OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (701)

La puerta estrecha

1791-1795

Biblia

Bolton, Inglaterra

 

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

El ser humano puede, de diversas maneras, hacer algo que podemos llamar “malo”, pero únicamente el diablo es totalmente “maligno”. Él siempre quiere hacer el mal (§ 4.1). 

La promesa de la herencia de la tierra va habitualmente unida a la bienaventuranza de los mansos. Pero es una heredad que no se confunde con cielos y tierra de este mundo presente (§ 4.2)[1].

Es cuanto menos llamativo el título aplicado a Cristo al final del párrafo cuatro: Cristo nuestra Expectación, nuestra paciente espera, nuestra Esperanza. Por ende, la Esperanza nos salva en Cristo (§ 4.3).

Texto

El diablo es malvado

4.1. “Porque los que hacen el mal serán aniquilados, pero los que esperan al Señor heredarán la tierra[2]” (Sal 36 [37],9). La maldad se manifiesta en aquellos en quienes ella está. La maldad es un mal específico en relación con otros pecados. Por consiguiente, la Palabra llama a uno pecador y al otro malvado: “Rompe el brazo del pecador y del malvado” (Sal 9,36 [10,15]). También al diablo no lo llama simplemente pecador, sino maligno. Pues el Salvador al enseñarnos a orar afirma que en la oración debemos decir también: “Líbranos del maligno” (Mt 6,13). Algunos han definido la maldad[3], no impropiamente, como la acción voluntaria del mal. Una cosa es obrar mal por ignorancia, otra distinta como quien está abrumado y otra querer hacer esa acción con maldad. Ésta es precisamente la maldad, por cuya causa también aquel (el diablo) es llamado maligno. Por tanto, el Salvador al reprendernos dice: “Si ustedes que son malos, saben dar regalos buenos a sus hijos" (Mt 7,11). Y, según Dios, en el Génesis: el corazón de los hombres está vuelto hacia el mal todos los días (cf. Gn 6,5).

4.1. “Pues quienes obran maliciosamente, serán exterminados; pero los que esperan al Señor, éstos poseerán la tierra en herencia” (Sal 36 [37],9). Es claro que la malicia es una forma de maldad, además de otros pecados. De donde asimismo la Palabra divina describe aquí a uno como pecador y al otro como malvado[4], como allí también, ella utiliza una distinción similar cuando dice: “Rompe el brazo del pecador y del malvado” (Sal 9,36 [10,15]), es decir, del malo. Y cuando nos enseña en su oración también dice: “Pero líbranos del malo[5]” (Mt 6,13), y en otro lugar: “El hombre malo -o malvado- lo ha hecho” (Mt 13,28)[6]. Algunos definen ponerian[7], es decir maldad como: una malicia espontánea y voluntaria. Una cosa, en efecto, es obrar mal por ignorancia y como vencido por el mal; otra cosa es hacer el mal con voluntad y empeño, y esto es maldad. Por eso el diablo es digno de ser llamado poneros, es decir, maligno o malvado. Además, a nosotros, el Salvador nos dice reprendiéndonos: “Por tanto, si también ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos” (Mt 7,11).

Anhelamos el cielo y la tierra verdaderos

4.2. Sin embargo, “los que hacen el mal serán aniquilados, pero los que esperan al Señor heredarán la tierra” (Sal 36 [37],9). Existe otra tierra, que por algunos es llamada “antitierra”[8]. Y aquella tierra buena de la cual habla la Escritura, aquella en la que mana leche y miel (cf. Ex 3,8; Dt 26,9), la que el Salvador promete a los mansos diciendo: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mt 5,5). Ésta no es la tierra, sino la sequedad[9]. Dios, en efecto, conoce la diferencia entre el firmamento y el cielo o los cielos, y la diferencia entre la sequedad y la tierra. Nosotros nos apresuramos por la promesa de un cielo verdadero, no de un cielo solo de nombre, que en verdad es el firmamento, no por una tierra solo de nombre, que en verdad es la sequedad.

4.2. Y, por tanto, ahora dice: “Porque los que obran maliciosamente serán exterminados. Pero los que esperan al Señor, éstos poseerán la tierra en herencia” (Sal 36 [37],9). Hay también otra tierra, aquella sobre la cual habla la Escritura, de la que mana leche y miel (cf. Ex 3,8), que el Salvador promete en los Evangelios a los mansos diciendo: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra” (Mt 5,5). Esta tierra nuestra, la que habitamos es llamada árida (cf. Gn 1,10), con un nombre que le es propio, como también al cielo que contemplamos, propiamente se le dice firmamento (cf. Gn 1,8). Pero del nombre de otro cielo, este firmamento ha recibido asimismo el nombre de cielo, como lo enseña la Escritura en el Génesis (cf. Gn 1,1). ¿Por qué entonces? Porque en la vida presente sin duda tenemos a nuestra disposición el cielo y la tierra, visibles estos, en los cuales, aparte de sus nombres, ninguna otra cosa encontramos del verdadero cielo y de la verdadera tierra. Pero pienso que así son llamados para que al ser nombrados vengan al deseo y a la memoria los verdaderos y grandes cielo y tierra.

¿Quiénes heredarán la tierra?

4.3. ¿Quiénes son los que heredarán la tierra? “Los que esperan al Señor” (Sal 36 [37],9). Nosotros esperamos al Señor, que tal vez es también espera. En efecto, está escrito: “¿Y ahora quién es mi esperanza? ¿No es acaso el Señor?” (Sal 38 [39],8). Como Salvador y Sabiduría (cf. 1 Co 1,24. 30), y también es Verbo (cf. Jn 1,1), es Paz (cf. Ef 2,14), es Justicia (cf. 1 Co 1,30), así es también Expectación[10]. Por la participación en Él devenimos justos, por la participación en Él somos pacíficos, por la participación en Él nos hacemos sabios, y del mismo modo, por la participación en Él, esperamos. Obtengamos entonces la participación de todo lo que salva en Cristo, de quien es posible beber y tomar la Espera, la Justicia, la Sabiduría y todo lo se dice ser el Cristo de Dios según las Escrituras. Por tanto, aquí dice: “Los que esperan al Señor, estos heredarán la tierra” (Sal 36 [37],9).

4.3. ¿Pero quiénes son los que poseerán la tierra en herencia? “Los que esperan al Señor” (Sal 36 [37],9). Nosotros esperamos al Señor, pues Él mismo es nuestra expectación y paciencia, como está escrito: “Y ahora, ¿cuál es mi expectación? ¿No es acaso el Señor?” (Sal 38 [39],8). Por consiguiente, como el Señor es Sabiduría (1 Co 1,24. 30), y Paz (cf. Ef 2,14), y Justicia (cf. 1 Co 1,30), Él es también Expectación y Paciencia. Y como participando en su Justicia devenimos justos, y sabios participando en su Sabiduría, así también participando en su Paciencia devenimos pacientes. Él es, en consecuencia, como una fuente inagotable en la que podemos beber (cf. Jn 4,14); y la paciencia, la justicia y la sabiduría, y todos los bienes de las virtudes, cualesquiera que ellos fueran, si llevamos a la fuente nuestros recipientes dignos y puros. Por tanto, dice: “Pero los que aguardan al Señor, éstos poseerán la tierra en herencia” (Sal 36 [37],9).



[1] Para un desarrollo más amplio y completo de este tema, cf. Origene, pp. 250-251, nota 9.

[2] Otra traducción posible: “los que aguardan al Señor, esos heredarán la tierra”.

[3] O: malicia (poneria).

[4] El pecador es aquel que se encoleriza (versículo 8); el malvado aparece en escena al final de ese versículo y en el presente pasaje (SCh 411, p. 106, nota 1).

[5] Orígenes cita este texto conforme al griego, que trae la palabra poneros que designa al maligno, y no kakos que designaría el mal. El maligno es el diablo (SCh 411, p. 106, nota 2).

[6] Cita agregada por Rufino, que la refiere de memoria. En la parábola de Mt 13,38 se habla del hombre enemigo, no del Malvado (SCh 411, pp. 106-107, nota 3).

[7] Rufino traduce el vocablo griego con el término nequitia, que puede ser vertido al castellano como malicia, maldad.

[8] O: tierra opuesta a la nuestra (antichthon).

[9] Lit.: lo seco (xera).

[10] Al precedente elenco de las epinoiai se suma ahora Ypomone, que debe comprenderse en el sentido de paciente espera, o mejor: paciencia / perseverancia. Cristo, Espera (o: paciente espera), es nuestra perseverancia (Origene, pp. 252-253, nota 10).