OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (681)

Jesucristo y la mujer acusada de adulterio

1684

Evangeliario

Egipto

Orígenes, Homilías sobre el primer libro de Samuel

Homilía V: De Orígenes sobre el primer libro de los Reinos (1 S 28,3 ss.)

Introducción

Es un hecho que exige el concurso de la fe decir que alguien estando abajo, en un lugar subterráneo, sin embargo, tenga su “intención” en lo alto. Por eso la cita de Filipenses es fundamental en este párrafo, porque Cristo descendiendo tenía su alma en lo alto (§ 8.1).

La filantropía del Verbo se ha manifestado en su presencia como Salvador en este mundo, pero no solamente, sino también en su descenso al Hades (§ 8.2).

La importancia de la gracia profética al servicio de la comunidad eclesial es puesta de relieve de una forma bastante sorprendente en la segunda parte del párrafo noveno. Sorprendente porque Orígenes señala que son las almas muertas, es decir, en pecado, las que necesitan la gracia profética, como sucedió con David. Y también Israel “difunto” tiene necesidad de que los profetas le anuncien nuevamente la venida de Cristo (§ 9.1-2).

Únicamente Jesús puede hacer salir del Hades a todos los justos del AT. Y solo Él puede conducirlos al Paraíso, que había sido cerrado por el Dios jardinero después del pecado de Adán/Eva (§ 9.3).

En la conclusión el predicador resalta el hecho de que nada escandaloso hay en el pasaje sobre la nigromante. Más bien debemos verlo como una exhortación para que vivamos virtuosamente, evitando cargarnos con el peso de nuestros pecados. Así, podremos atravesar la espada llameante. Pues la muerte nos conduce a la vida plena con Cristo, de quien recibiremos ese plus, el denario de los obreros de la última hora (§ 10).

Texto

“Descendió para que toda rodilla se doble al nombre de Jesucristo”

8.1. No se trata de apartarse del tema, ni he olvidado mi propósito, pero queremos establecer que, si todos los profetas de Cristo descendieron al Hades antes de Cristo como precursores de Cristo, Samuel también descendió de esta manera; porque no descendió simplemente, sino como santo. En cualquier lugar que esté el santo es santo. ¿Acaso Cristo no es más Cristo porque estuvo una vez en el Hades? ¿No es más el Hijo de Dios porque fue a un lugar subterráneo, “para que al nombre de Jesucristo se doble toda rodilla de los seres celestiales, terrenales y subterráneos” (Flp 2,10)? Así, Cristo era Cristo, también cuando estaba abajo. Es decir, estando en el lugar de abajo, por la intención estaba en lo alto. Del mismo modo, los profetas y Samuel, aunque descendieron allí abajo donde están las almas, podían estar en el lugar de abajo sin estar abajo por la intención.

La filantropía del Verbo

8.2. Pero, pregunto: ¿profetizaron realidades celestiales? Yo no puedo conceder a un pequeño demonio un poder tan grande que profetice sobre Saúl y el pueblo de Dios, que profetice sobre el reinado de David y que él está a punto de reinar. Los que establecen estas cosas diciendo que es la verdad según este pasaje, no encontrarán forma de explicar cómo un médico pudo venir hacia el lugar de los enfermos para sanar a los enfermos. Los médicos llegan hasta los lugares donde sufren los soldados y entran donde reina el mal olor de sus heridas, esto es lo que inspira la filantropía medicinal[1]. De la misma forma el Verbo inspiró al Salvador y a los profetas no solo venir aquí abajo, sino también descender hacia el Hades.

El carisma de profecía

9.1. También esto hay que agregar al razonamiento: que, si Samuel era profeta y si cuando murió el Espíritu Santo lo abandonó, entonces el Apóstol no está en la verdad diciendo: “En este momento profetizo parcialmente, conozco parcialmente, pero cuando llegue lo perfecto, entonces lo parcial desaparecerá” (1 Co 13,9-10). Por tanto, la perfección viene solo después de la vida. Todo lo que Isaías profetizó, y afirmó con total confianza (cf. Hch 4,29)[2], lo profetizó parcialmente, pero el testimonio que aquí dio Samuel a David alcanza la perfección (cf. 1 Co 13,9) de la profecía.

9.2. Samuel, por tanto, no rechazó la gracia profética, y puesto que no la rechazó se sirvió de ella como los que hablan en lenguas, de modo que habría podido decir: “Mi espíritu está en oración, pero mi inteligencia está sin fruto” (1 Co 14,14). No obstante, el que habla en lenguas no edifica a la Iglesia; porque Pablo dice que aquel que edifica a la Iglesia es el que profetiza, lo afirma diciendo: “El que profetiza edifica la Iglesia” (1 Co 14,4). Y si el que profetiza edifica la Iglesia, y si (Samuel) tenía la gracia profética -pues no la había perdido, no teniendo pecado; porque solo pierde la gracia profética aquel que, después de haber profetizado, hace cosas indignas del Espíritu Santo, de modo que éste lo deja y huye de su inteligencia; esto es lo que temía David después de su pecado y decía: “No me quites tu Santo Espíritu” (Sal 50 [51],13)- si, por tanto, el Espíritu Santo profetiza, y Samuel era profeta, y aquel que profetiza edifica la Iglesia, ¿qué es lo que Samuel edifica? ¿Profetiza él para el cielo? ¿Por qué? ¿Para los ángeles? Ellos no tienen necesidad, porque “no son los sanos quienes necesitan los médicos, sino los enfermos” (Mt 9,12). Hay quienes tienen necesidad de su profecía, pues la gracia profética no está inactiva, ninguno de los carismas que están en el santo ha sido hecho en vano. Son las almas de los difuntos que tienen necesidad, me atrevo a decirlo, de la gracia profética. Sin duda aquí abajo Israel tenía necesidad de un profeta, pero el Israel difunto también, aunque había dejado la vida, tenía necesidad de los profetas, para que de nuevo los profetas le anuncien la venida de Cristo.

“Jesús es la puerta”

9.3. Por lo demás, antes de la venida de mi Señor Jesucristo era imposible que alguien llegase adonde está el árbol de vida, imposible que alguien pasara más allá de los seres puestos para cuidar el camino del árbol de vida: “Puso los querubines y la espada de fuego vibrante para cuidar el camino del árbol de vida” (Gn 3,24). ¿Quién podía hacer ese camino? ¿Quién podía hacer pasar a alguien la espada de fuego? Del mismo modo que nadie puede atravesar un camino en el mar, sino el poder de Dios y la columna de fuego (cf. Ex 13,21-22; 14,22. 24)[3]; de igual forma que nadie puede atravesar un camino en el Jordán, sino por el poder de Jesús (Josué; cf. Jos 3,11-17), ese Jesús que era figura del verdadero Jesús. Igualmente, Samuel no podía atravesar la espada de fuego, ni tampoco Abraham. Por eso Abraham también es visto (en el Hades) por el hombre castigado: “El rico que estaba en los tormentos levantando los ojos vio a Abraham” (Lc 16,23), si bien lo vio desde lejos, “y a Lázaro en su seno” (Lc 16,23). Los patriarcas, los profetas y todos esperaban, por tanto, la venida de mi Señor Jesucristo para que Él les abriera el camino: “Yo soy el camino” (Jn 14,6), “Yo soy la puerta” (Jn 10,9). Él es el camino hacia el árbol de vida, para que se cumpla (la palabra): “Si pasas a través del fuego, la llama no te consumirá” (Is 43,2). ¿A través de qué fuego? “Puso los querubines y la espada de fuego vibrante para cuidar el camino del árbol de vida” (Gn 3,24). Por eso los bienaventurados esperan allí abajo, cumpliendo (u: obrando) la economía[4], y no pueden ir adonde está el árbol de vida, donde está el Paraíso de Dios (cf. Gn 2,18), donde el Dios jardinero (cf. Gn 2,8), donde están los bienaventurados, los elegidos y los santos de Dios.

Conclusión

10. Nada, por consiguiente, hay de escandaloso en este texto, sino que todo está admirablemente escrito y comprendido por aquellos a quienes Dios se lo ha revelado (cf. 1 Co 2,10; Mt 11,25-27). Nosotros tenemos algo que supera la medida[5], los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos )cf. Hb 9,26). ¿Qué supera la medida? Si salimos de aquí siendo virtuosos y buenos, no llevando los fardos del pecado, también pasaremos a través de la espada llameante y nos descenderemos hacia el lugar donde los que murieron antes de la venida de Cristo lo esperan, sino que atravesaremos sin que la espada llameante nos dañe; y “el fuego probará la obra de obra de cada uno para ver qué es; si la obra de alguno es consumida, sufrirá la pérdida, pero él será salvado como a través del fuego” (1 Co 3,13. 15). Nosotros, por tanto, atravesaremos y tendremos algo más que ellos (cf. Mt 20,1 ss.). No podemos, viviendo bien, partir de mala manera. No dicen los ancianos, ni los patriarcas, ni los profetas lo que nosotros podemos decir, si hemos vivido bien: “Es mejor partir y estar con Cristo” (Flp 1,23). Por eso, teniendo algo que supera la medida y una gran ganancia (cf. Flp 1,21), por haber llegado a la plenitud de los tiempos (cf. Hb 9,26), somos los primeros en recibir el denario (cf. Mt 20,8). Escucha, en efecto, la parábola diciendo que dio el denario comenzando por los últimos (Mt 20,8), mientras los primeros creían que recibirían algo más (cf. Mt 20,10). Tú, por consiguiente, que eres el último en llegar, recibes en primer término del dueño de la casa (cf. Mt 20,8. 10), en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien pertenecen la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11)[6].



[1] Cf. Orígenes, Contra Celso IV,15: “… el médico ve cosas terribles y toca cosas desagradables para curar a los enfermos (Hipócrates, De Flatibus 1)”.

[2] Cf. Orígenes Contra Celso VII,4: “… los profetas de los judíos, iluminados por el Espíritu Santo en la medida que les era provechoso a los mismos que profetizaban, eran los primeros en gozar de la venida a sus almas de un ser superior; y por el contacto, digámoslo así, con su alma del que se llama Espíritu Santo, se hacían más lúcidos de inteligencia y más brillantes de alma. Es más, el cuerpo mismo no era ya obstáculo para la vida de virtud…”.

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo V,1: «Ven cuánto difiere la lectura histórica de la enseñanza de Pablo: lo que los judíos piensan que es el paso del mar, Pablo lo llama bautismo; lo que ellos consideran nube, Pablo lo presenta como el Espíritu Santo; y de este mismo modo que éste quiere que sea entendido lo que el Señor manda en los Evangelios diciendo: “El que no renazca de agua y de Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de los cielos” (Jn 3,5)». Y Homilías sobre los Números V,1.1: «No sería conveniente que cada lugar que está bajo el cielo, sea de las montañas, de las llanuras o de los campos, recibiese un nombre, mientras que aquella verdadera ascensión, por la que el alma asciende al Reino de Dios, no tuviera nombres de sus etapas. Tiene nombres de las etapas, adaptados con vocablos místicos, tiene también un guía, pero no Moisés -puesto que él mismo ignoraba a dónde ir (cf. Hb 11,8)-, sino la columna de fuego y la nube (cf. Ex 13,21), o sea, el Hijo de Dios y el Espíritu Santo, como también dice en otro lugar el profeta: “El mismo Señor los guiaba” (cf. Dt 1,32b. 33)».

[4] Opto por una traducción literal, incluso transliterando el vocablo griego. “Orígenes quiere decir que el lugar de los bienaventurados normalmente es el cielo y que su estadía en el Hades es una excepción provisoria” (SCh 328, p. 206, nota 1).

[5] Perisson: notable, extraordinario.

[6] De la Homilía sexta solo nos restan dos breves fragmentos, cf. SCh 328, pp. 210-213.