OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (687)

La última cena

Hacia 1220

Evangeliario

Espira, Alemania

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos 

Homilía I sobre el Salmo 15 (16)

Introducción

En el último párrafo de la homilía se advierte con claridad la interpretación cristológica del salmo. “Se vuelve a proponer la visión de la relación de dependencia y comunión que se da entre el Hijo y el Padre. La imagen bíblica del cáliz, en otros lugares ligada más específicamente al martirio, lleva al predicador a reflexionar sobre el alimento espiritual significado por el Verbo, en cuanto pan de vida y vid verdadera. No estamos ante una referencia a la Eucaristía, claramente presente en el horizonte eclesial de Orígenes, sino, en primer lugar, a la Palabra de Dios y a su primado vital, fuente de inmortalidad para el fiel… Al igual que el Verbo es alimento y bebida para los fieles, así también el Padre lo es para el Hijo, en cuanto este necesita ser alimentado ininterrumpidamente por el Padre[1]” (§ 9.1-6).

La reflexión sobre 1 Tm 6,16, le permite a Orígenes precisar mejor el sentido de la afirmación sobre la inmortalidad del alma: se trata no de una inmortalidad absoluta, sino de una inmortalidad adquirida (§ 9.6-7)[2].

Antes de concluir la homilía, Orígenes no omite relacionar el tema de la resurrección con el de la salvación universal (§ 9.8)[3].

 

Texto 

El Verbo es el pan de vida

9.1. Poco faltó para que omitiéramos “el cáliz”. El Señor es la porción de la heredad del Salvador y de su cáliz. Nosotros bebemos el Salvador y comemos el Salvador, porque el Verbo es el pan vivo bajado del cielo (cf. Jn 6,51), y la vid verdadera (Jn 15,1). Pero puesto que le comemos (a Él) y sus carnes -a lo que nos invita diciendo: “Si no comen mi carne” (Jn 6,53)- y bebemos su sangre -en tanto confiemos en Él que dice: “Si no beben mi sangre, no tienen vida en ustedes” (cf. Jn 6,53)-, no por esto el Salvador padece algo de nuestra parte. Porque el Verbo permanece íntegro incluso si lo comemos y permanece íntegro también si lo bebemos. Por tanto, como Él es nuestro alimento y nuestra bebida -“esta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza” (Mt 26,28)-, y sobre sí mismo declara diciendo: “No beberé más (el fruto de la vid) hasta beberlo nuevo con ustedes en el reino de Dios” (Mt 26,29), de la misma manera Él tiene como alimento al Padre y como bebida al Padre.

El cáliz embriagador

9.2. El Padre siendo una bebida apetecible dice: “Me han abandonado a mí que soy una fuente de agua” (Jr 2,13). Por consiguiente, el Padre es su cáliz, y Él es bienaventurado de beber. ¿Pero qué debo decir también sobre el que es bebido? ¿Qué bienaventuranza podremos decir sobre el Padre? Tú eres “la porción de mi heredad y mi cáliz” (Sal 15 [16],5). Sobre el cáliz dice: “Has preparado una mesa ante mí contra los que me afligen” (Sal 22 [23],5). Y “tu cáliz es embriagador, porque es muy fuerte” (Sal 22 [23],5 LXX), lo bebe el Salvador, como dije antes, pues el Salvador tiene necesidad.

Vivimos de la palabra de Dios

9.3. Así como nos sostienen el alimento y la bebida, en relación al cuerpo nos sostiene el alimento corpóreo: quita esto y no vivimos. En relación al cuerpo nos sostiene la bebida corpórea, elimina esta y no vivimos. Del mismo modo, mira más allá con el pensamiento y aplica el razonamiento también al alma. “El hombre, en efecto, no vivirá solo de pan, sino que vivirá de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3; Mt 4,4). Da la palabra y que mi alma viva. Si suprime la palabra, el alma muere; quita la palabra, que es su alimento, y el alma muere. Sobre ella se dice: “El alma que peque, morirá” (Ez 18,4). Toda alma pecadora está muerta, pues no es alimentada por la palabra de Dios.

El alimento del alma es la oración

9.4. ¡Tenga cuidado ustedes, que olvidan alimentar siempre el alma! Es una vergüenza que cada día hacen a veces dos comidas, e incluso tres en algunos días, si no es que comen todo de una sola vez, mientras que no le procuran al alma el alimento que le pertenece. Alimento del alma es la oración, sobre todo cuando se ora también con la mente (cf. 1 Co 14,15); alimento del alma es la palabra de la enseñanza que penetra en quien la escucha, palabra de sabiduría y palabra de conocimiento (cf. 1 Co 12,8). Por tanto, como respecto al cuerpo nuestro razonamiento ha mostrado que el cuerpo privado de alimento y bebida muere, así también el alma, cuando no se alimenta y no bebe, muere la muerte del alma.

Nuestro Dios es un Dios de vivientes

9.5. Algunos, no comprendiendo esto, por causa de su gran ignorancia, afirman: “Las almas de los injustos perecen completamente”. Según ellos, esto es lo que dice el pasaje: “El alma que peca, perecerá” (Ez 18,4). Y aducen palabras (de la Escritura) para sostener que el alma muere, como si no supiéramos que está escrito que “el alma muere”. No se dan cuenta que otra es la muerte del alma: muere, en cuanto alma, aquella que no vive para Dios. Por ejemplo, el alma de Abraham, Isaac y Jacob vive, conforme a lo que ha dicho el Salvador: «¿No han leído lo que ha sido dicho por Dios sobre la zarza? “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, no es un Dios de muertos, sino de vivientes”» (Ex 3,6; Mt 22,31-32). El alma del faraón murió y también el alma de los egipcios pecadores está muerta: murió, porque fue privada del alimento.

El Salvador no olvida su alimento

9.6. Ahora bien, para que no olvide el argumento que estamos tratando, el cuerpo es alimentado y sin alimento muere; el alma es alimentada con un alimento propio, es alimentada por Cristo mismo y sin alimento muere. Mi Salvador y Señor se alimenta y bebe. En efecto, Él dice al Padre: “Tú eres la porción de mi heredad y de mi cáliz” (Sal 15 [16],5). Pero yo he descuidado muchas veces mi alimento y cada vez que lo he descuidado, en proporción al descuido, me he enfermado o incluso he fallecido. En cambio, mi Salvador nunca descuida su alimento, sino que siempre es solícito y es alimentado por el Padre. Si por alguna hipótesis no fuera alimentado, no sabría qué sucedería, pero el Salvador se alimenta y siempre es alimentado por el Padre.

El Salvador es inmortal

9.7. Por esta razón me atreveré y hablaré sobre una cuestión que encontramos en el Apóstol, propuesta por él para el examen de aquellos que pueden comprender la Escritura. En un pasaje dice el Apóstol sobre Dios: “El único que posee la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible” (1 Tm 6,16). Oh Pablo, ¿acaso solo el Padre posee la inmortalidad y ningún otro? No, responde él, pero la inmortalidad es propia de su naturaleza, no es adquirida. Es imposible que algo le suceda a Dios, por lo cual deje de ser inmortal. En cambio, el Salvador es inmortal porque la inmortalidad le es dada. Afirma que Él mismo participa del Padre, al que se dirige con las palabras: “Tú eres la porción de mi heredad y de mi cáliz, tú eres el que restablece mi heredad” (Sal 15 [16],5).

El restablecimiento en la resurrección

9.8. “El que restablece la heredad” (Sal 15 [16],5). ¿Qué significa la expresión “que restablece”? Si alguien puede, que reúna asimismo otros pasajes como (por ejemplo): “Hasta los tiempos del restablecimiento de todo eso de que Dios ha hablado” (Hch 3,21). ¿Tal vez, mis huesos ahora han sido restablecidos cada uno en su armonía? Un tiempo estuvieron fuera de su armonía, pero en aquella que es llamada y descripta como la resurrección, cada hueso será restablecido en su armonía. Si has comprendido el significado del restablecimiento, sigue adelante y considera las razones originales de las palabras: “Tú eres el que restablece mi heredad” (Sal 15 [16],5). Considera las razones del restablecimiento también en el pasaje: “Y solo hasta los tiempos del restablecimiento de todo eso de lo que Dios ha hablado por boca de sus santos profetas” (Hch 3,21).

Conclusión

9.9. Por consiguiente, “tú eres el que me restableces en mi heredad” (Sal 15 [16],5-6). Ya he anticipado la explicación de las palabras: “Las cuerdas para mí han caído entre los más fuertes” (Sal 15 [16],6). De hecho, no ha dicho simplemente: “Mi heredad es muy fuerte”; sino que, de gran ayuda es (la afirmación): “para mí”; es, en efecto, “mi heredad y muy fuerte para mí”. Para mí, en cuanto juez, es muy fuerte. No juzga uno cualquiera, respecto a la heredad, si es muy fuerte, sino que soy yo que digo sobre la heredad que es una heredad muy fuerte. Es Cristo quien lo dice, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Cf. Origene, pp. 155-156, nota 33.

[2] Cf. Origene, pp. 158-159, nota 37.

[3] Cf. Origene, p. 160, nota 38.