OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (708)

Jesucristo cura a diez leprosos

Hacia 1035-1040

Evangeliario

Echternach, Luxemburgo

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía III sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

El muy breve comentario al versículo quince del salmo, que es de fuerte tenor vindicativo, es asociado por Orígenes a la palabra sobre la paz del evangelio de Lucas (Lc 10,6). Así se pone de manifiesto la naturaleza pacífica de la réplica del cristiano a la agresividad de los pecadores (§ 5).

Al iniciar el comentario al versículo dieciséis del salmo, el predicador toca un tema muy actual: la injusticia de las grandes riquezas; y recomienda un camino de austeridad -conformarse con lo poco-, enseñanza que, sin duda, a muchos les sonará como incompresible o incluso inadmisible. Nuestra preocupación principal no debe residir en cuánto tenemos, sino en procurar la justicia (§ 6.1).

No es garantía de un proceder recto, no pecaminoso, el poseer gran ciencia y muchos y variados conocimientos. Es más, advierte Orígenes, hay sabios de este mundo que se jactan de su sabiduría, pero que llevan una vida a menudo escandalosa. En su lectio el Alejandrino “introduce una confrontación entre la paideia secular y el conocimiento vivencial de la Palabra, en la cual tiende a poner de relieve, en primer lugar, el modelo del creyente poco instruido respecto a quien tiene una mayor instrucción, pero lleva una vida inmoral. En realidad, se trata de una reflexión que se refiere solo secundariamente a los más simples, dirigiéndose sobre todo a quienes se dedican al estudio de la Escritura”[1] (§ 6.2).

Cuando una persona es rica en bienes y obra rectamente, sin duda su riqueza sobrepasa la riqueza injusta de los pecadores. La riqueza de Abraham es el símbolo de cómo debe proceder el que ha sido bendecido con bienes materiales. Sin embargo, hay una riqueza superior, más deseable, aquella que Pablo tuvo en su vida y que enseñó para nuestro provecho (§ 6.3).

“Después de haber puesto de relieve la figura del simple fiel (idiotes), por contraste con la instrucción profana personificada por los maestros muy elocuentes pero viciosos, Orígenes recupera la idea de una ‘riqueza’ en la palabra, entendida en su más alto nivel como conocimiento de toda la Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, a partir de los primeros libros de la Biblia según el elenco del Pentateuco. La ejemplificación para quien participa de tal ‘riqueza’ se limita aquí a la Ley y al Evangelio encontrando el modelo por excelencia en Pablo, conforme a la impostación constante de la hermenéutica origeniana que en él tiene el paradigma de referencia”[2] (§ 6.4).

Texto

El de corazón recto debe cuidarse a sí mismo

5. Pero veamos qué les sucede a estos pecadores que se sirven de la espada del diablo y de los arcos del Maligno: “Que la espada penetre sus corazones y sus arcos se rompan” (Sal 36 [37],15). Este espíritu enemigo, esta palabra maligna que el injusto profiere contra un hombre para asesinar a los rectos de corazón (cf. Sal 36 [37],14), se vuelve después contra él, que ha asesinado y le sucede algo semejante a aquello que dice el justo. ¿Qué dice? Dice: “La paz de ustedes se volverá sobre ustedes” (Lc 10,6). Así, si la espada del impío quiere asesinar a los rectos de corazón, pero el recto de corazón se cuida a sí mismo, que la espada de ellos penetre en sus corazones, y así también, que se rompan sus arcos (cf. Sal 36 [37],15).

5. Pero ahora veamos qué les sucede a esos pecadores que así obran, es decir, a quienes se sirven de la espada del diablo y de las flechas del Maligno, qué dice sobre estos de nuevo la Palabra divina: “Que su frámea, dice (la Escritura), entre en el corazón de ellos y que su arco se rompa” (Sal 36 [37],15). Una frámea es una especie de lanza llamada con este nombre. Por eso estas palabras, que bajo inspiración del diablo, dice (la Escritura), profieren los hombres inicuos y pecadores contra el justo, “para asesinar los rectos de corazón” (Sal 36 [37],14), se volverán contra estos mismos que las profieren y volverán a aquel lugar de donde salieron. Pues el Señor dice a los justos y a los santos apóstoles: “En cualquier casa que entren, digan: ‘Paz a esta casa’. Y si hay allí un hijo de la paz, la paz de ustedes irá sobre él; sino la paz de ustedes volverá a ustedes” (Lc 10,5-6). Así también se dice, a la inversa, que la espada de los impíos que se desenvaina para asesinar a los rectos de corazón, se vuelve contra ellos mismos y se clava en su corazón; y su arco se rompe, mientras que el Señor libra al justo de sus insidias.

Riquezas injustas

6.1. “Es mejor para el justo lo poco que las muchas riquezas de los pecadores” (Sal 36 [37],16). Habiendo hablado del pecador, hace un agregado a la enseñanza sobre el pecador, para que viendo esto evitemos ser pecadores, y dice: “Es mejor para el justo lo poco que las muchas riquezas de los pecadores” (Sal 36 [37],16). La letra tiene algo en sí misma que es útil para los más simples, que presentaremos en primer término, pero tiene también algo que se dice de una forma oculta para quienes son capaces de comprender la Escritura de una manera más profunda. La explicación más simple, por tanto, es esta: justos e injustos se ganan la vida, y se preocupan por tener lo necesario justos e injustos; pero los justos no buscan tanto lo que necesitan cuanto más bien lo que es justo. Y no proceden de un modo injusto para procurarse lo que es necesario, o bien se lo procuran sin injusticia, aplicándose con justicia a lo que buscan con esfuerzo. En cambio, los injustos, sin preocuparse para nada de lo justo, se vuelcan por completo a procurarse de cualquier forma la mayor posesión posible, sin buscar adquirirlo rectamente, de un modo justo, para permanecer irreprensibles ante el tribunal de Cristo. Y buscando esto en función de la posesión, pero no de la justicia, es forzoso que se entreguen a la posesión injusta. Por consiguiente, cada vez que se presenta la alternativa entre una posesión exigua con justicia y la riqueza con injusticia, “es mejor lo poco para el justo que la gran riqueza de los pecadores”, la cual es tal que toda su posesión proviene de la injusticia. Por ende, retengo que el Salvador ha dicho, en cuanto Salvador, que existe la mamona de la injusticia con las palabras: “Háganse amigos con la mamona de la injusticia” (Lc 16,9).

6.1. “Es mejor para el justo lo poco que las muchas riquezas de los pecadores” (Sal 36 [37],16). Según prosigue el texto, hay también, para los que son más simples, un provecho y una admonición, sobre esta hay que decir algo en primer término, aunque incluso haya algo más profundo, que “si alguien puede comprenderlo, que lo comprenda” (Mt 19,12). En este mundo, justos e injustos tienen una común solicitud de vida: tener lo necesario para la subsistencia. Pero los justos ciertamente no están tan propensos a la solicitud por la subsistencia cuanto a evitar con todo cuidado la injusticia; así, si también deben buscar lo necesario para la subsistencia, lo buscan sin injusticia; para que esta misma búsqueda de ellos, para lo necesario de cada día, se realice con toda justicia. En. cambio, los injustos no se preocupan por la justicia, sino que todo su afán lo aplican al modo de adquirir, en ello ponen todo su esfuerzo: cómo y de qué forma procurar el lucro. No buscan si lo adquieren rectamente, con justicia, no están preocupados de que en el juicio de Cristo se encuentre que sus posesiones fueron adquiridas con justicia. ¿Cómo pueden hacer esto quienes agregan un campo a otro campo, y suman casa tras casa (cf. Is 5,8), de modo que despojan al prójimo? Por tanto, es necesario (optar) por una de estas dos opciones: o adquirir muchos bienes con injusticia, o lo poco con justicia, “para el justo, dice (la Escritura), es mejor lo poco que las muchas riquezas de los pecadores (Sal 36 [37],16). Y verdaderamente, como bajo un título especial, las muchas riquezas deben ser contadas en el haber de la iniquidad. Por donde, entonces, yo también pienso que nuestro Señor y Salvador se pronunció sobre la iniquidad cuando dijo: “Háganse amigos con la Mammona inicua” (Lc 16,9). Esto según la letra.

“Es mejor para el justo lo poco que las muchas riquezas de los pecadores”

6.2. Esto por cuanto atañe a la letra. Pero veamos también el significado más recóndito. De este tenemos necesidad sobre todo nosotros que pensamos dedicarnos a la Palabra y también tienen necesidad los más simples de los fieles. En la vida hay algunos que han aprendido la instrucción del mundo que es objeto de enseñanza y conocen muchas de las ciencias de este eón, de modo que su manera de hablar es elegante[3], porque no es simple. Pero si encontramos algún filólogo, a veces hallamos que estas personas están llenas de todas las maldades, sin duda muy ricas para proferir discursos y ricas en las ciencias, sin embargo, son pobres en la justicia y pobres en las buenas acciones. En efecto, a menudo he conocido rétores, gramáticos y maestros de filosofía y de dialéctica que no solo eran idólatras, sino que también eran depravados[4], inmorales y adúlteros. En cambio, podemos ver al actor[5] eclesial: una persona fiel, pero en cierto modo vulgar. No se atreve ni siquiera a abrir la boca, pero teme a Dios. Instruido por el temor, no peca, sino que se aparta de las acciones pecaminosas[6], como, por el contrario, no se abstiene el sabio de este mundo. Entonces, la Palabra juzgando conjuntamente a ambos, afirma: “Es mejor para el justo lo poco que la mucha riqueza de los pecadores” (Sal 36 [37],16), a fin de que la riqueza de los pecadores sea la sabiduría de este mundo (cf. 1 Co 2,6), en la cual se enriquecen los hombres de este eón. “Lo poco para el justo”: cuando un justo es capaz de pocas palabras y en modo alguno puede presentar un discurso, ciertamente “es mejor para el justo lo poco que las muchas riquezas de los pecadores”. 

6.2. Veamos ahora si el versículo contiene también algo de secreto. Hay numerosos y diversos estudios de las letras en este mundo, y tú ves a un gran número de personas que comienzan a aprender de memoria[7] junto a los gramáticos los versos de los poetas, las fábulas de los comediantes, las narraciones imaginarias o terribles de los trágicos, los volúmenes extensos y diversos de los historiadores; para entonces después pasar a la retórica y allí buscar toda la falacia de la elocuencia; y después de esto llegar a la filosofía, escrutar la dialéctica, investigar el nexo de los silogismos, examinar las medidas de la geometría, investigar las leyes de los astros y el curso de las estrellas, sin tampoco omitir la música Y así instruidos por estas tan variadas y diversas disciplinas, en las cuales nada aprendieron sobre la voluntad de Dios, ciertamente muchas riquezas reunieron, pero las riquezas de los pecadores. En cambio, mira a un hombre de Iglesia, sin duda imperito en la palabra y en la erudición, pero lleno de fe y del temor de Dios, que por el temor de Dios no se atreve a delinquir en nada, pero sobre todo teme abrir su boca, no sea que, tal vez, una mala palabra salga de su boca; y también se cuida de no faltar en lo más mínimo. Estas cosas no las puede observar aquel que es rico en la sabiduría de este mundo. Por eso, refiriéndose a estos la palabra divina dice: “Es mejor lo poco del justo que las muchas riquezas de los pecadores” (Sal 36 [37],16). De modo que los pecadores tienen riquezas: la sabiduría de este mundo, en la que son ricos, y abundan en elocuencia; sin embargo, no son fuertes para evitar el pecado. En cambio, el justo, que tiene poco, que tiene fe como un pequeño grano de mostaza (cf. Mt 17,20), pero vívida y vehemente, por la que se defiende y se abstiene del pecado. Es mejor, por tanto, este poco de fe para el justo que las muchas riquezas de los pecadores, que estos tienen en la elocuencia y en la sabiduría de este mundo que será destruido (cf. 1 Co 2,6).

“Se han enriquecido en toda palabra y en todo conocimiento” 

6.3. Si verdaderamente alguien puede tener riqueza, y no posee la riqueza del pecador, sino que tiene la no pequeña riqueza del justo, este rico sobrepasa en buenas obras al que es pobre en palabras, y es llamado justo por el buen propósito y por las obras buenas que ha podido realizar. Por tanto, si se dice: “Es mejor para el justo lo poco que las muchas riquezas de los pecadores” (Sal 36 [37],16), no pienses que lo poco para el justo, según la interpretación tropológica, se aplique a todo discurso. En efecto, ¿dónde (quedaría la afirmación): “Con toda palabra y con todo conocimiento” (1 Co 1,5)? Sino que se debe confrontar lo que es de este eón respecto de los incrédulos y respecto de los que creen, pero no tienen instrucción; “es mejor para el justo lo poco que las muchas riquezas de los pecadores”. La riqueza de los justos, siendo mucha, sobrepasa a la de ambos. Quizás, la riqueza de Abraham es un símbolo, pero ya no es un símbolo la riqueza de Pablo cuando habla sobre los demás, siendo él mucho más rico: “Se han enriquecido en toda palabra y en todo conocimiento” (1 Co 1,5). Y de nuevo dice sobre los demás: “Son ricos en buenas obras” (1 Tm 6,18).

6.3. Sin embargo, si alguien puede tener riquezas, y no tener las riquezas de los pecadores, sino reunir algunas (provenientes) de Moisés, el promulgador de la Ley, adquirir también otras de la fortuna de los profetas, de Isaías, de Jeremías, de Ezequiel; escrutar los misterios de Daniel y penetrar en los recónditos y ocultos tesoros de los demás profetas. Este hombre ya no se compara con los sabios de este mundo, pues se dice que es mejor que ellos; sino que más bien se iguala con aquellos que decían: “Han sido enriquecidos en toda palabra y en todo conocimiento” (1 Co 1,5), y que destruyen la sabiduría de este mundo y devienen como sus vencedores, diciéndose estar preparados para reducir a cautividad a toda inteligencia que se erige contra el conocimiento de Cristo (cf. 2 Co 10,5). E incluso si es aquel sobre quien hablamos más arriba, imperito e ignorante, pero creyente y temeroso de Dios, es mejor para este justo esa poca fe que las muchas riquezas de los pecadores, adquiridas a partir de la sabiduría de este mundo (cf. 2 Co 2,6). Pero superior a estos dos es quien es rico en la Palabra de Dios y en el conocimiento de la Verdad, es decir, el que, según Pablo, es “rico en toda palabra y en todo conocimiento” (1 Co,15), y no es menos rico en buenas obras. 

Rico en toda palabra

6.4. Por consiguiente, Pablo era rico en toda palabra y en todo conocimiento (cf. 1 Co 1,5), y en toda obra buena. En toda palabra es esto: él tenía una palabra sobre el Génesis, sobre el Éxodo, sobre el Levítico, sobre los Números, sobre el Deuteronomio, y así sucesivamente sobre las escrituras antiguas y sobre las evangélicas. Por tanto, él era rico en toda palabra, pero hay quien no es rico en toda palabra, sino solo en alguna. Por ejemplo, quien se acerca al Evangelio con competencia, pero carece de entrenamiento sobre la Ley, éste es rico en una sola palabra, la del Evangelio, si fuera capaz. Si alguien es rico para acercarse a la Ley, pero no a los apóstoles, éste no es rico en toda palabra, sino solo en toda palabra de la Ley. En cambio, si alguien está preparado en todas las Escrituras, a fin de dar explicaciones sobre todas las Escrituras y vivir conforme a la palabra verdadera en todas las Escrituras, éste es rico en toda obra y en toda palabra. Es por causa de esta riqueza que se dice: “La riqueza propia es un rescate para el alma de un hombre” (Pr 13,8). Pero quien es pobre de la pobreza opuesta no padece la amenaza: en consecuencia, “es mejor lo poco para el justo que las muchas riquezas de los pecadores” (Sal 36 [37],16).

6.4. Pero si quieres saber qué es ser rico en toda palabra, te lo enseñaré brevemente. Comienza a examinar desde la primera palabra del Génesis, después (pasa) a la palabra del Éxodo, después de este a la palabra del Levítico, de los Números y del Deuteronomio, enriquécete de Jesús Nave, enriquécete a un mismo tiempo de todos los Jueces, ya desde allí también consecuentemente de cada uno de los libros de la divina Escritura, hasta que llegues a las riquezas apostólicas y evangélicas. Pues si, por ejemplo, alguien solo se dedica a la palabra de los Salmos y canta cuando quiere el Salterio íntegro, sin duda es rico, pero no en toda palabra y en todo conocimiento (cf. 1 Co 1,5). O bien si alguien dedica su esfuerzo a la lectura de los Evangelios y de los Apóstoles, y a la práctica de los mandatos del Nuevo Testamento, es rico también en esto, pero no en toda palabra, sino solo en la palabra evangélica y apostólica. Pero si alguien puede enriquecerse por el estudio, al mismo tiempo, del Nuevo y del Antiguo Testamento, y se instruye con toda su enseñanza, para estar así preparado para dar razón de cada una de las palabras que ha sido escrita, y conformar su vida según la Palabra de la Verdad que se contiene en las Escrituras, éste verdaderamente es rico en toda palabra y en toda obra buena (cf. 1 Co 1,5; 2 Co 9,8); y pienso que estas son las riquezas sobre las que se dice: “La redención del alma de un hombre son sus propias riquezas” (Pr 13,8). En consecuencia, “es mejor lo poco del justo que las muchas riquezas de los pecadores” (Sal 36 [37],16).

 

 



[1] Origene, p. 282, nota 12.

[2] Ibid., p. 286, nota 16.

[3] Lit.: clara, visible (prophane).

[4] O: sodomitas, depravados (arsenokoitas). Cf. 1 Co 6,9; Tt 1,10.

[5] Ypokrites. Orígenes utiliza el término, en el vaso presente, para designar al que actúa dentro del marco eclesial.

[6] O: de los pecados (amartematon).

[7] Edisco.