OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (751)

La Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo

1330

Evangeliario

Urunkar, Armenia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 67 (68)

Introducción

Quien no cree en la resurrección de Cristo no puede permanecer en presencia de Dios. Debe huir del rostro de Dios. Y en su fuga no podrá evitar la perdida de la visión divina (§ 9.1).

La alegría de los justos es la conversión de los pecadores; es la visión de la realización del bien sobre la tierra, la contemplación del fuego que el Salvador enciende para la purificación de nuestras faltas (§ 9.2).

Orígenes rechaza la argumentación, que parece algunos, ingenuamente, sostenían de que es posible salvarse permaneciendo pecadores. Dios separa los peces buenos de aquellos malos (cf. Mt 13,48; § 9.3).

La diferencia entre el justo y quien no lo es reside sin duda en la praxis de ambos, en su modo de proceder. Mientras que el malvado, o el procede con maldad, hace amargas todas las cosas; en cambio, el justo obra conforme al ejemplo y los mandatos del Verbo de Dios, que hace dulces todas las realidades de nuestra vida (§ 9.4).

Justicia es uno de los atributos o títulos atribuidos a Cristo, que Orígenes adopta a partir del texto de 1 Co 1,30. Por tanto, es por la participación en Cristo-Justicia, que se deviene justo, y el pagano queda excluido pues no participa de Cristo. “Desde este punto de vista, el Alejandrino no parece tener una particular simpatía por el formato de un ‘cristianismo anónimo’, conforme a la concepción del logos spermatikos de Justino, prefiriendo insistir más bien sobre la necesaria mediación de Cristo para la participación en las virtudes”1 (§ 10.1).

Un final a toda orquesta nos regala la conclusión de esta primera homilía sobre el salmo 67. En él resuenan una y otra vez tres verbos: alegrarse, regocijarse, deleitarse. Poder experimentar semejante exultación, vivirla en toda su plenitud, será posible, de manera definitiva, cuando lleguemos, al final de nuestra peregrinación en esta tierra, a la Casa del Padre (§ 10.2).

Texto

Huir del rostro de Dios

9.1. Por tanto, los que odian al Dios que ha resucitado huyan de su rostro (cf. Sal 67 [68],2). Porque, mientras resisten a Dios y se le oponen, todavía no han huido del rostro de Dios; pero cuando son vencidos por la divinidad de Dios, huyen de su rostro. A aquellos que huyen del rostro de Dios sucede algo análogo a lo que está escrito sobre Caín, que después de haber consumado sus pecados se alejó del rostro de Dios (cf. Gn 4,16). Puesto que “el rostro del Señor [está] sobre los que cometen maldades, para exterminar de la tierra su memoria” (Sal 33 [34],17), por esto los que comenten maldades huyen del rostro de Dios. Pero aunque huyan, “disípense como se disipa el humo; como se derrite la cera ante el fuego, así perezcan los pecadores delante del rostro de Dios” (Sal 67 [68],3).

El Salvador vino a traer fuego sobre la tierra

9.2. Cuando estas cosas [les] suceden a quienes odian a Dios y a sus enemigos, los justos se alegran. En efecto, los justos no reciben su alegría antes que los impíos hayan muerto a sus pecados. Porque cuando los pecadores se disipan como el humo y se derriten como la cera (cf. Sal 67 [68],3), en la medida que son pecadores, los justos se alegran no solo por sí mismos, sino también por el humo que se disipa y la cera que se derrite. Puesto que ven que se realiza el bien al disiparse el humo y derretirse la cera. Quizás, el Salvador viendo suceder, por el fuego, que la cera está a punto de derretirse, para que quede solo la miel, dijo: “Fuego vine a traer sobre la tierra, y cómo querría que ya estuviera ardiendo” (Lc 12,49).

“Una suposición ingenua”

9.3. Ma parece conveniente en mi discurso eliminar con argumentación un prejuicio ingenuo de los hermanos que, a veces, dicen cosas insensatas sobre los pecados. Porque dicen que sea posible salvarse permaneciendo pecadores, y dar a Dios una declaración para que sea salvado el maloliente a causa de sus pecados, no viendo la imposibilidad del asunto. Aquellos, en efecto, desde su punto de vista, dicen que Dios también puede poner los peces malos y vituperables con los peces buenos que han caído en la red (cf. Mt 23,48), sin ver que esto ni siquiera es sensato; que la red no se limpie, que no sean elegidos de una forma pura los buenos, que no se puede mezclar lo contrario al bien con este.

La dulzura del Verbo de Dios

9.4. Estos [hermanos] parecer querer que se guarde en el granero también la paja (cf. Mt 3,12; Lc 3,17). En efecto, ¿qué diferencia hay entre echar [en la red] los peces malos con los buenos y guardar en el granero la paja, o que el humo no se disipe sino que se mantenga con el fuego, para que donde está la salvación de nuevo esté el humo y esté la maldad, y donde esté la miel de nuevo esté la cera que no se come, que no es dulce? Porque la praxis del justo es dulce y el Verbo de Dios hace dulces todas las cosas que están en Él, por eso dice: “¡Cómo son dulces tus palabras para mi garganta!” (Sal 118 [119],103). Su praxis es dulce, en cambio [las acciones] del pecador son amargas. Pero si son amargas y por eso amargan2 al justo Señor, es manifiesto que, al contrario, las acciones del justo endulzan al justo [Señor]; de donde el justo ora por esto con sus palabras diciendo: “Sea dulce para él mi conversación” (Sal 103 [104],34).

Es justo quien participa de Cristo

10.1. Por tanto, después que le sucedan estas cosas a los pecadores, “que los justos se regocijen” (Sal 67 [68],4), dice [la Escritura]. Hagámonos justos para que estemos alegres3. No pienses que esto, devenir justo, sea algo simple y evidente. Porque Cristo, la Justicia, “se hizo para nosotros Sabiduría de Dios, justificación también, y santificación y redención” (1 Co 1,30). Por consiguiente, no se puede ser justo si no se participa de Cristo. Y si alguno supone que alguien sea justo fuera de la fe, deberá admitir una de las dos consecuencias: o que también el pagano participa de Cristo; o que, si no participa de Cristo, no es justo. ¿Qué, entonces, quiere admitir? ¿Que un pagano participa de Cristo? Pero esto parece absurdo. Pues dice la muchedumbre: «Que me suceda esto, y para todos los que creen en Cristo, participar de Cristo, para que se diga sobre mí: “Hemos llegado a ser partícipes de Cristo” (Hb 3,14)». En consecuencia, el pagano no se considera partícipe de Cristo; y si no participa de Cristo, no posee una justicia verdadera. En efecto, para diferenciar [la verdadera] de la falsa justicia, se dice en los Proverbios, según los Setenta: “Para conocer la justicia verdadera y para enderezar el juicio” (Pr 1,3). Puesto que si no hubiera una justicia que parece verdadera, pero que no lo es, no se diría: “Para conocer la justicia verdadera”. Porque como la luz verdadera (cf. Jn 1,4) es diferente de la que no es verdadera, así también la justicia más verdadera es tal respecto de la no verdadera.

Exultar ante Dios es una bendición

10.2. Por consiguiente, los justos, los que participan de la justicia de Cristo, alégrense y regocíjense (cf. Sal 67 [68],4). Regocíjense no es suficiente, pues no es hermoso solo regocijarse si no incluye el agregado, que es necesario. ¿Qué agregado es este? “Regocíjense ante Dios” (Sal 67 [68],4). Por tanto, regocijarse ante Dios es una bendición. Así, junto con regocijarse ante Dios es posible deleitarse por la alegría. Entonces nos deleitaremos, si juntos nos reunimos: “Mira, pues, ¿qué hay de más hermoso o gozoso si no que los hermanos habiten juntos?” (Sal 132 [133],1). Y este habitar juntos tiene lugar en la casa del Padre. Porque entonces será habitar en sentido propio, mientras que ahora todavía no se da el habitar, puesto que las moradas presentes son carpas, y yo estoy en camino hasta que llegue a la casa de Dios con voces de alegría, a la casa de los que están de fiesta (cf. Sal 41 [42],5). Pero cuando llegue a la casa, me deleitaré en la casa de Dios. Por eso se dice: “Una sola cosa he pedido al Señor, esa buscaré: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la dulzura del Señor y visitar su santo templo” (Sal 26 [27],4), en Cristo Jesús, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

 


1 Origene, p. 384, nota 37. Cf. Orígenes, Homilías sobre Jeremías, XVII,4: “Como el Salvador es la Justicia en persona, la Verdad en persona, la Santificación en persona, así también la Esperanza en persona, y no es posible ser justo al margen de Cristo, ni ser santo sin Él, ni tener esperanza sin poseer a Cristo, porque Él es la Esperanza de Israel”.

2 El verbo parapikraino, puede traducirse por: agriar, irritar, exasperar.

3 Traduzco así el verbo eyphranthomen, que es utilizado por Lucas en la parábola del Padre misericordioso (Lc 11,23).