OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (731)

Jesús cura al ciego de nacimiento,

y los fariseos lo explulsan de la sinagoga

Hacia 1400-1410

Regensburg, Alemania

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 37 (38)

Introducción

Existe una tristeza que puede denominarse “según Dios”. Es la que brota del sincero reconocimiento de nuestras faltas. Ella nos ayuda a entrar de lleno en el camino de la penitencia, que nos lleva a la salvación (§ 5.1).

El ejemplo del publicano del Evangelio ilustra muy bien la importancia que tiene el recuerdo de nuestra condición de pecadores. Además, nos impulsa a dar gracias, pues en su gran misericordia el Señor nos perdona (§ 5.2).

El tiempo presente es el indicado para afligirnos y llorar por nuestras faltas. No silenciemos, por tanto, nuestra conciencia cuando nos acusa (§ 5.3).

El Maligno se vale de nuestras pulsiones, en especial de las que proceden de nuestra genitalidad, para arrastrarnos a la incontinencia. Por este medio impide al creyente permanecer adherido a Cristo (§ 6.1-2).

Las privaciones son el remedio que nos ayuda a prevenir y sanar todas las desviaciones de nuestra genitalidad. También es curativo el recuerdo de los castigos que nos esperan en la otra vida, o incluso de los que experimentamos ya en esta vida (§ 6.3).

Texto 

La tristeza según Dios

5.1. “Fui afligido[1] por mis miserias y encorvado hasta el extremo” (Sal 37 [38],7). Si en alguna ocasión ves al pecador afligido y apesadumbrado por la tristeza que es según Dios –“pues la tristeza que es según Dios produce una penitencia duradera para la salvación” (2 Co 7,10)-, este verdaderamente dice: “Fui afligido por mis miserias y encorvado hasta el extremo” (Sal 37 [38],7). Tal vez por eso también el mismo santo apóstol, sabiendo que alguna vez había pecado, dice: “Yo, hombre miserable, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”. Porque incluso él mismo había pecado, cuando persiguió a la Iglesia de Dios, por lo cual dice: “No soy digno de ser llamado apóstol” (1 Co 15,9). Por consiguiente, “fui afligido, dice (el salmista), por mis miserias” (Sal 37 [38],7). No dice: “todavía estoy afligido”. Pues si mis pecados ya pasaron, fui afligido por mis miserias; pero si permanecen y me vuelvo hacia ellos, todavía estoy afligido por mis miserias. Por tanto, dice (el salmista): “Fui afligido por mis miserias y encorvado hasta el extremo” (Sal 37 [38],7).

El ejemplo del publicano del Evangelio

5.2. Si observas que quien ha pecado no puede mirar al cielo, sino que su cuerpo está doblado y el rostro hundido en tierra -no solo el rostro corporal, sino también el del alma-, y doblado como un círculo su cuello (cf. Is 58,5), comprendes cómo alguien está encorvado hasta el extremo. Pero si también quieres conocer por medio de ejemplos cómo alguien está encorvado por sus pecados, de forma que no puede mirar hacia arriba ni levantar sus ojos al cielo, mira a aquel publicano que, en el Evangelio, ingresa en el templo y, estando lejos, ni se atreve a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpea el pecho y, confesando sus pecados, decía: “Oh Dios, ten piedad de mí, pecador” (Lc 18,13). Éste ciertamente podía decir: “Estoy encorvado hasta el extremo, y todo el día camino contristado” (Sal 37 [38],7). Mas con estas palabras muestra su afecto, y el alma de un penitente que dice: “Desde que pequé, nunca reí, nunca estuve alegre, nunca me concedí algún deleite, sino que siempre permanecí en la tristeza, siempre en la penitencia, siempre en el luto”.

Ahora es el tiempo de llorar por nuestras faltas

5.3. Tal es lo que nos ordena el Evangelio, cuando el Señor dice: “Bienaventurados los afligidos” (Mt 5,5), y: “Bienaventurados que lloran” (cf. Lc 6,21). En cambio, si alguien es pecador, culpable de muchos males, y no lo golpea ninguna de sus infamias, sino que incluso se ríe, está contento y gozoso, ni tampoco está atormentado en algún lugar de su conciencia por remordimientos, mira si a este no conviene decirle las palabras que están escritas: “Ay de los que ahora ríen, porque estarán afligidos y llorarán” (Lc 6,25). 

Riñones llenos de ilusiones

6.1. “Todo el día marchaba triste, porque mis riñones están llenos de ilusiones[2]” (Sal 37 [38],7-8). En los riñones o en los lomos se dice que se encuentra el receptáculo de las semillas humanas; por lo cual se indica aquel género de pecado que es producido por la sensualidad. Pues esta es aquella obra que el Apóstol designa entre los mayores sacrilegios, diciendo: “Tomando los miembros de Cristo, ¿los haces miembros de una meretriz? ¡No lo permita Dios!” (1 Co 6,15). Por tanto, cuando alguien se deja arrastrar de este modo, con propensión e incontinencia a la lascivia, entonces sus riñones y sus lomos, se afirma, están llenos de ilusiones. Puesto que es una ilusión del diablo, que juega con el hombre, provocando la incontinencia en un pecado de esta naturaleza.

La fuerza del diablo

6.2. En consecuencia, no es sorpresivo si los riñones de los hombres pecadores están llenos de ilusiones, cuando también Job habla así sobre el dragón, que se debe entender como el diablo: “Toda su fuerza está en los lomos y su poder en el ombligo de su vientre” (Jb 40,16). Por consiguiente, la fuerza del diablo está principalmente en torno a los lomos del hombre, de donde proceden la fornicación y los adulterios, la corrupción de los niños, de donde son engendradas todas las impurezas. Así también, el pecado de las mujeres está en torno al ombligo del vientre, lo que ha querido señalar con un vocablo más conveniente. Es decir, que en esos dos lugares se designa que residen la fuerza y el poder del dragón, el diablo.

“Nada sano hay en mi carne”

6.3. “Y no hay nada sano en mi carne” (Sal 37 [38],8). En esto (el salmista) muestra su avance e indica que está próximo a la mortificación de su carne y a su destrucción (cf. 1 Co 5,5). Pues repite esto por segunda vez (cf. Sal 37 [38],4), para declarar que ya ha puesto remedio a las tentaciones por medio de los privaciones.



[1] Miseriis afflictus sum… La traducción que sigue Rufino se atiene al texto griego de la LXX.

[2] La ilusión entendida como una desviación de nuestros sentidos, que nos impulsa a hacer mal uso de un don de Dios, en el caso presente la genitalidad. El vocablo griego que utiliza la LXX, empaigmos, significa burla.