OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (692)

Corpus Christi

1484

Antifonario

España

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 15 (16)

Introducción

“Y mi gloria ha exultado” (Sal 15 [16],9), presenta el primer problema de critica textual en esta homilía. La forma de citarlo en Hch 2,26, en el texto que leía Orígenes, lee “lengua” en vez de “gloria”, siendo que esta lectura es confirmada por todas las ediciones, es decir, por las otras traducciones griegas que manejaba el Alejandrino. Éste comienza entonces por efectuar una aproximación filológica, pero señalando que no puede haber contradicción entre los dos libros inspirados. Orígenes sostiene la posibilidad de que en Hch 2,26 se haya introducido un error del copista. Sin embargo, en el caso presente no procede directamente a una corrección, sino que preferirá recurrir a una exégesis de armonización (§ 7.1)[1].

La solución de armonización entre las dos variantes del texto bíblico, la del Salmo y la de los Hechos, consiste en afirmar que se ha comprendido “lengua” con el sentido de “gloria”. Y esta propuesta abre una suerte de confesión del predicador, que se confía al amor de sus oyentes y de Dios. Y mientras espera que sus auditores lo escuchen, se augura que ello redunde en beneficio propio ante Dios y ante los hombres. Si la expectativa de semejante reconocimiento es sorprendente, con todo, hay que unirla al deseo que manifiesta Orígenes, expresada en varias ocasiones -al extremo que se tiene la impresión de que para él se trata de una certeza-, de convertirse para los fieles en un alter Christus, a ejemplo del apóstol Pablo. En tanto que “la sabiduría”, evocada en clave personal, es naturalmente el conocimiento de las Sagradas Escrituras (§ 7.2)[2].

La exégesis origeniana, a partir del párrafo ocho, se articula en varios momentos:

a) Un sumario de impronta kerigmática que profesa el dato de fe sobre la crucifixión, resurrección y ascensión al cielo del Señor encarnado, subrayando la unicidad absoluta (§ 8.1);

b) la anábasis del Resucitado, con su cuerpo marcado por las heridas de la pasión; y recibido con estupor por las potencias angélicas que dialogan con Él por medio de las palabras de Is 63,1-3. 7 (§ 8.2);

c) una segunda presentación del diálogo de los ángeles, concerniente a la Anábasis celestial de la carne, donde sus palabras se transforman en un himno de alabanza con el Sal 23 (24),7-8. 10 (§ 8.3);

d) un epílogo sobre la economía de salvación, conforme al cual el descenso al Hades es obra del alma de Cristo, desde el momento en que el Verbo encarnado asume al hombre como un “ser compuesto”, y en cuanto tal, ni el cuerpo ni el alma son semejantes a la sustancia del Verbo (§ 8.4);

e) en su descenso salvífico, el Verbo se transforma adaptándose a las diversas criaturas espirituales (ángel con los ángeles, hombre con los hombres), según su diferente condición espiritual, como continua a hacer también hoy con cada uno (§ 8.5-6).

La unidad incomparable del Resucitado es, primero, afirmada en relación a dos protagonistas veterotestamentarios de traslaciones celestiales: Elías y Henoc. Orígenes hace referencia a los pasajes bíblicos que parecen insinuar la ascensión corpórea de estos, para afirmar que en ambos casos se trata solo de una apariencia: antes de Jesús ningún ser humano subió al cielo con su propio cuerpo. Se trata, como en el caso de Henoc, como para el alma que alcanza el vértice de la región de las virtudes, no de una traslación física, sino más bien de una vida celestial en la tierra[3].

El ascenso de Cristo con su cuerpo es descripto por medio del texto de Isaías, que pasa de la imagen de las naciones sometidas al recuerdo de la misericordia del Señor, referida habitualmente por Orígenes al triunfo de Cristo sobre las potencias demoníacas por medio de su sangre derramada en la cruz. En la Ascensión son las potestades angélicas las que proclaman su victoria, escenificando un diálogo con el Resucitado, y abriendo las puertas celestiales (Salmo 23 [24]) para la entronización del rey de la gloria. Se trata de una apropiación de la cristología de impronta judeo-cristiana. Y, al mismo tiempo, se nos ofrece una interpretación alegórica, relacionada con la etimología de Edom (las realidades terrenas) y Bosór (la carne). El color rojo de las vestiduras indica las huellas sangrientas de las heridas, mientras que el agregado del v. 7, es la ratificación de la comprensión del misterio de salvación anunciado por los profetas en los ángeles (§ 8.2)[4].

“La aplicación del Salmo 23 (24) a la ascensión de Cristo goza de una rica tradición exegética en la primera literatura cristiana: Justino, Ireneo, Tertuliano, Hipólito, los apócrifos[5]” (§ 8.3).

El paso del versículo nueve al diez, amplia la visual con la referencia al descenso, que precede a la ascensión gloriosa del Resucitado: la condición previa es el descenso del alma de Cristo en un cuerpo, siendo una y otro de naturaleza humana, y no celestial o divina, como querían los adversarios de Orígenes, posiblemente gnósticos. Con su posición, estos últimos comprometían la finalidad soteriológica de la encarnación, porque suprimían la bondad de la condescendencia divina de un Verbo que se hace todo para todos. En virtud de esta filantropía, por ser el hombre “compuesto” (synthetos), también el Encarnado se hace compuesto; y como tal puede descender solamente con el alma al Hades, lugar donde permanecen las almas privadas del cuerpo (§ 8.4)[6].

La condescendencia amorosa del Hijo consiste en obrar de modo que su incomparable grandeza pueda ser recibida por cada uno conforme a su capacidad espiritual: “Jesús, aun siendo uno solo, ofrecía muchos aspectos a la consideración, y no era igualmente visto por todos los que lo miraban. Que ofrecía muchos aspectos a la consideración se ve por dichos como éstos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; y: Yo soy el pan; y: Yo soy la puerta (Jn 14,6. 36; 10,9), y por otros innumerables. Y que, visto, no aparecía igualmente a todos los que lo miraban, resultará claro a quienes consideren por qué, cuando iba a transfigurarse en el monte elevado, no tomó consigo ni siquiera a todos los apóstoles, sino solo a Pedro, Santiago y Juan. Sin duda, porque estos son los eran capaces de contemplar a Moisés y Elías aparecidos en su gloria”[7] (§ 8.5).

Jesucristo se presenta privado de toda belleza y herido ante los ojos de quien es un completo pecador, porque Él carga con los pecados de todos los hombres. A su vez, Orígenes suele ofrecer una perspectiva pedagógica y gradual, que parte de la visión del Cristo humillado y sufriente, para llegar a la manifestación de su gloria. De modo que el principio y el fin del proceso de la revelación es la Pascua de Cristo, su cruz y su resurrección (§ 8.6)[8].

Texto

“Mi gloria ha exultado”

7.1. “Por eso mi corazón se ha alegrado y mi gloria ha exultado” (Sal 15 [16],9). En los Hechos de los apóstoles hemos encontrado que no está escrito así este pasaje, sino: “Y mi lengua ha exultado” (Hch 2,26); aquí, en cambio: “Mi gloria ha exultado”. Y todas las ediciones traen: “Mi gloria ha exultado”. Yo me atrevo a decir que los apóstoles no se han expresado de forma contraria a la palabra del profeta, sino que se ha producido un error de escritura, un copista no ha comprendido la expresión: “Mi gloria ha exultado”, y la ha modificado por: “Mi lengua ha exultado”; o bien, si alguien rechaza que se haya producido un error de escritura, que se esfuerce por explicarlo de un modo más claro.

Mi gloria es mi lengua

7.2. “Mi gloria ha exultado” (Sal 15 [16],9): mi gloria es mi lengua. En efecto, la lengua del sabio es su gloria, pues él encuentra la gloria en la lengua en la palabra. Como la gloria del atleta es su cuerpo vigoroso; la gloria del médico es el arte medicinal; la gloria del artesano son sus manos. Del mismo modo, la gloria del sabio que habla de la realidades divinas y sagradas es la lengua. Por tanto, la lengua no es algo diverso de la gloria, sino que lengua y gloria son la misma realidad. Oren, entonces, por mí, aunque no sea digno, para que Dios, por su amor y el de ustedes, me dé una lengua y una gloria tales que mi lengua me glorifique ante Dios y ante los hombres. Si ustedes me escuchan, mi lengua será mi gloria. En síntesis, el que ha escrito los Hechos de los apóstoles ha puesto: “Mi lengua ha exultado”, entendiendo lengua con el mismo significado que gloria.

Murió, resucitó y subió a los cielos

8.1. “También mi carne descansará en la esperanza” (Sal 15 [16],9). Es mi Señor Jesús quien dice estas palabras; Él fue el primero cuya carne reposó en la esperanza. Pues Él fue crucificado y resucitó al tercer día convirtiéndose en el primogénito de los muertos (cf. Col 1,18; Ap 1,5; Sal 88 [89],28). Y resucitado, fue llevado al cielo, ascendió desde la tierra llevando consigo un cuerpo hecho de tierra, de tal modo que las potestades celestiales se asombraron no habiendo visto jamás un espectáculo semejante: una carne que asciende al cielo. Sobre Elías está escrito que fue como elevado al cielo (cf. 2 R 2,11); y sobre Henoc, que Dios lo transfirió, pero no se dice: hacia el cielo (cf. Gn 5,24; Hb 11,5). Antes de mi Señor Jesús nadie ha subido al cielo (cf. Jn 3,13)[9].

“¿Quién es el que sube de Edom?”

8.2. Que se escandalice quien quiera por mis palabras, pero yo, estando convencido, digo que como Él es el primogénito de los muertos (cf. Col 1,18; Ap 1,5), así también ha sido el primero en llevar la carne a los cielos. En consecuencia, las potestades celestiales se asombran ante esta visión inesperada[10], pues ven una carne que es ascendida al cielo y dicen: “¿Quién es éste que sube desde Edom”, es decir, e las realidades terrenas, “con vestimentas rojas?” (Is 63,1). Viendo los rastros de la sangre y de las heridas: “De Bosór”, es decir, de la carne, «tan hermoso con la vestimenta, con vigor y con fuerza, yo digo: “¿Quién es éste?”» (Is 63,1)[11]. Y sobre Él ningún otro responde sino Él mismo: “Con fuerza yo hablo de la rectitud y del juicio de salvación” (Is 63,1 LXX). De nuevo lo interrogan: “¿Por qué tus vestimentas y tus ropas están rojas como las del que pisa en un lagar de uvas, manchadas por haber pisado?” (Is 63,2-3 LXX). Después, como un triunfador que ha vencido con el cuerpo, dice: “Y ninguno de los gentiles está conmigo, los he destruido, los he reunido y los he pisoteado” (Is 63,3 LXX). Si no lo han hecho antes, ahora las potestades recuerdan la economía preanunciada por los profetas sobre la enseñanza del Salvador y dicen: “He recordado la misericordia del Señor, el poder del Señor sobre todas las cosas, por las cuales nos ha recompensado” (Is 63,7)[12].

“Ábranse, puertas eternas”

8.3. Sea esto dicho sobre el pasaje: “Mi carne permanecerá en la esperanza” (Sal 15 [16],9). “En la esperanza”: ¿cuán grande? No está aquí porque ha resucitado de los muertos -esto todavía era de poca monta-, sino que era la esperanza cuando fue ascendido al cielo, cuando las potestades dicen, no solamente las que han hablado, sino también aquellas que lo conducen y lo preceden (en el viaje): “Alcen las puertas, sus príncipes, levántense puertas eternas y entrará el rey de la gloria” (Sal 23 [24],7). Y otras potestades responden: “¿Quién es este rey de la gloria?” (Sal 23 [24],8). Entonces las potestades que lo conducen a su vez dicen: “El Señor fuerte y poderoso, el Señor poderoso en la batalla” (Sal 23 [24],8). Después, las potestades que lo llevan dicen: «“Alcen las puertas” (Sal 23 [24],9). Es muy grande, las puertas de ustedes no tienen espacio para que entre Cristo: “Oh príncipes suyos, alcen las puertas, ábranse puertas eternas y entrará el rey de la gloria. ¿Quién es este rey de la gloria? El Señor de las potestades, Él es el rey de la gloria”» (Sal 23 [24],9-10). Éste es el que dice: “También mi carne reposará en la esperanza, porque no abandonarás mi carne en el Hades” (Sal 15 [16],9-10).

La bondad del Verbo

8.4. Solo el alma descendió al Hades, donde se encuentran únicamente las almas. Si también aquí, sobre la tierra, estuvieran solamente las almas y no los seres vivientes compuestos, Él no hubiera venido de esta forma. Se equivocan, por tanto, aquellos que afirman que el Salvador no vino sobre la tierra siendo compuesto, sino teniendo un cuerpo semejante a la sustancia excelsa del Verbo mismo, y sostienen que el alma era idéntica a la sustancia del Verbo. Estos suprimen su bondad, Él se ha revestido del compuesto humano y dice: “Mi carne reposará en la esperanza, no abandonarás mi alma en el Hades” (Sal 15 [16],9-10). Por consiguiente, allí donde estaban solamente las almas, descendió únicamente el alma, pero donde estaba el ser viviente compuesto, vino compuesto con el alma y el con el cuerpo.

El Verbo se encarnó para que nosotros pudiéramos recibirlo

8.5. Si al descender, descendió también junto con los ángeles -Él viene, en efecto, desde el vértice del cielo-, probablemente ha tomado forma según los lugares. Y como en esta vida se transfiguró frente a aquellos que habían subido con Él a la montaña y se apareció en una forma más gloriosa (cf. Mt 17,2 y paralelos), así también al descender del Padre. Pues “en el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios” (Jn 1,1), al descender del Padre no ha permanecido como era antes, en el principio junto a Dios (cf. Jn 1,2). Porque los que se encuentran más abajo no eran capaces de recibirlo, pero como se hizo hombre por mí, así junto a otros se ha hecho ángel, y junto a otros incluso se ha hecho trono, señorío, principado, dominación. Para cada uno el Señor se hace algo, se hace lo que cada uno es capaz de recibir.

Cargó con nuestros sufrimientos

8.6. ¿Por qué hablo de esto ahora? También hoy el Verbo se transfigura. Pablo y Timoteo no lo ven de la misma manera. Más que Timoteo, Pablo lo ve glorioso, transfigurado según un aspecto más divino. Timoteo ve su gloria de una forma más reducida. Y si consideras a alguien inferior a él, verás la forma inferior de Jesús que se manifiesta a quien es inferior. Si además alguien es absolutamente pecador, en modo alguno ve su gloria, sino que lo ve como alguien “que no tiene apariencia ni belleza, antes bien, su aspecto es despreciable, un desecho ante los hijos de los hombres” (Is 53,2-3); lo ve como un hombre, un hombre que no está exento de heridas, antes bien, está herido (cf. Is 53,3). Si tú estás herido, lo ves herido; si no tienes heridas, lo ves sin heridas; si eres irreprochable, lo verás manifestarse ante ti inmaculado. No que Él no esté manchado o que nunca haya sido herido Él mismo, sino que “carga nuestras debilidades y sufre mucho por nosotros, y nosotros pensamos que estaba sometido a la opresión, herido y afligido” (Is 53,4)[13].

8.7. Sea esto dicho sobre las palabras: “No abandonarás mi alma en el Hades” (Sal 15 [16],10). Era necesario, en efecto, mostrar que Él se presentó ante las almas con su alma desnuda[14]. 



[1] Origene, pp. 189-190, nota 19.

[2] Ibid., pp. 190-191, nota 20.

[3] Ibid., pp. 191-194, notas 21 y 22. Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XXVII,12.13: «Cuando haya realizado el alma el camino por todas estas virtudes, y haya subido hasta la perfección suma, pasa ya de este mundo y se separa, como ha sido escrito de Henoc: “Y no se le encontraba, porque Dios se lo había llevado” (cf. Gn 5,24). Y aunque parezca que un hombre así está todavía en el mundo y habita en la carne, sin embargo, no se encuentra. ¿En qué no se encuentra? No se encuentra en ningún acto terreno, en ninguna cosa carnal, en ninguna conversación vana. Porque lo llevó Dios de estas cosas y lo hizo estar en la región de las virtudes».

[4] Origene, pp. 194-195, nota 23.

[5] Ibid., p. 197, nota 24.

[6] Ibid., pp. 197-198, nota 25.

[7] Orígenes, Contra Celso, II,63. Cf. Origene, p. 199, nota 26.

[8] Cf. Origene, p. 200, nota 27.

[9] Cf. Orígenes, Contra Celso, II,61: Era consecuente que todo lo que de Él se había profetizado (y en las profecías entra también su resurrección), lo que Él hizo y lo que le aconteció fuera coronado por este milagro señero. Efectivamente, en persona de Jesús, había predicho el profeta: Mi carne descansará con confianza, porque no dejarás mi alma en los infiernos, y no permitirás que corrupción tu santo vea (Sal 15 [16],9-10).

[10] Lit.: nueva historia (kaine historia).

[11] Translitero Bosór. La LXX trae: Bosor. En tanto que el texto hebreo lee: Bosrá.

[12] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Jueces, VII,2.7: «Bienaventurada esa alma que pone en fuga las tropas aéreas de los demonios que se le oponen, merced a la profusión de su sangre derramada en el martirio. Bienaventurado es aquel sobre quien, llegando al cielo, los ángeles pronuncien aquella profética palabra: “¿Quién es ése que sube de Bosor?” (cf. Is 63,1) -éste que sube de la carne al cielo- “¿quién es el que sube de Bosor con sus vestimentas rojas?” (cf. Is 63,1. 2), designando por el color rojo de las vestimentas la sangre derramada. ¡Felices, por tanto, las almas que así siguen a Cristo, de la misma manera que Cristo las precedió! Y porque ellas lo han seguido de esa forma, llegan hasta el mismo altar de Dios, donde está el Señor Jesucristo en persona, “el sumo sacerdote de los bienes futuros” (Hb 9,11)».

[13] Cf. Orígenes, Contra Celso, IV,16: “Hay, como si dijéramos, diversas formas, en que el Logos se manifiesta a cada uno de los que han venido a conocerlo, adaptándose a la condición del principiante, del que está más o menos adelantado, o cerca ya de la virtud o en posesión de la misma. Luego nuestro Dios no se transformó, como se imagina Celso y los de su ralea, sino que, cuando subió al monte excelso (Mt 17,l ss.), puso de manifiesto otra forma, muy superior a la que solían ver los que se habían quedado abajo por no poderlo seguir hasta la altura. Y es así que los de abajo no tenían ojos que pudieran ver la transformación del Logos en algo glorioso y divino. Difícilmente podían comprenderlo tal como era, de suerte que quienes eran impotentes para ver su naturaleza superior decían de Él: Lo vimos y no tenía forma ni belleza: su forma era sin honor, deficiente en parangón con los hijos de los hombres (Is 53,2). Sea esto dicho contra lo que supone Celso, que no entendió los cambios (como se usa de ordinario la palabra) o transformaciones de Jesús, ni lo que en Él hay de mortal e inmortal”.

[14] Lit.: llegó con el alma desnuda ante las almas.