OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (704)

La parábola del padre misericordioso

Siglo XII

Evangeliario

Canterbury, Inglaterra

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

Por muchas y muy variadas que sean las acciones del malvado contra el justo, al pecador le llegará su día. Y entonces el Señor se reirá de él, del que pensó que nadie podía detener sus inicuas acciones (§ 7).

El tema del combate espiritual se fundamenta principalmente en Ef 6,11-17. Este pasaje ha influenciado, con sus metáforas bélicas, la reflexión de Orígenes, y lo ha impulsado a contraponer la armadura del diablo a la armadura de Dios. Además, la lectio del Alejandrino tenía como telón de fondo las guerras y los duelos del AT, por ejemplo: David y Goliat; considerando asimismo cada uno de estos acontecimientos símbolos de la derrota o de la victoria de los principios espirituales[1] (§ 8.1).

La designación de Cristo como flecha elegida, conforme al testimonio del profeta Isaías (según la versión de la LXX), se relaciona, en la exégesis de Orígenes, con el texto de Ct 2,5 y el motivo de “la herida de amor”. En el origen de esta herida de amor divino, que está impresa en el alma, se encuentra a Aquel que dice: “Me hizo una flecha elegida” (Is 49,2; § 8.2)[2].

En la conclusión de la homilía se pone de relieve cuál es la riqueza que debe atesorar el fiel seguidor de Cristo: la palabra de Dios, la sabiduría y las buenas obras (§ 8.3).

Texto

Al pecador le llegará su día

7. Además, “el pecador acechará[3] al justo y rechinará sus dientes contra él” (Sal 36 [37],12). Como las tinieblas y la luz son opuestas por naturaleza, así el pecador respecto al justo. Y si ves que un justo es odiado, no hesites decir de aquel que lo odia que es un pecador. Si ves que alguien que piensa rectamente es perseguido, no vaciles decir del que lo persigue que, tal vez, no es solamente un pecador, sino también un malvado. En efecto, “el pecador acechará al justo”, y mientras los acecha “rechinará sus dientes contra él” (Sal 36 [37],12). Las palabras: “rechinará sus dientes” en modo alguno deben entenderse corporalmente, aunque si esto posiblemente puede suceder por parte del pecador contra el justo: malas intenciones, engaño, silencio en la voz, pero clamor en el corazón, que medita acciones malvadas contra el justo, mira cómo se realiza el rechinar los dientes contra el justo. Pero si el pecador obra así contra el justo, “el Señor se reirá de él, pues prevé que le llegará su día” (Sal 36 [37],13). Ve, en efecto, llegar el día del pecador, cuando ya no subsistirá más (cf. Sal 36 [37],10).

7. “El pecador observará al justo y rechinará sus dientes contra él” (Sal 36 [37],12). Como naturalmente la luz y las tinieblas son contrarias, así el pecador y el justo son contrarios. Y si alguna vez ves a un justo ser odiado, no dudes en decir sobre aquel que odia al justo, que es un pecador. Si ves a alguien que vive bien padecer persecución, no dudes en decir sobre el que lo persigue que no solo es un pecador, sino un malvado. Por tanto, “el pecador observará al justo, y observándolo, rechinará sus dientes contra él”. Esta expresión: “Rechinará sus dientes”, no sé si debe entenderse sobre los dientes carnales, aunque también es posible que el pecador haga esto contra el justo. Cuando lo conmina, cuando está furioso contra él, cuando silencia las palabras pero grita con furor, cuando maquina insidias y excogita todo clase de males contra el justo, entonces también cumple corporalmente lo que se dice: “Rechina sus dientes contra él”. Pero cuando el pecador hace esto contra el justo, “el Señor, dice (el salmo), se reirá de él, porque ve llegar su día” (Sal 36 [37],13). ¿Qué día del pecador prevé el Señor? Aquel día, sin duda, en que se buscará al pecador y no existirá (cf. Sal 36 [37],10).

Las armas de la justicia y las armas de la injusticia

8.1. “Los pecadores han desenvainado la espada, han tensado su arco para derribar al pobre y al necesitado” (Sal 36 [37],14). No todos los pecadores poseen una espada material, pero como hay una armadura de Dios (cf. Ef 6,11. 13) y una coraza de la justicia (cf. Ef 6,14) y se habla de una espada del Espíritu (cf. Ef 6,17) y de un escudo de la fe (cf. Ef 6,16), así también hay una armadura del diablo de la que se reviste el hombre pecador. Pero tú, viendo la armadura de Dios opones a cada nombre de un arma aquella contraria de la armadura de Dios, para que veas la armadura del diablo, y comprendas que ambos soldados, aquel de Dios y aquel del diablo, se revisten con la coraza[4]. La coraza de la justicia es parte de la armadura de Dios. Hay también una coraza de la injusticia[5]. Y está el yelmo de la salvación (cf. Ef 6,17; 1 Ts 5,8; Is 59,17), pero el pecador endosa también el yelmo de la perdición. Hay asimismo una preparación[6] para el evangelio (cf. Ef 6,15), como hay también una contraria. Los pies de estos corren veloces hacia la injusticia y es evidente que su calzado está preparadísimo para el pecado. Hay un escudo de la fe, y hay también un escudo de la incredulidad. Asimismo hay una espada del Espíritu (cf. Ef 6,17) y hay una del espíritu malvado: aquella que han desenvainado los pecadores (Sal 36 [37],14). Arrojemos las armas del pecado y abracemos las armas de la justicia, las de la derecha y las de la izquierda, así como el apóstol habla en un pasaje de armas de la injusticia (cf. Rm 6,13).

8.1. “Los pecadores desenvainaron la espada, tensaron el arco para abatir al necesitado y al pobre” (Sal 36 [37],14). No es que los pecadores de toda suerte tengan una espada corporal, pero veamos si, tal vez, como hay armas de Dios entre las cuales están, se dice, la coraza de justicia, la espada del Espíritu, el escudo de la fe (cf. Ef 6,13-17), no hay también armas del diablo con las que se reviste el hombre pecador. Comprendamos, por tanto, los contrarios a partir de los contrarios, y presentemos dos soldados armados: uno es el soldado de Dios, otro es el soldado del diablo. Si el soldado de Dios tiene ciertamente una coraza de justicia (cf. Is 59,17; Ef 6,14-16), sin duda el soldado del diablo lleva la contraria, la coraza de la injusticia. Y si el soldado de Dios resplandece bajo el casco de la salvación (cf. Is 59,17; Ef 6,17), al contrario el pecador, que es soldado del diablo, endosa el casco de la perdición. Y si los pies del soldado de Cristo están preparados para correr y predicar el Evangelio (cf. Ef 6,15), al contrario, los pies del pecador corren velozmente para derramar sangre (cf. Is 59,7; Rm 3,15), y sus calzados, es decir, la preparación, bien dispuestos para el pecado. El soldado de Dios, por consiguiente, tiene el escudo de la fe (cf. Ef 6,16), y el soldado del diablo tiene un escudo para la infidelidad. Así también hay una espada del Espíritu Santo (cf. Ef 6,17) en aquellos que combaten por Dios (cf. 2 Tm 2,4), pero hay también una espada del Maligno entre los que combaten por el pecado, espada que, se dice en el salmo, desenvainan los pecadores (Sal 36 [37],14).

La flecha venenosa del pecado

8.2. “Los pecadores, por tanto, han desenvainado la espada” (Sal 36 [37],14), porque tienen al alcance de la mano el pecado y están preparados para realizarlo, cuando no esconden la espada del espíritu malvado en la vaina del pecado, entonces los pecadores han desenvainado la espada. De igual forma también “han tensado el arco” (Sal 36 [37],14). Incluso los justos tienen un arco, tienen flechas y su flecha es Jesucristo: “Te he puesto como flecha escogida” (Is 49,2). De la misma manera, también los pecadores tienen flechas, la palabra de ellos es una flecha, que tiene el veneno del pecado, hiere a quien no está protegido con una armadura[7]. Si la flecha del pecador tiene poder contra mí, es claro que no estoy munido del escudo de la fe.

8.2. ¿Pero cómo considerar a los pecadores que desenvainan la espada? Cuando ya impúdicamente y sin ninguna vergüenza perpetran sus iniquidades: no se avergüenzan y no temen, no guardan y ocultan la espada de su maldad, sino que con espíritu soberbio y altivo desnudan su malicia como una espada. Del mismo modo también realizan lo que sigue: “Tensaron su arco” (Sal 36 [37],14). Pero los justos tienen asimismo un arco y flechas. De hecho su única flecha es el Señor Jesús, pues Él mismo dijo: “Ha hecho de mí una flecha elegida” (Is 49,2). Los justos, por tanto, también tienen flechas, al igual que los pecadores. La palabra es una flecha, y sin duda la palabra del justo cuando arguye y corrige al pecador aguijonea y traspasa su corazón como una flecha para que se convierta a la penitencia y sea salvado. En cambio, la palabra del pecador tiene veneno, y lanzada hiere a quien no está munido con las armas de Dios. Entonces, en efecto, las palabras de los inicuos prevalecen sobre nosotros, cuando no hemos tomado suficientes precauciones para protegernos con el escudo de la fe (cf. Ef 6,16).

Le verdadera riqueza del cristiano

8.3. “Han tensado el arco para derribar al pobre y al necesitado” (Sal 36 [37],14). Los pecadores saben que no pueden derribar al rico. Por eso ni siquiera comienzan a lanzarse sobre él, sino que toda la maquinación es contra el pobre, como el león que está al acecho, “acecha para atrapar al pobre” (Sal 9,30 [10,9]). Por esto, puesto que su propia riqueza es el rescate de un hombre, y el pobre no se somete a una amenaza (cf. Pr 13,8), hagámonos ricos en la palabra (cf. 1 Co 1,5), en la sabiduría, en las buenas obras (cf. 2 Co 9,8), desechando la riqueza del pecado, para que podamos estar protegidos y seguros contra las flechas del Maligno, extinguiéndolas a todas con el escudo de la fe (cf. Ef 6,16), mediante Cristo Jesús, nuestro Salvador, a quien sea la gloria y el poder por los siglos. Amén.

8.3. Entonces, “tensaron su arco para abatir al necesitado y al pobre” (Sal 36 [37],14). Los pecadores saben que no pueden derribar al rico, y por eso no les tienden insidias, sino que todas sus insidias están dirigidas contra el pobre, como también se dice en otro lugar: “Está en acecho como un león en su guarida, está al acecho para atrapar al pobre” (Sal 9,30 [10,9]). Y puesto que “el rescate de un hombre, del rico, son sus riquezas, pero el pobre no puede soportar sus amenazas” (Pr 13,8), hagámonos entonces ricos en bienes espirituales (cf. 1 Tm 6,17-18), es decir, en toda palabra de sabiduría (cf. 1 Co 1,5), en buenas obras (cf. 2 Co 9,8), desechando las riquezas del pecado, “mirando no lo que se ve, sino lo que no se ve. Pues las riquezas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Co 4,18). Y si nos enriquecemos con tales riquezas, no podremos ser heridos por las flechas de los pecadores. Porque ellas serán extinguidas por medio del escudo de la fe (cf. Ef 6,16), gracias a Cristo nuestro Señor y Salvador, quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11; 5,11).



[1] Origene, p. 260, nota 17.

[2] Ibid., p. 263, nota 18.

[3] O: espiará, vigilará, observará (paratereo).

[4] En el texto griego se lee: coraza [de la justicia]. El presente y el siguiente añadido están entre corchetes. Y no se encuentran vertidos al italiano; ver Origene, pp. 260-261.

[5] El texto griego añade: [y del pecado].

[6] O: el apresto del evangelio; versión menos literal: el celo por el evangelio.

[7] Lit.: bien armado (kathoplismenon).