OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (742)

La Santísima Trinidad adorada por los ángeles

Hacia 1517

Libro de oración

Tours, Francia

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 38 (39)

Introducción

El versículo seis del salmo le abre al predicador una veta nueva para su reflexión: la duración de nuestros días, de nuestra vida (§ 9.1).

Frente a las dificultades que pueden surgir de la lectura de algunos textos bíblicos, Orígenes nos propone un recurso muy valioso: buscar en otros pasajes de la Escritura una explicación plausible (§ 9.2). 

A partir de un pasaje del libro del profeta Isaías (4,12), se nos invita a profundizar en la convicción de que nuestros días están medidos por Dios, que toda nuestra existencia transcurre según sus designios (§ 9.3).

La vida de todo ser humano, vista desde la fe, es precaria. Pero ante Dios cuenta, y mucho, cada persona; y de nuestra parte, debemos crecer en la certeza de que somos hechura suya (§ 10).

Nuestra vida presente es limitada, sobre todo en lo que se refiere a las realidades espirituales. Moisés mismo, que fue uno de los grandes profetas, y, a pesar de los dones que el Señor le concedió, sin embargo, su vida presente era limitada, como muy bien lo recuerda san Pablo (§ 11.1).

Somos, todos los vivientes, imperfectos. También los seres humanos en su actual condición son imperfectos, en espera de alcanzar la perfección, lo que sucederá solo cuando llegue lo que es perfecto (§ 11.2).

La vida de todo ser humano es una carga, un peso que se debe sobrellevar en el tiempo presente. Y nuestra realidad corpórea está destinada a la corrupción, en espera de una existencia más plena y liberada de los lazos temporales (§ 11.3).

Casi sobre el final de la presente homilía se nos dirigir nuestra mirada hacia las alegrías de la vida eterna: santa, bienaventurada, verdadera, dulce, angélica, luminosa (§ 11.4).

El verdadero discípulo de Cristo anhela esa vida, y todo su ser está ya como en tensión hacia la morada celestial (§ 11.5).

Texto

Mis días son breves

9.1. Y agrega: “He aquí que pusiste antiguos mis días” (Sal 38 [39],6)[1]. En griego está escrito: palaistas[2], que significa una medida de cuatro dedos. Por tanto, queriendo instruirnos, nosotros que ya en esta vida pasamos breves y muy pocos, [el salmista] ha dicho este versículo mencionado antes. Por lo que se comprende que otro también pueda decir: “Hiciste que mis días fueran un dedo”, como quejándose por la brevedad del tiempo, y que otro hable de dos o tres dedos. Pero me pregunto si algún hombre puede decir: “Mis días son de diez dedos”, o veinte, o también más.

La medida

9.2. Y puesto que llegamos a textos difíciles, quiero buscar si en algún lugar de las Escrituras encontramos algo semejante, por cuyo medio pueda abrirse con más claridad lo que parece oscuro. Recuerdo que en Isaías está escrito: “¿Quién ha medido, dice [el profeta], el agua con la mano, el cielo con la palma y toda la tierra con el puño?” (Is 40,12 LXX). Sobre esto, que el de mayor capacidad entre los oyentes considere las diferencias de medida en cada pasaje: cómo para los que merecen ser llamados “cielo”, la parte de su vida que es celestial se dice que es medida por la palma de Dios, sea lo que fuere esta “palma de Dios”[3]; y cómo la vida de aquellos que todavía es terrena es medida por el puño de Dios. Pero buscar ahora la particularidad del puño de Dios, tal vez, excede nuestra palabra y la capacidad de escucha de ustedes.

Nuestra vida está en las manos de la Providencia divina

9.3. Sin embargo, como allí “ha medido el agua con la mano, el cielo con la palma y toda la tierra con el puño, y pesa las montañas en la balanza y las colinas con una pesa” (Is 40,12), así también aquí esta medida se debe comprender según la misma lógica, pues nada hay para Dios sin medida, nada sin peso, sino que todas las cosas para Él constan de número y medida (cf. Sb 11,20)[4]. Y así también la vida del profeta está calculada y medida por Dios, en tanto que se rige por las disposiciones de su Providencia.

Estamos invitados al consorcio angélico

10. En lo que sigue [el salmista] añade y dice: “Mi ser es como nada ante ti” (Sal 38 [39],6)[5]. Si no hubiera agregado “ante ti”, me hubiera entristecido mucho, pues hubiera dicho que el ser humano nada es. Pero como ahora dice: “ante ti”, es como si dijera: en comparación con los ángeles o las demás criaturas, mi ser no es abyecto ni insignificante. Y, en efecto, si hemos obrado bien y hemos observado los mandamientos de Dios, estamos invitados al consorcio angélico: “Serán, dice [el Señor], como los ángeles de Dios en el cielo” (Mt 22,30). Mas en comparación con Dios, incluso si yo fuera Pedro, contra quien “no prevalecerán las puertas del infierno” (Mt 16,18), mi ser es nada ante Él (cf. Sal 38 [39],6). Y es suficiente el uso del vocablo para lo propio de la naturaleza. Porque toda realidad, cuán grande ella sea, que procede de la nada es nada; solo es, en efecto, Aquel que es (cf. Ex 3,14), y que siempre es. En cambio, nuestro ser es como nada ante Él, puesto que de la nada ha sido creado (cf. 2 M 7,28)[6].

Nuestra vida presente es vanidad 

11.1. En lo que sigue, como explicando lo que ya dicho: “Mi ser es como nada ante ti” (Sal 38 [39],6), agrega y afirma: “Realmente es una completa vanidad todo hombre viviente” (Sal 38 [39],6). ¿Cómo entiendes vanidad? Si pensamos que la vida (es) una verdadera vanidad, ¿para qué nos esforzamos? Pero mira si, tal vez, esto que dice: “Todo viviente”, no se debe comprender sobre esta vida presente, como está escrito, y lo comprobamos por los testimonios. Pues todo lo que en esta vida les sucede a los hombres, son cosas vanas, e incluso si se trata de Moisés en esta vida, porque él mismo conoce de un modo parcial y profetiza de un modo parcial (cf. 1 Co 13,9)[7], y ve como en un espejo y en enigma (cf. 1 Co 13,12); y conoce la sombra (cf. Col 2,17) y enseña figuras (cf. 1 Co 10,6), y todavía no ve la verdad, y por eso sin duda es un viviente, pero su vida es vanidad.

“Todo viviente es vanidad”

11.2. ¿Y quieres saber qué es vanidad? “Cuando venga lo que es perfecto, lo que es imperfecto será destruido” (1 Co 13,10). Y si todo lo imperfecto será destruido, si los profetas conocen de un modo parcial, correctamente también se denomina vanidad a sus vidas. Pero las realidades inferiores serán destruidas cuando vengan las que son mejores y perfectas; y por esto se demuestra que son vanas, por el hecho que serán destruidas, por ser parciales e imperfectas. Por tanto, “es una completa vanidad todo hombre viviente” (Sal 38 [39],6).

Los vínculos del cuerpo

11.3. Pero que esta sentencia debe ser comprendida respecto de esta vida, escucha al Eclesiastés que declara y dice: “Yo alabé a todos los muertos más que a todos los vivientes, quienesquiera estos sean, que viven hasta el momento, y mejor que estos dos es el que no ha nacido” (Qo 4,2-3)[8]. Alaba, por tanto, a los muertos por encima de los vivientes, porque aquellos tienen al menos la ventaja de haber sido liberados de los vínculos de este cuerpo[9], y no estar ya más revestidos de carne y piel, ni tener insertos huesos y nervios (cf. Jb 10,11), ni estar sometidos a las necesidades del cuerpo. Por consiguiente, si has comprendido qué sea vivir en la carne, incluso sea Moisés, o quien sea, esta vida es una carga para él. Pues ella. no está liberada de la corrupción (cf. Rm 8,21), ella está circundada por un cuerpo mortal y terreno. 

La luz verdadera

11.4. Mira, por tanto, puesto que ““es una completa vanidad todo hombre viviente” (Sal 38 [39],6), despreciemos esta vida vana y apresurémonos hacia la vida santa, bienaventurada y verdadera, y tendamos hacia ella con el alma y el pensamiento, disipada toda vanidad. No llamemos dulce a esta luz de la que ahora gozamos. Pues así la llaman quienes ignoran la dulzura de la verdadera luz, pero que no han experimentado algunos presagios de la verdadera luz ni saben que su alma debe esperar vida angélica, cuando haya escapado de la vanidad de esta vida.

Conclusión de la homilía

11.5. Por consiguiente, nosotros, que también creemos en esto, transfirámonos ya por el pensamiento y la fe hacia el cielo y, caminando en la tierra, tengamos nuestra morada en los cielos (cf. Flp 3,20), para que allí donde esté nuestro tesoro, también esté nuestro corazón (cf. Mt 6,21), de modo que merezcamos conseguir el reino celestial, por Jesucristo nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11; Ap 5,13).



[1] La LXX dice: “Mira, en palmos has medido mis días” (La Biblia griega Septuaginta, p. 70). La traducción latina de Rufino podría también leerse de forma, tal vez, más literal: “He aquí, [tú] has envejecido mis días”. Ver la nota siguiente.

[2] El texto de la LXX lee palaiastas (palaiaste), es decir, la palma de la mano. No es clara la nota de SCh 411, p. 360.

[3] “Esta expresión indica que se trata de un antropomorfismo del que Orígenes se niega a buscar el sentido” (SCh 411, p. 361, nota 2).

[4] El texto aludido dice: “Todo lo dispusiste con medida, número y peso” (trad. en La Biblia griega Septuaginta, p. 527, que agrega en nota: “frase tomada probablemente de Platón, Leyes VI,757/b 3-4). Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XXIII,4.3; SCh 461, p. 124: “Dios hizo desde el comienzo las criaturas y produjo las sustancias, cuantas Él como creador sabía que podían bastar para la perfección del mundo, hasta la consumación de los siglos (cf. Mt 28,20), y no cesa de proveerlas y dispensarlas”.

[5] El texto latino del salmo citado por Rufino dice: “Substantia mea tanquam nihilum ante te est”. Y una posibilidad es traducir substantia por ser, como lo propone también la versión francesa (SCh 411, p. 363). El griego de la LXX lee ypostasis, cuya mejor traducción para el presente salmo sería: existencia (La Biblia griega Septuaginta, p. 70).

[6] Cf. Hermas, El Pastor, Mandamiento I,1; Fuentes Patrísticas 6, p. 21: “Ante todo, cree que existe un único Dios. Él ha creado y ordenado todo; ha hecho pasar todas las cosas del no ser al ser; lo abarca todo. En cambio, solo Él es inabarcable”. Ver SCh 411, pp. 362-363, nota 2.

[7] De un modo parcial, trad. del griego meros, y del latín: ex parte. En nuestra versión alternamos entre la expresión citada y: lo que es imperfecto.

[8] Rufino presenta aquí una versión un poco diferente de la que ofrece la LXX, que dice: “Y alabé yo a los muertos que ya fenecieron más que a los vivos que viven hasta el momento. Y mejor que estos dos el que todavía no ha sido” (La Biblia griega Septuaginta, pp. 365-366).

[9] Lit.: de este siglo (huis saeculi).