OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (702)

El evangelista san Lucas

Siglo XII

Evangeliario

Constantinopla

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

Al referirse a un gran misterio, Orígenes alude a un sentido oculto de las Escrituras que va más allá de la letra. Y así, en el inicio del quinto párrafo, es posible que haya una referencia a la doctrina de la apocatástasis, la que exige de parte del predicador, en un contexto homilético, una especial cautela en su exposición (§ 5.1)[1].

“La naturaleza del pecado por su transitoriedad efímera, ligada a este siglo que pasa, se configura como uno no-ser respecto al bien de Dios y de su Palabra… Y la intención del Señor es hacer desaparecer el pecado”. En muchas ocasiones Orígenes pone de relieve el contraste entre el ser de Dios y el no ser del mal a la luz de Mt 24,35[2] (§ 5.2).

El texto griego de este párrafo difiere de la versión de Rufino. Éste deja de lado “la afirmación inicial sobre las criaturas (ktismata) que han devenido tales a causa del pecado, y otras creaciones (demioyrgemata) que lo son también a causa del pecado, pero que asimismo las hay que están exentas del pecado. Con tal premisa entiende Orígenes la creación del firmamento (Gn 1,6-7) como la separación entre las conductas virtuosas y los pecados. El Alejandrino parece aludir ante todo a la distinción/contraste entre ángeles y demonios. El agua por encima de los cielos se dice que está exenta de pecado y alaba a Dios; mientras que el agua debajo de ellos es la fuerza demoníaca con la cual combatimos… Rufino, por su parte, presenta una terna: ángeles – mortales – demonios. Y califica a los mortales como pecadores, colocándonos en la tierra (arida, Gn 1,10)… Deja así entrever más claramente un cosmos triádico: cielos sobre el firmamento, tierra y abismos, que se relaciona con la tríada: ángeles, seres humanos y demonios…”[3] (§ 5.3).

Texto

Un gran misterio

5.1. Después agrega un misterio que sobrepasa mis oídos, sobrepasa mi lengua, sobrepasa mi entendimiento. Y dice algo, bien sobre todos los pecadores, bien sobre un solo pecador. Por eso se habla también de pecador, en singular: “Todavía un poco y no existirá el pecador” (Sal 36 [37],10). En efecto, es poco el tiempo que va desde el presente hasta el fin del mundo y al fuego que castiga a los pecadores al fin del mundo; precisamente este fuego hará que no haya ni un pecador. ¿Cómo no subsistirá ningún pecador? Quien sea capaz, que examine la cuestión. “Todavía un poco y no existirá el pecador, buscarás su lugar y no lo encontrarás” (Sal 36 [37],10). No solo el pecador ya no subsistirá, sino que ni siquiera estará el lugar del pecador.

5.1. Después de eso el profeta agrega una cierta palabra mística por encima de mi comprensión[4] y que sobrepasa mi lengua, que excede mi inteligencia. Dice, en efecto sea a propósito de todos los pecadores, sea sobre un pecador, pues habla en singular: “Todavía un poco de tiempo y el pecador no existirá” (Sal 36 [37],10). Dice, sin duda, que todavía hay un poco de tiempo, después del tiempo presente hasta el fin del mundo[5], o tal vez más allá del fin del mundo y hasta que el fuego vengador consuma a los adversarios. Pero de alguna manera el pecador no existirá, y por qué motivo puede suceder que el pecador no exista más, que lo examine y lo busque quien pueda.

Realicemos las obras que no pasan

5.2. ¿Pero cuál es el lugar del pecador? El de las cosas que pasan. El cielo y la tierra pasarán junto al pecado que pasa; también el lugar del pecador pasará y ya no existirá: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). Esforcémonos, en consecuencia, por hacer las cosas que no pasan, para que no pasemos también nosotros con las cosas que pasan. En efecto, si hacemos el pecado que pasa, pasaremos; en cambio, si practicamos la justicia que no pasa, no pasaremos sino que permaneceremos con la justicia que permanece. Nosotros, por tanto, hagamos las cosas que pasan o aquellas no pasan, nosotros mismos somos la causa para nosotros del hecho que pasen o no pasen. ¿Qué hace Dios si tenemos las cosas que pasan? ¿No nos dirá tal vez: “Mi mano no tiene acaso la fuerza de salvar, o tal vez he hecho pesado mi oído para escuchar? Pero sus pecados me apartan de en medio de ustedes” (Is 59,1-2). Entonces, “buscarás el lugar del pecador y no lo encontrarás” (Sal 36 [37],10).

5.2. Por tanto, “todavía un poco de tiempo y el pecador no existirá; y buscarás su lugar y no lo encontrarás” (Sal 36 [37],10). No solo al pecador, sino que tampoco encontrarás el lugar del pecador. ¿Qué es el lugar del pecador sino esos bienes que pasan? “El cielo y la tierra pasarán” (Mt 24,35), dice (el Señor). Sin duda, entonces, con el pecado mismo que pasará también el lugar del pecador pasará. “El cielo y la tierra pasarán, dice (el Señor), pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). Esforcémonos, por consiguiente, por poner en práctica las palabras de Dios, que no pasan, no sea no sea que, tal vez, también nosotros perezcamos con las cosas pasan. Porque si cometemos el pecado que pasa, sin duda también nosotros seremos contados entre esas cosas que pasan. Pero si obramos la justicia que no pasa, nosotros mismos no pasaremos, sino que permaneceremos con la Justicia que permanece, según aquello que está escrito: “¿Acaso mi mano no es capaz de salvar? O, ¿endurecí mi oído para no escuchar? Pero sus pecados ponen una barrera entre ustedes y Dios” (Is 59,1-2).

El demonio es el causante de nuestra turbación

5.3. Hay criaturas que así han llegado a ser a causa del pecado, y hay creaciones que han sido hechas tales a causa del pecado, para aquellos que están limpios de pecado. ¡No te asombres! También sobre la tierra hay pecadores. Este firmamento ha sido hecho para separar las obras del pecado de las obras de la justicia. Así comprendo yo: “Que haya un firmamento en medio de las aguas y que separe en medio las aguas de las aguas, aquellas que están por encima de los cielos” (Gn 1,6-7), quien alaba a Dios sin estar en el pecado; y el agua del cielo bajo el firmamento, aquella agua con la cual estamos en lucha (cf. Ef 6,12). Y las aguas ven a Dios, en tanto que los abismos, la masa del agua, no ve a Dios. En efecto, está escrito: “Te vieron las aguas, oh Dios, te vieron las aguas y temieron, se conmovieron los abismos” (Sal 76 [77],17). No tienen paz los abismos, sobre los cuales está la oscuridad, según la palabra que dice: “Y la oscuridad sobre el abismo” (Gn 1,2). Hacia allí, como el lugar que se les ha confiado, se van los demonios, experimentado la turbación y siendo causa de turbación. Ellos, en efecto, suplicaban que no les ordenara irse al abismo (cf. Lc 8,31).

5.3. Además, al principio de la creación, no sin alguna razón mística, se dice que fue hecho un firmamento que dividiría las aguas de las aguas (cf. Gn 1,6-8), y separaría la morada de los mortales de los tronos y las moradas de los ángeles. De allí entonces, que a nosotros, pecadores, se nos asignó este lugar seco que el Señor llamó tierra (cf. Gn 1,10). En consecuencia, ciertos lugares son llamados aguas, sobre las cuales, se dice, aleteaba el Espíritu del Señor (cf. Gn 1,2). Y otros son llamados abismos, por encima de los cuales se refiere que fueron puestas las tinieblas (cf. Gn 1,2). Sobre las aguas se dice en otro lugar de la Escritura: “Las aguas te vieron, oh Dios, te vieron las aguas y temieron” (Sal 76 [77],17). Pero sobre el abismo dice: “El abismo se perturbó” (Sal 76 [77],17), sin duda porque no tenía paz, sino que tenía las tinieblas puestas encima. Pero también se dice en el Evangelio que los demonios suplicaron que no se les ordenara ir al abismo (cf. Lc 8,31), puesto que es un lugar de castigo digno para ellos y para sus acciones. No solo, por tanto, el pecador ya no existirá, sino que tampoco su lugar, cualquiera este sea, se lo buscará y no existirá (cf. Sal 36 [37],10).



[1] Origene, pp. 253-254, nota 11.

[2] Ibid., p. 255, nota 12.

[3] Ibid., p. 256, nota 13.

[4] Lit.: auditum: lo que se ha oído decir.

[5] O: hasta la consumación del siglo.