OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (717)

San Juan Bautista en la cárcel

Siglo XII

Alsacia / Hohenburg (Francia / Alemania)

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía IV sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

En el inicio del párrafo tres, Orígenes resalta la importancia de la ancianidad espiritual (§ 3.1). De foma semejante presenta el tema en sus Homilías sobre el Génesis,:

«Dice (la Escritura): “Ambos”, a saber, Abraham y su admirable esposa, “eran presbíteros”, es decir, ancianos, “y avanzados en sus días” (Gn 18,11). Cuantos, antes que ellos, vivieron por espacio de largos años, novecientos años y más todavía, algunos vivieron hasta poco antes del diluvio (cf. Gn 5) y, sin embargo, ninguno de estos fue llamado anciano; porque este término no designa en Abraham la senectud del cuerpo, sino la madurez del corazón. Así también dice el Señor a Moisés: “Elígete ancianos que tú mismo sepas que son ancianos” (Nm 11,16). Consideremos más diligentemente la voz del Señor para ver qué significa este añadido que dice: “Que tú mismo sepas que son ancianos”. ¿No resultaba evidente a los ojos de todos que el que mostraba en su cuerpo una edad senil era un anciano, es decir, un viejo? ¿Por qué, entonces, mandar únicamente a Moisés, un profeta tan grande y de tanta importancia, este especial examen, para que sean elegidos no aquéllos que conocen los demás hombres, ni aquéllos que reconoce la gente inexperta, sino los que elegirá el profeta lleno de Dios? No se trata, por tanto, de un juicio sobre su cuerpo o sobre su edad, sino sobre su espíritu»[1].

Y en las Homilías sobre el libro de Josué leemos:

«También, antes que nosotros, otros hicieron notar que en las Escrituras ancianos (presbíteros) o séniores[2] no son llamados así porque tuvieron una larga vida, sino que, por la madurez del entendimiento y la gravedad de la vida, son ornados con ese apelativo; sobre todo cuando se agrega a continuación de anciano: “lleno de días” (cf. Gn 35,29). Porque, si parece que alguien debe ser llamado anciano o sénior por causa de la abundancia de su edad, ¿a quién se piensa que convenía más este nombre que a Adán, o ciertamente a Matusalén, o a Noé, de quienes se declara que vivieron en este mundo más años que otros (mortales)? Pero ahora vemos, por lo que refiere la Escritura, que ninguno de ellos es llamado anciano o sénior. Sin embargo, aunque tuvo un tiempo de vida mucho más breve, el primero en ser llamado anciano o sénior por las Santas Escrituras fue Abraham (cf. Gn 18,11-12). Asimismo, a Moisés le fue dicho por el Señor: “Elígete los ancianos de entre todo el pueblo, los que tú mismo sepas que son ancianos” (Nm 11,16). Con todo, observa también tú, oh oyente, en toda la Escritura, si puedes encontrar en algún pasaje este apelativo: “Anciano y lleno de días”, aplicada un pecador»[3].

Es necesario imitar a Cristo, que crecía en edad, gracia y sabiduría ante Dios y los hombres. Y para esto debemos abandonar las “infantilidades” y progresar sin cesar en nuestra vida espiritual (§ 3.2).

“Jeremías es junto a Pablo uno de los paradigmas preferidos de Orígenes para reflexionar sobre la condición de los intérpretes de Dios; es decir, en el tiempo de la Biblia los profetas y los apóstoles, y en el tiempo de la Iglesia los maestros de la Escritura”[4] (§ 3.3).

Texto

La ancianidad del hombre interior

3.1. “Fui joven y he envejecido, y no he visto a un justo abandonado ni a su descendencia buscar el pan; el justo todo el día se compadece y presta; y su descendencia estará en la bendición” (Sal 36 [37],25-26). El que comprende de manera simple el inicio de este texto, piensa que fue dicho circunstancialmente por David ya anciano y que, habiendo pasado la juventud, afirma: “Ahora soy viejo, pero antes era joven, y en todo este tiempo no he visto a un justo abandonado”, y lo que sigue. Pero nosotros sabiendo que hay una analogía con la edad del cuerpo también para el hombre interior, sabiendo que existe un niño interior (como existe) un infante, un joven, un adolescente, un viejo y un anciano; y viendo que Abraham era viejo no tanto por la edad del cuerpo, cuanto porque su hombre interior había destruido lo propio del infante (cf. 1 Co 13,11), y había atravesado con sus pasos la edad del adolescente… Por tanto, los que vivieron mucho antes que Abraham no fueron llamados ancianos, sino que este fue el primero en ser declarado anciano por causa de su virtud (cf. Gn 24,1; 18,11). Así, nosotros oramos para ser llamados ancianos por causa la virtud y por causa de las disposiciones, pero no por causa de la colocación en un ordenamiento (por la edad). Pues si el hombre interior no puede escuchar como Abraham, un anciano que creció hasta una hermosa ancianidad, no es posible que seamos llamados ancianos por Dios.

3.1. “Fui joven y envejecí, y no he visto a un justo abandonado, ni a su descendencia buscando pan. Todo el día se compadece y presta, y su descendencia será bendecida[5]” (Sal 36 [37],25-26). Quienes dicen que las palabras de la divina Escritura deben recibirse simplemente según la historia, sin duda afirman que en este pasaje David confirma que, pasada la edad de su juventud, cuando ya ha llegado el tiempo de su senectud, en todo ese tiempo, nunca vio abandonado a un justo al punto de que le faltase el pan. ¿Y qué hacemos con el hecho de que el apóstol Pablo recapitulando y exponiendo las vidas de los profetas, dice sobre ellos: indigentes, atribulados, andando errantes con pieles caprinas por cavernas de piedras y por cuevas (cf. Hb 11,37-38)? Y sobre sí mismo, recordándolo con frecuencia, dice: con hambre y sed (cf. 2 Co 11,27). Y cuando conocemos por las narraciones de las Escrituras que los justos padecieron esto frecuentemente, ¿cómo pensar ahora que David dice esto según el simple sentido de la letra? Pero veamos si, tal vez, no se trate de las edades de nuestro hombre interior, a semejanza de la edad exterior y corporal[6]. En efecto, también algunas veces se dice a hombres que ya tienen una edad madura, que son niños, y a otros que son jóvenes, y a otros que son ancianos, y esto sin duda no conviene decirlo sobre la edad corporal. Así, cuando muchos antes que Abraham vivieron seiscientos, quinientos, o al menos ciertamente vivieron trescientos años, de ninguno de ellos se dice que fue anciano y colmado de días, sino solo de Abraham (cf. Gn 25,8). Por lo que se comprende que no es así designado por la edad corporal, sino por la madurez del hombre interior. En consecuencia, también nosotros debemos optar por ser llamados ancianos y séniores, no por la edad corporal, ni por el oficio de presbítero[7], sino por el perfecto juicio y la gravedad de la constancia del hombre interior, como también Abraham fue llamado anciano lleno (de días) en una buena ancianidad.

El crecimiento espiritual

3.2. Por consiguiente, puesto que conocemos según el hombre interior la edad de niño, adolescente y anciano, por eso decimos que el perfecto puede decir palabras tales como las que enseñó el apóstol Pablo afirmando: “Cuando era un niño hablaba como un niño, pensaba como un niño, razonaba como un niño; pero cuando me hice un hombre he anulado las cosas de un niño” (1 Co 13,11). Yo no escucho[8] estas palabras del Apóstol como si fuesen dichas simplemente sobre la edad corpórea, sino que, en seguida que creyó, fue (como) un bebé racional recién nacido (cf. 1 P 2,2), que deseaba desde el principio la leche pura (cf. 1 P 2,2); y que conocía las Escrituras como un niño, pensaba el Evangelio como un niño, razonaba como un niño sobre las narraciones de la Escritura. Después, progresando en la edad como imitador de Cristo (cf. 1 Co 11,1), quien progresaba “en sabiduría al mismo tiempo que en edad y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,52), anuló lo que era de niño, no razonando más como razonaba cuando era un niño (cf. 1 Co 13,11). Por eso dice: “Cuando me hice un hombre, anulé las cosas de un niño” (1 Co 13,11)[9].

3.2. Existe, por tanto, una edad pueril según el hombre interior, también hay una edad juvenil, y una edad de anciano, según lo que decía el Apóstol: “Cuando era niño, hablaba como un niño, pensaba como un niño, razonaba como un niño; cuando me hice hombre, dejé las cosas de niño” (1 Co 13,11). Comprendo, pues, esta palabra del Apóstol dicha no sobre la edad corporal, sino en el sentido que, al inicio, cuando él creyó era un párvulo recién nacido, que deseaba la leche espiritual y sin engaño (cf. 1 P 2,2); entonces comprendía las Escrituras como un párvulo, pensaba sobre el Evangelio como un párvulo, razonaba como un párvulo. Pero después de esto, creciendo en edad a semejanza de Cristo, sobre quien está escrito: “Crecía en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52), depuso las cosas que eran de niño, y por eso dice: “Cuando me hice hombre, dejé las cosas de niño” (1 Co 13,11).

“Fui joven”

3.3. Entiende esto mismo también sobre David, que dice: “Fui joven” (Sal 36 [37],25), como si dijese: “Era un niño según mi hombre interior, pero he envejecido”. Si no hubiera envejecido, no habría podido profetizar. En efecto, es propio de un anciano profetizar. Pues si alguna vez vieras profetizar también a un joven, no dudes en decir que este es un anciano según el hombre interior y por eso ha profetizado. Por tanto, cuando Jeremías escuchó: “Antes que te plasmara en el vientre te conozco, y antes que salieras de tu madre te he santificado, y te he puesto profeta para las naciones” (Jr 1,5); entonces, él, que era joven, respondió y dijo: “Yo no sé hablar porque soy joven” (Jr 1,6). Pero el que le había dado la gracia de no ser joven sino anciano según el hombre interior dijo: «No digas: “Yo soy joven”» (Jr 1,7). Si no se comprende así estas palabras: «No digas: “Yo soy joven”», ¿qué sentido tienen? Era joven por la edad, su cuerpo era el de un adolescente. No decir lo que es verdad, que soy joven corporalmente, pero el Señor sabiendo lo que dice y poniendo sus palabras sobre la boca de él “para arrancar y destruir, para demoler y reconstruir, y plantar” (Jr 1,10), como era el Verbo presente en su alma, no deja que su alma sea la de uno todavía joven, por eso afirma: «No digas: “Yo soy joven”»[10].

3.3. Por ende, así también hay que comprender lo que dice David: “Fui joven y envejecí” (Sal 36 [37],25), como si dijera: “Era un niño según el hombre interior, pero ahora ya envejecí”. Porque si no hubiera envejecido, no sería un profeta. Pues es de los ancianos el profetizar. Incluso si vieras a algún joven profetizando, no dudes en decir sobre él que, según el hombre interior, ha envejecido, y por eso es profeta. Y así Jeremías cuando oyó: “Antes que te plasmara en el útero te conocí, y antes que salieras del seno materno, te santifiqué, y te hice profeta de las naciones” (Jr 1,5), respondió: “Soy joven y no sé hablar” (Jr 1,6). Pero aquel que le dio la gracia de no ser más un niño, sino un anciano según el hombre interior, le dijo: «No digas: “Soy un joven”» (Jr 1,7). De otra manera, si no se debe entender así esto, ¿qué razón tiene que se diga a un joven, de edad juvenil y no educado: «No digas: “Soy un joven”»? Esto es, no digas lo que es verdad. Por tanto, era joven según la edad corpórea, pero como el Señor le puso sus palabras en su boca, “para arrancar, subvertir y dispersar”, y al revés: “para edificar y plantar” (cf. Jr. 1,10), esta fuerza de las palabras iluminaba y santificaba su alma no permitiéndole ser pueril, por eso con razón se le dice: «No digas: “Soy un joven”». Por consiguiente, de forma semejante también esto que dice David: “Fui joven y envejecí, y no he visto a un justo abandonado, ni a su descendencia buscando pan” (Sal 36 [37],25), debe ser comprendido según lo que más arriba se dijo sobre la edad juvenil o de ancianidad del hombre interior.



[1] Orígenes, Homilías sobre el Génesis, III,3.2-3. Cf. Ibid., IV,4.6: «“Y eran ambos presbíteros -es decir, ancianos- y avanzados en años” (Gn 18,11). Por lo que atañe a la edad del cuerpo, muchos antes que ellos habían llevado una vida más larga en años, sin embargo, ninguno fue llamado presbítero. Por donde se ve que este nombre se otorga a los santos no en razón de su longevidad, sino de su madurez».

[2] Permitido por el Diccionario de la Real Academia Española, sénior es una forma más digna y conveniente que viejo.

[3] Homilías sobre Josué, XVI,1.2. Orígenes se inspira ampliamente en Filón (cf. Origene, pp. 325-326, nota 15).

[4] Origene, p. 328, nota 16.

[5] Lit.: Será en bendición (in benedictione erit).

[6] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, IX,9: «Cada uno de los creyentes brota de la vara de Aarón, que es Cristo; las cuatro diferencias entre ellos se designan en otros lugares de la Escritura como cuatro edades, que incluye el Apóstol Juan en su Epístola, con una distinción mística. Dice, en efecto: “Les he escrito a ustedes, niños (…); les he escrito a ustedes, adolescentes (…); les he escrito a ustedes, jóvenes (…); y les he escrito a ustedes, padres” (1 Jn 2,12-14). En las cuales no pone las diferencias en las edades corporales, sino en el progreso de las almas…».

[7] En este caso se trata de la función de presbítero, segundo en la jerarquía eclesiástica después del obispo (cf. SCh 411, p. 203, nota 3).

[8] O: entiendo (akoyo).

[9] Cf. Orígenes, Homilías sobre Jeremías, I,13: “Dijimos repetidas veces que se puede ser un niño según el hombre interior aun siendo viejo en edad corporal. Pero puede suceder también que se sea niño según el hombre exterior y hombre maduro según el interior”. Ibid., XIV,10: “Si ves a un alma santa y justa, verás la fuerza del Logos fructificando más cada día , y aplicarás a los justos lo dicho sobre Jesús, pues no solo en Él Jesús progresaba en sabiduria, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres (Lc 2,52), sino en cada uno de los que reciben el progresar en sabiduría, en edad y en gracia Jesús progresa en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres”.

[10] Cf. Orígenes, Homilías sobre Jeremías, I,8: «… El Salvador, estando en el Padre(cf. Jn 14,10-11)y hallándose en la majestad de la gloria de Dios, no habla el lenguaje humano, no sabe hablar a los de abajo; pero cuando viene a un cuerpo humano, dice desde el comienzo: “No sé hablar, porque soy demasiado joven” (Jr 1,6): demasiado joven en virtud de su nacimiento corporal, pero anciano en cuanto primogénito de toda criatura (cf. Col 1,15); demasiado joven, porque vino en la plenitud de los tiempos (cf. Hb 1,26) y porque su advenimiento a esta vida es tardío. Dice, pues, “no sé hablar, sé cosas demasiado grandes para decirlas, sé cosas que sobrepasan el lenguaje humano. ¿Quieres que hable a los hombres? Todavía no he asumido el dialecto de los hombres; yo tengo tu lengua, Dios, yo soy tu Palabra, Dios; a ti sé dirigirme, a los hombres no sé hablarles, soy demasiado joven” (cf. Jr 1,7)».