OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (749)

La parábola del trigo y la cizaña

Siglo XIV

Lombardía (?), Italia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 67 (68)

Introducción

Al inicio del párrafo quinto de su homilía, Orígenes nos acerca una lectura cristológica del salmo. Lectio divina centrada en el misterio pascual de Cristo. El que existía desde siempre, se hizo hombre para compartir nuestra condición y así vencer a todos los enemigos de Dios, muriendo y resucitando por toda la humanidad (§ 5.1).

La lectura cristológica antes propuesta presenta una dificultad: Jesucristo, nuestro Salvador, siendo Dios resucita de entre los muertos. Entonces, ¿Dios murió y la muerte tiene poder sobre Dios? Para resolver esta dificultad Orígenes propone, ante todo, acoger la parusía, la presencia del Lógos, del Verbo (§ 5.2).

La respuesta a la objeción, presentada en el párrafo precedente, parte “de la doctrina paolina de la resurrección en 1 Co 15,42-44, y desemboca en la perspectiva, menos habitual, de la deificación del Salvador en cuanto hombre: Él, con la resurrección, ya no está sujeto a la muerte, de forma que el hombre que resucita para no morir debe ser considerado en la misma forma que un dios”[1] (§ 5.3).

La resurrección de Cristo abre en la vida de todo ser humano una realidad completamente nueva. Es decir, si realmente creemos que nuestro Salvador ha resucitado, también nosotros estaremos con Dios gozando de una vida sin limitaciones de ninguna clase (§ 5.4)[2].

Por el bautismo, participamos, según la Carta a los Romanos, de la muerte y resurrección de Cristo. Pero para que nuestros enemigos sean dispersados por completo, deberemos aceptar también morir al mundo (§ 6.1).

La formulación de una triple resurrección: “la primera y universal en Cristo resucitado; la individual en novedad de vida (Rm 6,4) de cada fiel que pasa de la muerte del pecado a la vida en el Señor resucitado; la final, en la unidad escatológica de la Iglesia como cuerpo de Cristo… en realidad se fundamenta en la resurrección de Cristo, de modo que esta sostiene el esquema que aquí se ofrece. Ahora bien, la primera resurrección en cada fiel está unida al morir y resucitar con Cristo, es decir, al bautismo; en tanto que la segunda es consecuencia del juicio final”. Y en su Comentario al evangelio de san Juan (X,35) Orígenes afirma: “La resurrección de Cristo de la pasión y la cruz, que ya ha sucedido, encierra también el misterio de la resurrección de todo el cuerpo de Cristo”[3] (§ 6.2).

Texto

Lectura cristológica

5.1. Puesto que yo sé que mi Salvador y Señor es Dios, en efecto: “En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios” (Jn 1,1); y diré todavía más, porque en el hebreo no figura en primer lugar el artículo, se podría leer: “Levántese Dios y dispérsense sus enemigos” (Sal 67 [68],2) [como referido a Él]. Pues antes que el Salvador padeciese, “se presentaron los reyes de la tierra y los príncipes se reunieron contra el Señor y contra su Cristo” (Sal 2,2). Pero después de su resurrección fueron dispersados aquellos que se habían reunido y huyeron lejos de su rostro (cf. Sal 67 [68],2), y se disiparon como se disipa el humo, y perecieron como se derrite la cera ante el fuego (cf. Sal 67 [68],3), vencidos primero por la muerte de Cristo y, en segundo lugar, por su resurrección y su vida.

Un problema que plantea la lectura cristológica del salmo

5.2. Pero alguno de los oyentes dirá, sobre todo si es agudo y puede indagar todas las cosas, incluso las profundidades de Dios (cf. 1 Co 2,10): “Entonces, ¿nuestro Salvador, siendo Dios, resucita de los muertos?”. Por consiguiente, también Dios murió y la muerte puede adueñarse de Dios. Al contrario, ¿no enseña Él mismo que el que muere es el hombre? Dice, en efecto, a quienes lo asedian: “Ahora buscan matarme, un hombre que les ha hablado la verdad, que he oído del Padre” (Jn 8,40). Pues Él sabía presentarse como un ser humano, y lo que se buscaba hacer desaparecer no era la Verdad, ni la Vida, ni la Resurrección. Porque la Resurrección no deja sitio a la muerte, sino que el Unigénito de Dios es la Resurrección (cf. Jn 11,25), y la Resurrección es inmortal. En cambio, decir que la Vida muere suscita inmediatamente una contradicción[4]. Puesto que el Señor dice: “Yo soy la vida” (Jn 11,25). ¿Cómo, entonces, dices que las palabras: “Levántese Dios” se adaptan al Salvador? Pues si Dios resucita, ves que es necesario decir lo contrario de cuanto entiende la Palabra, contradiciendo la Escritura y diciendo: si Dios resucita, Dios está muerto. Tal vez, recibiendo del Padre la parusía del Verbo, podremos resolver la objeción y la cuestión.

La resurrección de Cristo

5.3. Prestemos atención cuidadosamente a lo que dice el bienaventurado Pablo sobre la resurrección: “Lo que se siembra en la corrupción no resucita en la corrupción sino en la incorrupción, lo que siembra en el deshonor no resucita en el deshonor sino en la gloria” (cf. 1 Co 15,42-43), y [agrega] a estas palabras: “Lo que se siembra en la debilidad no resucita en la debilidad sino en la fuerza” (cf. 1 Co 15,43). ¿Y qué mas todavía, sino que “lo que se siembra animal no resucita animal, sino espiritual” (cf. 1 Co 15,44)? ¿Qué hay de sorprendente, si muere el que era un hombre, desde el momento en que el hombre es susceptible de morir, mientras que aquel que resucita no es más un hombre sino un dios, análogamente a aquello que era animal, pero resucita espiritual? Cuando resucita es de nuevo un hombre, en cuanto hombre, muere, pues el hombre es un ser mortal, y muriendo nuevamente será un ser mortal. En cambio, si no es mortal, permanece inmortal, entonces “la muerte no tiene poder sobre él” (Rm 6,9), y es manifiesto que siendo inmortal ya no es más un hombre, sino que ha resucitado como dios.

Murió como hombre, resucitó como dios

5.4. Pero, ¿por qué digo estas cosas sobre el Salvador? Porque te aguardan a ti que crees en Dios y has recibido a Cristo: mueres hombre y resucitas dios. Si después de haber resucitado ya no mueres más, no caes más, no puedes ser corregido como ahora eres corrgido. Si eres un pecador, ahora se te dice: “Yo dije: ‘Todos ustedes son dioses e hijos del Altísimo’, pero ustedes mueren como hombres y caen como uno de los príncipes” (Sal 81 [82],6-7). En cambio, entonces no te será ya dirigido el reproche: “Pero ustedes mueren como hombres” (Sal 81 [82],7). Pues permaneces dios y se te dice: «Yo dije: “Todos ustedes son dioses e hijos del Altísimo”» (Sal 81 [82],6). Y lo que sigue se también se adapta a ti: no mueres, en efecto, ni caes, sino que estás en pie con Dios mismo, que siempre está de pie, desde el momento, pues, en que nuestro Salvador ha resucitado. Después de haber muerto como hombre ha resucitado como dios.

Hemos resucitado con Cristo

6.1. “Sean dispersados sus enemigos” (Sal 67 [68],2), aquellos que antes se habían reunido “juntos contra el Señor y contra su Cristo” (Sal 2,2), mientras para uno después del otro de los resucitados, para cada uno singularmente, Cristo resucita con él: “Fuimos sepultados con Cristo mediante el bautismo” (Rm 6,4) y hemos resucitado con Él. Resucitando con Aquel que está muerto al pecado (cf. Rm 6,10), es decir, Cristo resucitado con él, sus enemigos se dispersan, aquellos que antes se habían reunido juntos y ya no se encuentran juntos, porque han sido dispersados. Y Aquel que en un tiempo dijo: “Vamos y descendiendo confundamos su lengua” (Gn 11,7), y que ahora desciende yendo junto a ti, si resucitas de los muertos, dirá: “Confundamos, dispersemos los enemigos del que ha aceptado morir al mundo, de aquel que ha conseguido resucitar con Dios”.

La resurrección del cuerpo de Cristo

6.2. Ahora bien, los enemigos de Dios han sido dispersados dos veces: según la primera resurrección universal de Cristo y según la resurrección del Salvador en cada uno, para que caminemos en novedad de vida (cf. Rm 6,4). Y expresando una tercera interpretación -pues el Verbo nos ha exhortado a dar una tercera interpretación, ordenando por medio de Salomón transcribir tres veces las escrituras de Dios, porque dice: “Y tú transcríbelas tres veces en la voluntad y en el conocimiento para responder palabras de verdad a quienes te interrogan” (Pr 22,20-21 LXX)- conozco todavía otra resurrección: la del cuerpo de Cristo. “Pero ustedes que son el cuerpo de Cristo y sus miembros, cada uno por su parte” (1 Co 12,27); y la cabeza, alguno de los santos, no puede decir a los pies, los otros hombre: “No tengo necesidad de ustedes” (cf. 1 Co 12,21). En cambio, observa, como dice [la Escritura], los muchos miembros de Cristo (cf. 1 Co 12,12). Veo este cuerpo, todos aquellos que se durmieron (cf. 1 Co 15,20), y resucitan en un solo instante “a la voz del arcángel y al sonido de la trompeta de Dios” (1 Ts 4,16), como que entonces se puede decir que ha resucitado la Iglesia, la boca y el cuerpo de Cristo, y ha resucitado Cristo para ser en todo el cuerpo como Él era en aquel cuerpo. Así, en efecto, no será solo Él resurrección según las arras de nuestro Padre (cf. Jn 11,25), sino según la perfección del don, cuando vendrá lo que es perfecto, sucederá la resurrección completa de los muertos para todo el cuerpo de Cristo. Entonces Cristo vendrá en la resurrección y estará en todo su cuerpo, no solo en una parte. Cuando Cristo Dios resucitará así en todo su cuerpo resucitado, entonces sus enemigos serán dispersados totalmente, entonces los enemigos hallándose en el castigo se disiparán como humo, desaparecerán “como se disipa el humo” (Sal 67 [68],3).



[1] Origene, p. 370, nota 27.

[2] “El horizonte futuro que espera al fiel, que sigue a Cristo, es la deificación. Esta visión propone de nuevo el tema del ‘estar en pie’ junto a Dios, subrayado con el envío a Dt 5,31…” (Origene, p. 371, nota 28). El recurso al Sal 81 (82),6-7, es un testimonium fundamental para el desarrollo del tema de la divinización (ibid.).

[3] Origene, pp. 374-375, nota 31.

[4] Lit.: tiene de allí una disputa (o lucha).