OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (699)

Parábola del administrador fiel y sabio

1791-1795

Biblia

Bolton, Inglaterra

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 36 (37)[1]

Introducción

De una forma rápida y directa, Orígenes prosigue en esta homilía con el comentario al Salmo 36 (37), comenzando con la explicación del significado de la sumisión al Señor (§ 1.1).

Orígenes dispone la lista de los nombres de Cristo según las exigencias de la argumentación: Justicia, Verdad, Santificación, Paz e implícitamente Paciencia están en relación con la sumisión a Cristo. “Un elemento dominante de la cristología origeniana es el pro me[2], por Cristo (§ 1.2).

El tema de la sumisión al Señor evoca la interpretación de 1 Co 15,28, que Orígenes desarrolla en diversos escritos suyos. “La sumisión de Cristo al Padre debe comprenderse en sentido económico, conforme al designio salvífico que preside la kenosis del Hijo y tiene como fin la recuperación de la unidad originaria de las criaturas en Dios. Sobre este tema, Orígenes advierte la necesidad de evitar interpretaciones erróneas (como que el Hijo no estuviera ya sometido al Padre, es decir, en plena comunión con Él) como se aprecia en las críticas dirigidas a herejes no precisados (¿adopcionistas, modalistas o marcionitas?)”[3] (§ 1.3).

Todo el universo de los salmos es un mundo fuertemente conflictivo, el combate es una dimensión constitutiva de la visión origeniana de la existencia espiritual, concebida como una lucha, hasta el final, que se opone a la acción de las potestades adversas. Y, por ende, toda la existencia humana se coloca dentro de este horizonte de esta lucha incesante, ante la alternativa, una y otra vez renovada, de devenir hijos de Dios o hijos del diablo, incluida en la idea de sumisión a Cristo o a Satanás[4] (§ 1.4).

La sumisión a Cristo exige el abandono del pecado. ¿Pero cómo se debe considerar la precedente conducta pecaminosa, sino pidiendo a Dios que perdone nuestras culpas pasadas? Pero esta oración solo es auténtica cuando se ha dejado de pecar[5] (§ 1.5).

Texto

La verdadera sumisión al Señor

1.1. Puesto que la Palabra presenta un orden diciendo: “Sométete al Señor” (Sal 36 [37],7), es necesario precisar y exponer en la exposición quién es el que se somete al Señor y quién, por el contrario, no se somete a Él. Ahora bien, así como «no todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21), así también no se somete quien dice estar sometido al Señor, pero lo hace solo de palabra: la verdadera sumisión al Señor se reconoce por las obras.

1.1. Puesto que el mandamiento nos manda diciendo: “Sométete al Señor” (Sal 36 [37],7), parece necesario escrutar qué sea estar sometido al Señor, y qué sea no estar sometido. Pues como “no todo el que dice ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21); así, no todo el que dice estar sometido al Señor, le está sometido, sino quien realmente y en el actuar le está sometido. Porque está verdaderamente sometido al Señor el que lo muestra no por una declaración, sino por un acto de sumisión.

Los nombres de Cristo 

1.2. Comprenderás lo que digo prestando atención a los nombres del Señor[6]. El Señor Jesucristo es Justicia (cf. 1 Co 1,30): nadie que obre injustamente está sometido a Cristo que es la Justicia. Cristo el Señor es Verdad (cf. Jn 14,6): nadie que mienta o profese doctrinas falsas está sometido a Cristo que es la Verdad. Cristo el Señor es Santificación (cf. 1 Co 1,30): nadie que sea impío e impuro está sometido a Cristo que es la Santificación. Cristo el Señor es Paz (cf. Ef 2,14): nadie que sea belicoso y que excita a la guerra está sometido a Cristo que es la Paz, no pudiendo decir: “Con los que odian la paz era pacífico” (Sal 119 [120],7). Por eso también en otro salmo el profeta, comprendiendo esto, dice: “Pero a Dios, alma mía, sométete, pues junto a Él está mi paciencia” (Sal 61 [62],6).

1.2. Pero se comprende mejor lo que decimos de este modo: nuestro Señor Jesucristo es Justicia (cf. 1 Co 1,30). Por tanto, nadie que obra injustamente está sometido a Cristo que es Justicia. Cristo es Verdad (cf. Jn 14,6). Ningún mentiroso está sometido a Cristo que es Verdad, cuando miente, sea en las acciones, sea mintiendo con la doctrina que enseña. El Señor Jesucristo es Santificación (cf. 1 Co 1,30). Nadie está sometido a la Santificación si está manchado o es impuro. El Señor Jesucristo es Paz (cf. Ef 2,14). Ningún litigioso y turbulento está sometido a Cristo que es la Paz, pero le está sometido aquel que dice: “Con los que odian la paz era pacífico” (Sal 119 [120],6). Por eso, en otro salmo el profeta le dice a su alma: “Sométete a Dios, alma mía, porque de Él viene mi paciencia” (Sal 61 [62],6). 

Todo le está sometido

1.3. Pero la afirmación sobre la sumisión no tiene tal significado en estos pasajes, mientras no indique en otros lugares lo mismo. Por tanto, si en el Apóstol lees: “Cuando le hayan sido sometidas todas las cosas, entonces también el Hijo mismo se someterá al que le sometió todas las cosas” (1 Co 15,28), comprende estas mismas palabras: “Cuando le hayan sido sometidas todas las cosas” de una forma digna de la sumisión a Cristo. Por consiguiente, en algún tiempo todo deberá estar sometido a Cristo, para que junto con todo lo que le ha sido sometido, ofreciendo Él todo como un don al Padre, entonces también Él esté sometido. Si no se entiende así este pasaje, es impío lo que es comprendido por aquellos que no explican la Escritura. En efecto, afirma el Apóstol: “Cuando todo le sea sometido, entonces el Hijo mismo será sometido a Aquel que le ha sometido todas las cosas” (1 Co 15,28). Y uno de aquellos que no comprenden este pasaje dirá: “Si el Hijo se someterá al Padre solamente cuando todo le sea sometido a Él, ¿entonces el Hijo no está sometido al Padre? Y mientras nosotros oramos estar sometidos al Verbo de Dios sin ninguna dilación, ¿Él todavía no está sometido?”. Pero mira su gran filantropía y su bondad. Él no se considera todavía sometido, mientras haya alguna realidad que no esté sometida al Padre. Entonces Él mismo se cuenta entre aquellos que están sometidos y dice con confianza: “Me he sometido a Dios”, en el momento en que presenta todo sometido al Verbo.

1.3. También el Apóstol manifiesta grandes y misteriosas realidades sobre la sumisión diciendo: “Cuando todas las cosas le hayan sido sometidas, entonces el Hijo mismo se someterá a Aquel que le ha sometido todas las cosas” (1 Co 15,28). Escucha, por consiguiente, lo que dice: pues es necesario que todo le sea sometido a Cristo, y entonces Él mismo se someterá, con esa sumisión, bien entendida, que es digna de la comprensión del Espíritu. Mientras tanto, es necesario que todas las cosas estén sometidas a Cristo, para que entonces, al final, también todos los seres llevados a su plenitud y perfeccionados por su sumisión, así como se dice que incluso Él mismo se someterá al Padre, llevándole la palma de su victoria. Si esto no se comprende de forma mística, se dirá, a no dudarlo, que se indica aquí algo impío para personas no preparadas. Porque no se debe pensar que actualmente el Hijo de Dios no esté sometido de alguna forma al Padre, sino que en los últimos tiempos, cuando todas las cosas le serán sometidas, entonces Él mismo estará sometido, sino que todo lo que es nuestro, Él lo recibe en sí mismo; y dice que en nosotros Él tiene hambre, en nosotros tiene sed, está desnudo y enfermo, huésped y arrojado en la cárcel, y afirma que todo lo que se hace a uno de sus discípulos, a Él se lo hace (cf. Mt 25,35-40). Consecuentemente, es con pleno derecho que, cuando cada uno de nosotros está sometido a Dios de modo total y perfecto, de manera que en nadie Cristo parezca desobediente, Éste se dice sometido a Dios.

[Además, esto que decimos se comprende mejor de otra forma. Si sufrimos en algún miembro del cuerpo, aunque nuestra alma esté incólume, y que todos los otros miembros estén sanos, sin embargo, puesto que el dolor de un solo miembro aflige a todo el hombre, no decimos que estamos sanos, sino que estamos mal. Por ejemplo, decimos: aquel no está sano. ¿Por qué? Porque sufre en los pies, o en los riñones, o en el estómago. Y nadie dice que está sano, pero le duele el estómago: no está sano pues le duele el estómago.

Si han comprendido este ejemplo, volvamos ahora a nuestro propósito. El Apóstol dice que somos parte del cuerpo de Cristo y de sus miembros (cf. 1 Co 12,27). Por tanto, Cristo es aquel por quien todo el género humano, o tal vez mejor, el conjunto de toda la creación es el cuerpo, y cada uno de nosotros parte de sus miembros. Si alguno de nosotros -que somos llamados miembros (cf. 1 Co 12,27)- está enfermo y sufre alguna enfermedad de pecado, es decir, si está marcado por la mancha de un pecado y no está sometido a Dios, se dice rectamente que todavía no está sometido a Dios (cf. 1 Co 15,28), aquel a quien pertenecen estos miembros no sometidos a Dios. Pero cuando todos los que son llamados su cuerpo y sus miembros estén sanos, y no sufran ninguna enfermedad de desobediencia, todos sus miembros está sanos y sometidos a Dios, con verdad se dice sometido a Dios, Aquel en quien nosotros, sus miembros, obedecemos en todo a Dios][7].

Sometidos a Cristo

1.4. Por consiguiente, quien peca no está sometido al Señor. Nosotros, en efecto, en el momento del pecado, pecamos porque no estamos sometidos al Señor y estamos sometidos a Satanás. “El espíritu de fuerza, amor y templanza[8]” (2 Tm 1,7), la palabra divina promete que se hace presente en los justos. Pero hay algo contrario a la fuerza, algo contrario al amor, algo contrario a la templanza, y quien posee estas realidades opuestas no está sometido al Señor. Lo contrario a la fuerza es la falta de fuerza y la debilidad, lo contrario al amor es el odio, lo contrario a la templanza es la intemperancia. En consecuencia, nadie que tenga algo contrario a los bienes predichos no está sometido al Señor, sino que en el tiempo de la impureza está sometido al espíritu de la fornicación, dejando de estar sometido al espíritu de la temperancia. Y tampoco en el momento del odio, hablando con palabras de cólera, de pasión, de ira, está sometido al espíritu de mansedumbre. Por este motivo, viendo que toda nuestra vida es una lucha por la sumisión a Cristo o a los adversarios de Cristo, esforcémonos con la oración, con las palabras y en todos los órdenes (cf. 2 Ts 3,16)[9], para no ser sometidos al diablo y al mal; en cambio, que todo nuestro obrar, todo nuestro hablar y todo pensamiento lleve la impronta de la sumisión al Hijo de Dios[10].

1.4. Si quieres escudriñarte a ti mismo y ver si ya estás sometido a Dios o si todavía permaneces en la desobediencia, examínate de este modo: si nada en ti es contrario a Dios, le estás sometido. Contrario es esto que decimos: “Dios es Amor” (1 Jn 4,16), si en ti no hay odio, nada contrario a Dios tienes. Dios es Verdad (cf. Jn 14,6), mira si en ti no está la mentira contraria a la Verdad. Pero si la mentira está en ti, no estás sometido a Dios, sino a Aquel que es el padre de la mentira (cf. Jn 8,44). Y si la injusticia está en ti, tú estás sometido al padre de la injusticia, antes que a Dios que es la Justicia (cf. Sal 16 [17],1 LXX)[11]. Y si descubres en ti los otros vicios, reconócete sometido mientras tanto no a Dios, sino al diablo. Porque es seguro que en el tiempo de la fornicación, estamos sometidos al espíritu de la fornicación y opuestos al espíritu de castidad. Y en el tiempo de la ira y del furor, obedecemos al espíritu de la cólera, resistiendo al espíritu de mansedumbre. Por eso, en consecuencia, viendo que toda nuestra vida transcurre en un cierto combate por obedecer, sea a Cristo, sea al que se opone a Cristo, esforcémonos en la oración, en un piadoso conocimiento, en obrar de modo que jamás se nos encuentre obedeciendo al diablo o a su malicia, sino que todo nuestro obrar, toda palabra y todo pensamiento sea hallado en sumisión a Cristo.

Suplica al Señor

1.5. Pero admitamos que yo esté sometido al Señor: ¿qué haré respecto a las cosas precedentes? En las cosas precedentes no estaba sometido al Señor cuando pecaba. Ahora que me he sometido, invoco, suplico a Dios por los pecados anteriores. No se debe invocar a Dios por los pecados precedentes, si no después de haberse sometido al Señor y haberse separado del pecado. Porque pedir el perdón de los pecados cuando todavía se está en el pecado es totalmente absurdo. Recuerdo haber dicho a menudo que la oración para el perdón de los pecados se da cuando el que reza, habiéndose separado del pecado hace tiempo, puede decir: “No recuerdes nuestras antiguas iniquidades” (Sal 78 [79],8). Por tanto, en primer lugar “sométete al Señor”, y una vez que te hayas sometido y no peques más, suplícale respecto de las culpas pasadas (cf. Sal 36 [37],7).

1.5. Si, tal vez, me dices: “¿Qué me aprovecha si ahora estoy sometido, cuando ya antes he pecado y me anticipe con las faltas?”. Sin duda , cuando delinquimos, no estábamos sometidos a Dios, pero cuando pusimos fin a las faltas, entonces también recibimos un inicio de sumisión. Cuando, por tanto, sometidos al temor de Dios, dejamos de pecar, entonces también recibimos la confianza para implorar el perdón por nuestras faltas pasadas. Pero mientras permanecemos en las faltas, en vano pedimos el perdón de nuestras faltas. De donde también recuerdo que frecuentemente les dije que pedimos con dignidad el perdón cuando, alejados del pecado, podemos decir esta palabra: “No recuerdes nuestras antiguas faltas” (Sal 78 [79],8). No dice: aquellas que cometemos, sino las que antes cometimos. “Sométete, entonces, al Señor” (Sal 36 [37],7); y sometido, no peques y, entonces, suplícale por las faltas pretéritas y antiguas.



[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume I. Omelie sui Salmi 15, 36, 67, 73, 74, 75. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2020, pp. 240-263 (Opere di Origene, IX/3a), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). Agregamos, después de cada párrafo, en letra cursiva, la versión de la traducción latina de Rufino editada por Emanuela Prinzivalli (con introducción, traducción y notas de H. Coruzel, sj, y L Brésard, ocso), Paris, Eds. du Cerf, 1995, pp. 92-123 (Sources Chrétiennes [= SCh] 411). La subdivisión de los párrafos y los subtítulos son agregados nuestros.

[2] Origene, p. 241, nota 1.

[3] Ibid, pp. 242-243, nota 2.

[4] Ibid., p. 244, nota 3.

[5] Cf. Ibid., pp. 244-245, nota 4.

[6] Toy kyrioy epinoias

[7] Esta sección entre corchetes es una amplificación de Rufino

[8] La versión italiana prefiere la traducción: castidad (Origene, p. 242)

[9] O: “y en toda forma”.

[10] Cf. Orígenes, Homilías sobre Jeremías, V,10: «No es lo mismo decir: “hemos pecado”, que “estamos pecando”; pues, el que esté todavía en el pecado, que no diga: “hemos pecado”; que diga hemos pecado el que haya pecado antes y esté realmente arrepentido, como en Daniel, donde se encuentra una confesión de los que ya no pecan y dicen: “Nosotros hemos pecado, hemos quebrantado la Ley” (Dn 9,5); y el profeta dice en los salmos: “No recuerdes nuestras antiguas transgresiones” (Sal 78 [79],8). Confesemos, pues, también nosotros, nuestros pecados; ojalá que no sean de ayer, ni de anteayer, sino que confesemos pecados cometidos hace más de quince años porque desde esos quince años para acá ya no tenemos pecado; pero si hemos pecado ayer, no somos dignos de crédito cuando confesamos nuestros pecados ni hay lugar para que tales pecados se borren».

[11] Esta lista de epinoai no se relaciona con Cristo, sino con el Padre, lo que es bastante sorprendente (SCh 411, p. 98, nota 1).