OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (741)

Pentecostés

1450

Khizan, Armenia

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 38 (39)

Introducción

La continuación del presente salmo nos propone preguntarnos por el número de nuestros días, es decir, por el sentido mismo de nuestra existencia. En consecuencia, necesitamos tener muy claro hacia dónde marchamos. La recompensa de nuestra obra presente es el reino de Dios, ya que para esto hemos sido creados (§. 8.1-2). 

Por medio de una comparación con “el compuesto humano” de cuerpo y alma, Orígenes nos presenta el itinerario de nuestra fe. Ella comienza balbuceante, en el tiempo presente, pero luego se afirma y, al final, llega a la cumbre: en los cielos, junto a Dios (§ 8.3).

El salmista nos enseña a orar, rogando a Dios que nos instruya para que aprendamos a conocer nuestro fin y el número de nuestros días (§ 8.4).

También anhela, el salmista, conocer cuántos son los días de camino para llegar a la tierra prometida, a la tierra santa (§ 8.5).

Orígenes desarrolla su reflexión sobre los diferentes días a partir del texto del apóstol Pablo que dice: “Sé de un hombre en Cristo… que fue arrebatado hasta el tercer cielo… y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar” (2 Co 12,2-3; § 8.6). 

Nuestro corazón bien puede ser llamado “firmamento”, en la medida que, por medio de una vida coherente y una fe firme, puede el Señor hacer nace en cada uno de nosotros el Sol de Justicia, Jesucristo (§ 8.7).

Texto

El número de nuestros días

8.1. “He hablado, dice (el salmista), con mi lengua” (Sal 38 [39],4). Consideremos lo que ha dicho con su lengua, porque me parece indicar por esto algo místico. Dice entonces: “Dame a conocer, Señor, mi fin y el número de mis días, para que sepa lo que me falta” (Sal 38 [39],5). Si, dice, me haces conocer mi fin, y me das a conocer cuál sea el número de mis días, por esto podré saber cuánto me queda. 

El salario de nuestro esfuerzo

8.2. O, tal vez, por estas palabras también quiera señalar que, como todo arte tiene algún fin, por ejemplo, el fin de la construcción es construir una casa; el de un astillero naval[1], construir una nave que pueda superar las olas del mar y soportar el ímpetu de los vientos; y el fin de cada arte se conforma al fin para el cual ese mismo arte parece haber sido inventado, así, quizás, hay también un cierto fin para nuestra vida y para el mundo entero, por el que todo se ha hecho todo lo que se ha hecho en nuestra vida, o para el cual el mundo mismo ha sido creado y subsiste. Sobre este fin hace mención incluso el Apóstol diciendo: “Después llegará el fin, cuando Él entregue el reino a Dios Padre” (1 Co 15,24). Hacia este fin, en consecuencia, hay que apresurarse, porque este el salario mismo de la obra, para el que hemos sido creados por Dios.

La meta de nuestra vida de fe

8.3. Además, como nuestro compuesto corporal, pequeño y exiguo en el inicio de nuestro nacimiento, sin embargo, sin dilación crece y tiende hacia el fin de su grandeza por el aumento de la edad; así también nuestra alma, según su vida en este cuerpo, se apresura a recibir un habla primero balbuceante, después, a continuación, más clara, y más tarde, al final, llega a una forma de expresión perfecta e íntegra; del mismo modo toda nuestra vida [de fe] también comienza ahora como balbuceante entre los hombres sobre la tierra, pero se consuma y llega a su perfección en los cielos junto a Dios.

Conocer nuestro fin y el número de nuestros días

8.4. El profeta, por consiguiente, quiere conocer por este motivo su fin, para el cual ha sido hecho, de modo que, viendo su fin, examinando sus días y considerando su perfección, vea cuánto le falta para el fin hacia el que tiende. Por ejemplo, tomemos a alguien que se dedica a un oficio y le dice a su maestro: “Quiero saber cuál sea la perfección de este oficio y conocer el obrero o constructor perfecto”. Y cuando haya aprendido esto, busque cuánto le falta para llegar a esa perfección o cuánto ha progresado en la disciplina del oficio, para que, cuando haya conocido ambos, sepa lo que tiene y conozca lo que le falta para la perfección. Así también, ahora el profeta ora para aprender de Dios a conocer su fin y cuál sea el número de sus días.

Conocer el número de los días

8.5. Sobre esto no hay que pensar que habla de un tiempo corporal y de los años de esta vida, sino que quiere conocer todo el número de los días, los que habrá en la primera vida, los que habrá en la segunda morada y en la tercera[2]. “Porque mi alma, dice (el salmista), tuvo muchas moradas” (cf. Sal 119 [120],6)[3]. Como si hubieran dicho, aquellos que salieron de Egipto: “Señor, dame a conocer mi fin” (Sal 38 [39],5), que es una tierra buena (cf. Dt 1,25; 8,7) y una tierra santa (cf. Ex 3,5), “y el número de mis días” en los que camino “para que sepa lo que me queda”, cuánto me falta para que llegue a la tierra santa que me ha sido prometida (cf. Hb 11,9). Así también, éste quiere conocer el número de los días en los que debe caminar[4]. 

Días diferentes

8.6. Tenemos ciertamente, en efecto, ciertos días en este mundo, pero otros fuera de este mundo. Pues otro es el día que hace el curso de nuestro sol, limitado por los espacios de ese cielo, otro es el día que tiene aquel que ha merecido llegar al ascenso del segundo cielo. Pero alcanza un día mucho más luminoso aquel que pudo ser arrebatado o alcanzar incluso el tercer cielo, donde no solo descubrirá una luz inefable, sino que también oirá “palabras que no le es lícito pronunciar a un hombre” (2 Co 12,4).

Un corazón que es firmamento 

8.7. Conozco asimismo otros días de los que, tal vez, el profeta busca a justo título el número. Puesto que, como en este cielo, una vez que sale el sol ilumina todo el mundo y hace nacer el día, así también, en el corazón del justo, que por su constancia y firmeza de fe es llamado con justicia firmamento, si el Sol de Justicia (cf. Ml 3,20), Jesucristo nuestro Señor, se eleva y lo ilumina con la luz del conocimiento y de la verdad: hace nacer el día en su corazón. Y cuanto más frecuentemente se eleva y lo ilumina, tanto mayor se contará el número de tales días para él[5]. Por tanto, con verdad, el profeta, consciente de una tal iluminación afirma: “Hazme conocer, Señor, mi fin y el número de mis días, para que sepa lo que me falta (Sal 38 [39],5). 



[1] Lit.: naupegus: constructor de navíos.

[2] Nunca sostuvo el Alejandrino la metempsicosis o la reencarnación, como sus detractores le echaron en cara. Se trata de las estancias en las diversas moradas que se encuentran en la casa del Padre (cf. Jn 14,2). “Porque Orígenes declara que el salmista no habla de un tiempo corporal y de los años de esta vida” (SCh 411, pp. 356-357, nota 1).

[3] El texto de la LXX dice: “Muchas veces se ha exilado mi alma” (La Biblia griega Septuaginta, p. 175), lectura que ayuda a comprender mejor la exégesis de Orígenes.

[4] Lit.: in quibus iter agit, en los que hace camino.

[5] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Jueces, I,1.1; SCh 389, p. 50: «Es necesario saber que cada uno de nosotros se pone a sí mismo en disposición de estar bien en los días buenos o en los días malos, y de tener los días de Jesús o los días de los justos, o bien de tener los días de los impíos. Porque si comprendemos “la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9), y le presentamos nuestras almas para que las ilumine, o si “el Sol de justicia” (Ml 4,2 [3,20]) se eleva para nosotros e ilumina el mundo de nuestra alma, también nosotros tenemos también los días de Jesús el Cristo, días de salvación. Si, por el contrario, alguien presenta su alma para recibir esa luz que se extinguirá (cf. Jb 18,5), la luz contraria a la verdad, y es iluminado por ella, también tendrá días, pero malos; y no estará en los días de Jesús, sino en los días de Manasés o en los días del faraón, o en los peores días de cualquier otro».