OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (689)

La Ascensión de Jesucristo

1609

Evangeliario

Armenia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 15 (16)

Introducción

Dios conoce hasta lo más recóndito de nuestro ser. Tal es la enseñanza bíblica del salmo. Por medio del término “riñones”, Orígenes se asocia al pensamiento judío y presenta a sus oyentes el peculiar modo en que Dios escruta las profundidades de nuestro ser (§ 3.1). 

“Orígenes asocia los riñones y el corazón, conforme al binomio atestiguado por la Escritura, con la idea que Dios escruta los riñones y el corazón. Y, al mismo tiempo, subraya que los dos órganos del cuerpo son interpretados en sentido espiritual. Las relaciones entre riñones y corazón lo impulsan a desarrollar un modelo del proceder gnoseológico (y ético) que se desarrolla en dos tiempos distintos, pero relacionados entre sí: los riñones contienen los gérmenes, las raíces, los principios de los conceptos, en su primera formulación, antes de que pasen al examen del hegemonikon, la facultad directiva o la mente, que tiene su sede en el corazón” (§ 3.2)[1].

“La interpretación de los riñones en clave gnoseológica y formativa se aplica al alma de Cristo, señalada como la protagonista del descenso del Hijo según Filipenses. La visión del descenso de Cristo, Orígenes la relaciona con el Hijo del hombre, distinguiéndolo del Hijo de Dios” (§ 3.3)[2].

Al proseguir con la lectura cristológica del salmo, Orígenes no omite afirmar que Jesucristo, en tanto que Verbo de Dios, que asumió nuestra naturaleza humana, no tuvo pecado. No podía tenerlo en tanto que Hijo de Dios, primogénito de toda criatura; y tampoco lo tuvo en su naturaleza humana, aunque ciertamente padeció las consecuencias del pecado (§ 3.4).

“El hecho de que Cristo no conoció pecado (2 Co 5,21; 1 P 2,22), diferencia su alma, dotada de libre albedrío, pero perenemente unida al Verbo, del resto de los seres humanos; no es esta una prerrogativa del Primogénito de toda la creación ni del Padre, que por su naturaleza divina no pueden pecar” (§ 3.5)[3].

Es entrando en la noche de la fe que se acepta y se comprende que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Orígenes, “después de haber puesto de relieve la distinción de las dos naturalezas en Cristo (cf. § 2.1), llega a una formulación que anticipa el reconocimiento de la unidad personal de Cristo, Dios y hombre, conforme al dogma cristológico de la Iglesia primitiva. El alma de Cristo está unida íntimamente al Primogénito de toda la creación” (§ 3.6)[4].

Texto 

Los riñones de Cristo

3.1. Son de esas palabras (difíciles) asimismo las que siguen, necesitadas de la gracia de Dios para su comprensión: “También de noche mis riñones me han instruido” (Sal 15 [16],7; cf. Sal 7,10; Jr 17,10; 20,12)[5]. No es fácil explicar de qué forma lo instruyen los riñones de Cristo. Incluso admitiendo que lo instruyan sus riñones, ¿qué significa entonces: “también de noche”? En realidad, sus riñones no lo instruyen simplemente, sino que de noche lo instruyen. En verdad, no sé si quienes son extraños a la doctrina cristiana se refieran a los riñones para las cuestiones que atañen a la inteligencia o a la pericia, como sucede en la Escritura. En la Escritura, cuando Dios escruta las realidades ocultas, escruta los corazones y los riñones. Tal vez, escruta los riñones cuando indaga y examina aquello que se encuentra en germen en el alma y no ha avanzado hasta el corazón.

Riñones espirituales

3.2. Estos riñones, no aquellos corporales, que son así designados análogamente al corazón -en realidad, cuando se habla del “corazón puro”, y se dice: “Bienaventurados los puros de corazón” (Mt 5,8), no se debe entender en el sentido físico lo que es objeto de una bienaventuranza, y que vemos también en los animales privados de razón-; por tanto, estos riñones, digo, que poseen las raíces y los principios de los conceptos conforme a la pureza de corazón, con los que ha venido Aquel que dice: “No abandonarás mi alma en le Hades” (Sal 15 [16],10), instruyen el alma de Jesús. Y como si dijera algo semejante respecto también del alma humana, ella posee en los riñones los conceptos y los gérmenes del razonamiento antes que suban al corazón, aquellos que preexisten en ella en potencia, ya sean malvados -cuando peca, en efecto, ha cumplido el mal de ese momento-, ya sean los buenos, pues parece que el bien se produce para algunos a partir de ese momento.

El que descendió es el mismo que subió

3.3. Por consiguiente, si comprendes lo que he tomado para mí sobre los riñones, observa el alma de Jesús que desciende del cielo. En efecto: “Nadie ha subido al cielo, sino aquel que ha descendido del cielo” (Jn 3,13); no el Hijo de Dios, no el primogénito de toda la creación (cf. Col 1,15), sino el Hijo del hombre (cf. Jn 3,13). Y cuando mires aquella alma que “no retuvo ávidamente del ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo” (Flp 2,6-7). Conociendo esta alma mira cómo atesora las doctrinas y los conceptos después de haberlos depositado no en el corazón, sino en los riñones, para que, desde los riñones, asciendan al corazón. Mira el alma de Jesús que viene sobre los riñones, pero no en los riñones corporales, y posee lo que la instruye y la dirige. En su venida, junto a esa alma, Él no ha conocido pecado (cf. 2 Co 5,21) y no ha pronunciado palabra de pecado siendo hombre.

Primogénito de toda la creación

3.4. Yo no me maravillo si alguien quiere referir al primogénito de toda la creación (cf. Col 1,15) cuanto ha sido escrito sobre el hecho de que el Salvador no ha pecado. Quien admira algo así se comporta como si admirara a Dios, el creador del cielo y de la tierra (cf. Gn 1,1), porque no peca, ignorando que pecar no está en la naturaleza de Dios. Del mismo modo, no está en la naturaleza del Verbo de Dios pecar y tampoco el primogénito de toda la creación puede pecar. Pero el elogio sobre que el hecho de que Jesús no peca se refiere al hombre, “que no ha cometido pecado ni se ha hallado engaño en su boca” (1 P 1,22; cf. Is 53,9). Incluso aunque se diga: “Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros” (2 Co 5,21), no se debe comprender como si fuera dicho del primogénito de toda la creación, sino que la que no conoció pecado es el alma de Jesús.

Nuestra lucha es contra los espíritus malvados

3.5. Todos nosotros hemos conocido el pecado, nosotros que decimos místicamente: “He sido concebido en las iniquidades y en los pecados me ha concebido mi madre” (Sal 50 [51],7), y no sé cuáles. En realidad, a Aquel que no conocía pecado, el Padre lo ha hecho pecado por nosotros (cf. 2 Co 5,21), enviándolo por nuestra causa desde el cielo a la tierra. Él ha venido teniendo en los riñones aquello que lo instruía y le hacía recordar sin ser simplemente instruido, sino como lo hallamos en la Escritura: “Incluso de noche mis riñones me han instruido” (Sal 15 [16],7), la noche de esta vida. Pues esta es la noche sobre la que se dice: “La noche está avanzada, el día está cerca, comportémonos de una manera digna, como si fuese de día” (Rm 13,12. 13). Y porque es de noche, esta vida es oscuridad. Mira, en efecto, que nuestra lucha no es contra la sangre y la carne, sino contra los principados, las potestades y las dominaciones de esta oscuridad, los espíritus malvados (que están) en las regiones celestiales” (Ef 6,12).

Una persona, dos naturalezas

3.6. Dice: “Mis riñones me han instruido también de noche” (Sal 15 [16],7), no solo me han enseñado y me han hecho recordar lo que era necesario, sino que también después de haber llegado a la noche de este mundo, en la oscuridad, “mis riñones me han instruido, viendo siempre al Señor ante mí, pues él está a mi derecha para que no vacile” (Sal 15 [16],7-8). Es el alma humana de Jesús la que dice las palabras: “Veo al Señor ante mí”. ¿Qué Señor? Posiblemente designa al Padre, o tal vez al primogénito de toda la creación (cf. Col 1,15), que estaba siempre presente ante él. ¿Por qué digo presente? Él estaba unido con el alma, para que no fuera uno hombre y otro primogénito de toda la creación. Si te escandalizas por el hecho que esté unido, escucha el argumento aducido: “Aquel que se ha unido al Señor ya no son dos, sino un solo espíritu” (1 Co 6,17). Entonces, el que se ha unido al Señor es un solo espíritu[6], ¿pero tú no quieres que el alma que no ha pecado, el alma que ha descendido voluntariamente, el alma que no retuvo ávidamente el ser igual a Dios (cf. Flp 2,6), se haya hecho una sola realidad con el primogénito de toda la creación? Por tanto, “veía siempre ante mí a mi Señor, pues también de noche me han instruido mis riñones” (Sal 15 [16],7-8).



[1] Origene, p. 173, nota 8.

[2] Ibid., pp. 174-175, nota 9.

[3] Ibid., p. 176, nota 10. Sobre la imagen de la noche, cf. p. 177, nota 11.

[4] Ibid., p. 178, nota 12.

[5] Los riñones, al igual que el corazón, son en el Antiguo Testamento la sede de los pensamientos y de los afectos más íntimos.

[6] Cf. Orígenes, Contra Celso, VI,47: “… No son dos cosas separadas el alma de Jesús y el primogénito de toda la creación (Col 1,15), el Logos Dios”.