OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (716)
San Juan Bautista
Hacia 1500
Liturgia de las Horas
Bologna, Italia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía IV sobre el Salmo 36 (37)
Introducción
Estamos llamados a gozar de una dulzura especial, la de quien permite que el Señor enderece sus pasos, y lo conduzca por la vía recta (§ 2.4).
No es ajeno a la condición humana la posibilidad de caer en alguna falta. Pero luego de la caída el cristiano no debe quedarse postrado, abatido, sino que tiene que levantarse y reaunudar el camino. Para presentar este tema Orígenes recurre a la comparación con los luchadores, pero señalando la necesidad de superar el ejemplo, para llegar a comprender el tema de vida espiritual que propone (§ 2.5)[1].
El ejemplo o paradigma de los atletas que combaten por la corona, tomado de las cartas de san Pablo, le permite a Orígenes desarrollar el tema de la lucha del cristiano contra los vicios y pasiones. Es un combate sin cuartel, hasta el fin de la vida terrena. Y que exige, desde nuestra juventud, dejarnos ayudar por Dios (§ 2.6).
Los cristianos luchan contra el diablo y sus secuaces. Por tanto, están llamados a ser santos y bienaventurados. Pero, tal vez, esto no es de muchos. Pero sí es posible devenir atletas, luchadores, estar siempre preparados para el combate (§2.7).
Para mantenernos en pie durante el combate, o para levantarnos y no quedar por completo postrados por tierra, todo ser humano necesita la ayuda del Señor. Imposible pretender salir a comabtir contra el Maligno sin la gracia del Señor (§ 2.8).
Texto
El Señor nos hace gustar la dulzura de enderezar nuestros pasos
2.4. Cuando los pasos del hombre son dirigidos por el Señor (cf. Sal 36 [37],23), entonces (el hombre) “seguirá su camino”[2] (Sal 36 [37],23). La expresión es ambivalente, porque o bien es el Señor quien quiere el camino de aquel que es enderezado en sus pasos y lo acepta, no queriendo el camino de los impíos, ni queriendo el camino de los que caminan oblicuamente y pasan a través, pero no sobre el camino recto; o bien, es aquel mismo cuyos pasos son enderezados por el Señor, que quiere el camino del Señor y, que al ser enderezados sus pasos, gusta la dulzura del camino en el cual es enderezado por el Señor.
No quedarse postrado
2.5. “Y se complacerá en su camino. Cuando caiga, no quedará postrado” (Sal 36 [37],23-24). No dice las palabras “cuando caiga”, respecto del justo. Las palabras se refieren al que todavía no es justo y puede caer; entonces, cuando cae, no queda postrado. Queremos mostrar la diferencia entre el que cae y queda postrado, y aquel que cae, pero no queda postrado. Tomemos el ejemplo de los que luchan en los combates y caen, o bien de los que después de caer quedan postrados, o caen juntos. Los que luchan en los combates a veces caen la primera (lucha), pero después vencen en las tres (siguientes). Dado que el combate no se limita a una sola lucha, podrías decir sobre estos (luchadores), en un sentido físico, que caen, pero no quedan postrados, porque vencen después de haber caído. Si has entendido el paradigma, pasa con el razonamiento a lo que sigue: si ves a un hombre que ha sido vencido y después de ser vencido no se entrega al libertinaje, a la práctica de toda impureza y codicia, sino que se levanta y se acuerda de la Escritura: “¿El que ha caído no se levanta o el que se ha desviado no se convierte?” (Jr 8,4). Pobres los que se desvían con un desvío desvergonzado (cf. Jr 8,5), dice el Señor. Por tanto, si vieses que, después de haber caído, se levanta y al levantarse asume y hace propia la vergüenza por haber caído, viviendo rectamente, di sobre éste que con verdad en él se cumplen las palabras: “Cuando caiga, no quedará postrado” (Sal 36 [37],24). Pero si vieses alguien que, después de haber caído, se abate y dice: “He caído, estoy perdido, los pecados están en mí, no tengo ninguna esperanza de salvación”, y vieses que éste se separa de Dios, este (hombre) ha caído y se ha quedado postrado.
2.5. Puesto que, un poco antes, dijimos que también es posible que les suceda alguna caída y alguna falta a quienes siguen el camino de la virtud, sin embargo, hay que señalar que allí donde (el salmista) dice: “Cuando caiga, no quedará postrado” (Sal 36 [37],23-24), hablaba más arriba no tanto sobre el justo cuanto del hombre en general. Pues afirma: “Los pasos del hombre son dirigidos por el Señor, y deseará su camino; cuando caiga, no quedará postrado” (Sal 36 [37],23-24). En lo que se muestra que hay algunas caídas que, sin embargo, no indican inmediatamente que sea vencido y no se quedará postrado el que ha caído. Porque, como suele suceder en la lucha, entre dos que combaten primero cae uno, y cuando cae se levanta y vence; del mismo modo en nuestro combate, que es contra el príncipe de este mundo (cf. Jn 12,31), si tal vez alguno de nosotros es vencido y cae en algún pecado, es pecado que después del pecado se arrepienta, se levante y abomine el mal que aceptó, y en adelante no solo se contenga, sino que también satisfaga a Dios, lavando cada noche su lecho con lágrimas y regando su cama (cf. Sal 6,7), recibiendo la confianza que se dice por la autoridad del profeta: “¿Quién cae, no será ayudado para levantarse? ¿O el que se ha desviado, no se convertirá? ¡Pobres esos que se han desviado con impúdico apartamiento, dice el Señor!” (Jr 8,4-5). Y este el hombre que ciertamente ha caído, pero no pudo permanecer postrado. Pero si vieres a alguien que ha caído en algún pecado, y después de la caída desesperar de la conversión diciendo: “Ya no hay ninguna esperanza para mí, mis pecados me atan, ¿cómo puedo atreverme a acercarme al Señor? ¿Cómo puedo volver a la Iglesia?”. Y si por esta desesperación un tal hombre también se aleja de Dios, éste no solo ha caído, sino que en su caída ha quedado postrado y está hundido.
El combate de nuestra salvación
2.6. Es bueno, por consiguiente, ser un atleta que no cae, y es bueno ser un atleta, por así decirlo, conforme a los ejemplos, que no es tomado por la cintura, que no es eliminado[3]. Pero si no puedes devenir un atleta así, sino que caes, no te quedes postrado, levántate. Pues los que han caído y después de haber pecado se han entregado sin dolor a toda clase de pecados son objeto de llanto; pero los que no son así pues tienen esperanza, no son causa de aflicción para los justos. Por eso el Apóstol no dice simplemente: “Y lloraré por algunos que antes han pecado”, sino que mira lo que agrega: “Y no se han convertido de la impureza, de la fornicación y del libertinaje que cometieron” (2 Co 12,21). Por tanto, es bueno ser hallados entre los atletas irreprochables e incontaminados, pero también entre los que no siempre han sido vencidos, sino que finalmente vencieron. Y sobre los atletas, puesto que la Escritura se sirve de estos paradigmas, también hay que decir que alguno ha sido vencido entre los jóvenes, ha triunfado entre los que todavía no tienen barba, ha sido vencido entre quienes no tienen barba y ha sido coronado entre los hombres. Y el Apóstol afirma: “Nadie recibe la corona si no combate según las normas (2 Tm 2,5); y así, lanzo golpes, no como dando golpes al aire” (1 Co 9,26), sino para llegar a ser como Jacob que dice. “Dios me alimenta desde mi juventud” (cf. Gn 48,15).
2.6. Es ciertamente deseable que el atleta de la piedad y de la virtud permanezca siempre inamovible, para que no pierda ni un solo combate, si así se puede decir, que ni una vez sea doblegado o derribado. Si esto se puede hacer, sino que le sucede caer, que no quede tendido después de la caída, sino que se levante y enmiende su falta, que expurgue con la satisfacción de su penitencia lo que ha cometido, no diga también sobre éste mismo el Apóstol: “Lloro por muchos de estos que antes pecaron y no hicieron penitencia por sus acciones de impureza, de fornicación y desvergüenza” (2 Co 12,21). Pues el Apóstol toma asimismo los ejemplos de la lucha del gimnasio cuando dice: “Nadie es coronado si no compite legítimamente” (2 Tm 2,5). Y sobre sí mismo dice: “Peleo, pero no como dando golpes en el aire” (1 Co 9,26). Y de nuevo: “He peleado el buen combate” (2 Tm 4,7).
Atletas de Dios
2.7. Es bueno llegar a ser uno que nunca cae. Pero si has caído con los niños, lucha en el combate de los imberbes y vence en él. Y si has caído en aquel, te bastan los castigos para los niños que han sido vencidos y aquellas (puniciones) para quien ha sido vencido entre los imberbes. Consigue las coronas destinadas para los hombres. Muchas cosas, en efecto, y variadas suceden, también para los cristianos, en las luchas de los atletas, “porque nuestra lucha no es contra la sangre y la carne, sino contra los principados, las potestades; contra los dominadores de las tinieblas, contra los espíritus malvados que están en los cielos” (Ef 6,12). Contra estos antagonistas es necesario brillar y es necesario vencer. ¿Algún hombre será así, algún bienaventurado, algún santo y sagrado? Daniel, que siendo joven profetizó, siendo joven confundió a los ancianos (cf. Dn 13,45-14), y fue honrado por Dios con privilegios; esto es lo propio de un hombre sacro, divino y bienaventurado, como era Jacob que ya en el seno había suplantado[4] a su hermano Esaú (cf. Gn 25,22-26). Pero si no puedes de llegar a ser así, hazte a continuación un atleta.
2.7. En consecuencia, puesto que se nos propone un combate y una pelea, también debemos conocer la lucha por la Ley. Hay atletas que vencen en todos los certámenes y en todos son coronados. Vencen entre los niños (paidos), vencen entre los imberbes (ageneioys), vencen entre los adultos (andras). Otros son vencidos entre los adultos (andras), pero son coronados entre los ageneious, y otras veces vencen también entre los andras. Por tanto, algunos siempre son coronados, otros dos o tres veces. Ciertamente es deplorable, y es la peor infelicidad, en todas estas luchas, tan variadas y diversas, no merecer siquiera una corona. Así también, por consiguiente, el Cristiano, “cuyo combate no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, y contra los príncipes de este mundo de tinieblas, contra los espíritus perversos que están en los cielos” (Ef 6,12); cuando tiene tantos y tales adversarios, (el Cristiano) debe vigilar como un luchador, de forma que siempre venza, si es posible, cada día que entre en combate; y que reciba las primeras coronas entre los paidas, es decir, entre los niños.
¿Quieres que te muestre algunos que, entre los niños, esto es, entre los lactantes[5], han sido coronados? Mira al beato Daniel, quien también desde la infancia mereció la gracia de la profecía, y, reprendiendo a los ancianos inicuos, obtuvo, (siendo) muchacho[6], la corona de la justicia y la castidad (cf. Dn 13,45 ss.). ¿Quieres asimismo que te presente otro que, entre los jóvenes, fue coronado? Mira a Jeremías, quien cuando se excusó de profetizar a causa de su juventud, oyó del Señor: “No digas: ‘Yo soy un niño’, porque hacia todos los que te envíe, irás; y todo lo que te diré, lo transmitirás” (Jr 1,7).
Pero, tal vez, que estos ya tenían una edad adulta. Te daré un atleta que luchó más pronto y que venció antes de emitir un vagido entre los hombres. Jacob, todavía en el seno de su madre, luchó contra su hermano Esaú, lo suplantó y lo venció (cf. Gn 25,22 ss.); por cual, habiendo suplantado y vencido a su hermano, recibió de su padre las bendiciones del primogénito (cf. Gn 27,1 ss.). ¿Y no te parece que también esos niños que fueron coronados en un combate infantil, junto a Belén, a la edad de dos años e incluso menos, recibieron la palma del martirio por el nombre del Señor (cf. Mt 2,16)? Ves cuántos ejemplos de coronados tenemos entre los niños.
La ayuda del Señor
2.8. Esto sobre: “Cuando caiga, no quedará postrado, porque el Señor sostiene su mano” (Sal 36 [37],24). Y para que los pasos del hombre pasen a través y sean enderezados necesitan del Señor; y para que cayendo no quede postrado, de nuevo necesita del Señor. ¿Cuándo, en efecto, no necesitamos del Señor? Pues por eso no quedará postrado, porque el Señor sostiene su mano. La expresión es ambivalente: el Señor sostiene su propia mano no dejando que ella quede postrada, o sostiene la mano del que combate y que está por caer, para que no caiga por completo sobre el rostro y quede completamente extendido sobre la tierra.
2.8. Esto es lo que tenemos repitiendo la exposición sobre aquel versículo que dice: “Cuando caiga, no quedará postrado” (Sal 36 [37],24). Y agrega la causa por la que no quedará postrado, diciendo: “Porque el Señor sostiene su mano” (Sal 36 [37],24). Y mira cómo habla consecuentemente en cada afirmación, dice: para que no caiga, el Señor, afirma (el salmista), dirige sus pasos; pero si cae, no quedará postrado: “El Señor, prosigue (el salmo), sostiene su mano”. Por tanto, ves que siempre necesitamos el auxilio del Señor. Primero para no caer, después, si caemos, para levantarnos.
[1] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, XVI,1: “En las luchas corporales suelen observarse ciertamente los grados y las diferencias de cada una de las clases, para que, por la cualidad del certamen, cada uno sea remunerado con el premio de la victoria. Por ejemplo, si la lucha es entre niños, si entre jóvenes, si entre hombres, para cada clase debe haber un reglamento a observar, lo que está permitido, lo que no está permitido, la regla de combate a guardar, y también después de esto la recompensa que merece la palma del vencedor, todo está igualmente asegurado por las leyes del combate”.
[2] O: hará su voluntad.
[3] Lit.: que no es expulsado.
[4] O: hecho tropezar (pternizo).
[5] Lit.: in primo statim lacte.
[6] O: niño (puer).