OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (711)

Jesucristo se encuentra con Zaqueo

1140

Salzburgo, Austria

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía III sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

Hay hambre cuando nadie proclama la palabra de Dios. Este es el tiempo malo, cuando desaparecen quienes tienen la misión de anunciar las maravillas del Señor (§ 10.1).

Es tarea prioritaria de los ministros de la palabra de Dios distribuirla sin envidias ni rivalidades. Y, consecuentemente, es obligación de los oyentes, recibirla y hacerla fructificar en sus vidas. Pues de lo contrario, “el que comprende se sentará y callará” (§ 10.2).

Elías es presentado por Orígenes como modelo del creyente que se alimenta con el estudio de la Palabra, que la comprende, la medita “día y noche” y la saborea. Así debe ser la vida del cristiano que obra en conformidad con la enseñanza de Jesucristo. Quien procede de esta forma no carecerá del alimento necesario para su subsistencia espiritual (§ 10.3)[1]. Las Homilías sobre el Génesis nos ofrecen un pasaje muy parecido al de este párrafo:

«La divina Escritura, atentamente, no dice: “Estar abrumados por el hambre” para quienes, según su conocimiento, poseen la ciencia de Dios y reciben el alimento de la sabiduría celestial. Pero también en el tercer libro de los Reyes encontrarás usada la misma cautela al hablar (de una época) de hambre; cuando el país se hallaba abrumado por el hambre, según la palabra de Elías a Acab: “¡Vive el Señor de los ejércitos, Dios de Israel, en cuya presencia estoy! No habrá estos años rocío ni lluvia sobre la tierra, más que cuando mi boca lo diga” (1 R 17,1). Después de esto, el Señor manda a unos cuervos dar de comer al profeta, y al profeta a beber agua del torrente Kerit. Y otra vez, en Sarepta de Sión, se le manda a una mujer viuda alimentar al profeta; a la cual no le quedaban víveres más que para un solo día; pero, distribuidos estos, no se agotaban jamás, y, agotados, se multiplicaban abundantemente. Porque, según la palabra del Señor, “la tinaja de la harina y la vasija del aceite” no se agotaron por haber dado de comer al profeta (cf. 1 R 17,2 ss.)… Por tanto, ya que ves que la Sagrada Escritura custodia escrupulosamente en casi todos sus textos una regla semejante, hazlos pasar al sentido figurado y alegórico, que nos es enseñado también por las palabras de los mismos profetas. En efecto, uno de los doce profetas afirma sin ambages que se trata abierta y claramente de un hambre espiritual, diciendo: “He aquí que vienen días, dice el Señor, en que enviaré hambre sobre la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino hambre de escuchar la palabra del Señor” (Am 8,11).

¿Ves cuál es el hambre que abruma a los pecadores? ¿Ves cuál es el hambre que prevalece sobre la tierra? Porque los que son de la tierra y “gustan las cosas terrenas” (cf. Flp 3,19), y no pueden “recibir lo que viene del Espíritu de Dios” (cf. 1 Co 2,14), padecen “el hambre de la palabra de Dios”, no escuchan los mandamientos de la Ley, desconocen las amonestaciones de los profetas, ignoran las consolaciones apostólicas, no experimentan la medicina del Evangelio. Por eso con razón se dice sobre ellos: “El hambre prevaleció sobre la tierra” (Gn 43,1).

Pero para los justos y “para los que meditan en la ley del Señor día y noche” (cf. Sal 1,2), “la sabiduría prepara su mesa, mata sus víctimas, mezcla su vino en la copa y grita en voz alta” (cf. Pr 9,2-6), no para que vengan todos, no para que se dirijan a ella los opulentos, los ricos y los sabios de este mundo, sino que dice: “Vengan a mí los que están necesitados” (cf. Pr 9,4; Mt 11,25. 28), es decir, los que son “humildes de corazón” (cf. Mt 11,29), los que han aprendido de Cristo “a ser pacientes y humildes de corazón” (cf. Mt 11,29) -que en otro lugar se dice “pobres de espíritu” (cf. Mt 5,3; St 2,5), pero ricos de fe-, estos acuden al festín de la sabiduría y, alimentados con sus manjares, alejan “el hambre que prevaleció sobre la tierra”»[2].

En continuidad con los simbolismos de carácter numérico que hallamos en la Biblia y también en la tradición exegética alejandrina, Orígenes pone de relieve la importancia del número seis, pues coincide con la creación del hombre (cf. Gn 1,26). Pero no solamente, ya que el sexto día también es asociado a la creación del mundo visible[3], creado en seis días; al pecado de Adán, en la hora sexta; y a la pasión redentora de Cristo; al tiempo de la venida de Cristo y a la economía salvífica (§ 10.4)[4].

El versículo veinte del salmo le ofrece a Orígenes la ocasión de subrayar fuertemente la importancia de la humildad cristiana. No tenemos que buscar la gloria de este mundo, querer ser reconocidos, la exaltación del poder, sino asumir que el seguimiento de Cristo exige la renuncia a la gloria de este mundo (§ 10.5).

Texto 

Hambre y sed de la palabra de Dios

10.1. “Y no serán avergonzados en un tiempo malo” (Sal 36 [37],19). Ha denominado tiempo malo el del juicio por causa de la multitud de los pecadores, por causa de los muchos que serán castigados. Entonces, solo los justos no serán avergonzados en un tiempo malo, cuando será la resurrección y resucitarán “unos para la vida, otros para el oprobio y la vergüenza eterna” (Dn 12,2). Pero los justos tienen también otra realidad: “En los días de hambre serán saciados” (Sal 36 [37],19). En primer término, es necesario explicar qué son los días de hambre. Ahora bien, en un lugar (de la Escritura), Dios, por medio del profeta, dice: “Vendrán días sobre la tierra en que mandaré hambre sobre la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino hambre de escuchar la palabra del Señor, e irán de un lado a otro, de oriente a occidente, para escuchar la palabra del Señor y no la encontrarán” (Am 8,11-12). Por consiguiente, el hambre nace cuando no están los que proclaman la palabra de Dios, como ahora, que hay hambre entre los judíos. Porque, ¿dónde están los profetas, dónde los sabios, dónde los adivinos, dónde los jefes de cincuenta, dónde los sabios consejeros, dónde los oyentes sabios (cf. Is 3,2-3). El Señor quitará todo de Judea y de Jerusalén (cf. Is 3,1)[5].

10.1. “Y en el tiempo malo no serán avergonzados” (Sal 36 [37],19). En el tiempo malo solo los justos no serán avergonzados. Aquí se llama tiempo malo al tiempo del juicio, por causa de la multitud de los pecadores y de los que sufrirán tormentos crueles. Por tanto, en consecuencia, en el tiempo de la resurrección, cuando todos sean resucitados, algunos resucitarán para la vida eterna y otros para la confusión eterna (cf. Dn 12,2). Entonces, dice (el profeta), los justos no serán avergonzados, pues nada digno de vergüenza se encontrará en sus acciones. Y agrega: “En los días de hambre serán saciados” (Sal 36 [37],19). En primer término, hay que averiguar cuáles son los días de hambre. En cierto pasaje Dios amenaza y dice por medio del profeta: “He aquí que vienen días, dice el señor, en qué mandaré hambre sobre la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino hambre de escuchar la palabra de Dios; e irán de oriente a occidente para oír la palabra de Dios, y no la encontrarán” (Am 8,11-12). Éstos son, por consiguiente, los días y este es el tiempo de hambre, cuando no haya nadie que proclame la palabra de Dios, como también ahora hay hambre entre los judíos, cuando en ningún lugar hay profetas, en ningún lugar un sabio, en ningún lugar uno que se estime prudente, en ningún lugar un jefe de cincuenta, en ningún lugar un sabio consejero, en ningún lugar un oyente inteligente, Dios ha quitado todo de Judea y de Jerusalén en ningún lugar sabio consejero, en ningún lugar un oyente inteligente, todo lo ha quitado Dios de Judea y de Jerusalén (cf. Is 3,1-3).

La lluvia de la palabra de Dios

10.2. Y respecto de nosotros, es de temer que el hambre sobrevenga también sobre nosotros. Pues como parece, según la letra, a muchos de los que leen la Ley, en los días de los pecadores les llega el hambre y, en cambio, la abundancia en los días de los justos; así también, si escuchando lo que ha sido dicho, hacen lo mandado, no habrá escasez ni hambre, al contrario, Dios enviará no una ni dos nubes, sino muchas nubes, para que si algún otro que está sentado tiene una revelación, el primero se calle (cf. 1 Co 14,30). Ojalá hubiera muchos operarios irreprensibles[6], que distribuyan fielmente la palabra de la verdad (cf. 2 Tm 2,15), para que una nube ceda el sitio a otra nube, y siendo una nube viviente le diga a la otra nube: “Te doy espacio[7], ahora tú da la lluvia”; y después aquella, luego de dar su lluvia, dé su tiempo a otra nube. Porque como sobre la viña del pueblo, como está escrito en Isaías, se ordena a las nubes no hacer llover la lluvia sobre la viña (cf. Is 5,6), y Dios ordenará esto, para que temamos también nosotros, que si, siendo continuamente regados por las nubes que Dios nos da, no producimos frutos afines a las enseñanzas, sino que arrojamos a nuestras espaldas lo que se dice, también ahora mandará a las nubes que no hagan llover lluvia sobre la viña (cf. Is 5,6). Y en aquel tiempo el que comprende se sentará y callará, porque el tiempo es malo (cf. Am 5,13). Esto es para mí un preámbulo (a la interpretación de las palabras): “En tiempo de hambre serán saciados” (Sal 36 [37],19).

10.2. Pero también entre nosotros, mucho me temo, que nos amenace igualmente el hambre. En efecto, como aquellos sobre los que antes hablamos, leyendo la ley sin cumplirla, padecieron hambre de la palabra de Dios, y se les quitaron todos los dones de Dios antes mencionados; y fue mandado a las nubes, es decir a los profetas, que no llovieran sobre ellos la lluvia de la palabra de Dios (cf. Is 5,6), hay que temer que también a nosotros se nos aplique una corrección de este género. En cambio, nosotros hagámonos no solo oyentes de la Ley, sino operarios (cf. St 1,22), para que el Señor mande a sus nubes, no una ni dos, sino muchas, que hagan llover sobre nosotros la lluvia, para que en la Iglesia “dos o tres profetas hablen y los demás juzguen. Y si uno de los que está sentado tuviera una revelación, que el primero se calle” (1 Co 14,29-30), de modo que muchos se hagan obreros que no puedan ser confundidos, administrando rectamente la palabra de la verdad (cf. 2 Tm 2,15), para que cada uno de los doctores y predicadores de la palabra de Dios diga con Pablo: “Yo planté, y aquel regó, pero Dios dio el crecimiento” (1 Co 3,6). Pero esto nos sucederá si somos regados por las nubes y escuchamos la palabra de Dios, y damos aquellos frutos que enumera el Apóstol, es decir los frutos del Espíritu, que son: gozo, caridad, paz, paciencia, longanimidad (cf. Ga 5,22), y los demás semejantes a estos. Si nos demoramos en dar estos frutos debemos temer que mande a las nubes alejar de nosotros sus lluvias (cf. Is 5,6), y cada uno de los santos empiece a hacer aquello que está escrito: “El hombre inteligente en aquel tiempo se sentará y callará, porque el tiempo es malo” (Am 5,13).

El justo no padecerá hambre

10.3. Quiero, después de haber hablado sobre el hambre verdadero e inferior[8], y del hambre espiritual, mostrar cómo el justo es saciado en los días de hambre (cf. Sal 36 [37],19). Tomo una historia sobre Elías. Había hambre en el tiempo de la profecía de Elías, cuando el cielo se cerró por tres años y seis meses. El pueblo padecía hambre, pero Elías no padecía hambre (cf. 1 R 17,1; St 5,17; Lc 4,25), sino que entretanto un ángel lo alimentaba, y él se puso en camino, con la fuerza de aquel alimento, por espacio de cuarenta días y cuarenta noches (cf. 1 R 19,8); también unos cuervos, yendo hacia él, le llevaban panes a la mañana y carne a la tarde (cf. 1 R 17,6). Y de nuevo, después de haber bebido agua del torrente (cf. 1 R 17,6), fue hacia Sarepta de Sidón a lo de una mujer viuda, en el tiempo de hambre (cf. 1 R 17,7-16); y porque era un justo, no experimentó la limitación del hambre, sino que en todas partes había abundancia de alimento para el justo. Y al mismo tiempo había hambre para los pecadores, pero Elías, que era justo, no sufría hambre. Así, si algún día tal vez llegara hambre para toda la Iglesia, ojalá no suceda, el justo no padecerá hambre. Pues comprendiendo, gustando las palabras, ejercitándose y meditando en la Ley del Señor día y noche (cf. Sal 1,2), y viviendo según la Palabra, disfrutará del alimento espiritual como entonces Elías, según la historia, en el tiempo de hambre.

10.3. También debemos recordar, de la historia de los antiguos, el tiempo de hambre, de qué modo el justo fue saciado en tiempo de hambre. Pienso que fue un hambre de este género el que hubo en tiempos del profeta Elías, cuando el cielo estuvo cerrado tres años y seis meses (cf. Lc 4,25; 1 R 17,1; St 5,17). Y entonces el pueblo fue probado por el hambre, pero Elías no padeció hambre. En aquel tiempo fue alimentado por un ángel cuando marchó, con la fuerza de ese alimento, y perseveró (caminando) cuarenta días y cuarenta noches (cf. 1 R 19,8). Pero entonces unos cuervos, sirviéndolo, lo alimentaban, cuando le llevaban panes a la mañana y carne al atardecer, y del mismo modo se refiere que bebía agua del torrente de Corath (cf. 1 R 17,6); y llegó a Sarepta de Sidón, junto a una mujer viuda (cf. 1 R 17,10 ss.) en un tiempo de hambre; y porque era justo no padeció la inedia del hambre, sino que en todas partes era provisto con abundancia. Y en ese mismo tiempo había hambre para los pecadores. En cambio, Elías, puesto que era justo, desconocía el hambre. Así, por tanto, si en algún tiempo también viene el hambre, que el Señor preserve a su Iglesia. Con todo, si esto sucede, quien tiene inteligencia y se ejercita en la meditación de la Palabra de Dios, que persevere en meditar su Ley día y noche (cf. Sal 1,2) y se ejercite en comprender el sentido espiritual, y encuentre en este pan a Aquel que descendió del cielo (cf. Jn 6,41. 50); y que la Palabra de Dios sea para él un alimento abundante y una bebida que fluye. Y no solo alimento y bebida, sino que, si pudo escrutar los más profundos misterios de la inteligencia mística, las palabras de Dios serán sus delicias. 

El sexto día

10.4. Por consiguiente, los justos “no serán avergonzados en un tiempo malo y en los días de hambre serán saciados” (Sal 36 [37],19). Alguien dirá que un tiempo malo es este presente, porque los días son malos, y como Dios nos liberará de este eón malo actual, de manera análoga a la interpretación que dimos sobre “no serán avergonzados en un tiempo malo” en relación al tema del juicio, de la misma manera alguien explicará las palabras “en los días de hambre”. Dice en algún lugar el Salvador: “Llega la noche cuando nadie puede ya trabajar” (Jn 9,4), y habla de las realidades posteriores a este eón, que en el tiempo del castigo de los impíos sobrevendrá la noche y ya nadie trabajará más, pero cada uno podrá ser sustentado por las obras que haya recogido. Así, por tanto, en los días de hambre, en el tiempo malo, cuando los pecadores sean castigados, los justos serán saciados (cf. Sal 36 [37],19). Pues, como en el desierto el pueblo recogía el maná durante seis días, y en el sexto no recogía el maná para un día, sino también para el día sucesivo, y cada uno comía de lo que había recogido en el sexto día (cf. Ex 16,21-26), así también la venida de mi Señor Jesucristo es como el sexto día, el tiempo de su pasión, el tiempo de la economía según este eón; en este sexto día recogemos el doble de maná, para que sea suficiente para nosotros, ya sea que nos alimentemos ahora, o bien para cuando terminará para el pueblo de Dios la observancia sabática. Porque si no recogemos el doble de alimento, suficiente también para el tiempo presente, suficiente asimismo para el eón futuro, en el tiempo de hambre no seremos saciados (cf. Sal 36 [37],19).

10.4. También puede descubrirse, de otro modo, un sentido más profundo en este pasaje. El Señor y Salvador dice: “Viene la noche, cuando nadie podrá trabajar” (Jn 9,4). Y dice esto sobre aquel tiempo que será después de este siglo, tiempo en cada uno recibirá castigos por sus faltas. Por lo tanto, habla entonces de aquella noche futura, cuando ya nadie podrá hacer algo, sino que cada uno será alimentado por sus obras, las que hizo cuando vivía aquí. Cuando, por consiguiente, sea de noche, nadie trabajará en ese tiempo malo, cuando los pecadores serán atormentados con suplicios; y sin duda habrá también hambre para estos que no recogieron ningún fruto de una buena obra. Pero en ese tiempo de hambre los justos serán saciados (cf. Sal 36 [37],19), ciertamente de los frutos de su justicia. Porque, como en el desierto (los hebreos) recogían el maná durante seis días, pero el sexto día recogían no una medida, sino cuanto bastaba para el día siguiente, y cada uno comía en el día sábado lo que había recogido en el sexto día (cf. Ex 16,21-26), así también ahora hay que interpretar como un cierto sexto día el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo y el tiempo de su dispensación[9], que Él procura en este siglo con su pasión. Y de esta forma mientras estamos en el sexto día, recojamos una doble medida de maná, para que pueda alcanzarnos cuando venga la verdadera observancia del sábado para el pueblo de Dios. Pues si no recogemos una medida doble de alimentos, que nos alcancen para el siglo presente y para el futuro, no seremos saciados en los días de hambre (cf. Sal 36 [37],19)[10].

Todo el que se humilla será exaltado

10.5. Cuando el justo es saciado en los días de hambre, entonces “los pecadores perecerán, los enemigos del Señor en el mismo momento en que son glorificados y exaltados desaparecerán, desvaneciéndose como el humo” (Sal 36 [37],20). La Palabra nos enseña a no buscar la gloria del mundo; porque todos los que son alabados según el comportamiento de este mundo[11], en el mismo momento en que son glorificados, (elevados) en los consulados, en los comandos y en los principados, entonces se desvanecen como el humo. Considera las realidades de los comienzos y los tiempos iniciales, si acaso no se desvanecieron como humo cuando fueron exaltados. Por tanto, como los enemigos del Señor en el mismo momento en que son glorificados y exaltados, desaparecieron, desvaneciéndose como el humo, los amigos del Señor, al mismo tiempo que son despreciados y humillados por los hombres, resurgen, son exaltados, son elevados. En efecto, todo el que se humilla será exaltado, como, por el contrario, todo el que se eleva será humillado (cf. Mt 23,12).

10.5. Así, en efecto, cuando “los justos sean saciados en los días de hambre, dice (la Escritura), los pecadores perecerán. Pero los enemigos del Señor en el momento en que sean honrados y exaltados, desaparecerán como el humo desaparece” (Sal 36 [37],19-20). La Palabra divina nos enseña cuáles son los honores de este mundo. Pues cuando veas túmido al que acepta las insignias[12] de aquella provincia, a otro engreído con los consulados, y a otro inflado con las diversas magistraturas, cuando, entonces, veas toda esta vanagloria[13], considera que desaparecerán como el humo desaparece. Recuerda también cuántos has visto con estos honores y haz memoria de cuántas dignidades han subido hasta tu época, y mira si no fueron casi todos, después que fueron exaltados, derribados y abatidos, y como el humo desaparecieron: “Los enemigos del Señor en el mismo momento en que fueron honrados y exaltados, desaparecieron como el humo desaparece” (Sal 36 [37],20). Pero, al contrario, los amigos del Señor en el mismo momento en que son despreciados y desechados por los hombres, serán exaltados y elevados por Dios, porque “todo el que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado” (Lc 14,11).



[1] Cf. Origene, pp. 294-295, nota 23.

[2] Orígenes, Homilías sobre el Génesis, XVI,3-4. Cf. SCh 411, pp. 164-165, nota 1.

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, XIII,5: «Veamos ahora de qué forma se disponen los doce panes: “Dos filas, dice, seis panes en cada fila” (cf. Lv 24,6). ¿Piensas acaso que es ociosa esta división? ¿Por qué el número doce es dividido en dos veces seis? Porque el número seis tiene cierto parentesco con este mundo; puesto que en seis días fue creado este mundo visible. Por eso se encuentran en este mundo dos órdenes, esto es dos pueblos que observan la fe en el Padre, en el Hijo, en una Iglesia, como en una mesa pura».

[4] Cf. Origene, pp. 296-297, nota 24.

[5] Cf. Orígenes, Homilías sobre Jeremías, X,4: «No fue entonces, en tiempo de Jeremías, cuando perecieron a espada, sino que es ahora, tras la devastación, cuando el hambre se abatió sobre ellos, no un hambre de pan ni una sed de agua, sino hambre de escuchar la palabra del Señor (cf. Am 8,11); pues no se dice ya entre ellos: “Esto dice el Señor todopoderoso” (cf. Jr 6,9. 16) .Esta hambre consiste en que no hay ya profecía, ¡y qué digo profecía!, ni siquiera enseñanza. Aun cuando se den mil veces el nombre de sabios, la palabra del Señor no está ya entre ellos, puesto que se ha cumplido la predicción: “El Señor retirará de Judea y de Jerusalén al hombre fuerte y a la mujer fuerte, al gigante y al robusto, al guerrero y al juez, al profeta y al augur, al anciano, al jefe de escuadra y al magistrado distinguido, al hábil arquitecto y al discípulo inteligente” (Is 3,1-3). Ya no hay entre ellos quien pueda decir: “Como hábil arquitecto yo he puesto el fundamento” (cf. 1 Co 3,11). Los arquitectos cambiaron de lugar, pasaron a la Iglesia, han puesto como fundamento a Jesucristo (cf. 1 Co 3,11) y sus sucesores construyen sobre él».

[6] Lit.: que no tienen de qué avergonzarse (anepaischyntos).

[7] Lit.: te doy tiempo.

[8] Lit.: peor (cheironos).

[9] Con la palabra dispensación (dispensatio), Rufino traduce el vocablo griego oikonomia que designa el plan divino sobre el mundo. Conforme a este plan el tiempo presente es como un sexto día, que precede al séptimo día, el de la resurrección y el reposo eterno (SCh 411, p. 166, nota 1).

[10] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, VII,5: «¿Por qué dice que “en el día sexto se recoge el doble” (cf. Ex 16,5), como reserva para que alcance también para el sábado? Esto, a mi modo de ver, no debemos dejarlo pasar por ociosidad y negligencia. El sexto día es esta vida en la que ahora estamos -“porque en seis días Dios creó este mundo” (cf. Ex 20,11)-; en este día, por tanto, debemos reservar y guardar cuanto baste también para el día futuro. Puesto que si aquí adquieres buenas obras, si reservas un poco de justicia, de misericordia y de piedad, esto te servirá de alimento en el siglo futuro. ¿Acaso no leemos en el Evangelio que de esa manera el que adquirió aquí diez talentos, allí recibió diez ciudades; y que el que adquirió cuatro, recibió cuatro ciudades (cf. Lc 19,16 ss.; Mt 25,16. 22)? Esto es lo que con otra imagen dice el Apóstol: “Lo que el hombre siembre, eso también recogerá” (Ga 6,7). ¿Qué haremos, por tanto, nosotros, que amamos reservar aquello que se corrompe, no lo que permanece y perdura para el mañana? Los ricos de este mundo (cf. 1 Tm 6,17) reservan lo que en este siglo, más bien con (este) siglo, se corrompe; pero si alguno reserva buenas obras, ellas permanecen hasta el mañana».

[11] Lit.: (según) el camino de este eón.

[12] Fascis: los haces de varas atados, con un hacha en medio, que llevaban delante los lictores por insignia de los pretores provinciales.

[13] Elatio: elevación, grandeza.