OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (710)

El publicano y el fariseo

Hacia 1190-1200

Biblia

Saint-Omer, Francia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos 

Homilía III sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

“El principio según el cual Dios conoce las realidades buenas, pero ignora aquellas malas, es sostenido por Orígenes de manera recurrente, sin enviar en este texto a una ocasión precedente. Se contenta con recordar sus referencias bíblicas, que son tres: 1 Co 14,27-38; Ga 4,9; 2 Tm 2,19. Estos textos asumen una relevancia diversa respecto a la argumentación y solo en este pasaje aparecen citados de forma conjunta. Aunque Orígenes los adopta no de modo uniforme, sino dando preferencia al texto de 2 Tm”[1]. En sus Homilías sobre el Génesis (IV,6.4-5)[2], encontramos un texto paralelo: «Decimos con franqueza, que, según las Escrituras, Dios no conoce a todos (los hombres). Dios no conoce el pecado y Dios no conoce a los pecadores: ignora a cuantos le son ajenos. Oye la Escritura que dice: “El Señor conoce a los que son suyos”, y: “Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor” (2 Tm 2,19; cf. Nm 18,5). El Señor conoce a los suyos, pero ignora a los malvados y a los impíos. Oye al Salvador que dice: “Apártense de mí, todos los obradores de iniquidad, no los conozco” (Mt 7,23). Y de nuevo, Pablo dice: “Si hay entre ustedes un profeta o un (hombre) espiritual, reconozca que lo que escribo viene del Señor. Pero el que lo ignora es ignorado” (1 Co 14,37-38). Pero decimos estas cosas sin tener de Dios (una noción) blasfema, como hacen ustedes, y sin atribuirle ignorancia, sino que lo comprendemos de este modo: aquellos cuyas acciones son indignas de Dios son también juzgados indignos del conocimiento de Dios. Dios no se digna conocer al que se ha apartado de él y le ignora. Y por eso dice el Apóstol que “el que lo ignora es ignorado” (1 Co 14,38)» (§ 9.1).

En nosotros está la posibilidad de hacer de los días malos días buenos, y esto no solo en el presente sino también con dimensión de eternidad. ¿Cómo hacemos esto? Obrando conforme a las enseñanzas del Señor, haciendo el bien y viviendo conforme a los preceptos de la justicia divina (§ 9.2).

Texto

“Los días de los íntegros”

9.1. “El Señor conoce los días de los íntegros y su herencia será eterna” (Sal 36 [37],18). Según las escrituras, como muchas veces lo he observado y dicho, el Señor no conoce todas las cosas, sino solo las buenas. Ignora, en efecto, las malas porque son indignas de su conocimiento. Hemos presentado las palabras: “Si entre ustedes hay algún profeta o un (hombre) espiritual, reconozca que lo que les escribo es de Dios; pero si le ignora, será ignorado” (1 Co 14,37-38). Y hemos citado el pasaje: “Ahora, que han conocido a Dios, o mejor, siendo conocidos por Dios (Ga 4,9). También propusimos: “El señor conoce a los que son suyos, apártese de la injusticia todo el que pronuncia el nombre del Señor” (2 Tm 2,19; cf. Nm 16,5. 26; Is 26,13). ¡Oh, pero si, alguna vez, la impiedad de los pecadores llegara a ser conocida completamente, como, en general, es bueno lo que se conoce! Pero si esto esa así, el Señor no conoce los días de los pecadores, sino los días de los íntegros. Porque los días de los íntegros son dignos del conocimiento de Dios.

9.1. “El Señor conoce los días de los íntegros, y su herencia será eterna” (Sal 36 [37],18). Según las Escrituras, como lo hemos observado en muchos lugares, el Señor no conoce todas las realidades, si solo aquellas que son buenas. En cambio, las malas se dice que las ignora; no que haya algo que realmente se oculta a su ciencia, sino que son indignas de su conocimiento, y se dice que las ignora. Esto lo mostramos también desde las Escrituras, cuando el Apóstol dice: “Si hay entre ustedes un profeta o un hombre espiritual, que reconozca lo que he escrito, porque son palabras que vienen del Señor. Pero si alguien las ignora, será ignorado” (1 Co 14,37-38). Y en el evangelio (es) donde el Señor dice a los pecadores: “No los conozco, apártense de mí, operarios de la iniquidad” (Lc 13,27; cf. Sal 6,9). Al igual que también en otro lugar se dice: “El Señor conoce a los que son suyos” (2 Tm 2,19; cf. Nm 16,5), así también aquí se dice que el Señor no conoce los días no de los impíos, sino de los íntegros. Porque son dignos del conocimiento del Señor los días de los íntegros.

Días buenos y días malos

9.2. Por tanto, es posible decir de un modo más sencillo que los días de los íntegros son los días del justo en este eón. Porque cada uno de nosotros se crea su propio día, ya sea bueno, ya sea malo. Para el que peca, en efecto, su día es día de pecador; para quien hace el bien es día de justo. Por consiguiente, el mismo día es para mi día de pecador cuando peco, pero para el justo es día de justo cuando hago el bien. Por ende, el Señor conoce “los días de los íntegros” (Sal 36 [37],18). Paso en mi exposición a las realidades verdaderas y espirituales, y digo: estos días malos son aquellos según lo que se ha dicho: “Porque los días son malos” (Ef 5,16). En cambio, los días buenos son otros, son aquellos días de los íntegros. En cambio, los días buenos son otros: son los días de los íntegros. Por tanto, el Señor conoce aquellos días de los cuales la herencia será eterna (cf. Sal 36 [37],18). Puesto que en aquellos días los justos heredarán las promesas para la eternidad[3].

9.2. Pero no sé si este texto también puede exponerse consecuentemente según la letra. Pues ¿qué pueden ser los días de los íntegros que no sean asimismo los de los pecadores? Un día de este siglo es el mismo para todos, y en la misma luz viven juntos tanto justos como pecadores, como también el mismo Señor dice al Padre: “Ordena a su sol que salga sobre buenos y malos” (Mt 5,45). ¿Cómo, entonces, aquí se dice que el señor conoce los días de los íntegros como si fuera algo excepcional y diferente? Pero veamos, no sea que, tal vez, cada uno de nosotros se hace su propio día. Así, cuando desechando la mentira, decimos la verdad a nuestro prójimo (cf. Ef 4,25; Za 8,16), vivimos en un día de verdad y en una luz de verdad. También, de la misma manera, cuando nos apartamos de aquellos que odian a los hermanos y caminan en las tinieblas (cf. 1 Jn 2,11), y permanecemos en el amor de los hermanos nos hacemos un día de caridad. Pero también cuando custodiamos la justicia, cuando visitamos a las viudas y los huérfanos en su tribulación (cf. St 1,27), nos conservamos inmaculados de este siglo, y nos hacemos para nosotros mismos los días de los íntegros. Estos son los días que, se dice, el Señor conoce, cuando conoce los días de los íntegros.

Pero si todavía queremos escrutar en este pasaje un sentido más sagrado, podemos decir que los días malos son los días de este siglo según está escrito: “Porque son días malos” (Ef 5,16). En cambio, otros días son buenos, los días mismos de los que son íntegros, los que el Señor conoce, en los cuales su heredad permanece para siempre. Entonces, sin duda, cuando los justos reciban la herencia de la vida eterna, consecuentemente (obtendrán) “lo que el ojo no vio, ni escuchó el oído, ni subió al corazón del hombre, lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Co 2,9; cf. Is 64,3 y Jr 3,16). Estos son los días, en efecto, de aquellos que son íntegros, días en los que brillará no este sol que experimenta el ocaso, y la noche que le sucede extingue la luz, sino el Sol de justicia (cf. Ml 3,20), que no conoce la noche (cf. Ap 21,25), que es luz eterna, según está escrito: “El Señor mismo será para ellos una Luz sempiterna” (Is 60,19-20).



[1] Ibid., p. 290, nota 20.

[2] En este pasaje Orígenes refuta a Marción. Cf. asimismio: Homilías sobre Jeremías I,8: “El Señor conoció a los que son suyos y el que lo ignora, es ignorado. Luego el pecador es ignorado por Dios. Alguno de los oyentes me dirá: ‘Has mostrado que Dios no conoce a los pecadores, ni a los obradores de iniquidad, porque no son dignos de su conocimiento’…”. Ver SCh 7bis, p. 157, nota 3.

[3] Cf. Orígenes, Contra Celso, VI,54: “Apartarse del mal y abrazar el bien no se dice de los bienes o males corporales, así llamados por algunos, ni de los bienes externos, sino de los bienes y males del alma; pues el que se aparta de esos males y obra esos bienes, como quien quiere la vida verdadera, puede llegar a ella, y el que desea ver días buenos, cuyo sol de justicia (Ml 4,2) es el Logos, los verá, pues Dios lo librará del presente siglo malo (Ga 1,4) y de los días malos de que habla Pablo: Rescatando el tiempo, pues los días son malos (Ef 5,16)”.