OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (739)

La venida del Espíritu Santo

Siglo XV

Gradual

Mainz (?), Alemania

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 38 (39)

Introducción

La custodia de la lengua va necesariamente asociada a la guarda de la pureza de nuestro corazón. Y nunca debemos sentirnos orgullosamente confiados, pues nadie está exento de pecado (§ 3.1).

El camino a recorrer para la custodia de nuestra lengua y de nuestras palabras exige vigilancia permanente, que Orígenes resume por medio de la cita del Eclesiástico: cerrar y medir (§ 3.2).

La forma más segura para pronunciar una palabra que sea de verdadero provecho humano y espiritual es hacerla proceder de un corazón manso y sereno (§ 3.3). 

Ante las provocaciones que pueden hacernos algunas personas mal intencionadas, nuestra reacción debe ser solo una: mantener un silencio absoluto y evitar responder de la misma forma (§ 4.1).

Conforme a la enseñanza evangélica, los cristianos estamos llamados a nunca devolver mal por mal. Aunque sea terrible el insulto o la injuria, siempre tenemos que retornar bien por mal (§ 4.2).

Frente a ciertas agresiones o humillaciones tenemos que callar. Silenciar incluso las mismas buenas palabras que, tal vez, podríamos decir (§ 4.3).

El cristiano que, con fidelidad, sigue a Cristo e imita su conducta y, por tanto, en ocasiones calla, pero también devuelve bendiciones a las maldiciones que se le lanzan, se convierte en un signo inadmisible para este mundo. Y su proceder es considerado deleznable (§ 4.4).

Se aspira y se desea intensamente la perfección cuando se imita al Señor y a sus apóstoles. Si esto no es posible, tratemos al menos de proceder según la enseñanza del salmista (§ 4.5).

Texto

El cuidado de la lengua

3.1. Pero ahora veamos lo que profiere la voz del justo. Y viéndonos a nosotros mismos como en un espejo, consideremos si podemos asemejarnos a él, o si mucho nos falta, o si ciertamente estamos ya próximos, aunque no hayamos llegado de un modo pleno. En consecuencia, puesto que la palabra del hombre es el inicio de muchos pecados, y nuestra boca sirve para muchos males y es muy difícil encontrar una persona que, al menos durante una hora, guarde su boca y su lengua del pecado, dice (el salmista): «Yo dije: “Custodiaré mis caminos para no pecar con mi lengua”» (Sal 38 [39],2). Me dije a mí mismo y hablé en mi interior y esto añadí: “si quiero cuidar mis caminos para no pecar, puedo hacer esto si custodio mi lengua. “Pues por tus palabras, dice (el Señor), serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mt 12,37). Y de nuevo: “En verdad les digo, de toda palabra ociosa deberán. Rendir cuenta el día del juicio” (Mt 12,36). No solo, afirma, de lo que hablaron mal, sino de lo que hayan hablado ociosamente, porque una palabra mala no es ociosa, puesto que realiza una mala obra. Pero una palabra ociosa es aquella que no hace ni bien ni mal. Por tanto, si en el día del juicio deberemos dar cuenta no solo de las palabras malas, sino también de las ociosas, ¿quién se gloriará de tener un corazón casto? ¿O quién se confiará diciendo: “Estoy limpio de pecado” (Jb 33,9)?

La vigilancia de nuestra lengua 

3.2. Sin embargo, el justo afirma: «Yo dije: “Custodiaré mis caminos para no pecar con mi lengua. Puse una guardia a mi boca”» (Sal 38 [39],2). En otro lugar está escrito: “Con todo cuidado, vigila tu corazón” (Pr 4,23), en cambio aquí: “Puse una guardia a mi boca” (Sal 38 [39],2). Y también está escrito: “Mira, rodea con un cerco de espinos tu propiedad” (Si 28,28). Y de nuevo: “Ata bien tu plata y tu oro, y haz para tu boca una puerta y un cerrojo, y pon a tus palabras un peso y una balanza” (Si 28,29).

La palabra que procede de la mansedumbre

3.3. Yo pienso que la observancia de esos preceptos hace a quien los observa manso y feliz, no solo por el resultado adquirido, sino también por la observancia misma. Porque mientras cuida siempre su boca y custodia su lengua (cf. Pr 21,23) para no proferir una palabra antes de haberla examinado y revisado en sí mismo para ver si es oportuno decirla, si la palabra es tal que deba ser pronunciada, si la persona es tal que deba o pueda oírla, si el momento es oportuno para proferir la palabra, mientras pesa cada uno de estos aspectos, están excluidas la iracundia y la cólera, se calma el ímpetu de un furor imprudente, pues una persona (que no está en tales condiciones) cercena de raíz toda deliberación. Y entonces así una palabra que procede, por la mansedumbre, de una cierta tranquilidad y serenidad del alma, concede gracia a quienes la pronuncian y remedio a quienes que la oyen.

Cuando el pecador se levanta contra nosotros

4.1. Pues si es verdad que pecamos sobre todo en el tiempo en que el pecador se alza contra nosotros, agrediéndonos y provocándonos, para que emitamos algo de nuestra boca que nos haga reos en el juicio futuro, describiendo esto el santo profeta dice: “Mientras el pecador se alzaba contra mí[1], me callé, y he sido humillado y he callado incluso sobre cosas buenas” (Sal 38 [39],2-3). En tanto el pecador estaba ante mí y hablaba mal de mí, me denigraba y me irritaba para que le devolviera de modo semejante y de mi boca salieran cosas similares, yo en aquel momento guardaba silencio, para en absoluto nada. responder. Por eso, entonces, dice: “Mientras el pecador se alzaba contra mí, me callé, y he sido humillado y he callado incluso sobre cosas buenas” (Sal 38 [39],2-3).

El cristiano no devuelve mal por mal

4.2. Pero nosotros, si alguna vez no queremos ser humillados, tenemos otros pensamientos y nos decimos a nosotros mismos: “¿Quién es éste? Éste me ha despreciado y ha osado tener tales palabras en la boca, y así dirigir contra mí esa palabra. ¿No debo yo decirle cosas semejantes, o incluso más graves, para que él mismo oiga peores cosas de las que dijo?”. Pero el justo no obra así, antes bien se humilla, aunque sea un esclavo quien lo denigra y le lanza injurias, o un hombre de baja condición, o un pecador, o un hombre indigno.

En ocasiones hay que silenciar incluso las buenas palabras

4.3. Aquel dice: “Mientras el pecador se alzaba contra mí, me callé, y he sido humillado y he callado incluso sobre cosas buenas” (Sal 38 [39],2-3). No dice simplemente: “Me abstuve de hablar”, sino: “Me. he callado incluso sobre cosas buenas”. En lo que se muestra que si bien hay en mí cosas buenas, y que he sido instruido y educado en buenas doctrinas y principios, y que puedo enseñar a otros lo que es bueno, sin embargo, en el momento en que el pecador se levanta contra mí, me hiere con ultrajes y reproches, yo también retengo las buenas palabras, bien para no encender en él un fuego para su perdición -pues no es posible al mismo tiempo ceder al mal y mirar los bienes-, bien para no desperdiciar mis palabras.

“La basura de este mundo”

4.4. ¿Qué hacer entonces? ¿Parecerá perfecto lo que dice: “Mientras el pecador se alzaba contra mí, me callé, y he sido humillado y he callado incluso sobre cosas buenas” (Sal 38 [39],2-3), o bien esto es un cierto progreso, pero no la perfección? Pienso que se pueden asignar tres grados en este lugar de la Escritura, en el que se dice que el pecador se alza contra él y habla a sus oídos palabras que lo exacerban y lo empujan a retribuir de la misma manera. Y, sin duda, si todavía yo soy pequeño requiero cosas semejantes: “Ojo por ojo y diente por diente” (cf. Ex 21,24), y devuelvo “maldiciones por maldiciones” (cf. 1 P 3,9). En cambio, si ya he progresado un poco, sin ser, con todo, todavía perfecto, callo y soporto pacientemente las injurias y no respondo absolutamente nada. Pero si ya soy perfecto, no callo, sino que cuando me maldicen, bendigo, como asimismo decía Pablo: “Nos maldicen y bendecimos, padecemos persecución y la soportamos, nos ultrajan, oramos” (cf. 1 Co 4,12-13). Y puesto que quienes así obran, es decir, los que por maldiciones devuelven bendiciones y quienes oran por los que los insultan, les parecen a los hombres bestias o inmundicias, en tanto que no tienen conciencia de las injurias, por eso entonces agrega: “Hemos llegado a ser como la basura de este mundo, el desecho de todos” (1 Co 4,13).

Aspiremos a la perfección

4.5. Pero nosotros no queremos ser, con los apóstoles, el desecho de este mundo; no deseamos ser despreciados por los hombres, sino más bien ser temidos; y hacemos de todo para devolver a quienes nos hieren y anticipar la venganza que el Señor se ha reservado, diciendo: “A mí la venganza, yo retribuiré, dice el Señor” (Rm 12,19; cf. Dt 32,35). Pero si no podemos progresar tanto y subir a esa cumbre de la verdad para decir con Pablo: “Nos maldicen y bendecimos, padecemos persecución y la soportamos, nos ultrajan, oramos” (cf. 1 Co 4,12-13), digamos lo que todavía nos enseña el profeta: “Mientras el pecador se alzaba contra mí, me callé, y he sido humillado y he callado incluso sobre cosas buenas” (Sal 38 [39],2-3).

 


[1] Lit.: Mientras el pecador se para ante mí.