OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (697)

Jesucristo enseña a orar a sus discípulos

Siglo XV

Francia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 36 (37)

Introducción

Tema mayor en la espiritualidad de Orígenes es la enseñanza de “los dos hombres”, o mejor las dos realidades de todo ser humano, que él suele vincular a la homonimia, por la cual las realidades espirituales del hombre interior son designadas con los mismos nombres de las realidades corpóreas (§ 4.1)[1]. El desarrollo de la temática de los dos hombres es el fundamento de la antropología de Orígenes. Éste, “siguiendo a Filón, sostiene que, en los relatos bíblicos de la creación del hombre, encontramos un ser humano hecho (fictum) por Dios a partir de un puñado de tierra (Gn 2,7) y un hombre hecho (factum) a imagen de Dios (Gn 1,26). El hombre hecho de tierra es el hombre exterior, mientras que el hecho a imagen de Dios, es el hombre interior”[2].

“Si toda la existencia del ser humano, en cuanto ser espiritual, tiene necesidad del alimento para conservar la vida, como sucede con el alimento para el cuerpo, hay también ‘un alimento’ que procura ‘delicia’ [o delicias] y que, para el Alejandrino, no puede ser sino la Palabra de Dios…”. Orígenes, en su explicación de este versículo, busca inculcar en sus oyentes la idea de un verdadero dinamismo espiritual alimentado por la Escritura y apoyado en la selección de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento (§ 4.2)[3].

Ya concluyendo su reflexión sobre el versículo cuatro del salmo, Orígenes nos ofrece una lista de títulos bíblicos atribuidos a Cristo, que en cierto sentido resumen los diversos aspectos de la participación del creyente en Cristo. También recurre a los cinco sentidos, siguiendo la enseñanza de “los dos hombres” y de la homonimia, y habla en los mismos términos también de los sentidos espirituales o divinos. Además, señala como objeto propio del corazón (la mente u órgano directivo) los pensamientos, conceptos y /o realidades inteligibles (§ 4.3)[4].

Texto

Hombre exterior y hombre interior

4.1. “Deléitate del Señor[5] y te dará las peticiones de tu corazón” (Sal 36 [37],4). Es costumbre de la Escritura introducir dos hombres y para cada uno de ellos designar con el mismo nombre las cosas del otro, quiero decir, aquellas del peor en relación con el mejor. Y el mejor tiene casi todo lo que es propio del peor. El peor, en efecto, el hombre corpóreo, come; pero hay asimismo un alimento del hombre interior, sobre el que se dice: “No solo de pan vivirá el hombre, sino que el hombre vivirá de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3; Mt 4,4). Hay también una bebida del hombre interior; en efecto, bebemos “de una piedra espiritual que nos acompaña” (1 Co 10,4), y bebemos el agua espiritual y santa (cf. Jn 4,14). Hay una vestimenta del hombre exterior, pero hay también una del hombre interior. Porque si es pecador, “se revistió de la maldición como de vestimenta” (Sal 108 [109],18); en cambio, si es justo, escucha: “Revístete del Señor Jesucristo y revístete de entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Rm 13,14; Col 3,12). ¿Pero es necesario que les diga de qué modo las realidades del hombre interior tienen el mismo nombre que aquellas del hombre exterior? El soldado, según el hombre exterior posee una armadura, pero el soldado según el hombre interior se revestirá de la armadura de Dios (cf. Ef 6,11) para poder resistir a las insidias del diablo.

4.1. “Deléitate en el Señor y te concederá las peticiones de tu corazón” (Sal 36 [37],4). Es costumbre de las Escrituras introducir dos hombres; emplear para uno de los nombres la homonimia[6] que procede del otro, esto es, aplicar también al hombre interior lo que pertenece al hombre exterior (cf. 2 Co 4,16). Lo que quiero decir es: el hombre exterior, corporal, se nutre con alimentos corruptibles y que le son convenientes. Pero también hay un determinado alimento para el hombre interior sobre el cual se dice: “El hombre vive de toda palabra de Dios” (Dt 8,3). Hay una bebida para el hombre exterior, y hay otra para el hombre interior. Pues nosotros bebemos de una Roca espiritual que nos sigue (cf. 1 Co 10,4), y bebemos el agua de la que Jesús dice: “Quien la bebe nunca más tendrá sed” (Jn 4,14). Y hay una vestimenta del hombre exterior, y asimismo una vestimenta del hombre interior. Y si se trata de un hombre pecador, “se reviste la maldición como una vestimenta” (Sal 108 [109],18). Pero si es un justo, oye: “Revístanse del Señor Jesucristo” (Rm 13,14); y: “Revístanse de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Col 3,12). ¿Es necesario explicar uno por uno de qué modo el hombre interior es nombrado por medio de apelaciones homónimas del hombre exterior? El hombre exterior tiene armas, y también el hombre interior (cf. Ef 6,13). Quien combate conforme al hombre interior está munido de las armas de Dios, para poder permanecer firme frente a las maldades del diablo.

“Deléitate del Señor”

4.2. Después de muchos ejemplos vayamos al texto que tenemos delante, para ver qué significan las palabras: “Deléitate del Señor y te dará las peticiones de tu corazón” (Sal 36 [37],4). Como para el hombre exterior es posible alimentarse simplemente sin deleitarse, sin embargo, también es posible deleitarse -los ricos se deleitan-, del mismo modo asimismo para el hombre interior es posible simplemente deleitarse. Uno, en efecto, es alimentado solo con la escucha de las palabras de exhortación, pero aquel que se dedica a la interpretación de la Ley, al comentario de los profetas, a la solución de las parábolas evangélicas, a aclarar las palabras apostólicas, el que a esto se dedica se deleita del Señor y se alimenta por necesidad, pero no solo por el alimento. Por consiguiente, (el salmo) nos enseña a deleitarnos del Señor. Dios, en efecto, queriendo desde el principio deleitarnos espiritualmente, plantó el jardín de las delicias (cf. Gn 3,23) y concedió el torrente de las delicias (cf. Sal 35 [36],9), sobre lo cual dice: “Les darás a beber” (Sal 35 [36],9). Las delicias están reservadas a quienes han vivido bien. Despreciando el alimento corpóreo, recibirás un alimento espiritual. Si quieres, convéncete de ello en base a la Escritura. Un rico y un pobre se encontraban en el mismo lugar. El rico se deleitaba en corporalmente, pero el pobre no se deleitaba corporalmente, sino que vivía en la miseria. Mas el pobre que no se deleitaba fue, (después de la muerte), al seno de Abraham, para deleitarse y allí recibió su reposo. El que se deleitaba también murió y fue a gehena de fuego, como está escrito en el Evangelio (cf. Lc 16,25-26)[7]. Porque quien se deleita según la carne, recibe ya sus bienes. Nadie puede deleitarse en la carne y en el espíritu, pero si se deleita en la carne, como el rico, será privado de las delicias con Abraham. En cambio, si no se ha deleitado, sino que en la fiesta ha comido el pan de aflicción (cf. Dt 16,3), como el pobre, después de su partida, entonces se deleita; entonces: “Deléitate del Señor y te dará las peticiones de tu corazón” (Sal 36 [37],4).

4.2. Después de muchos ejemplos, vayamos a lo que se nos propone. Veamos qué se significa con las palabras[8]: “Deléitate en el Señor y te dará la petición[9] de tu corazón” (Sal 36 [37],4). Primero hay que saber que esto que se dice en latín: “Deléitate en el Señor”, en griego se dice: “Ten tus delicias en el Señor”. Es, en efecto, lo que significa la palabra griega katatrupheson[10]. Por tanto, al igual que, según el hombre exterior, es posible no solamente utilizar alimentos, sino también gozarse con sus delicias -son sobre todo los ricos que los utilizan para sus deleites-, asimismo el hombre interior puede de la misma manera, no solo utilizar los alimentos, sino también gozar de sus delicias. Esto sucede, pienso yo, de esta forma: si alguien escucha solamente esas palabras que lo invitan al temor de Dios, toma su alimento únicamente de una palabra de ese género. Pero quien se dedica a comprender la Ley, a escrutar los profetas, a interpretar las parábolas del Evangelio, a explicar las palabras de los apóstoles, y en todo esto se entrega a la comprensión y al conocimiento, éste goza de las delicias. Pues no se sirve solo del alimento de los mandamientos para lo que es suficiente para su vida, sino que se deleita en todo el conocimiento de la ciencia. Esto es lo que pienso que se indica cuando se dice al inicio: Dios plantó un jardín de delicias (cf. Gn 2,8)[11], donde sin duda gozaremos de las delicias espirituales. “Les darás a beber en el torrente de las delicias” (Sal 35 [36],9), es decir, a los santos. Pero también aquí yo sé que los ejemplares latinos suelen tener: “En el torrente de tu gozo”, mientras que el griego tiene tryphes, o sea “de las delicias”. Pero también a los santos[12], a quienes se prescribe el desprecio de los alimentos corporales, se les promete la esperanza de las delicias espirituales. ¿Quieres recibir también sobre esto la autoridad de la Escritura divina? Había un hombre rico y un pobre, Lázaro (cf. Lc 16,19 ss.). El rico vivía en las delicias de la carne. Lázaro estaba consumido por el hambre. Uno y otro salieron del mundo, y Lázaro fue llevado por los ángeles al seno de Abraham para allí descansar en las delicias. Pero aquel que había estado en las delicias de la carne fue a la gehena de fuego, como está escrito en el Evangelio, y se oye decir a Abraham: “Tú has conseguido bienes en tu vida”, esto es, has abusado de las delicias, “y Lázaro males: pero ahora éste descansa, en cambio tú estás en los tormentos” (Lc 16,25). Nadie puede tener sus delicias en la carne y en el espíritu. Pero si alguien se deleita en la carne, como ese rico, será privado del regazo de Abraham y de sus delicias. Por el contrario, quien en el siglo presente se alimenta con el pan de la aflicción (cf. Dt 16,3), como también ese pobre, cuando parta de aquí, estará en las delicias.

Lo que pide tu corazón

4.3. Entenderás todavía más claramente las palabras: “Deléitate del Señor”, mirando al Señor y comprendiendo que el Señor es la Justicia, el Señor es la Verdad (cf. Jn 14,6), el Señor es la Sabiduría (cf. 1 Co 1,24. 30), el Señor es la santificación (cf. 1 Co 1,30). Por tanto, si te deleitas en la contemplación de la Sabiduría, si te deleitas en las acciones de la Justicia, cumplirás el precepto que dice: “Deléitate del Señor”. Y después de haber cumplido este precepto obtendrás lo que sigue: “Dios te dará las peticiones de tu corazón” (Sal 36 [37],4). No dice simplemente: “tus peticiones”, sino: “las peticiones de tu corazón”. Entenderás lo que dice si, personificando cada uno de los miembros, vieses de qué forma piden lo que es conforme a su naturaleza. En efecto, el ojo si tuviera voz te diría: “Pido la luz, pido ver los colores convenientes y gratos para mí, rechazo ver los colores que me confunden y no me permiten ver”. Si el oído tuviera una voz diría: “Pido una voz armoniosa, una voz dulce, no pido una voz violenta, una voz que no me alegra, sino que huyo de ella”. Así, si el gusto si tuviera una voz diría: “Pido cosas dulces, huyo las cosas amargas, huyo de las cosas que no me agradan, sino que me afligen”. Así también el tacto, si tuviera una voz diría: “Pido tocar cosas suaves, tocar cosas delicadas, tocar cosas mórbidas, no pido tocar el fuego, ni tocar las cosas ásperas ni punzantes”. ¿Hasta dónde debo llegar con mis ejemplos? Si comprendes que para cada uno de los órganos de los sentidos hay una petición correspondiente y un rechazo correspondiente a su constitución, considera el corazón, donde se encuentra tu inteligencia, tu guía[13], para observar qué sucede en tu corazón y que pide el corazón; como el ojo, pide la luz; el olfato, el buen perfume; el oído, la armonía; así el corazón, la inteligencia, pide los conceptos, pide lo que es objeto de reflexión, pide las realidades inteligibles. Por tanto, te deleitarás del Señor, “Dios te dará las peticiones de tu corazón”.

4.3. “Deléitate en el Señor, y Él te concederá la petición de tu corazón” (Sal 36 [37],4). Si todavía quieres comprender de una forma más plena cómo alguien se deleita en el Señor, considera que el Señor es la Verdad (cf. Jn 14,6), la Sabiduría (cf. 1 Co 1,24. 30), la Justicia y la Santificación (cf. 1 Co 1,30). Por tanto, si abundas en las riquezas (cf. 2 Co 8,2; Ef 2,7) de la Verdad, si abundas en la inteligencia de la Sabiduría, si desbordas en acciones de Justicia, entonces de una manera copiosa y perfecta te deleitarás en el Señor. Cuando estés colmado, entonces obtendrás también lo que sigue: “Te concederá, en efecto, el Señor las peticiones de tu corazón” (Sal 36 [37],4). Sin embargo, fue necesario que agregara: “Las peticiones de tu corazón”, aunque hubiera podido decir: “Tus peticiones”. Pero esto que se dice se puede comprender más fácilmente si se representa como una persona peculiar cada uno de los miembros. Por ejemplo, si el ojo pudiera hablar, ¿acaso no diría: “Yo busco la luz para ver lo que me deleita? Pues me repugna ver algo horrible y todo lo que turba y entristece la mirada”. De forma semejante, si el oído recibiera la voz, ¿acaso no diría: “Pido un sonido compuesto de una manera armoniosa, un sonido deleitable, pero oír algo áspero y terrible lo rechazo”? Así también, si se le diera voz al gusto, al tacto, a todos nuestros sentidos, sin duda pedirían lo que conviene a sus sentidos. De esto pasemos al corazón donde residen la inteligencia y la facultad rectora de la comprensión, y veamos qué desea y qué pide el corazón[14], como lo demostramos antes a propósito del ojo, del oído y de los otros sentidos. En virtud de su naturaleza, el corazón exige sin duda la inteligencia. Como el ojo busca la vista, así el corazón busca la inteligencia, Como el oído desea un sonido agradable, asimismo el corazón se deleita en los pensamientos sabios. Como el gusto goza con el sabor dulce, así el corazón goza con los pensamientos prudentes. Como el olfato se alegra con el suave olor de una fragancia, así el corazón se alegra con los estudios racionales[15]. Como el tacto se deleita con las cosas suaves y blandas, así el corazón se deleita con los designios útiles y óptimos. Por tanto, si te deleitas en el Señor y gozas de su abundancia de Sabiduría, de Verdad y de Justicia, y de sus delicias, , el Señor “te concederá las peticiones de tu corazón” (Sal 36 [37],4), adaptadas a las delicias antes mencionadas. 



[1] Cf. Origene, pp. 184-185, nota 16.

[2] SCh 411, p. 74, nota 1. Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, I,13.1-3: «En la condición del hombre veo aún más eminente aquello que no encuentro dicho en otra parte: “Y Dios hizo al hombre, lo hizo a imagen de Dios” (Gn 1,27). Esto no lo encontramos atribuido ni al cielo, ni a la tierra, ni al sol, ni a la luna. Ciertamente, a este hombre que, dice (la Escritura), ha sido hecho “a imagen de Dios”, no lo entendemos como corporal; porque la figura del cuerpo no contiene la imagen de Dios, ni del hombre corpóreo se dice que haya sido hecho, sino plasmado, como está escrito a continuación. Dice, en efecto: “Y plasmó Dios al hombre”, es decir, lo modeló “del limo de la tierra” (Gn 2,7). Éste que ha sido hecho “a imagen de Dios” es nuestro hombre interior, invisible, incorpóreo, incorruptible e inmortal; puesto que en estas tales se comprende más exactamente la imagen de Dios. Pero si alguno piensa que el hecho “a imagen y semejanza de Dios” es este hombre corpóreo, parece suponer que Dios mismo es corpóreo y de forma humana: lo cual es tener de Dios un concepto manifiestamente impío. En fin, cuando estos hombres carnales, que ignoran el sentido de la divinidad, leen en cualquier parte de las Escrituras: “Porque el cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies” (Is 66,1), piensan que Dios tiene un cuerpo tan grande que lo imaginan sentado en el cielo y con los pies llegando hasta la tierra. Y piensan esto porque no tienen oídos para poder escuchar dignamente las palabras de Dios que, sobre Dios, refiere la Escritura. Puesto que (la palabra) que dice: “El cielo es mi trono” se entiende dignamente de Dios cuando se sabe que Dios reposa y reside en aquellos cuya “morada está en los cielos” (cf. Flp 3,20). Pero en esos que llevan todavía una vida terrena, se encuentra la parte más extrema de su providencia, la que se significa alegóricamente con el nombre de pies. Si, por casualidad, algunos de estos muestran el esfuerzo y el deseo de devenir celestiales por la perfección de la vida y la elevación del pensamiento, también ellos llegan a ser trono de Dios, tras haberse convertido en celestiales por su conducta. Ellos también dicen: “Nos has resucitado con Cristo y nos has sentado juntamente con él en los cielos” (Ef 2,6). Pero también aquellos cuyo “tesoro está en el cielo” (Mt 19,21) pueden llamarse celestiales y trono de Dios, porque “su corazón está allí donde está su tesoro” (cf. Lc 12,34). Y Dios no solo reposa sobre ellos, sino que inhabita en ellos (cf. 2 Co 6,16)».

[3] Origene, p. 228, nota 14.

[4] Ibid., pp. 231-233, notas 16 y 17.

[5] Otra traducción posible: “Ten tus delicias en el Señor”; o también: “Sea el Señor tu delicia”. Conservo el genitivo, ya que Orígenes comenta el texto a partir de esta lectura del salmo.

[6] Rufino escribe el vocablo con caracteres griegos.

[7] Cf. Orígenes, Tratado sobre la oración, XIX,2: «El rico de que habla Lucas: “recibió bienes durante esta vida” y no pudo por eso obtenerlos después de la vida presente. Así, el hombre que recibe su “recompensa” por dar algo a otros o por la oración, pues no ha sembrado para el Espíritu sino para la carne, cosechará corrupción y no la vida eterna (Lc 16,25; Ga 6,8). El que da limosna “en las sinagogas y en las calles” haciéndolo conocer con “trompetas para que le glorifiquen los hombres, cosecha para la carne” (Mt 6,2). De ese modo obran los hombres que les gusta orar “en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, bien plantados” para que quienes los vean los tengan por personas piadosas y santas (Mt 6,5)». Cf. Origene, pp. 228-229, nota 15.

[8] Lit.: por eso que se ha dicho (ex eo quod dictum est).

[9] Rufino pasa del plural al singular en su cita de este versículo (SCh 411, p. 76, nota 1).

[10] Ten tus delicias; o: pon tus delicias.

[11] Cf. Filón de Alejandría: Sobre los sueños, II,242: “Llama Edén, nombre que significa deleite, a la sabiduría del Que Es, porque entiendo yo, la sabiduría es fuente de deleite para Dios y Dios lo es para la sabiduría; y así se proclama en los salmos: Deléitate en el Señor (Sal 36 [37],4)”.

[12] Es decir, a los cristianos (cf. SCh 411, p. 79, nota 3).

[13] Hegemonikon.

[14] “En Orígenes, el corazón designa la realidad espiritual del hombre” (SCh 411, p. 82, nota 1).

[15] La versión francesa traduce: “los estudios que conciernen al Verbo” (SCh 411, p. 83).