OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (684)

La incredulidad del apóstol Tomás

1190-1200

York, Inglaterra

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 15 (16)

Introducción

Orígenes pone de relieve cuánta ayuda nos hace falta en el camino de nuestra vida de fe para no dejarnos vences por las tentaciones. Y aunque en ciertos momentos puede parecer que el Señor nos ha abandonado, sin embargo, Él ha ordenado a sus ángeles que nos cuiden, para que no tropiece nuestro pie (§ 4.1).

Orígenes nos presenta, en la segunda parte del cuarto párrafo, dos temas: la ayuda de los ángeles y la identificación de Cristo con el único ángel que puede liberarnos de todos los males (§ 4.2).

Por medio de su abajamiento salvífico, inspirado por su gran amor (cf. Flp 2,6-8), el Hijo de Dios si hizo incluso ángel para los ángeles, para así adornar los diversos órdenes de seres espirituales y conducirlos a su completa perfección. Esta cristología angélica se inserta en el contexto de la cristología primitiva. Pero Orígenes la supera y, al mismo tiempo, busca no desconcertar al auditorio hablando de Cristo como ángel, e insiste más bien sobre la iniciativa salvífica del Hijo de Dios (§ 4.3)[1]. 

Jesucristo, el Salvador, nos enseña que el Padre es el único Señor, que Él que no carece de nada y que, por ende, no necesita de nuestros bienes. Se presenta así de forma muy clara la trascendencia absoluta del Padre, único ser autosuficiente (§ 5.1)[2].

Partiendo de las realidades sensibles se nos propone elevarnos a aquellas espirituales. Para así tomar lúcida conciencia que el Señor de los señores, Dios Padre, no necesita servidores, no necesita de nuestros bienes (§ 5.2-3).

Texto

Necesitamos una protección muy grande para no caer en tentación

4.1. La razón por cual que necesito ser protegido por el Señor es, como dice el salmo, “porque he confiado en ti” (Sal 15 [16],1). Tengo el valor de decir al Señor: “Protégeme, Señor, porque he confiado en ti” (Sal 15 [16],1). Tengo el valor de decir que necesito de aquello por lo que Cristo dice: “Protégeme”, y que también yo, que soy parte de su cuerpo, espero en Dios por intermedio suyo. Verdaderamente también nosotros mucho necesitamos la protección del Señor en todo tiempo. Si no somos protegidos, sino que somos abandonados, aunque sea por un breve lapso, inmediatamente caemos en las tentaciones y en seguida, estando abandonados, advertimos que el Señor, en cierto modo, se ha olvidado de nosotros, como explicábamos poco antes[3]. Pero aquel que es tentado no será olvidado para siempre (cf. Sal 9,19), pues, dice (la Escritura): “Perseguidos, pero no abandonados” (2 Co 4,9). Necesitamos una protección tan grande, que Él ha dado órdenes a sus ángeles para que nuestro pie no tropiece con una piedra (cf. Sal 90 [91],11. 12)[4].

Cristo Jesús es el ángel que nos libra de todos los males

4.2. Necesitamos protección mientras estamos en camino. En efecto, “el ángel del Señor acampa en torno a quienes le temen y los liberará” (Sal 33 [34],8). Necesitamos la ayuda de los ángeles, para que podamos decir: “El ángel que me libra de todos los males” (cf. Gn 48,16)[5]. ¿Pero por qué hablo de una ayuda de los ángeles en este lugar? Veamos todo el pasaje: “Dios, que me alimentas desde mi juventud, ángel que me libras de todos los males, bendice a estos hijos” (Gn 48,15-16). ¿Quién es el ángel que lo libra de todos los males? Yo no creo que Miguel, Gabriel o alguno de los otros ángeles pueda liberar de todos los males. A lo sumo puede liberar de un solo mal, tal vez también de un segundo mal. ¿A quién, entonces, debo buscar para que me libere de todos los males, sino a Aquel que también tiene el poder de bendecir a Efraín y Manasés (cf. Gn 48,14. 17)? ¿Quién es este ángel que me libra de todos los males? Cristo Jesús, que es llamado con el nombre de “ángel del buen consejo” (Is 9,5).

Cristo “ángel”

4.3. Pero no pienses que elimine a Cristo llamándolo “ángel”, como no lo suprimo llamándolo por causa tuya “hombre”, inferior a los ángeles. Pues por su filantropía no consideró un robo, el que era igual a Dios, asumir la figura de un hombre, humillándose a sí mismo y haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (cf. Flp 2,6-8). Así también era un acto de su amor hacia los ángeles el hacerse ángel. Como Él, haciéndose hombre, adornó el género humano -que no habría sido adornado ni habría sido perfeccionado si Cristo no se hubiera hecho hombre-, del mismo modo, dado que faltaba la estirpe de los ángeles, el Cristo de Dios haciéndose ángel adornó y completó, por su intermedio, también lo que faltaba en esa estirpe. De esa forma el Cristo de Dios adornó todo haciéndose ángel y todo ha sido adornado solo por el hecho de ser Dios. Deviniendo Dios ha sido adornado con la divinidad del Padre. 

El Señor no carece de nada

5.1. “Tú eres mi Señor, pues no necesitas de mis bienes” (Sal 15 [16],2). Como dice el Apóstol, “hay muchos dioses y señores” (1 Co 8,5). Pero también, aunque hay muchos dioses, “nosotros tenemos un solo Dios, el Padre, a quien todo pertenece y para quien existimos[6]; y asimismo, si hay muchos señores, “nosotros tenemos un solo Señor, Jesucristo, por quien existen todas las cosas y nosotros por Él” (1 Co 8,6)[7]. Entre los muchos dioses están también aquellos a los que la Palabra (les) declara: «Yo había dicho: “ustedes son dioses”» (Sal 81 [82],6). Por tanto, dado que hay muchos señores, este único Señor, que también el Salvador llama Señor designando así al Padre, tiene algo que lo distingue de los muchos señores: los otros señores tienen necesidad de los bienes que les son presentados por aquellos que les están sometidos, mientras que solo este Señor no tiene necesidad de los bienes de ninguno de los que Él es Señor. Por eso, el Salvador, como presentado algo que lo distingue a su Padre, afirma: «Dije a mi Señor: “Tú eres mi Señor, pues no necesitas de mis bienes”» (Sal 15 [16],2). Por esto tú eres mi Señor, que no tienes necesidad de mis bienes; en efecto, no tienes ninguna necesidad de ellos.

Solo Dios es autosuficiente 

5.2. Comenzaré desde las realidades inferiores, para que comprendas el contenido de este pasaje. El dueño tiene necesidad de la bondad del siervo, a fin de que pueda servirlo con buen ánimo; necesita su servicio, ya que no puede ser autosuficiente, siendo un hombre tiene necesidad del que lo sirve. Para poner un ejemplo, tiene necesidad del trabajo agrícola del siervo, del trabajo de construcción del servidor, de la preparación del alimento que hace el siervo. Un hombre que es señor no puede decir al siervo: “No tengo necesidad de tus bienes”, dado que no se dirige al Señor Dios. Porque un hombre tiene necesidad. Por tanto, si has comprendido, respecto del ser humano, cómo el dueño tiene necesidad del siervo, levanta de forma análoga el pensamiento y verás que también los otros señores, de los cuales habla el Apóstol (cf. 1 Co 8,5), tienen necesidad de los bienes, como se ve también por (el proverbio): “Van juntos los señores y los siervos de los señores con ellos”[8].

5.3. Pero yo digo que, salvo que uno esté bajo el Señor Salvador o incluso el Señor Dios, cualquier otro señor tiene necesidad de mis bienes. Es solo el Dios del universo que oye las palabras del Salvador: “Tú eres mi señor, pues no tienes necesidad de mis bienes” (Sal 15 [16],2), por esto eres mi señor, porque no tienes necesidad de mis bienes.



[1] Origene, pp. 142-143, nota 17.

[2] Cf. Origene, pp. 143-144, nota 18.

[3] No sabemos a qué explicación se refiere. Posiblemente se trate de una homilía precedente que no conocemos (Origene, p. 139, nota 13).

[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, V,3.3-4: «Te enviará a sus ángeles, para que te recojan en las manos, no sea que se lastime tu pie contra la piedra” (Sal 90 [91],11-12). El diablo creyó que este dicho había que entenderlo acerca del Salvador, pero, cegado por la malicia, no comprendió las palabras místicas; puesto que mi Salvador no precisaba de ángeles para que no tropezara su pie con la piedra (cf. Sal 90 [91],12). Calumnia el diablo a la Escritura divina, cuando refiere al Salvador estas palabras, no sobre Él se dice, sino de todos los santos, porque a sus ángeles mandó Dios en favor de su pueblo, para que no tropiece su pie contra la piedra. Pero también, todo lo que ha sido escrito en este salmo conviene a los justos, más que al Salvador. En efecto, libra el Señor de la ruina y del demonio meridiano (cf. Sal 90 [91],6) no al Salvador -lejos de nosotros el entenderlo así-, sino a todo justo. Porque los justos son quienes necesitan la ayuda de los ángeles de Dios, para que no sean sometidos por los demonios y para que sus corazones no sean traspasados por la flecha que vuela en las tinieblas (cf. Sal 90 [91],5). Bajo este mismo misterio confirma Pablo que algunos habrán de ser llevados por los mismos ángeles en las nubes, cuando dice: “Pero también nosotros, los que vivimos, los que quedamos, junto con Él seremos arrebatados al encuentro de Cristo en el aire” (1 Ts 4,15-17). Son arrebatados, entonces, por los ángeles, los que se han purificado interiormente y se han aligerado de sus culpas; pero son llevados los que todavía están sobrecargados por algunos restos de (sus) faltas».

[5] Cf. Orígenes, Tratado sobre la oración, XXXI,5: «Con respecto a los ángeles podemos discurrir de este modo: si es cierto que “el ángel de Señor acampa en torno a los que le temen” (Sal 33 [34],8); si es cierto lo que refiere Jacob no solo de sí mismo sino de todos los que confían en él cuando dice: “El ángel que me ha rescatado de todo mal” (Gn 48,16), entonces es probable que cuando mucha gente se reúne solamente para alabar a Jesucristo, el ángel de cada uno está en torno a los que temen al Señor, junto a la persona que le ha sido encomendada. Por consiguiente, cuando se reúnen los santos hay una doble Iglesia o asamblea: la de los hombres y la de los ángeles».

[6] Lit.: “y nosotros en Él”.

[7] Este pasaje es una “aclamación bautismal en la que se sobreentienden verbos de movimiento: “un solo Dios, el Padre, de quien todo (viene) y hacia quien nosotros (vamos) y un solo Señor Jesucristo, por quien todo (viene a la existencia) y por quien nosotros (vamos hacia el Padre)” (Biblia de Jerusalén. Nueva edición, Bilbao, Desclée de Brouwer, 52019, p. 1797, 8,6)

[8] Se ignora de dónde proviene este proverbio citado por Orígenes (Origene, p. 144, nota 19).