OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (680)

La parábola del padre misericordioso

1155-1160

Salterio

Canterbury, Inglaterra

Orígenes, Homilías sobre el primer libro de Samuel

Homilía V: De Orígenes sobre el primer libro de los Reinos (1 S 28,3 ss.)

Introducción

Orígenes sostiene que Jesucristo descendió al Hades. Es lo que enseñan los apóstoles en los Hechos, y también da cumplimiento a la profecía del Salmo 15. Así, queda descartada la tesis de que Samuel no estuvo en el Hades (§ 6.2). Y Cristo desciende al Hades no como esclavo de esa región, sino en su calidad de Señor que va a luchar y a salvar (§ 6.3).

Si Moisés profetizó sobre la venida del Hijo de Dios en nuestra naturaleza, no puede descartarse, por tanto, que también haya profetizado en el Hades, al igual que los profetas posteriores. De modo que así como los médicos descienden hacia los enfermos, de idéntica manera el médico jefe (§ 6.4).

La nigromante no ve, según el texto bíblico, al profeta Samuel, sino a unos “dioses”. Estos en realidad serían ángeles, que acompañan a las almas de los profetas, y que hablan con, en y por ellos. Es posible entonces que Samuel no haya subido solo él para profetizar a Saúl por última vez (§ 7.1). 

Si los profetas anteriores a la venida de Jesucristo descendieron al Hades, ciertamente no podía quedar exceptuado el Precursor, san Juan Bautista. Y allí mismo, en el Hades, él fue quien anunció la venida del Salvador y dio testimonio de su llegada (§ 7.2).

El planteo sobre la posible duda de Juan Bautista respecto de Jesús, posiblemente procede de una obra que sostenía que el gran profeta había perdido su carisma profético. Por ello Orígenes hace un paréntesis para combatir esta tesis. Y, tal vez, la comparación entre Juan Bautista y Pedro procediera del mismo escrito (§ 7.3; cf. SCh 328, pp. 196-197, nota 1).

Texto

Enfrentar la dificultad que propone el texto de la Escritura

6.1. Esto, por tanto, sin duda muestra que lo escrito no es falso y que fue Samuel quien subió. ¿Qué hace aquí una nigromante? ¿Qué hace la nigromante para que suba el alma de un justo? Es esto lo que quería evitar quien sostenía la primera tesis. Pues para no tener que enfrentar la dificultad, entre tantas otras que reclaman consideración en este capítulo, dice: “No es Samuel, miente el pequeño demonio, porque la Escritura no puede mentir”. Pero son las palabras de la Escritura; no están en boca del pequeño demonio, sino que la boca misma (de la Escritura) dice: “La mujer vio a Samuel. Y Samuel dijo” las palabras dichas por Samuel.

Jesucristo descendió al Hades 

6.2. ¿Cómo (encontrar), entonces, una solución satisfactoria[1] sobre la nigromante en este pasaje? Interrogo a quien más arriba sostenía la primera tesis: “¿Samuel en el Hades?”, y lo demás…, que responda a la pregunta: ¿Quién es más grande, Samuel o Jesucristo? ¿Quién es más grande, los profetas o Jesucristo? ¿Quién es más grande, Abraham o Jesucristo? Sin duda, aquí, quien ha llegado a saber que el Señor Jesucristo es aquel que anunciaron los profetas, no se atreverá a negar que Jesucristo es más grande que los profetas. Por consiguiente, cuando se confiesa que Jesucristo es el más grande, ¿Cristo estuvo en el Hades o no estuvo allí? ¿No es verdadera la palabra de los Salmos que los apóstoles en sus Hechos han interpretado sobre el descenso del Salvador al Hades (cf. Hch 2,27-31)? Está escrito que a Él se refiere el Salmo 15: “Tú no abandonarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu santo vea la corrupción” (Sal 15 [16],10). Luego, Jesucristo estuvo en el Hades, ¿y tienes temor de decir que sí, que allí descendió para profetizar y para estar junto a las otras almas?

Cristo desciende al Hades como Señor

6.3. Por tanto, si se responde que Cristo descendió al Hades, yo diré: ¿para hacer qué Cristo descendió al Hades? ¿Para vencer o ser vencido por la muerte? Descendió hacia aquellas regiones no como esclavo de esos lugares[2], sino como Señor que va a luchar, como lo dijimos en otra ocasión explicando el Salmo 21: “Muchos novillos me rodearon, toros gordos me rodearon; abrieron su boca contra mí, como un león rapaz y rugiente; mis huesos se me dislocaron” (Sal 21 [22],13-15). Lo recordamos, si realmente nos acordamos de las santas Escrituras; porque me acuerdo de las palabras mismas dichas sobre el salmo.

El gran médico

6.4. Por consiguiente, el Salvador descendió para salvar; ¿descendió allí después de haber sido anunciado[3] por los profetas, o no? Pero allí abajo fue anunciado por los profetas, ¿y por otra parte descendió, mas no por medio de los profetas? Moisés también anunció que el Salvador vendría en el linaje de los hombres (cf. Dt 18,15-18), de modo que nuestro Señor y Salvador dijo con razón: “Si ustedes creyeran en Moisés, creerían en mí, porque sobre mí él escribió. Pero si ustedes no creen en sus escritos, ¿cómo creerán en mis palabras?” (Jn 5,46-47). Cristo ha venido a esta vida y fue anunciado por anticipado que Cristo vendría a esta vida. Y si Moisés profetiza su venida aquí abajo, ¿por qué no quieres que descienda allí abajo para profetizar que Cristo vendría? Entonces, Moisés sí, ¿y por qué no los profetas siguientes? ¿Samuel no (cf. 1 S 3,20)? ¿Qué tiene de extraño que los médicos desciendan hacia los enfermos? ¿Y que tiene de absurdo que el gran médico también descienda hacia los enfermos? Muchos médicos eran los profetas (cf. Mc 5,26), y mi Señor y Salvador es el gran médico. Pues la concupiscencia interior, que no puede ser curada por otros[4], Él la cura. La que no podía ser curada por ninguno de los médicos (Lc 8,43), Cristo Jesús la sana: “No temas” (Mc 5,36)[5], no te turbes.

Espíritus liturgos 

7.1. Jesús ha llegado al Hades, y los profetas antes que Él, y (ellos) anunciaron la venida de Cristo[6]. Luego, quiero decir otra cosa sugerida por el texto mismo: Samuel sube, y la mujer no dice que ella vio a Samuel, no dice que vio un alma, no dice que vio a un hombre; está aterrada por eso que vio, ¿qué vio? “Yo veo, dijo, dioses, dioses[7] subiendo de la tierra” (1 S 28,13). Y quizás Samuel no subió solo para luego profetizar a Samuel, sino posiblemente, del mismo modo que aquí abajo “con un hombre santo se santificará, con un varón inocente será inocente y con elegido será elegido” (Sal 17 [18],26-27); y del mismo modo que aquí abajo se encuentran santos viviendo con los santos, pero no santos con los pecadores y, si esto sucede, que los santos vivan con los pecadores, es para salvar a los pecadores; así también investigarás si Samuel cuando sube, no puede ser que suban con él las almas santas de otros profetas; o buscarás si acaso no son ángeles dependientes de sus espíritus (cf. 1 P 3,19) -el profeta dice: “El ángel que habló en mí” (Za 1,9)-; o si no estaban los ángeles acompañando a los espíritus[8]: todo está lleno de seres que tienen necesidad de la salvación y de los ángeles, “todos son espíritus liturgos enviados para servicio de quienes deben heredar la salvación” (Hb 1,14).

El Precursor en el Hades

7.2. ¿Por qué temes decir que todo lugar tiene necesidad de Jesucristo? El que tiene necesidad de Cristo, necesita los profetas. Porque ciertamente no hay necesidad de Cristo sin que haya necesidad de los que prepararon la venida y la presencia de Cristo. Y sobre Juan, a quien ninguno de los nacidos de mujer supera, según el testimonio del Salvador que dijo: “Entre los nacidos de las mujeres nadie es más grande que Juan” (Lc 7,28) el Bautista, no temas decir que descendió al Hades como precursor de mi Señor, para predecir que Él descendería. Por eso, cuando aquel estaba en la prisión, conociendo su éxodo inminente, envió a dos de sus discípulos no solo a preguntar: “¿Eres tú el que viene”?, porque sabía, pero: “¿Eres tú el que viene o debemos esperar a otro?” (Lc 7,20). Él vio su gloria (cf. Jn 1,15), él dijo muchas cosas sobre sus portentos, fue el primero en dar testimonio sobre Él (cf. Jn 1,15; 1,19-34): “El que viene detrás de mí existía antes que yo” (Jn 1,15. 30), él vio su gloria, “gloria que tiene de su Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Después de haber visto tan grandes cosas sobre Cristo, duda en creer, vacila pero no dice: «Pregúntenle: “¿Eres tú el Cristo?”» (Mc 14,61)[9].

¿Dudaba Juan Bautista?

7.3. Ahora puesto que algunos no han comprendido lo que está escrito, dicen: “Juan, tan grande como fue, no conoció a Cristo, sino que el Espíritu Santo lo había dejado”. Si conocía a aquel de quien dio testimonio antes de nacer y ante quien saltó cuando María misma llegó hasta él, como su madre lo testimonia diciendo: “He aquí que cuando llegó la voz de tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mi seno” (Lc 1,44). Este Juan que salta de alegría antes de nacer, que ha declarado: «Es él de quien he dicho: “El que viene detrás de mí existe antes que yo”» (Jn 1,15), y: «El que me ha enviado me ha dicho: “Aquel sobre quien veas descender y permanecer el Espíritu Santo, es el Hijo de Dios”» (Jn 1,33. 34), ¿este Juan, dicen, ya no conoce más a Jesucristo? Él lo conoció en el vientre de su madre. Pero en virtud de la gloria sobre eminente de Jesucristo hizo algo semejante a lo que Pedro hizo, ¿qué de semejante? Pedro conoció algo grande sobre Cristo: ¿Quién soy yo? “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” (Mt 16,13). Y él le respondió: esto, aquello. -¿Pero tú, qué dices tú? –“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente” (Mt 16,15), en lo cual fue declarado “bienaventurado, porque no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,16-17). Pues había oído grandes cosas sobre Cristo, también había imaginado grandezas, pero no había aceptado la palabra divina que le fue dirigida: “He aquí que subimos a Jerusalén y será la consumación” (Lc 18,31), y: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los sumos sacerdotes y los ancianos, condenado a muerte y que al tercer día resucite” (Lc 9,22); Pedro dijo: “¡Lejos de ti, Señor!” (Mt 16,22). Sabía grandes cosas sobre Cristo, no quería aceptar las más humildes sobre Él. Comprende que Juan también es así. Estaba en la prisión sabiendo grandes cosas sobre Cristo, conocía los cielos abiertos (cf. Mt 3,16), conocía que el Espíritu Santo descendió del cielo sobre el Salvador y permaneció sobre Él (cf. Mt 3,16); viendo una gloria tan grande (cf. Jn 1,14), ¿dudaba y, tal vez, rehusaba creer que un ser tan glorioso descendiera hasta el Hades y al abismo (cf. Rm 10,7); por eso decía: “¿Eres tú el que viene, o debemos esperar a otro?” (Lc 7,20).



[1] O: manifiesta (phaneitai). Cf. SCh 328, pp. 188-189, nota 1).

[2] O: como esclavo de los que allí se encuentran.

[3] Lit.: predicado antes; predicado como precursor (prokerysso).

[4] Se trata de la hemorroísa (Mt 9,18-22; Mc 5,21-34; Lc 8,43-48), tal como lo prueba la frase siguiente. Orígenes se expresa como si el derrame sanguíneo se hubiera debido en ella a un desorden de la concupiscencia (SCh 328, p. 191, nota 2).

[5] En realidad, Jesús le dice esto al jefe de la sinagoga (cf. Mc 5,36; Lc 8,50); cf. SCh 328, p. 191, nota 3.

[6] “Esta frase no tiene conexión lógica con lo anterior…, sino que resume lo que antecede para introducir un nuevo desarrollo, tal como a Orígenes le gusta hacer” (SCh 328, p. 192, nota 1).

[7] Elohim en hebreo: un ser sobrehumano. Habitualmente utilizado en singular, pero que la LXX traduce por “dioses”. «Orígenes se pregunta si este plural “dioses” no designaría aquí las almas de otros profetas que descendieron como Samuel al Hades y suben con él. Es conducido a esta lectura por la forma en que interpreta habitualmente otro pasaje de la Escritura que contiene el mismo término: “Yo dije: ustedes son dioses” (Sal 81 [82],6). Él piensa que esta declaración se dirige a los espirituales, pues ya no son más hombres comunes… Si la Escritura emplea la palabra “dioses” para los espirituales, también puede muy bien usarla para los profetas» (SCh 328, pp. 192-193, nota 20).

[8] Cf. Orígenes, Contra Celso V,4: “Hablamos de ángeles, espíritus que son ministeriales, enviados para servir a los que han de heredar la salvación (Hb 1,14). Y decimos que suben para llevar las oraciones de los hombres, a los lugares más puros del mundo, que son los celestiales, o a más puros aún que éstos, que son los supracelestiales; y de allí bajan, a su vez, trayendo a cada uno, según lo que merece, algo de lo que Dios les manda traer a los que han de recibir sus beneficios. A éstos, pues, según su oficio, hemos aprendido a llamarlos ángeles o mensajeros, y, por ser divinos, hallamos que las divinas Escrituras les dan nombre de dioses (cf. Sal 49 [50],1; 81 [82],1; 85 [86],8; 95 [96],4; 135 [136],2); no de forma, empero, que se nos mande dar culto y adorar, en lugar de Dios, a los que son servidores y nos traen los recados de Dios”.

[9] “Así habría formulado su pregunta (como el sumo sacerdote) Juan Bautista, si hubiera ignorado que Jesús es el Cristo” (SCh 328, p. 195, nota 5).