OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (718)

San José recibe, en sueños, el anuncio del ángel

1262

Armenia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos 

Homilía IV sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

Dos temas se nos presentan en la continuación de la homilía: el abandono de Dios y los ángeles que rodean de manera invisible al profeta Eliseo. Ambos tópicos, sobre todo el primero, son desarrollados asimismo en otros escritos de Orígenes[1] (§ 3.4).

Aunque parezca que el justo ha sido abandonado, sin embargo, nunca está solo. Al contrario, siempre se encuentra rodeado por un ejército de ángeles, su carpa se halla en medio de las carpas de los ángeles santos (§ 3.5).

Orígenes pone de relieve que al estar exigidos y como abandonados en nuestras necesidades corporales, los que son justos, en verdad, no carecen de nada, porque se encuentran “en medio de las realidades espirituales”. Y pone como paradigma notable al apóstol Pablo (§ 3.6). 

Las carencias o “abandonos”, como los llama Orígenes, corporales no nos impiden vivir rectamente. Al contrario, siguiendo el ejemplo de los apóstoles, en ellos debemos vanagloriarnos, ya que cuanto mayores son, tanto más es el auxilio que recibimos del Señor (§ 3.7).

Texto

Una multitud de ángeles

3.4. Por consiguiente, también David, como lo hemos explicado, era joven. Pero no era joven cuando profetizaba y decía estas palabras que han sido consideradas dignas de santa transcripción. Por eso dice: “Fue joven, y, en efecto, he envejecido -si he envejecido, en otro tiempo fui joven-, pero nunca he visto a un justo abandonado” (Sal 36 [37],25). Si lo entiendes en sentido literal, es falso, pues muchos justos han sido abandonados; pero si lo (entiendes) en sentido espiritual, es verdad. Por ejemplo, si consideras que ser abandonados se produce por causa de la pobreza, que el ser abandonados se produce por la debilidad del cuerpo, que el ser abandonados se produce a causa de las persecuciones y el andar errantes por el desierto, (entonces) los justos han sido abandonados. Pues “vagaban cubiertos con pieles caprinas, necesitados, oprimidos, maltratados, errantes por los desiertos, las montañas, las cavernas y las cuevas de la tierra” (Hb 11,37. 38). Pero no fueron abandonados; porque eran profetas y vagaban cubiertos con pieles, no fueron abandonados. Y si, en efecto, estaban aislados de los hombres, con ellos estaban una multitud de ángeles. Cuando Eliseo estaba en un lugar despoblado de hombres, huyendo a la soledad estaba con un ejército de ángeles. Pues está escrito: “Oh Señor, abre los ojos de este muchacho[2] y que él vea que aquellos que están con nosotros son más numerosos que los que están con ellos”. Y vio la montaña llena de caballos y carros de fuego” (2 R 6,17a. 16. 17b)[3]. 

3.4. Por lo demás, según el hombre exterior, se puede pensar que el justo es así abandonado por Dios cuando le adviene la enfermedad del cuerpo, la tribulación, la pobreza y cada una de las molestias que son generadas en esta vida; esto les suele suceder especialmente a los justos, quienes también suelen padecer la persecución por el nombre de Dios. Pero no son abandonados cuando padecen todas estas cosas y las soportan, ellos dicen: “Nadie nos separará del amor de Dios que está en Cristo Jesús, ni la tribulación, ni el hambre, ni la angustia, ni la desnudez, ni la espada, ni la altura, ni lo profundo, ni ninguna otra criatura” (cf. Rm 8,35-39). E igualmente los profetas que erraban en el desierto por cavernas y grutas, necesitados, atribulados, afligidos (cf. Hb 11,37-38), aunque andaban errantes en los desiertos, abandonados por los hombres, sin embargo, una multitud de ángeles los rodeaba. Así, por ejemplo, Eliseo cuando fue abandonado por los hombres, estaba rodeado por un ejército celestial, según lo que está escrito: “Abre los ojos de ese joven, para que vea que son más los que están con nosotros que los que están con ellos. Y vio toda la montaña llena de jinetes y carros” (2 R 6,16-17).

“Campamentos santos”

3.5. Por tanto, el justo nunca está solo, pero también diré algo muy admirable: el justo no está con uno o dos ángeles, sino con ejército entero. Y si necesitas abundantes ejemplos: Jacob, mientras se encontró junto al padre y a la madre con Esaú, sin huir de este, no estaba con un ejército de ángeles santos; pero cuando llegó a la soledad y se hallaba solo en Mesopotamia, se durmió (cf. Gn 28,11-12), y al levantarse dijo que aquel lugar se llamaba “Campamentos” (cf. Gn 32,3). Y vio aquel, que parecía estar solo respecto de los hombres, no un campamento, sino campamentos santos.

3.5. Porque el justo nunca está solo, está sostenido no solo por la compañía de uno, dos o tres ángeles, sino por el ejército de las potestades celestiales, que está a su disposición. Y si todavía hicieran falta más testimonios, recibe también este otro. Jacob, cuando estaba en la casa de sus padres y con su hermano Esaú, no estaba con el ejército de los ángeles. Pero cuando se retiró hacia la soledad del desierto y solo iba camino a la Mesopotamia, se durmió en cierto lugar (cf. Gn 28,11), y al levantarse dijo que ese lugar se llama parembole (cf. Gn 32,2-3), que significa campamentos, por el hecho de que vio allí no un campamento, sino muchos campamentos de Dios[4].

Abandonados en las realidades corporales

3.6. He dicho estas cosas por aquello de: “No he visto a un justo abandonado” (Sal 36 [37],25). Porque no es abandonado estando en las realidades espirituales. Y no teniendo necesidad, soy castigado al ser abandonado en las cosas corpóreas: tengo las espirituales. Estando abandonado en las realidades corporales digo aquellas jactancias apostólicas: “Hasta el presente tenemos hambre y sed, estamos desnudos, somos abofeteados, andamos errantes, nos fatigamos, trabajando con nuestras manos” (1 Co 4,11-12). Y estando abandonados corporalmente digo: “Insultados, bendecimos; perseguidos, soportamos; calumniados, siendo difamados, respondemos con bondad” (1 Co 4,12-13). Pero no estando abandonado digo: “Me complazco en las enfermedades, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias, por Cristo” (2 Co 12,10).

3.6. Esto dijimos sobre que el justo nunca, como se afirma (en el salmo), es abandonado, evidentemente respecto de los bienes espirituales. Pues respecto de los bienes corporales, mira lo que dice un justo, sobre las situaciones en las que incluso se gloría: “Hasta esta hora, afirma, tenemos hambre y sed, estamos desnudos, somos derribados a puñetazos y nos fatigamos trabajando con nuestras manos” (1 Co 4,11-12). Y de nuevo: “Somos maldecidos y bendecimos, padecemos persecución y la soportamos, calumniados, oramos” (1 Co 4,12-13). Pero puesto que un tal hombre no fue abandonado por el Espíritu decía: “Por eso me complazco en mis debilidades, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por Cristo” (2 Co 12,10).

Nos vanagloriamos en nuestros “abandonos corporales” 

3.7. Por tanto, hay dos abandonos: el corporal, pero que no es fatal[5], el cual en modo alguno nos hace daño; y el abandono del alma, que es fatal. En consecuencia, mientras seamos ricos en las obras del justo, tanto más seremos ayudados para no ser abandonados. Por eso también se dice: “No he visto a un justo abandonado ni a su descendencia buscar pan” (Sal 36 [37],25). De nuevo, si comprendes “su descendencia” en relación con la generación corporal, muchas veces la descendencia del justo busca el pan. En efecto, mientras Ismael estuvo con la madre que huía de Sara, también tuvo sed (cf. Gn 21,15-17). Y Esaú volvió del campo tan hambriento que entregó la primogenitura por un plato de lentejas (cf. Gn 25,30-34). Pero, como ya lo dije, también los apóstoles se vanaglorian del hambre, de la sed y de la desnudez. Por ende, debes entender: “No he visto a un justo abandonado, ni he visto a su descendencia buscar el pan” de una forma digna de las Escrituras inspiradas.

3.7. En consecuencia, doble es el abandono de quien es abandonado. Sin duda corporal, de ese modo que antes dijimos padecieron todos los santos, sin sufrir daño. En cambio, son abandonados en espíritu aquellos sobre los que se dice: “Puesto que no consideraron bueno conocer a Dios, los entrego Dios a su réprobo pensamiento, para que hicieran lo que no corresponde: llenos de toda clase de iniquidad, de malicia, de avaricia, llenos de envidia, de homicidios, de querella, de mentira, murmuradores, detractores, aborrecidos por Dios, insolentes, soberbios, orgullosos” (Rm 1,28-30), y otras maldades semejantes por la cuales merecen ser abandonados. Porque estas cosas son ajenas al justo, por eso (el salmista) dice: “No he visto a un justo abandonado, ni a su descendencia buscando pan” (Sal 36 [37],25).

De nuevo, si oyes “su descendencia”, ¿te volverás hacia su descendencia corporal? ¿Pero cómo comprendes esto: que la descendencia del justo no busca pan, cuando ves a aquel Ismael, nacido de la descendencia de Abraham, que buscaba agua y panes cuando su madre, huyendo de su señora Sara, lo llevó al desierto (cf. Gn 21,17)? Pero también Esaú, volviendo del campo desfallecía por la falta de comida, y era tal el furor del hambre que se precipitó a abandonar su primogenitura por una comida de lentejas (cf. Gn 25,29 ss.). Por ende, debemos, conforme a lo que dijimos más arriba, comprender también la descendencia del justo espiritualmente.



[1] Cf. Origene, pp. 328-331, nota 17 y 18.

[2] O: criado (paidarion).

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, III,2: «… El Señor abre los ojos, como “abrió el Señor los ojos a Agar, y vio el pozo de agua viva” (Gn 21,19). Pero también el profeta Eliseo dice: “Abre, Señor, los ojos de tu siervo para que vea que hay más con nosotros que con los adversarios. Y abrió, dice, el Señor los ojos de su siervo, y he aquí que todo el monte estaba lleno de jinetes, de carros y de ejércitos celestiales” (2 R 6,16-17). Porque “el ángel del Señor da vueltas en torno a los que le temen y los libra” (Sal 33 [34],8)».

[4] Orígenes reúne dos episodios diversos: uno se ubica en la partida de Jacob (Gn 28,11 ss.), y el otro a su regreso (Gn 32,2-3); cf. SCh 411, pp. 208-209, nota 1.

[5] Frase que se encuentra entre corchetes en el texto griego de Origene, p. 330, línea 25.