3). Yo pienso que, según el designio de toda su revelación, que es espiritual -en ella está escrito: “Quien tiene oídos que oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2,7)-, se explica en sentido espiritual lo que dice sobre el cántico y los salmos. Todos nosotros, en efecto, debemos cantar a Dios, habiendo aprendido la música espiritual, y tomar la iniciativa de cantarle himnos. Ahora ciertamente entonamos himnos de forma imperfecta, y cantamos de manera imperfecta; pero cuando venga lo que es perfecto (cf. 1 Co 13,10), como ya no profetizaremos de manera imperfecta, como ya no conoceremos de forma imperfecta, sino que conoceremos plenamente, así entonces cantaremos himnos a Dios con los santos ángeles, arcángeles, tronos y dominaciones. Y esta será nuestra obra en el eón venidero: cantar con los corazones, ver a Dios con corazones puros y hacer lo que sea semejante a esto.

Melodías que alegran a Dios

3.6. Esforcémonos, entonces, por cantar en cada una de las dos formas, y no simplemente en cantar, sino cantar al Señor. Porque para ser grato al Señor debo aprender la voz con la que se alegra el Señor y las melodías con las que se regocija el Señor. Y lo mismo que si debo cantar para un rey, necesitaré conocer qué melodías son gratas al rey, para que agrade al rey con mi canto; y si me dispongo a cantar para los teatros de alguna ciudad, deberé conocer las melodías aptas para las poblaciones y las ciudades. Así también, si me dispongo a cantar al Señor, deberé conocer las melodías que alegran al Señor, para cantar a Dios teniendo como oyente al Señor.



[1] Origene, p. 400, nota 13. Cf. Orígenes, Sobre la oración, II,3: «En el corazón, de los escogidos, el Espíritu clama: “Abba, Padre” (Ga 4,6). Conoce muy bien nuestros gemidos en la tienda del cuerpo, suspiros de abatimiento por haber caído en pecado. “Intercede ante Dios con gemidos inenarrables” (Rm 8,26) pues, por el amor misericordioso que tiene a la humanidad, hace suyos nuestros gemidos». Y en Homilías sobre el Éxodo, V,4, el Alejandrino afirma: «Querría ya saber cómo lo santos claman a Dios sin (usar) la voz. El Apóstol enseña: “Dios nos ha dado el Espíritu de su Hijo que clama en nuestros corazones: ¡Abba, Padre!” (Ga 4,6); y añade: “El mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables”. Y de nuevo: “El que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede en favor de los santos según Dios” (Rm 8,26-27). Así, por tanto, el clamor silencioso de los santos se oye ante Dios por la intercesión (lit.: interpelación) del Espíritu Santo».

[2] Clemente de Alejandría, Protreptico, I,5.3-4. Cf. Origene, pp. 402-403, nota 15.

[3] Voys: entendimiento, inteligencia, facultad de pensar, etc., que para Orígenes equivale al término bíblico “corazón”.

[4] Cf. Orígenes, Homilía sobre el libro de los Números, XVIII,3.3: “¿Qué diremos, también de la música, en la cual el sapientísimo David había alcanzado tan cumplida pericia y adquirido las disciplinas de toda melodía y del ritmo, que en estas cosas encontrara sonidos por los cuales pudiese incluso calmar con el canto al rey, perturbado y atormentado por un espíritu maligno?. De ahí que no piense que haya alguien de recto sentido que niegue que en la ciencia de estas cosas toda sabiduría viene de Dios”.

[5] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, I,13: «… Todos los perfectos, hechos celestiales o llegados a ser “cielos”, “narran la gloria de Dios” (Sal 18 [19],2), como dice el Salmo. Por eso, en fin, también los apóstoles, que eran cielos, son enviados a narrar la gloria de Dios y reciben el nombre de “Boanerges, es decir, hijos del trueno” (cf. Mc 3,17), para que, por la potencia del trueno creamos que son verdaderamente “cielos”». Ver Origene, pp. 404-405, nota 16.