OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (712)

Jesucristo y los saduceos

Hacia 1327-1335

Biblia

Londres (?)

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía III sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

La palabra de Dios que nos transmiten sus ministros, como por ejemplo el apóstol Pablo, necesariamente debe fructificar en cada uno de nosotros los oyentes. Porque no nos pertenece, sino que se nos da en calidad de préstamo, para que la multipliquemos. Esto es lo que hace el justo, el pecador, por el contrario, la gasta, la dilapida, no produce ningún fruto y tampoco devuelve el préstamo recibido (§ 11.1).

La palabra de Dios por nadie se deja aprisionar. Nuestra misión es ofrecerla “en préstamo” para que quienes las escuchan puedan devolver con creces el hermoso préstamo que han recibido (§ 11.2). En este párrafo deben señalarse algunos temas que son de relevancia: el primado incomparablemente superior de la Sabiduría de Dios respecto de la sabiduría del mundo; la advertencia, muchas veces repetida en los escritos del Alejandrino, frente a los escritos gnósticos y marcionitas, representados por la tríada: Valentín, Basílides y Marción. Y la utilización, también frecuente, de 2 Co 13,3, para subrayar la predicación como voz de un alter Christus[1].

El Señor Jesús nos ha entregado en préstamo la continencia y la justicia. Si vivimos de acuerdo a sus enseñanzas, devolvemos con intereses este préstamo. Por el contrario, si nos dejamos arrastrar por nuestras malas inclinaciones, no solo seremos incapaces de devolver este préstamo, sino que lo dilapidaremos provocando el enojo del Rey (§ 11.3).

Texto

Devolver el préstamo

11.1. Después (el salmo) dice lo siguiente, que tiene necesidad de explicación: “El pecador pide prestado y no devolverá, en cambio, el justo tiene compasión y da” (Sal 36 [37],21). Esto, de nuevo, si tomamos (a la letra) lo dicho, es falso. En efecto, muchos pecadores toman dinero prestado y lo devuelven con intereses, después de habérselo apropiado y hecho fructificar, merced al dinero prestado. Pero el profeta declara diciendo: “El pecador pide prestado y no devolverá” (Sal 36 [37],21). Sin embargo, si comprendes que hay alguien que da y alguien que toma prestado, y buscas un pecador que pide prestado y no devuelve, verás cómo el pecador pide prestado y no devolverá. Por ejemplo, Pablo, cuando enseña, estando de pie los que lo oyen, él da prestado, y los que lo escuchan toman en préstamo la plata auténtica de la boca de Pablo. Pero si es un justo quien toma en préstamo, lo devuelve con intereses y dice: “Me diste una moneda, mira, he conseguido diez monedas”; si es un justo (dice): “Me diste una moneda, mira, he conseguido cinco”; “me diste cinco talentos, he aquí que tengo diez”; “me diste dos, mira, (tengo) cuatro” (cf. Lc 19,18; Mt 25,20. 22). Pero si un pecador debe pagar, no devolverá lo que ha recibido en préstamo, sino que gastará todo lo que ha recibido en préstamo.

11.1. Después de esto se añaden algunas palabras que necesitan de una no pequeña exposición, porque dice (el salmista): “El pecador pedirá prestado y no devolverá; en cambio, el justo se compadece y presta” (Sal 36 [37],21). También esto si lo tomamos según la letra, no parecerá verdadero. Pues muchos pecadores reciben dinero de otros en préstamo y lo devuelven con intereses; de manera que en el ínterin obtienen lucro del dinero que recibieron. Mas aquí el profeta afirma esto (otro), diciendo: “El pecador pedirá prestado y no pagará”. Pero si comprendes quién es el que presta y quién es el que recibe el interés, y si requieres quién es el pecador que no devuelve el dinero que recibió, entiendes la coherencia que tiene lo que está escrito. Por ejemplo, cuando Pablo enseña a los asistentes y oyentes, Pablo es quien presta el dinero del Señor, en tanto que los oyentes son quienes reciben de su boca el dinero prestado de la palabra. Y si es un justo quien de él recibe el dinero, devolverá íntegro el préstamo y dirá: “Me diste cinco minas, he aquí que he adquirido otras cinco” (cf. Lc 19,18). Si es un justo dice: “Me diste cinco talentos, he aquí que tienes diez”; o: “Me diste dos talentos, he aquí que tienes cuatro” (cf. Mt 25,20. 22). Pero si es un pecador, recibida la palabra de Dios, no se esfuerza por obrar lo mandado y no devuelve los intereses, sino que gasta todo lo que había recibido en préstamo.

No somos los dueños de la palabra del Señor

11.2. Todos ustedes ahora reciben en préstamo. Porque estos son los préstamos; son estas palabras el dinero. “Pues las palabras del Señor son palabras puras, plata acrisolada al fuego, limpia de tierra y purificada siete veces” (Sal 11 [12],7). Si yo enseño mal, mi plata no es auténtica[2], según la palabra: “La plata de ustedes no es auténtica” (Pr 24,4). Pero si enseño bien, mi plata, no la mía sino la del Señor, es auténtica. Me está permitido dar en préstamo la plata del Señor, pero no me está permitido dar en préstamo mi plata. Porque si doy en préstamo, la palabra del Señor me prohíbe dar en préstamo de lo que es mío. ¿Quién es, entonces, el que da en préstamo algo suyo, y quién el que da en préstamo lo que es del Señor?  Y ciertamente está permitido dar en préstamo lo que es del Señor, pero no de lo que es propio. Si vieses a Valentín, que ha engendrado doctrinas (erróneas) y ha enseñado lo que es suyo, di: él da en préstamo algo suyo y cae bajo la maldición; de la misma manera Basílides, de igual modo Marción. Pero si vieses alguien que dice algo no de lo que es suyo, sino de Dios y tiene la audacia de decirlo con verdad: “¿O buscan una prueba de que Cristo habla en mí?” (2 Co 13,3), debes saber que este da en préstamo no lo que es suyo, sino que da en préstamo lo que es del Señor. Por tanto, ha dado una moneda[3], o ha dado cinco talentos, dos talentos o un talento (cf. Mt 25,20), y mi Señor Jesucristo -Él es, en efecto, el dueño en la parábola- les dice: “Vayan y háganlos producir hasta que vuelva” (cf. Lc 19,13), Él ha recomendado dar en préstamo las riquezas del Señor. ¡Ojalá también yo pudiera dar en préstamo las palabras de los profetas, dar en préstamo las palabras evangélicas, las palabras de los apóstoles, y quiera el cielo que quien recibe el préstamo no fuese un pecador, para que yo no sea castigado, sino un justo capaz de restituir, con los intereses (que provienen) de su conducta, los elementos principales de los sermones que ha oído! 

11.2. He aquí, que también ahora, todos ustedes a quienes les hablo, han recibido un dinero prestado: mis palabras son este dinero del Señor. Pero si dudas, oye al profeta diciendo: “Las palabras del Señor son palabras íntegras, plata probada al fuego, purificada de la tierra siete veces” (Sal 11 [12],7). Por tanto, si enseño mal, mi moneda es desechada, según lo que se les dice a aquellos: “La plata de ustedes es falsa” (cf. Jr 6,30). Pero si enseño bien, el dinero o la plata no es mía, sino que es del Señor y es íntegra. Por consiguiente, me es lícito prestar la moneda del Señor, porque la palabra del Señor prohíbe prestar con usura la moneda humana (cf. Lv 25,37; Dt 23,20). ¿Cuál es, entonces, la moneda humana y cuál la del Señor? Yo pienso que la palabra de Valentín es la moneda humana y falsa; y la moneda de Marción y de Basílides es moneda humana y falsa; y todos los sermones de los herejes no son monedas verdaderas, y no tienen en sí la figura verdadera, sino una adulterada, de modo que se puede decir que fue fabricada fuera de la casa de la moneda, que fue hecha fuera de la Iglesia. Pero si vieres a alguien que expresa no sus propias palabras sino las de Dios, que se atreve a decir: “¿O buscan una prueba de que en mí habla Cristo?” (2 Co 13,3), sabes que este sin duda presta, y no su dinero, sino el del Señor y obra aquello que está escrito: “Todo el día se compadece y presta” (Sal 36 [37],26), teniendo un poder para prestar que le ha sido dado por mi Dios mismo, Jesucristo. Porque es el mismo Señor quien en la parábola dice a los servidores a los que dio el dinero: “Vayan, negocien hasta que yo vuelva” (Lc 19,13). Y a aquel servidor que despreció multiplicar el dinero, le dijo: “Tendrías que haber dado mi dinero en préstamo, y a mi regreso lo habría recobrado con intereses” (Mt 25,27)[4]. Este es, por tanto, el pecador que pide prestado y no devuelve; en cambio, el justo restituirá el dinero recibido con intereses, es decir, presentará la palabra recibida de Dios con obras. 

“El justo es compasivo y da” 

11.3. Por tanto, “el pecador pide prestado y no devolverá” (Sal 36 [37],21). Si pides en préstamo las enseñanzas sobre la continencia, devuelve lo que atañe a la continencia; si eres un pecador, ciertamente tomas prestado, pero no devuelves. Si tomas en préstamo las enseñanzas sobre la justicia, devuelve: (es decir), escucha lo que se refiere a la justicia por medio de tu conducta. Pero si eres un pecador, tomas en préstamo lo que se refiere a la justicia, pero no devuelves. Es mejor, en principio, no tomar en préstamo, sobre todo en lo que se refiere al depósito[5] del Señor, antes que perder las riquezas del rey. Por ende, “el pecador pide prestado y no devolverá, pero el justo es compasivo y da” (Sal 36 [37],21), no solamente da en préstamo, sino que también es compasivo y da.

11.3. Escuchas un sermón sobre la castidad, alabas al doctor, abrazas la doctrina, admiras la enseñanza, por este medio has recibido el dinero de la castidad. Pero si eres pecador, sales de la iglesia , te mezclas en los negocios seculares, escuchas temas lascivos, se siguen la embriaguez, los coloquios de hombres corruptos en quienes no se puede confiar, olvidando de inmediato todo lo que habías recibido del doctor, lo que habías alabado, lo que habías admirado, vuelves nuevamente a las prostitutas impúdicas y devienes pecador, tú que habías recibido en préstamo la palabra de castidad y no devolviste obras de castidad. De modo semejante, si también has escuchado la palabra de justicia en la iglesia, sales fuera y sucede que va a tu encuentro un vecino cuyo pequeño campo deseabas, e inmediatamente olvidas las enseñanzas que te fueron dichas, para satisfacer tu concupiscencia invades las cosas que no te pertenecen, y así habiendo recibido en préstamo la justicia, no devuelves los intereses realizando obras de justicia[6]. Por tanto, del mismo modo, en cada uno de estos casos “el pecador pide prestado y no devuelve, en cambio el justo se compadece y presta” (Sal 36 [37],21). No solo, dice (el salmista), el justo presta, es decir, predica la palabra; esto es, no solo enseña a los ignorantes, sino que también se compadece de los débiles. Pues sigue el ejemplo del Señor diciendo: “Prefiero la misericordia al sacrificio” (Mt 9,13; cf. Os 6,6).



[1] Cf. ibid., pp. 298-301, notas 27-29.

[2] Adokimos: reprobado, falso, ilegítimo.

[3] Lit.: una mina (mnan).

[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, XIII,1: «Ya verán ustedes, cuando reciban el dinero del Señor, cómo preparan los intereses del Señor que viene. Los intereses de la palabra de Dios son: poner en práctica en la vida y en las obras lo que manda la palabra de Dios. Por tanto, si, escuchando la Palabra, la ponen en práctica y obran según lo que oyen, y viven según esto, preparan los intereses del Señor; y puede ocurrir que cada uno de ustedes a partir de cinco talentos (cf. Mt 25,20) produzca diez y oiga del Señor: “Bien, servidor bueno y fiel, te daré poder sobre diez ciudades” (cf. Lc 19,17). Únicamente, miren aquello: que ninguno de ustedes envuelva el dinero recibido en un pañuelo (cf. Lc 19,20) o lo oculte en la tierra (cf. Mt 25,20), porque conocen bien qué será de este hombre a la llegada del Señor».

[5] Tameion: se trata de una referencia implícita a la parábola de los talentos (cf. Mt 25,14 ss.).

[6] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, VI,9: «Cristo nos ha redimido (o: rescatado), Él, que dio su sangre en precio por nosotros. ¿También ha dado el diablo algo semejante para comprarnos? Entonces, si te parece, escucha. El homicidio es dinero del diablo; porque “él es homicida desde el principio” (cf. Jn 8,44). ¿Has cometido un homicidio?: has recibido dinero del diablo. El adulterio es dinero del diablo; en efecto, el adulterio tiene en sí mismo “la imagen y la inscripción” (cf. Mt 22,20) del diablo. ¿Has cometido adulterio?: has recibido monedas del diablo. El robo, el falso testimonio, el pillaje, la violencia... todas estas cosas son los bienes (o: el censo) y el tesoro del diablo; porque semejante moneda procede de su cuño. Por consiguiente, con esa moneda paga él a los que compra, y hace siervos suyos a todos los que de ese modo han recibido algo de esos bienes por poco que sea».