OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (752)

Jesús camina sobre el agua y rescata a Pedro

1433

Evangeliario

Armenia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 67 (68)[1]

Introducción

Esta homilía se inicia con una introducción, que también hallamos en otras predicaciones del Alejandrino, sobre la necesidad de profundizar, por medio de un atento examen, en los mandamientos que hallamos consignados en las Sagradas Escrituras. Esta es la tarea propia de la meditatio, que debemos poner en práctica al realizar nuestra lectio divina cotidiana (§ 1.1).

“… No es posible observar los mandamientos de Dios sin comprender su significado profundo. También para ellos es válida la recomendación que hace Jesús de ‘buscar’ (Mt 7,7); y, por tanto, hay que interrogarse sobre la auténtica naturaleza de la los preceptos divinos, en vez de atenerse simplemente a la letra. La comprensión de los mandamientos, además de asegurar un entendimiento más adecuado a la naturaleza y dignidad de Dios… es secundada por un amor que siempre es conforme a nuestras fuerzas y capacidades. La expresión más alta de esta caridad es el martirio, pero que no es de todos, sino solo de quienes son capaces de un amor perfecto”[2] (§ 1.2). 

En el segundo párrafo de la presente homilía se nos formula una pregunta, o mejor: se nos invita a profundizar en el sentido del mandamiento formulado en el versículo cinco del salmo. Y nuestra tarea es buscar “el sentido digno” de este mandato (§ 2.1).

Todo ser humano experimenta la necesidad de poner una pausa en su labor cotidiana. Sin embargo, los cristianos no podemos adecuarnos a los métodos paganos de relajación (§ 2.2).

La vida nueva, recibida en el bautismo, nos arranca de nuestro precedente modo de existencia, que era pagana. En consecuencia, es necesario dejar de lado los cantos de esta vertiente y entonar los cánticos según Dios (§ 2.3). 

El deseo ferviente de poder regresar a nuestra patria celestial, concluida nuestra peregrinación temporal, confiere una modalidad propia, específica, a nuestro canto y a nuestra salmodia junto a la comunidad eclesial (§ 2.4-5)[3].

Texto

Es necesario sondear la palabra de Dios

1.1 No es posible que alguien cumpla todos los mandamientos de Dios en las divinas Escrituras, los de Cristo y del Espíritu Santo, sin primero haber comprendido lo que se dice. A menudo nos parece comprender algo de lo que se nos ha ordenado, pero cuando investigamos e indagamos si lo que se nos ha mandado es digno de quien lo ha ordenado y manifiesta algo de la grandeza de Dios que habla, no hallamos nada de esto. Además, la Palabra misma nos exhorta, según lo de “busquen y encontrarán” (Mt 7,7), a buscar también lo que pensábamos conocer antes de indagar, para que, buscando, encontremos entonces en los mandamientos de Dios algo digno del que ordena y que es llevado a la práctica no por cualquiera, sino por aquellos que son capaces de cumplir también los otros mandamientos de Dios, grandes y divinos.

La grandeza de la caridad 

1.2. Por tanto, como no es de todos cumplir los mandamientos sobre el martirio, sino que es de quienes tienen una gran caridad, la caridad hacia Dios, que “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, el amor que no acaba nunca” (cf. 1 Co 13,7-8); así sobre muchos [mandamientos] hallaremos que es propio de algunos grandes obrar en Dios lo que Dios ordenó. Y para cada uno de los mandamientos hay que buscar el designio del mandamiento y la grandeza de la caridad, para que fortificados por esta e iluminados por la luz verdadera, obremos lo que se nos manda habiéndolo comprendido.

“Canten a Dios”

2.1. ¿Pero qué me propongo [decir] con este proemio? Escucha. El principio de la lectura de hoy era un mandamiento. Porque la Palabra ha dicho: “Canten a Dios, canten salmos a su nombre, preparen el camino para el que cabalga sobre el ocaso, Señor es su nombre” (Sal 67 [68],5). Busco, entonces, si manda esto el Dios del universo, o Cristo, o el Espíritu Santo, para que, según las palabras “canten a Dios”, ninguna otra cosa se entienda sino una modulación[4] de la voz. Pero esta, mucho mejor que nosotros, pueden producirla los músicos y quienes esmeradamente ejercitan su propia voz para aumentarla y amplificarla, por medio de alguna técnica, para el ejercicio y adiestramiento de la voz. Busco, por consiguiente, si la Palabra quiere decir solo esto, o si el mandamiento, incluso entendiendo esto, en primer lugar, por algún motivo, como algo útil por causa de los más simples, como mostraremos inmediatamente, no manifieste poseer también, en segundo término, un sentido digno de quien ordena y que se puede ver en las palabras: “Canten a Dios, canten salmos a su nombre” (Sal 67 [68],5).

Necesitamos relajarnos, pero no con invenciones paganas

2.2. Ahora bien, en primer lugar, la Palabra proclama que también la letra del texto tiene algo útil y necesario, y es necesario ante todo demostrar esto. Sabemos que todos los seres humanos necesitamos relajarnos y que no es posible mantener nuestro pensamiento[5] en una tensión permanente, aunque llegásemos a ser personas muy estudiosas. Por tanto, los que no tienen[6] [nuestra] fe buscan relajarse con diversiones desordenadas, o con risas abundantes y canciones indecorosas, y toman como tema de las canciones sus propias pasiones. A veces cantan situaciones eróticas, a veces los cantos[7] y los himnos de los demonios, según su religión; a veces también toman como tema la propia tristeza, y conforme a esta cantan lamentaciones sobre su pesar[8]. Otras veces toman como tema las nupcias, de donde derivan las odas epitalámicas.

Cantos según Dios

2.3. Pero en cuanto a nosotros, la Palabra ha querido que el alma de los creyentes fuera desviada de las odas paganas hacia las mejores canciones, según Dios; para que, proponiendo canciones que parecen de naturaleza homogénea, pero que son mejores, el alma se apartase del deseo de aquellos cantos. Y la Palabra dice: “¿Quieres cantar y valerte para tu canto de un tema amoroso[9]? Aprende que en verdad existe un eros divino y celestial, según el cual fue escrito el Cantar de los Cantares. ¿Quieres cantar una oda epitalámica? Conoce el matrimonio divino, el del hijo del rey según el Evangelio (cf. Mt 22,2), al que has sido llamado: reconoce al esposo, pon atención a la esposa, y canta no un canto [cualquiera], sino eminente; y así como están las cosas santas entre las que son santas (cf. Ex 29,37), así canta el Cantar de los Cantares. ¿Pero quieres llorar , y cuando eras pagano tenías cantos y lamentos apropiados? Aprende que también ahora se te da una bienaventuranza, la de aquellos que lloran (cf. Lc 6,21; Mt 5,5)”.

Cantar con el anhelo de la patria celestial en el corazón 

2.4. Comprende, entonces, por qué debes llorar. Mira tu Jerusalén, busca el camino para volver a casa[10], di llorando: “¿Cómo es que está sentada sola la ciudad populosa, que era la principal entre las naciones? ¿Cómo se ha sometido a tributo? ¿Cómo ha llorado lamentándose de día y de noche con lágrimas sobre las mejillas?” (Lm 1,1-2), y lo que sigue. Y llora también tu exilio a Babilonia diciendo: “Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y hemos llorado” (Sal 136 [137],1), con el resto [del salmo][11]. Y mira de qué forma tu lamento te será provechoso, enseñándote a buscar la patria misma, a comprender los misterios sobre ella y a llorar, hasta que vuelvas a la ciudad que ha sido construida con las piedras más valiosas, no con las inanimadas. Porque ustedes han sido “edificados como piedras vivas, como templo espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer víctimas espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo” (1 P 2,5). Por consiguiente, si te lamentas por tu alejamiento de Jerusalén, y comprendes que, habitando en el cuerpo, estás en el exilio separado del Señor (cf. 2 Co 5,8), haciéndote según Dios, llegarás a ser [como] cristal de roca, piedra de los pórticos, piedra elegida, piedra de zafiro y tantas otras piedras preciosas que se dice que existen, de las que está formada la Jerusalén celestial (cf. Is 54,11-12; Ap 21,18 ss.). Vuelto hacia Dios, y diciendo: “Cuántos ídolos falsos han poseído nuestros padres” (Jr 16,19), abraza los himnos al Dios del universo y transforma toda tu manera de cantar y salmodiar [elevándola] hacia lo más digno, lo más venerable, lo más provechoso.

2.5. Esto, entonces, sobre la interpretación literal de las palabras: “Canten al Señor” (Sal 67 [68],5), pues estas también son provechosas en sí mismas.



[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume I. Omelie sui Salmi 15, 36, 67, 73, 74, 75. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2020, pp. 390-429 (Opere di Origene, IX/3a), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 200-224 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19).

[2] Origene, p. 390, nota 1.

[3] Se debe tener en cuenta, como lo advierte Perrone, que “Orígenes identifica la Iglesia cuerpo de Cristo con la Jerusalén espiritual, imagen de la verdadera ciudad de Dios que es la Jerusalén celestial” (Origene, p. 397, nota 10).

[4] Egklisis: inclinación, flexión, conjugación. Cf. Origene, pp. 392-393, nota 4.

[5] Hegemonikon, lit.: el principio de autoridad, es decir, nuestro autogobierno.

[6] Lit.: de afuera.

[7] Lit.: peán (canto coral griego en honor de Apolo, con frecuencia de carácter guerrero).

[8] Lit.: akedia, que podríamos incluso traducir por depresión, o tedio del corazón (cf. Casiano, Instituciones, 10,1; CSEL 17, p. 173).

[9] Lit.: erótico.

[10] Cf. Lc 15,17-18.

[11] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XV,1.4: «Si alguien estuviera entre estos ríos de Babilonia, si alguien fuera inundado por las corrientes del placer y bañado por las ondas de la lujuria, éste no se dice que “está de pie”, sino que “se sienta”: y por eso, los que estaban allí prisioneros, decían: “Sobre los ríos de Babilonia nos sentamos y lloramos, mientras recordábamos a Sión” (Sal 136 [137],1). Pero ni siquiera pueden llorar antes de acordarse de Sión: pues es el recuerdo de los bienes el que hace lamentables las causas de los males. A no ser, pues, que uno se acuerde de Sión, a no ser que contemple la ley de Dios y los montes de las Escrituras, no comienza a llorar sus males».