OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (733)

La entrada de Jesús en Jerusalén

Hacia 1140

Evangeliario

Salzburgo, Austria

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 37 (38)[1]

Introducción

La curación-sanación del alma luego de una caída, de haber sido sorprendido y consentido en algún pecado, implica siempre el arrepentimiento y el sufrimiento de haber perdido la cercanía con Dios (§ 1.1).

El peligro de considerarse puro y mejor que los demás, despreciando públicamente a quienes confiesan sus faltas, es expuesto con notable claridad por el predicador (§ 1.2).

El camino de la auténtica conversión se inicia con el sincero reconocimiento de los propios pecados. No ocultar, no perdonarnos a nosotros mismos, para así ser perdonados por el Señor (§ 1.3).

Hay personas que no soportan a quienes, con humildad, confiesan sus faltas. Al contrario, buscan dañarlas haciéndoles algún mal, y no se alegran por sus buenas obras (§ 1.4).

La misión que se nos ha encomendado no consiste en condenar a nuestros enemigos, sino conducirlos hacia la concordia y la paz, haciéndoles hijas e hijos de Dios (§ 1.5).

Texto

Recuperar la salud del alma 

1.1. Quien confiesa a Dios sus pecados y sufre en su alma mientras se arrepiente, sabiendo qué castigo espera a los pecadores después de la salida de esta vida, y dice estas palabras (del salmo), exponiendo cuánto debe padecer aquel que se convierte hacia la penitencia y la corrección, cómo sus amigos y próximos lo abandonan y se quedan lejos, puesto que él mismo se ha convertido hacia la exomologesis[2] de su pecado y hacia la tristeza. Entonces dice: “Mis amigos y mis prójimos se me han acercado y se han levantado contra mí” (Sal 37 [38],12 LXX). Considera conmigo a un hombre, ciertamente creyente, pero sin embargo enfermo, que incluso pudo ser vencido por algún pecado, y por esto gime por sus faltas y busca por todos los medios la curación y la sanación de su herida; aunque fue sorprendido y cayó, quiere, sin embargo, recuperar la curación y la salud del alma.

No debemos ser “sepulcros blanqueados por fuera” 

1.2. Por tanto, si un hombre así recuerda su falta, confiesa lo que ha hecho y, aunque (lleno) de vergüenza humana, no hace caso de quienes lo reprueban por su confesión, lo señalan o se burlan, sino que él, comprendiendo que por esto le ha sido dado el perdón, y que en el día de la resurrección, por estas realidades que ahora lo llenan de vergüenza ante los hombres, escapará de la vergüenza y de los oprobios ante los ángeles de Dios (cf. Lc 12,8), pues no disimuló y ocultó su mancha, sino que confesó su delito, y no quiso ser “un sepulcro blanqueado, que por fuera aparece hermoso a los hombres, esto es, que aparezca como justo para quienes lo ven, pero por dentro esté lleno de toda clase de inmundicias y huesos de muertos” (Mt 23,27). Por consiguiente, si alguien es así creyente, como para avanzar en medio de todos, consciente de ser culpable y hacerse acusador de sí mismo. Pero esos que no temen el juicio futuro de Dios, lejos de ser débiles con quienes son débiles, no quemados por el fuego con los que son escandalizados (cf. 2 Co 11,29), sin yacer por tierra con los caídos, sino diciendo: “Vete lejos de mí y no te me acerques, porque yo soy puro”, comenzando a detestar al que antes habían admirado y quitando de entre sus amigos a quien no quiso ocultar su falta, sobre éstos, consecuentemente, dice quien hizo la exomologesis: “Mis amigos y mis prójimos se me han acercado y se han levantado contra mí, y mis prójimos se han mantenido lejos de mí” (Sal 37 [38],12 LXX).

Aprender a reconocer las propias faltas 

1.3. Pero no debe temer esto aquel que, después de su falta, desea ser salvado; ni tener mucho miedo de la denuncia de los que no piensan en sus pecados, ni se acuerdan de la Escritura divina que dice: “No reprendas al hombre que se convierte del pecado, sino recuerda esto: todos somos culpables” (Si 8,5). No piense, por tanto, en tales personas, sino piense en su alma, orando a Dios para ser escuchado y levantado después de su caída, para también poder decir lo que sigue: “Porque mi iniquidad yo la declararé y tendré en cuenta mi pecado” (Sal 37 [38],19). Aunque mis amigos y mis prójimos me sean contrarios y mis próximos se alejen de mí (cf. Sal 37 [38],12 LXX), mientras yo me haga acusador de mí mismo, mientras confiese mis pecados sin que nadie me los reproche, mientras no imite a los que, incluso cuando son argüidos en los tribunales, convencidos por los testigos y también castigados por los verdugos, sin embargo, ocultan sus malas acciones, y la vergüenza de lo que han cometido tiene más efecto que las penas que los afligen. Pero yo sé que nada queda oculto para Dios, sino que todo está desnudo y manifiesto en su presencia; ¿qué escondo, qué oculto, que Él no conozca? ¿Por qué no puedo reprenderme a mí mismo, refutarme a mí mismo? ¿Por qué espero un acusador, cuando mi acusador, mi conciencia, está conmigo? Así, tal vez, Él me perdonará, si yo no me perdono.

Los que hablan mal del justo que confiesa sus pecados

1.4. “Mis prójimos se han mantenido lejos de mí y me hacían violencia quienes buscaban mi alma. Y los que buscan cosas malas para mí han hablado banalidades” (Sal 37 [38],12-13 LXX). Dice esto de nuevo sobre otras personas. Pues sin duda hay quienes buscan males para el justo, y así no se alegran cuando oyen algo bueno sobre él, como se regocijan cuando oyen cosas males y casi como que se burlan cuando ven al justo en algunas situaciones malas. Y son estos quienes, cuando ven al justo confesando sus pecados, lo vomitan como a un jugo venenoso; por esto, él dice: “Me hacían violencia quienes buscaban mi alma. Y los que buscan cosas malas para mí han hablado banalidades” (Sal 37 [38],13 LXX).

Promover siempre la concordia y la paz

1.5. Y realmente se ve con claridad que no solo los que buscan males para el justo, sino también todos que intentan hacer cosas malas a cualquier justo, hablan banalidades. Porque no habla de lo que es según Dios quien busca hacer el mal. Por eso conviene más buscar los bienes. Quiera Dios que podamos, también con quienes nos odian, devolver bienes por males, y a nuestros enemigos o persuadirlos a las cosas que son buenas, o conducir sus ánimos feroces hacia la concordia y la paz, para que así se hagan hijos “del Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45).



[1] No disponemos del texto griego de esta homilía. Traducimos entonces a partir de la versión latina de Rufino editada por Emanuela Prinzivalli (con introducción, traducción y notas de H. Crouzel, sj, y L. Brésard, ocso), Paris, Eds. du Cerf, 1995, pp. 300-327 (Sources Chrétiennes [= SCh] 411). La subdivisión de los párrafos y los subtítulos son agregados nuestros.

[2] Exomologesis (la confesión), para Tertuliano este vocablo latinizado se aplica a todo el procedimiento de la penitencia pública. El término confessio (confiteri) designa, en muchos de los Padres de la Iglesia latinos, la alabanza de Dios, sin relación con el pecado (SCh 411, pp. 84-85, nota 1).