OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (748)

La parábola del sembrador

1594

Grecia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 67 (68)

Introducción

Orígenes se interroga sobre qué entiende la Sagrada Escritura sobre los movimientos que se la atribuyen a Dios en ellas. Y ofrece una serie de textos en los que se habla de los desplazamientos divinos (§ 3.1).

Sin hesitación alguna Orígenes afirma que Dios es inmutable. Y contemporáneamente sostiene que el Sagrada Escritura el Dios del universo se adapta, por así decirlo, y se transforma conforme a las condiciones espirituales de cada creyente (§ 3.2)[1].

La enseñanza y el ejemplo de vida del apóstol Pablo son una exhortación siempre actual para imitar a Cristo, configurando nuestra vida toda a su imagen y semejanza. Pero siempre a condición de aceptar, desde la fe en Él, el camino de la debilidad, de la necedad (§ 3.3).

En Dios no hay cambio ni movimiento alguno. Pero cuando Él obra a favor nuestro, lo vemos, nosotros, como quien actúa realizando determinadas acciones que nos benefician y nos salvan (§ 3.4).

Existen dos tipos de asambleas. Una es la de los hijos e hijas de Dios; la otra es la del diablo y sus potencias adversas, que también congrega a los heteredoxos (§ 4.1).

Y así como hay dos asambleas, también existen dos formas de reunirse. Una es la asamblea de quienes se congregan, pero para dividir, para dispersar, y formar así la asamblea del Maligno. La otra es la de aquellos que se reúnen como enseña Cristo, y sobre ellos Dios vela (§ 4.2).

La alegría de los justos es poder estar en presencia de Dios, en comunión con todos los fieles del Señor, teniendo un solo corazón y una sola alma. Esta es la delectación en el gozo, la alegría plena y perfecta (§ 4.3-4).

Texto

“Se levanta Dios”

3.1. Hay que indagar cuándo Dios se levanta y cuándo duerme. Porque en las explicaciones comunes las divinas Escrituras dicen algo de esto sobre Él, pero es necesario comprender de qué modo esto está transcrito. Respecto al sueño de Dios un orante dice en los salmos: “Levántate, ¿por qué duermes, Señor? ¿Por qué apartas tu rostro? ¿Te has olvidado de nuestra pobreza y de nuestra tribulación?” (Sal 43 [44],24-25). Sobre estar sentado: “Tú, que te sientas sobre querubines, manifiéstate, ante Efraín, Benjamín y Manasés” (Sal 79 [80],2-3). Sobre el estar Dios en pie, Él mismo le dice a Moisés: “Tú mismo estás de pie conmigo” (Dt 5,31). Y sobre caminar, en el Génesis está escrito que Adán, después de haber pecado, escuchó al Señor que caminaba en el paraíso al atardecer (cf. Gn 3,8).

Dios es siempre el mismo

3.2. Pero sobre estas afirmaciones debes saber que Dios, considerado en sí mismo, no está sujeto a cambios, es inmutable y permanece siempre según Él es. Por eso respecto de las criaturas decimos: “Los cielos perecerán”, mas sobre Él decimos: “Pero tú permanecerás” (Sal 101 [102],26-27). Y de nuevo, sobre las obras de la creación: “Todas como un manto envejecerán; y como una vestimenta las enrollarás, y serán cambiadas” (Sal 101 [102],27). Mas sobre Dios, que jamás envejece, sino que permanece siempre nuevo, [decimos]: “Pero tú eres siempre el mismo y tus años no cesarán” (Sal 101 [102],28). Y yo tengo fe en aquel que dice por medio del profeta: “Yo soy el Dios de ustedes y no cambio” (Ml 3,6). Por tanto, en cuanto a sí mismo el Dios del universo no está sujeto a cambios, es inmutable, sin transformaciones, pero respecto de ti, hombre, se dice como que experimenta transformaciones, haciéndose para cada uno como es digno que se haga para cada cual. 

Pablo, imitador de Cristo

3.3. Ahora bien, Pablo, en cuanto hombre, por medio de la caridad y la filantropía, haciéndose para cada uno lo que necesita el que es beneficiado, dice: “Me hice a los judíos como judío, para ganar a los judíos; me sometí a la Ley por quienes están sometidos a la Ley, aunque no estando yo mismo bajo la Ley, para ganar a quienes están bajo la Ley; me hice sin Ley para aquellos que están sin Ley, aunque no estando sin Ley de Dios, sino dentro de la Ley de Cristo, para ganar a los sin Ley; me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles; para todos me hice todo para de todos modos salvar a algunos” (1 Co 9,20-22). Pero ¿Pablo de quién es imitador al hacer estas cosas? Me atrevo a decir: de Cristo, que se hizo débil con los débiles, para ganar a los débiles (cf. 1 Co 9,22). “Y la debilidad de Dios es más fuerte que [la fuerza] de los hombres” (1 Co 1,25). No solo la debilidad de Cristo, el que fue crucificado por debilidad, es más fuerte que [la fuerza] de los hombres, sino que el Apóstol, en cuanto tenía la autoridad de decir lo que es verdadero y afirmar “que la debilidad de Dios es más fuerte que [la fuerza] de los hombres” (1 Co 1,25), se atreve a decir algo completamente audaz y temerario para los oyentes incapaces de comprender lo que escuchan. Pues dice: “La necedad de Dios es más sabia que los hombres” (1 Co 1,25).

Dios nunca duerme 

3.4. Ahora bien, la debilidad de Dios en verdad no existe, pero a causa de nuestra debilidad lo que es llamado “debilidad de Dios” (cf. 1 Co 1,25) nos libra de toda debilidad humana. De la misma manera, en verdad no existe “la necedad de Dios” (cf. 1 Co 1,25), mas a causa de “los necios del mundo, que Dios ha elegido” (1 Co 1,27), se dice: “La necedad de Dios es más sabia que los hombres” (1 Co 1,25). Igualmente, por tanto, a decir verdad, Dios es impasible e inmutable, pero por nuestra causa se afirma que está sentado, estando sentado para alguien, como si fuera juzgado. No suceda que esté de pie ante uno que es juzgado. Porque “el tribunal se sentó y se abrieron los libros” (Dn 7,10), y Él está sentado cuando juzga. Pero el que es santo y bienaventurado, al que convienen las palabras: “El que cree en mí no es juzgado” (Jn 3,18), no está sentado sino de pie. Por eso, quien está en pie dice a quien ya es digno de estar en pie con Dios: “Pero tú estás de pie conmigo” (Dt 5,31). En ocasiones, el que no se adormece, el que no duerme cuando custodia a Israel (cf. Sal 120 [121],4), duerme en el obispo indigno de la providencia y la gracia de Dios. Pero si aquel por cuya causa Dios duerme, se convierte, se dice: “Se despertó el Señor como quien duerme, como un poderoso ebrio de vino” (Sal 77 [78],65). Y así, Dios también se levanta.

3.5. Esto por cuanto se refiere a: “Levántese Dios” (Sal 67 [68],2).

Dos asambleas

4.1. Pero veamos también [las palabras]: “Dispérsense[2] sus enemigos” (Sal 67 [68],2). Ahora bien, hay dos asambleas generales, una del diablo y otra de Dios, y es imposible que estas dos asambleas se reúnan simultáneamente. Entiende, en efecto, por asamblea del diablo que se reúne, bien la asamblea de las potencias adversas, bien la de los heterodoxos, sobre la cual se dice: “He odiado la asamblea de los malvados” (Sal 25 [26],5).

Dos formas de reunirse

4.2. Aquí es necesaria una reflexión sobre la asamblea, pues quienes menosprecian la asamblea, quienes no escuchan al que dice: “El que no se reúne conmigo me dispersa” (Mt 12,30; cf. Jn 10,12), los que no escuchan, “no abandonando la asamblea, como es costumbre de algunos” (Hb 10,25), no solamente cometen un pecado, porque se dispersan sin reunirse y sin congregarse para la oración en común, sino que también cometen otro pecado más grave. Pues cada uno de aquellos en cuanto no se reúnen, forma la asamblea de los malvados (cf. Sal 21 [22],17; 25 [26],5), y, al contrario, quienes se reúnen, pero lo hacen como enseña Cristo diciendo: “El que no se reúne conmigo” (Mt 12,30), puesto que es necesario reunirse con Él, cada uno de los que se congregan de esta forma dispersa, por su parte, la asamblea del Maligno. Y sobre aquellos que se reúnen de esta manera, Dios no duerme, sino que se levanta. Por eso [el salmo] dice: “Levántese Dios y dispérsense sus enemigos” (Sal 67 [68],2).

La alegría de los justos

4.3. Pero alguno de los oyentes dirá: “Has hablado de dos asambleas, mas lo que está escrito no es sobre las asambleas, sino sobre Dios”. Es verdad, convenientemente el proemio comienza con Dios. Puesto que para que sea una asamblea santa, es necesario que Dios se levante, pues en el momento en que Dios se levanta, se disuelve la asamblea de los pecadores, mientras se reúne la asamblea de los justos. Mira cómo se habla sobre los pecadores, y cómo también se habla sobre los justos: después de todo lo que debe sucederles a los pecadores (cf. Sal 67 [68],3), lo que [los justos] deben experimentar cuando Dios se levanta. Porque está escrito: “Que los justos se alegren, alégrense ante Dios, deléitense en el gozo” (Sal 67 [68],4). No es, en efecto, que cada uno se alegre aparte, sino que la alegría es común a todos los santos. Porque tenían un solo corazón y una sola alma todos los creyentes (cf. Hch 4,32)[3].

4.4. Sea esto, entonces, referido en términos generales al Dios del universo, y que se expliquen en relación a Él las palabras: “Levántese Dios y dispérsense sus enemigos” (Sal 67 [68],2), según la primera interpretación.

 


[1] Cf. Origene, p. 361, nota 19.

[2] El verbo, aoristo pasivo imperativo, puede traducirse así (cf. La Biblia griega Septuaginta, p. 99), o bien: sean dispersados. De hecho, la versión italiana utiliza las dos formas (cf. Origene, pp. 365 y 367).

[3] Lit.: “Porque uno solo era el corazón y el alma de todos los creyentes”.