OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (725)

El evangelista san Mateo

Hacia 1100

Norte de España o Francia

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía V sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

El Alejandrino comienza el comentario del versículo treinta y siete del salmo poniendo de relieve la importancia de las dos virtudes que recomienda el salmista: incocencia y equidad. La primera conduce a la segunda, y la hace posible. Y la Equidad es, en definitiva, Cristo mismo; Él nos conduce a la visión de Dios (§ 6.1).

La expresión “restos” (reliquae) le da pie a Orígenes para un breve desarrollo sobre el destino final de nuestra existencia mortal: resucitaremos ciertamente, en cuerpo y alma. Pero a condición de custodiar en esta vida presente la inocencia y la rectitud, es decir, llegar a ser seres humanos pacíficos (§ 6.2).

El fin de los impíos será la gehena (§ 7.1). En cambio, la salvación de los justos está junto al Señor. Él permanece para siempre, es la meta de la entera existencia de los rectos de corazón, que anhelan llegar el Reino de Dios (§ 7.2).

El tiempo presente es de tribulaciones y angustias para quienes caminan conforme a las enseñanzas de Cristo. En cambio, para quienes optan por una vida de placeres y delicias, en el juicio futuro coemnzará el tiempo del castigo. Y debe tenerse en cuenta que el combate contra el Maligno se prolonga hasta nuestra salida de este cuerpo mortal (§ 7.3). 

Prosigue Orígenes con la reflexión que había comenzado en la párrafo precedente. Ahora pone de relieve, de una manera muy clara y sugestiva, que solo el Señor puede librarnos de las torcidas acciones del Maligno. Y nos invita a orar con la palabras que Jesús nos enseñó (§ 7.4).

A quienes esperan en Cristo y confían en Él, los libra de las angustias en la salida de este mundo y en el día del juicio (§ 7.5).

Orógnes concluye su homilía con una vibrante exhortación a confiar solo en Dios, a esperar solo en Él. Pues únicamente Él puede librarnos de los pecadores demonios. Por tanto, tenemos que poner nuestra entera confianza en Jesucristo y esperar en su salvación (§ 7.6). 

Texto

Inocencia y equidad 

6.1. “Custodia la inocencia y mira la rectitud” (Sal 36 [37],37). La Palabra de Dios nos manda custodiar la inocencia. La corrupción de las costumbres en tanto progresa entre los hombres, de tal modo que entre muchos la inocencia es juzgada como una necedad. Pero la Escritura la juzga a esa virtud como la más grande, porque juzga aquella inocencia que a nadie perjudica ni daña (cf. 2 Co 7,2; 1 Co 13,7). Por tanto, cuando (el salmista) dice: “Custodia la inocencia”, esto nos prescribe: estar atentos para que a nadie perjudiquemos, a nadie hagamos daño. Esto conseguiremos si siempre, con ánimo atento y vigilante, vemos la equidad. La rectitud, por ende, en este lugar así la entiendo: como la Verdad, como la Justicia, como la Vida, que es Cristo. Pues viendo esto al mismo tiempo veremos a Dios.

“Los restos del hombre pacífico”

6.2. “Custodia, por tanto, la inocencia y mira la rectitud, pues hay restos[1] para el hombre pacífico” (Sal 36 [37],37 LXX). Me pregunto que son estos restos que se reservan para el hombre pacífico. Solemos decir restos cuando el espíritu es separado del cuerpo, y. como la parte más importante del hombre es asignada al espíritu, la parte del cuerpo que subsiste es llamada restos. Por consiguiente, si creemos en las palabras del Apóstol: “Se siembra un cuerpo en la corrupción”, esto es en el tiempo de la muerte, y “surge en la incorruptibilidad” (1 Co 14,42), cuando llegue el tiempo de la resurrección, cuando también “este cuerpo corruptible se revista de la incorruptibilidad, y este cuerpo mortal se revista de la inmortalidad” (1 Co 15,53), entonces habrá “restos para el hombre pacífico” (Sal 36 [37],37 LXX). Pero los restos del hombre pacífico estarán allí en la paz y en el reposo (cf. Sb 3,3). Porque también el Señor dice sobre los pacíficos: “Serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). “Padre, quiero que donde yo esté, estos también estén conmigo” (Jn 17,24). Por tanto, están con Cristo “los restos del hombre pacífico” (Sal 36 [37],37 LXX).

El final de los impíos 

7.1. “Los inicuos, en cambio, serán exterminados al mismo tiempo” (Sal 36 [37],38 LXX), es decir, que serán exterminados juntos, pues uno solo será el fin de ellos: la gehena. “Los restos de los impíos perecerán” (Sal 36 [37],38 LXX), cuando quien todavía tiene el poder entregará a la gehena al ser humano perdido, cuerpo y alma (cf. Lc 12,5).

La salvación está junto al Señor

7.2. “Pero la salvación de los justos viene del Señor” (Sal 36 [37],39). En griego está mejor expresado: “La salvación de los justos está junto al Señor” (Sal 36 [37],39)[2]. No dijo: la salvación de los justos está en el cielo, pues éste también pasará (cf. Mt 24,35); ni junto a alguna otra criatura, porque nada es inmóvil o inmutable; sino: “La salvación de los justos está cerca del Señor (Sal 36 [37],39), que siempre permanece, siempre es el mismo, siempre es inmutable[3], ni en parte alguna podrá estar más segura la salvación del hombre que junto al Señor. Que Él sea para mí un lugar, sea para mí una casa, que sea para mí una mansión, que sea un reposo, que sea una morada. Y que así nos anuncie la santa Escritura no solo el reino de los cielos (cf. Mt 3,2), sino también el reino de Dios (cf. Mt 12,28). Y como recuerdo que a menudo ya les dije: el reino de los cielos es de aquellos que están todavía en progreso; en cambio, el reino de Dios es de quienes ya llegaron a un fin perfecto[4]. Por donde también ahora se puede decir: “La salvación del justo está junto a Dios” (cf. Sal 36 [37],39), cuando ciertamente por la perfección de su vida merezca llegar hasta el Señor mismo.

Los justos sufren tribulaciones en la vida presente 

7.3. “Y Él es su protector en el tiempo de la tribulación” (Sal 36 [37],39). ¿Qué es el tiempo de la tribulación, sino éste en el que estamos, cuando marchamos por el camino estrecho y angosto que conduce a la Vida (cf. Mt 7,14)? Si es que caminamos por la vía estrecha que conduce a la Vida y no por aquella amplia y espaciosa (cf. Mt 7,13), que se dilata por las riquezas y se disuelve por la lujuria, y se debilita por las voluptuosidades de la carne, que ama la gloria presente. De estos Dios no es el protector, sino Mamona (cf. Mt 6,24); en cambio, el protector de los que están en la tribulación y la angustia es Dios, “porque muchas son las tribulaciones de los justos” (Sal 33 [34],20). Pues son atribulados en consideración al tiempo del juicio y para que se examinen a sí mismos, no sea que tal vez se encuentre en ellos algo que se pueda considerar una falta. En consecuencia, por esto están atribulados y solícitos, “y Dios será su protector en el tiempo en el tiempo de la tribulación” (Sal 36 [37],39), en el tiempo del juicio, cuando los impíos sean entregados a los castigos, entonces “el Señor los ayudará en el tiempo de la tribulación, los arrancará y los sustraerá de los pecadores” (Sal 36 [37],40), no solo de los hombres pecadores, sino también de las potestades adversas; y ciertamente en el tiempo en que el alma es separada del cuerpo y llegan contra él los demonios pecadores, las potestades contrarias, los espíritus de ese aire (cf. Ef 2,2), que quieren detenerla y conducirla hacia ellos, si han reconocido en ella algo de sus obras y hechos.

El Señor nos libra del Malvado

7.4. Vienen, en efecto, a cada alma que sale de este mundo, el Príncipe de este mundo (cf. Jn 12,31) y las potencias del aire (cf. Ef 2,2), y buscan si encuentran en ella alguna cosa que les pertenezca. Si hallan avaricia, es pertenencia suya; si ira, lujuria, envidia, o si encuentran algún otro vicio semejante a estos, son pertenencia suya; y la reclaman para sí, la atraen hacia ellos y la desvían hacia la parte de los pecadores. Pero si alguien imita a aquel que dijo: “He aquí que viene el príncipe de este mundo, y en mí nada encuentra” (Jn 14,30), si alguien se guarda así, vienen estos pecadores y buscan en él lo que les pertenece y no lo encuentran, tratarán de todas formas de apartarlo violentamente para hacerlo pertenencia suya, pero el Señor los libra de los pecadores (cf. Sal 36 [37],40). Y, tal vez, por eso nos ordena, con un cierto misterio, pedir también en la oración diciendo: “Y líbranos del Malo” (Mt 6,13).

Los que esperan en Cristo

7.5. También la causa por la que el Señor libra a sus justos de los pecadores, sea en el momento de nuestra muerte, sea en el tiempo del juicio, cuando llegue aquel día que, según el profeta será un día de estrechez y de angustia, de oscuridad y perdición, día de juicio (cf. So 1,15); la causa, por consiguiente, por la que merecen ser liberados la agrega el salmista y dice: “Porque confiaron[5] en él” (Sal 36 [37],40). Por tanto, a los que confiaron en Él, los libra de la tribulación y de la estrechez.

Solo Dios nos salva

7.6. Pero cómo debes confiar, quiero mostrártelo a partir de las Escrituras. Como “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6,24), así nadie puede confiar en dos señores. Porque nadie puede confiar en la incertidumbre de las riquezas (cf. 1 Tm 6,17) y en el Señor. Nadie puede confiar en los príncipes y en Dios (cf. Sal 117 [118],9). Nadie puede confiar en las fuerzas del caballo y en Dios (cf. Sal 146 [147],10). Nadie puede confiar en el mundo y en Dios. Pues si no confías solo en Dios, y Dios ve que tu esperanza está dirigida hacia el siglo eterno, y que no tienes ninguna otra esperanza excepto Él mismo, que da vida a los muertos y llama a los que ya no tienen vida[6] (cf. Rm 4,17), no podrás ser liberado de los pecadores. En efecto, solo Él es quien salva a los que confían en Él, por Cristo nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. Ap 5,13).



[1] Traducción literal del latín que trae reliquiae, y que en nuestra lengua también podría vertirse por “reliquias”. El culto de las reliquias de los santos tiene gran relieve en la Iglesia de los primeros siglos (cf. SCh 411, pp. 248-249, nota 1).

[2] “Aquí (lo que no sucede siempre), Rufino se sirve de un texto bíblico usual (que no es todavía el de la Vulgata de Jerónimo, traducción hecha a partir del hebreo, sino la vetus latina, traducida a partir del griego)” (SCh 411, p. 250, nota 1).

[3] Lit.: inmóvil (immobilis).

[4] Cf. Orígenes, Tratado sobre la oración, 25,1: “Pienso que ha de entenderse por reino de Dios el bienestar espiritual de la mente que regula y ordena los sabios pensamientos. El reino de Cristo consiste en las sabias palabras dirigidas a quienes escuchan y en las buenas obras y otras virtudes que llevan a cabo. Porque el Hijo de Dios es para nosotros sabiduría y justicia (1 Co 1,30)”.

[5] Lit.: esperaron (speraverunt). La LXX trae elpizo, que puede traducirse por: tener confianza. Opto entonces por esta segunda opción; pero teniendo presente que confiar es en esta última parte de la homilía sinónimo de esperar.

[6] Lit.: non sunt tamquan quae sunt.